La madrugada del 1 de julio de 2018, a mitad de nuestra enésima vuelta olímpica al zócalo celebrando el triunfo de la coalición Juntos Haremos Historia en la ciudad de Puebla, un veterano dirigente social apareció abriéndose paso a empujones entre la multitud; en un movimiento ágil, el septuagenario alcanzó a la candidata triunfadora y, agarrándola del brazo, la arrastró consigo:
—¡A Palacio Municipal!—arengó a la muchedumbre, levantando bien alto su sombrero de yute.—¡A Palacio Municipal!—repitió, encendido por una extraña ira, y se encaminó hacia la sede del poder político local llevando con él a su rehén y, tras ella, en marabunta, a todos los demás.
La muy oportuna intervención de un grupo de periodistas, ávidos por registrar las primeras impresiones de la insospechada protagonista de la jornada, nos salvó de cruzar la calle, sólo para estrellar nuestro rostro involuntariamente cómico contra la fachada de Charlie Hall. ¿Qué esperábamos, que nos abrieran sus puertas, acceder a su patio y subir a trompicones por sus escaleras de fino mármol de Carrara hasta su Salón de Cabildo, desde cuyos balcones entonaríamos el himno nacional y, quienes lo supiéramos, el estatal? ¿Acaso, proclamar ahí mismo, en caliente, la fundación de la Ciudad Incluyente?
No, la imagen arquetípica del asalto al poder, la del pueblo bueno irrumpiendo salvajemente en los palacios y hurgando con curiosidad obscena los resquicios de sus sillones y sus archivos históricos, y la de sus buenísimos dirigentes decretando rimbombantemente que la (cuarta)transformación ha llegado a la ciudad está en desuso; avanzando lentamente por la senda democrática, sin saltarnos las trancas ni salirnos un milímetro de sus márgenes, la verdadera toma del poder solo es posible, como afirmaba Rudi Dutschke, “tras una larga marcha a través de las instituciones”.
Dutschke argumentaba que la toma del poder solo es posible mediante la ocupación de ab-so-lu-ta-men-te todos los espacios institucionales; gramsciano avanzado, el principal líder del movimiento estudiantil alemán apostaba por penetrar consciente, ordenada y sistemáticamente en todos los ámbitos, un esfuerzo hercúleo que requiere la formación en cantidades industriales de perfiles ideológicamente afines que sean capaces, según sea el caso, de operar una fresadora o de diseñar un presupuesto público o un Plan Municipal de Desarrollo. Y paciencia, mucha paciencia:
El tránsito hacia nuevos paradigmas, ya se observa, lleva tiempo; se trata de un proceso tortuoso, frustrante, de avances y retrocesos, pero tengamos por seguro que una vez finalizado significará una conquista irreversible y una victoria estable y duradera.
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Foto: Archivo El Ciudadano
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