Cierta vez, en Nueva York, Umberto Eco se topó con un taxista paquistaní muy parlanchín cuyo nombre “era imposible de descifrar”. Curioso, el chófer quería saber todo sobre los italianos, qué idioma hablaban, cuántos eran, quiénes eran sus enemigos. La última pregunta tomó desprevenido al semiólogo. ¿Enemigos? ¡Los italianos no tenían enemigos! Los habían tenido antes, pero de aquello hacía mucho tiempo; su última guerra había sido hacía medio siglo y la habían empezado contra uno y terminado contra otro.
Aquella charla condujo a Eco a una reflexión profunda; recordando cuánto ayudaron a la causa nacional el increscioso alemanno o las humillaciones sufridas en Adua y Dogali, o, en tiempos más remotos, los odiados Tarquinios, concluyó: ¡qué desgracia para su nación no tener verdaderos enemigos! Esta revelación lo llevó a reescribir el axioma fundamental que ha regido todos los procesos civilizatorios desde que Dios, en un ataque de pánico, expulsó a Lucifer del paraíso: “Si no se tiene un enemigo, constrúyase”. (Construir al enemigo, 2011).
Alumnos avanzados de Eco, durante dos décadas, desde los días aciagos del desafuero, de la persecución política y de la campaña de desprestigio de los medios de comunicación que dieron forma a la mitología lopezobradorista, quienes hacemos política desde éste lado de la acera hemos ido construyendo un enemigo que ha justificado nuestro papel en la historia nacional. El fenómeno AMLO, se sabe, hubiera sido imposible sin la mafia-del-poder; la esperanza del cambio verdadero, del gobierno honesto, transparente, austero, hubiera sido vana si nuestros adversarios no representaran lo opuesto, el statu quo indeseable, la corrupción, la simulación, la opulencia.
Elección tras elección, desde entonces, el lopezobradorismo se ha afianzado como la fuerza política dominante a costa de un enemigo menguante que, de cara al proceso electoral del próximo año, se halla en una crisis existencial debido a la carencia de liderazgos, ideales y propuestas, certificándose, de la forma más vergonzosa, electoralmente derrotado. La evidente incapacidad de la oposición de ganar elecciones, es decir, de disputarle efectivamente el poder al oficialismo, debería ser una señal de alerta… a ambos lados de la calle:
Ante la ausencia temporal de un enemigo externo que, a la hora de los guamazos, ofrezca mayor resistencia que un payaso de las cachetadas, la disputa tiende irremediablemente hacia dentro de las fronteras propias propiciando, como advertía Irujo cuando dijo aquello de que se odia más al que es supuestamente hereje que al que es abiertamente hostil, luchas fratricidas que podrían minar la consolidación de nuestros éxitos electorales.
Trasladada la grilla al interior, es preciso, pienso, evitar dinámicas chovinistas, enterrar los puñales y las viejas rencillas, y fomentar el diálogo y los acuerdos, lo que solo es posible haciendo piña en torno al proyecto común.
Foto: Archivo El Ciudadano
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