Que dos ministras de Estado, y algunos parlamentarios, salgan a pedir respeto y mesura luego que en la víspera los humoristas hayan utilizado el escenario de la Quinta Vergara para festinar con políticos y personajes públicos involucrados en actos de corrupción, es un signo inequívoco de que algo está sucediendo en Chile: la sociedad civil se hastió de ser burlada por la elite. Y desde ahora en adelante ‘no está ni ahí’ con ser respetuosa con quien no la respete. Se vienen tiempos indolentes. Esto es sin llorar. Tampoco es para la risa.
Primero fue la ministra de Educación, Adriana Delpiano, quien en referencia a la celebrada actuación del comediante Edo Caroe, cuya rutina se basó en reírse de la clase política, cuestión que incluyó al hijo y a la nuera de la Presidenta Bachelet, dijo que «los humoristas siempre corren el cerco, porque ese es parte de su rol y de su tarea y no será la ministra de Educación quien evalúe la rutina de un humorista (…) cuál es el límite de eso, efectivamente no me corresponde a mí señalarlo”, comentó Delpiano, a la vez que llamó a no generalizar, es decir, la ministra pidió distinguir personas e instituciones. El único problema es que a estas alturas ya no es posible diferenciar unas de otras.
Por su parte, la vocera subrogante de Gobierno, Javiera Blanco habló de “marco de respeto” y de que el Gobierno “acepta todas las manifestaciones” para circunscribir las alusiones humorísticas en el Festival de Viña del Mar. “Siempre los límites tienen que ser los respetos a las instituciones, a las personas. Creo que eso siempre hay que tenerlo a la vista”, aseguró Blanco a La Tercera.
En el mismo medio, el diputado y ex presidente del Partido Socialista, Osvaldo Andrade, manifestó que se trata de «una crítica amarga a una sociedad que está llena de privilegios» y que «dan cuenta de algo evidente, que es que la ciudadanía tiene una crítica muy áspera y ácida respecto al sistema político, los partidos y los parlamentarios. Lo que hacen los humoristas, con el talento que tienen, es transferir un estado de ánimo de la opinión pública hacia la política y eso hay que tomarlo como un dato”.
Andrade, quien a contar del 11 de marzo presidirá la Cámara de Diputados, añadió que “esto no es un problema de justicia o injusticia, de empezar a defender si estuvo bien o mal, es algo de lo que hay que hacerse cargo; este es un problema serio (…) me lo tomo en serio como fenómeno social, y de eso hay que preocuparse”.
A diferencia de la titular de Educación, quien pidió no generalizar, el diputado socialista sostuvo que no son sólo los políticos e incluyó a otros actores. “Aquí los medios se cargan al chancho, y están equivocados. También es la iglesia, los empresarios. Cuando una sociedad es tan desigual como la chilena, vamos a tener problemas, y esto pone en riesgo las instituciones», puntualizó.
No obstante que el Ministerio Público está haciendo una labor inédita en materia de persecución de delitos de corrupción y cohecho, la ciudadanía aún siente que es poco e inoportuno, por ello en todo lo que se ha visto por estos días en la Quinta Vergara, hay una pasada de cuenta de los electores hacia los privilegios de una clase que hasta ahora se sentía segura e inmune.
“Los humoristas son los nuevos justicieros de la política. En su afán por hacer justicia desde el escenario, el humorista pierde el sentido de autoridad y jerarquía. Por eso, pueden criticar a los políticos, incluyendo a la familia presidencial (…) este tipo de humor era impracticable en los 90, cuando estaba en juego el régimen político y las autoridades civiles debían imponerse ante los militares. Hoy, con una democracia consolidada, los políticos, al caer en actos de corrupción, hipotecaron ese respeto”, explica a La Tercera Mauricio Morales, cientista político de la UDP.
La ciudadanía sólo tiene dos ocasiones y dos lugares donde pasarles la cuenta a los políticos: cada cuatro años, en la cámara secreta donde puede darle rienda suelta a su rabia, escribiendo un insulto en el voto; y cada febrero, en el Festival de Viña, donde puede reírse hasta las lágrimas de ellos.
Qué positivo sería que los aludidos y los que salen a defenderlos, tengan claro que el respeto no se impone, sino que se gana.