A lo que me refiero, es al hecho, estructura y proceso conforme al cual la vida de cada individuo se desenvuelve en tres etapas claramente diferenciadas: una primera etapa dedicada casi exclusivamente a la instrucción, en que las personas no desarrollan actividades laborales de ningún tipo; una segunda etapa dedicada al trabajo, en que las personas dejan de estudiar y de educarse, y una tercera etapa en la que se deja de hacer ambas cosas: ni se estudia ni se trabaja.
Naturalmente, esta estructuración de la vida es consecuencia de los que he llamado ‘los tres pilares de la civilización moderna’: el industrialismo capitalista, el estatismo nacionalista y el cientismo positivista. En esta sociedad estamos tan compenetrados y con-formados por las exigencias de adaptación a estos tres pilares, y nuestras vidas están tan marcadas por la separación entre la educación y el trabajo, que no nos damos cuenta de la distorsión que significa, desde el punto de vista del desarrollo humano y de la salud corporal, mental y espiritual, el modo en que se ha llegado a establecer la relación entre la educación y el trabajo.
Es la experiencia habitual de casi todos los que viven en sociedades modernas, y es lo que la economía y el Estado han predispuesto al organizar la vida colectiva. Pero hay que preguntarse: ¿es humanamente natural y apropiado para el desarrollo humano y para la salud mental, que las personas estén dedicados los primeros 20 o más años de sus vidas casi exclusivamente a estudiar e instruirse, en instituciones educacionales donde reciben innumerables datos, informaciones y elaboraciones intelectuales y científicas que sólo en pequeñísima parte les serán de utilidad, o tendrán aplicación, o siquiera recordarán una vez concluido el ciclo educativo?
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Y ¿es humanamente natural y apropiado para el desarrollo humano y para la salud mental, que los próximos 30-40 años de la vida se dediquen casi exclusivamente a trabajar, actividad en que la inmensa mayoría de las personas ejerce funciones para las que no ha sido preparada por la instrucción anteriormente recibida, debiendo en cambio aprender o re-aprender en la práctica y por la experiencia, conforme al más antiguo e ineficiente método del ‘ensayo y error’; y que durante tan largo período de la vida, dejen de leer y estudiar, excepto en lo estrictamente indispensable para el ejercicio de las funciones laborales inmediatas?
Y finalmente, ¿es humanamenta natural y apropiado para el desarrollo humano y la salud mental, que los últimos 10 – 30 años de la vida se dediquen … ni a estudiar ni a trabajar, sino a pasarlos muy pasivamente o en actividades vanales o irrelevantes, y en gran parte atendiendo y conversando sobre los propios problemas de salud?
(Pregunta marginal: ¿Hay algo que marque en la práctica real y cotidiana, alguna continuidad a lo largo de estas tres etapas tan claramente diferenciadas de nuestras vidas? Sí, la televisión, a la que se dedican varias horas diarias de pasiva entretención a lo largo de la vida, y que ayuda a liberarse del estrés que producen primero el estudio, luego el trabajo y finalmente la enfermedad).
Estoy consciente de que, para explicar el problema he exagerado al presentar los hechos y la estructura de las relaciones que se dan entre la educación y el trabajo a lo largo de la vida; pero en lo fundamental, lo que he dicho corresponde a la experiencia real de una inmensa proporción de los seres humanos que viven en las ciudades modernas.
El hecho es que actualmente esta organización de la sociedad y de la vida de las personas se encuentra en una gravísima crisis, que afecta prácticamente a toda la población. Hay una crisis del trabajo, que se manifiesta en la precarización del empleo y en el incremento de la desocupación estructural que afecta especialmente a los jóvenes; hay una crisis de la educación, cuya duración tiende a extenderse para evitar aún mayor desempleo juvenil, y que se manifiesta en el creciente malestar de los estudiantes que toman conciencia de la inutilidad de los estudios que realizan; y hay una crisis de la ‘tercera edad’, cuyas condiciones de bienestar están amenazadas por la creciente dificultad de mantener los costos de la jubilación y la salud. Estas tres crisis son expresiones -las más visibles- de la crisis de civilización en que estamos.
Frente a estas crisis nos encontramos ante la necesidad de transitar lo más rápidamente posible hacia una nueva civilización, esto es, hacia nuevas formas de vivir y de organizar la sociedad, implicando ello, especialmente, crear y desarrollar nuevos modos de educación y de trabajo, caracterizados por una muy diferente articulación entre ellos.
En la vida humana ‘natural’, el conocer y el hacer práctico son actividades permanentes que se despliegan simultáneamente a lo largo de toda la vida. Y no es sólo una cuestión de temporalidad, sino que el conocimiento y el hacer práctico se entrelazan dinámicamente, sirviéndose el uno al otro. Se conoce y ello facilita y perfecciona la actividad práctica; y se actúa y trabaja, y ello alimenta el conocimiento y plantea preguntas y desafíos que requieren ampliar y profundizar el conocimiento.
Conforme a esta relación ‘humana’ entre el conocer y el hacer práctico, la educación entendida como estudio, aprendizaje y desarrollo del conocimiento, y el trabajo, que es el hacer práctico en los distintos campos en que se requiere actividad humana para satisfacer las necesidades, aspiraciones y deseos, han de desenvolverse simultáneamente y en estrecha articulación y recíproca cooperación.
Sobre esta base hay que inventar nuevos sistemas educacionales y nuevos sistemas laborales. Lo esencial será desplegar en el tiempo, a lo largo de la vida humana, procesos que coordinen el aprendizaje cognitivo y las actividades prácticas necesarias para la vida personal y colectiva. Implica que se habrá de trabajar desde la adolescencia, pero en actividades sencillas, entretenidas, apropiadas para la edad, relacionadas con el estudio y generadoras de preguntas; trabajos que impliquen el desarrollo de las capacidades en las diversas dimensiones de la vida humana. El trabajo ha de continuar y mantenerse después siempre asociado al desarrollo del saber, durante toda la vida, mientras las capacidades cognitivas y las fuezas físicas nos acompañen.
Evidentemente, tal modo de educarse y de trabajar conllevan otro modo de vida, y muy distintos modos de organización de la economía, de la política y de la cultura. Hablamos de una vida nueva y de una nueva civilización, centradas en la creatividad, la autonomía y la solidaridad de las personas. Donde el esfuerzo cognitivo y el trabajo no sean, bajo ningún aspecto, objeto de explotación ni de subordinación de unas personas a otras. Economía solidaria y educación permanente, integradas en experiencias familiares, asociativas, comunitarias.
Pues bien, si este cambio se ve muy difícil y lejano de implementar a nivel de la sociedad en su conjunto, por todas las resistencias que es imaginable que el sólo planteo de la idea ha de suscitar, parece en cambio perfectamente realizable a nivel personal, familiar, comunitario y local, en talleres-escuela, en escuelas-talleres, o en las modalidades que la experimentación irá demostrando en la práctica que sean apropiadas y eficientes. Para desarrollar experiencias de este tipo a nivel personal, familiar, comunitario, basta la conciencia de la necesidad y el comprender la conveniencia de hacerlo, con creativad, con autonomía, en solidaridad.
Por Luis Razeto M.
Universitas Nueva Civilización
Es autor de: Fundamentos de una Teoría Económica Comprensiva; Los Caminos de la Economía Solidaria; ¿Cómo iniciar la creación de una nueva civilización; En Búsqueda del Ser y de la Verdad Perdidos; El Cosmos Noético, entre otros libros.