La cadencia es ese momento en donde la música decide terminar, donde esa frasecita musical busca yacer para caer en un silencio o en una nueva frase. La música popular y las canciones -que son el principal formato en que la consumimos- cuentan con estructuras y orgánicas más o menos convencionales.
Estamos formados entre radios de vecinos a todo volumen, jingles que se pegan como lapas en contra de nuestra voluntad y canciones que por voluntad hemos querido consumir y todo ese kilometraje sonoro nos ha condicionado a pensar la vida en canciones, a intuir cómo terminan o cómo se resuelven estas pequeñas piezas.
Ismael Oddó, músico de Quilapayún, hijo del histórico y fallecido Willy, es un artista que mirado desde la distancia cuenta con una historia personal llena de movimientos, rica en experiencias que cruzan el exilio, el desarraigo, la música en el living de la infancia, la trágica muerte. Y con ese pasado contundente este músico se hizo cargo de apuntalar una historia personal que se inicia con su primer disco del 2011, Bando N°1, el que ya hablaba de esa inquietud estilística y que se aquilata y avanza en esta nueva entrega, Ecce Homo.
Oddó no se caza con un formato o género y lo cierto es que para los músicos, las taxonomías y rotulaciones suelen ser odiosas. Por lo mismo es que la decisión de entregar su trabajo a través de distintas sonoridades resulta ser una ventolera de frescura y libertad para quien busca oír música, buena música.
Partamos señalando que cuando titula a su disco como Ecce Homo, «He aquí el hombre», este artista se instala desde una posición consistente, resolutiva. Porque debe ser complejo -hasta intimidante- cargar con ese acervo capital que significa ser parte de la familia nuclear de, quizás, la agrupación musical más conocida y consagrada aquí y en el mundo como lo es Quilapayún. «Yo canto porque sí» es precisamente ese punto de partida en donde, con secreta patudez, declara en juguetona clave pop rock la decisión de simplemente cantar, crear y sacudirse cualquier forzosa misión que alguien quiera endosarle.
Vale apuntar que este trabajo musical cuenta en casi todas las canciones con la lírica del tremendo Eduardo Carrasco y es fascinante descubrir esta propuesta de autoría y composición, porque los imaginarios que nos ofrece este histórico músico se ajustan perfectos a los afanes musicales de Oddó. Carrasco pareciera ser una suerte de cronista, de biógrafo que conoce a Ismael como un padre a su hijo y que es capaz de cristalizar en la palabra sus infiernos y paraísos El viejo Quila es sólido en su pega; articular con naturalidad canciones que cuentan en clave biográfica la historia íntima del hijo de Willy o narrar la profunda alegría que significa el ser padre u homenajear en tono épico al eterno Víctor Jara -«Justicia»-, exigen un andamiaje sonoro natural y en Ecce Homo, el resultado es superlativo.
Pero ¿por qué empecé con eso de la cadencia? Hay algo que me resuena permanente en cada pasada que le doy a este disco y es esa ligereza con que Ismael direcciona sus canciones, más allá del estilo que decida abordar, ya que en canciones como «Un solo andar», «Aeropuerto», «Mon p’tit bonhomme» o «Indicación», las preguntas musicales pareciera que nunca quisieran ser respondidas y es en ese procedimiento en donde reside gran parte de la belleza de este trabajo. Tensiones, melodías que se mueven huidizas sin querer acabar, sílabas estiradas queriendo solo mantenerse suspendidas, son ese mecanismo compositivo que utiliza de manera perfecta Oddó en este álbum. Y la gracia de ese modo es que las cadencias nos las entrega a su pleno arbitrio, sacándonos del molde y de los viejos hábitos cancionísticos con los que fuimos educados. Jugar con las cadencias es jugar con la magia de la permanente sorpresa.
Ecce Homo es la invitación a un camino musical juguetón, ligero y la sorpresa es el condimento que termina por convertir a este disco en uno de esos trabajos necesarios de tener dentro del paisaje sonoro que cualquier persona decide llevar consigo.
Finalmente, nunca se sabe lo que pasará con él.