Nada se compara con estar en el desastre. Las imágenes fotográficas y televisivas nos grafican una realidad espeluznante, propias de películas futuristas que anuncian con bombos y platillos el anunciado fin del mundo. La depresión urbana se percibe no sólo en las casas derrumbadas, sino también en los rostros de los miles de damnificados que improvisan unas carpas en las afueras de lo que quedan de sus casas, sólo por el miedo a que les roben las pocas pertenencias que les quedan.
Concepción sigue siendo un caos. Sectores como Hualpén, Barrio Norte, San Pedro de la Paz, y el mismo centro urbano, fueron escenario clásico de lo que el sociólogo francés, Gustav Le Bon, llamó la Psicología de Masas.
Cuchillos, sables, pistolas, escopetas hechizas, todo tipo de armas registraron una obra de terror en el sur. Indiscriminadamente se asaltaba a medio mundo, incluida varias violaciones registradas en sectores más alejados de la urbe. Un descontrol desgarrador, que dejó las tierras penquistas como sitio de nadie. No confundir a ese panorama con lo vivido hace unas horas respecto a los saqueos a grandes tiendas de supermercados. Señores comunes y corrientes no tenían otra opción más que abrir a la fuerza los megamercados para encontrar la leche y los pañales que urgen en la ciudad. Los descarados, aquellos de las lavadoras y los plasmas, es otro cuento. Que critiquen lo que quieran, pero es otra cosa estar en el lugar de la tragedia, con días sin comer. En todo caso todo tuvo un origen: desabastecimiento.
Dicho panorama, además, se entristeció con volver a ver a los señores verdes olivo en las calles. ¿Eran necesarios?, cuesta admitirlo, pero sí. Los tanques, metralletas y aquellas botas perfectamente lustradas recordaron el trauma psíquico que significó nuestros peores tiempos como gobierno republicano: la dictadura militar.
Incluso, en un dramático llamado, el Alcalde de Hualpén, Marcelo Rivera, en medio de llantos, le pedía a la presidenta Michelle Bachelet a través de una radio mayor resguardo de seguridad, en tierras de nadie. Segundos después, segundos después de aquel desgarrador llamado, la presidenta arribaba al grupo 10 de la Fach, proveniente de la octava región, donde se le preguntó lo sucedido en el mismo Hualpén: la Michelle super star, con su magna decencia, legítimamente no supo contestar, y una de sus asesores desde sus espaldas hacía el comentario a viva voz que quedó registrado en la decena de micrófonos que entrevistaban a la mandataria: “no pregunten tonteras”. ¿Tonteras?, ahí, en esa actitud, mis queridos lectores, se entiende el porqué del pésimo manejo que el Gobierno ha hecho de las consecuencias del terremoto.
En la séptima región, el panorama no cambia. Lejos del caos penquista, en todo caso, la fotografía indica una región en el suelo, literalmente en el suelo. Constitución desapareció, Talca tiene cerca de un 30% de pueblo en pie, Parral no existe, sin hospital, sin vías de accesos, sin calles, sin nada. Retiro, muy cerca de ahí, quedó en las ruinas: sin municipalidad, sin iglesias, sin suministros de agua, sin patrimonio colonial, sin luz eléctrica, y lo peor, sin visita alguna. Aún, ni a Parral ni a Retiro, ha llegado ningún, pero ningún tipo de ayuda. Lo peor: aún hay gente desaparecida entre los escombros.
Todo esto es una depresión. Y a mi entender, las autoridades han estado lejos de lo que se esperaba. Con errores consecutivos, se ha desarrollado todo el proceso de ayuda. Ayuda como labores de rescate, que llevan parados horas esperando que la Onemi les diga lo que tienen que hacer. Bomberos nacionales y extranjeros sintiéndose inútiles en las oficinas del organismo ubicado en calle Beaucheff en Santiago, por la demora en la entrega de instrucciones. El pésimo pronóstico donde se descartaba un tsunami, cosa que finalmente se ejecutó. En fin, esto da para rato.
Lo cierto, es que estamos ante una verdadera tragedia, y ahora sólo queda ayudar. Todo es tan simple como eso.
Julio Sánchez Agurto
Director Periódico La Diagonal