No hay discusión alguna respecto a los conflictos que significan la función del arte en nuestra vida. Hay quienes afirman que la música debe ser simplemente ese eslabón de expresión que significa un derecho humano inalienable, absoluto; hay otras y otros que sostienen que cualquier expresión artística debe ser intencionada con un fin político, con una discursividad –en el lenguaje creativo que se quiera- que pretenda instalar tensiones, problemáticas que trabajen por mostrar las iniquidades de ocasión que experimentamos o las injusticias que por herencia llevamos a cuestas. Con Juana Rosa quiero apostar porque existe una suerte de cruza, una experiencia creativa que apuesta por ambas dimensiones, porque en esta banda de innegable fusión latinoamericana, habitan voluntades artísticas que resuenan como hermosos juegos musicales y como claros mensajes políticos –desde la mirada de género-.
Estamos transitando a través de un claro síntoma que hemos armado como sujetos y que resulta en una sociedad violenta, tan injusta con todos quienes hacemos y construimos este armatoste llamado humanidad. Los niños, los pueblos originarios, los trabajadores, las mujeres, por nombrar algunos, se agotaron de sentir que cuando toman micro o piden trabajo son siempre una incómoda alteridad, un lugar fácil de desdeñar y carajear y lo que pasa cuando escuchas a Juana Rosa, es que sientes que su música alimenta una secreta resistencia.
Un viejo grito y su eco (Pa pa pa o Paparaparapapaaaa)
Para fortuna nuestra, Los Prisioneros se hicieron cargo de nutrir espacios culturales con tremenda lucidez, hicieron la pega de apañarnos entre tanta carestía que vivimos en esos ochentas dictatoriales. Nos regalaron con onda y desparpajo mensajes que hablaban de realidades que no ocupaban tribunas mediáticas ni portadas que develaran cualquier conflicto que sintiésemos como propio.
Ahora pienso en Juana Rosa y en su primer sencillo, Eco, que ofrece un trabajo musical sólido, fundado en una intención musical que abraza sin culpas y sin miramientos una sonoridad latinoamericana, una rítmica que homenajea a ese Perú Negro de los setentas y que por sobre todo, nos viene a desarmar nuestros lugares comunes, nos viene a sacudir nuestras miradas cagonas acerca de quiénes protagonizan las experiencias musicales. Juana Rosa es un grupo conformado exclusivamente por mujeres y todo lo que pasa con ellas es de una tremenda calidad, porque cada nota ejecutada, cada ataque en los instrumentos, cada frase cantada, cada compás escrito, circula desde una naturalidad que aniquila cualquier prejuicio y se sostiene en sí mismo, sin explicaciones ni excusas.
Eco, regala en su coro un Paparaparapapaaaa como una nueva y refrescante figura en formato coro que al igual que ese ochentero Pa pa pa que los cabros de San Miguel nos propusieron en “La cultura de la basura”, ambos compartiendo una misma naturaleza: transitar como un juego fonético, como una linda jugarreta silábica mientras bailamos y reímos en cualquier fiesta, en cualquier espacio en donde la excusa sea gozar.
Como si fuera un viejo grito y un eco.
El arte con las mismas reglas
Pasan once canciones de este primer disco de las Juana Rosa, ofreciendo un abanico que contempla imaginarios afro, cuecas, y piezas que relatan, por ejemplo, claritos desamores como en la canción ¿Por qué no vení pa’ acá?, con una fuerza que se lo quisiera cualquier machito de la vieja escuela. Nadie imagina que ese acordeón de entrada –entre golpes de cajón peruano y una tromba de voces en armonía-, son un punto de partida para una discursividad de mujer profundamente resuelta, clara y sin culpas, que solo ofrece en medio de una exquisita canción, un llamado a ese loquito para que pare la tontera y se deje de huevás. Es en esa interpelación tan profunda y tan bien interpretada en donde también radica la propuesta de estas chiquillas, porque el desamor no solo es un drama en formato teleserie; el desamor también es una exquisita canción que está construida por talentosas mujeres, en donde nadie es menos que nadie, en donde el sonido, la emoción y la palabra son las reglas del juego. Para todas y para todos.