Amo el fútbol. Y en ese amor, trato de leer no solo la parte deportiva, sino social y política, que abarca semejante fenómeno histórico.
Hace años leí en la revista Selecciones una amplia nota al gran futbolista brasileño Pelé (Edson Arantes do Nascimento), poco tiempo después de que Brasil quedara campeón mundial en México 1970.
Lo que más recuerdo de aquella entrevista fue cuando le preguntaron a Pelé qué significaba el fútbol para su país, una nación con millones de pobres, en especial de la etnia afro.
La respuesta de Pelé, aunque mi memoria es inexacta, traía implícito algo que años después empecé a entender: “Si en Brasil no existiera el fútbol, hace rato que se habría producido la revolución social”.
Por aquel entonces me pareció una reflexión solidaria del mejor futbolista del mundo.
Y creí que Pelé lo decía, como solemos repetir los periodistas, “desde los zapatos de la gente”, es decir, desde el dolor, la miseria, la escasez, la falta de oportunidades, el racismo.
Pensé que lo decía desde el sentimiento de un pueblo víctima no solo de la injusticia y la inequidad, sino de la corrupción de los políticos que robaban los sueños que esos mismos políticos vendían para que los pobres votaran por ellos.
Pero no. Pelé, tan famoso y con tanta fortuna acumulada gracias al don de tocar la pelota como nadie podía hacerlo, hablaba desde los zapatos de la “otra gente”, de la gente del poder económico, judicial y político, de la gente que hasta ahora mira la pobreza como parte del pintoresco paisaje de Río de Janeiro, donde las favelas se tomaron los cerros mientras los ricos se tomaron las playas y el mar.
Hace casi un año, más de un millón de brasileños salió a las calles a reclamar mejores condiciones de vida, más acceso a la salud y a la educación públicas, salarios dignos, tarifas de transporte masivo acordes con el bolsillo de los pobres y un freno a la corrupción de quienes han alternado en el poder político y en el gobierno.
Y Pelé volvió a repetir su rol de bombero, de apagafuegos, con otras palabras pero en el mismo contexto histórico que casi no ha cambiado desde hace más de 50 años.
A diferencia de lo que ha dicho Neymar, la nueva estrella del balompié brasileño que juega en el Barcelona de España, Pelé ha pedido que la gente “se concentre en el fútbol”, haciendo de escudo de un sistema socioeconómico que, al parecer, vive una grave crisis fiscal.
Mientras Neymar expresa que junto a otros grandes del fútbol de su país apoya las protestas porque al gobierno le corresponde atender las necesidades de los pobres, Pelé, vestido con la camiseta de la legendaria selección nacional, ha intentado que la gente, indignada y harta, olvide la pésima calidad de los servicios públicos y trate de que el fútbol, otra vez como en el tricampeonato mundial, amortigüe la protesta social.
El malestar de los ciudadanos también apunta, justamente, al elevado gasto público (15 mil millones de dólares) por la Copa Confederaciones del año pasado, el Mundial de Fútbol que se jugará en ese país el próximo mes y las olimpiadas de 2016.
Pero en los años 70 no había internet. Ni páginas web. Ni redes sociales. Ni facebook. Ni twitter. Ni blogs. Y hoy sí.
Esta vez Pelé ha sido el centro de un abucheo y rechazo cibernético tan masivo, fuerte y resonante como los que recibe públicamente la presidenta Dilma Rousseff, una exguerrillera, militante de izquierda y brillante exministra de Lula, y como una mujer que en su juventud pasó años encarcelada y torturada por la feroz dictadura militar de extrema derecha que asoló Brasil.
El Golpe de Estado de 1964 fue protagonizado por militares brasileños contra el presidente João Goulart. Lo hicieron con el apoyo del gobierno de los Estados Unidos, la noche del 31 de marzo de 1964.
Tras el golpe comenzó en Brasil una dictadura militar que se extendió hasta la elección de Tancredo Neves en 1985 (once años duró esa tragedia) pero que pocos sudamericanos recuerdan, pues a esa tiranía que encarceló, mató y envió al exilio a muchos militantes de izquierda, la opacó el horror del pinochetismo chileno que dio el golpe militar contra el presidente socialista Salvador Allende, elegido democráticamente, y por las otras dictaduras sangrientas en Argentina y Uruguay.
Leamos lo que dicen historiadores como Manoel Soriano Neto, Vinicius Simoes y Boris Fausto, además de documentos y archivos recogidos por Wikipedia:
“El golpe fue ampliamente apoyado por periódicos cómo O Globo, Jornal do Brasil y Diário de Notícias, por gran parte del empresariado, de los propietarios rurales, parte de la Iglesia Católica, gobernadores de estados importantes (como Carlos Lacerda, de Guanabara, José de Magalhães Pinto, de Minas Gerais, y Ademar de Barros, de São Paulo) y amplios sectores de clase media.
Uno de los motivos para el golpe fue la campaña que esos medios de comunicación hicieron con miras a convencer a las personas que Goulart llevaría a Brasil a un gobierno similar al de la Cuba. Por eso se decía en esos años que “lo que era bueno para los Estados Unidos era bueno para Brasil”.
Los propietarios de tierras y los empresarios también deseaban el control de la crisis económica. El temor a la “izquierdización” era compartido por Estados Unidos, por eso el gobierno norteamericano ofreció apoyo logístico de su flota naval en el Océano Atlántico para auxiliar a los golpistas en caso de que se precipitase una resistencia armada de Goulart o sus aliados. La noticia del golpe fue recibida con alivio por el gobierno de Washington, satisfecho de saber que Brasil no seguiría el mismo camino de Cuba”.
A Pelé hay que recordarle lo que ocurrió en aquellos nefastos años, pues, en ese entonces, quizás él estaba demasiado ocupado en mirarse al espejo disfrutando de su fortuna y su fama universal.
Y a Neymar hay que aplaudirle no solo por su talento en la cancha, por sus goles geniales y su inigualable carisma para llegar al corazón de la hinchada, sino porque teniendo fama y dinero, es consciente de lo que ocurre en su país.
Así lo reportaban las agencias hace meses:
“Estoy triste por todo lo que está sucediendo en Brasil. Siempre tuve fe en que no sería necesario llegar al punto de salir a la calle para exigir mejores condiciones de transporte, salud, educación y seguridad. Todo eso es obligación del Gobierno”, indicó Neymar en su cuenta, junto con la imagen de la bandera de Brasil.
“La única forma que tengo de representar y defender a Brasil está en la cancha, jugando al fútbol. Y entro en la cancha inspirado por esta movilización”, dijo.
“Tengo amigos y familia que viven en Brasil. Por eso quiero también un Brasil más justo, más seguro, más sano y más honesto”, añadió Neymar, quien ahora usa en la selección brasileña el número 10 que hizo famoso a Pelé…”.
Mientras tanto, en su desesperación por ser escuchadas, miles de familias han llevado cartones, latas y palos y han armado viviendas alrededor de los estadios donde se jugarán los partidos.
Paradojas del Mundial: estadios espectaculares como naves espaciales cercados por miserables casitas como cajas de cartón.
Por Rubén Darío Buitrón
Fuente: http://www.cre.com.ec/