Puerto Rico es un rico puerto colonial desde donde se embarcan pagos hacia bancos y corporaciones multinacionales que superan los $72.000 millones todos los años. Sin embargo tal como lo propone su clase política el desafío económico fundamental de la relativamente pequeña isla de Puerto Rico consiste en viabilizar un Gobierno profundamente endeudado que intenta administrar una economía en colapso y que dice depender para sobrevivir de $18.000 millones en aportaciones provenientes del bolsillo de los contribuyentes de la metrópolis.
La clase política y el pueblo en general están convencidos que el planteamiento es correcto a pesar de que Puerto Rico tiene una de las economías más dinámicas del mundo emergente. Con solo 3,5 millones de habitantes y una fuerza laboral en la economía oficial de un poco más de 1 millón de trabajadores, tuvo una economía cuyo PIB ascendió en el 2010 a $96.000 millones y que aun a pesar de la crisis alcanzó un Producto Interno Bruto de $98.000 millones en el 2011.
En realidad el problema crucial es otro. El verdadero problema consiste en que la Isla cuenta con una cultura en hilachos, incapaz de generar un ambiente civil que provea una sociedad justa con altos objetivos sociales y morales. Es decir, una cultura que provea una calidad de vida razonable y una economía sustentable anclada en una cultura ajustada a sus idiosincrasias. La coyuntura que confrontamos nos plantea a los puertorriqueños si deseamos sobrevivir como país culto, o permanecer como gueto ultramarino de trabajadores-consumidores al servicio de inversionistas externos.
La creencia generalizada en nuestra Isla es que nuestra cultura se encuentra moribunda por lo que la asimilación a la cultura norteamericana se propone como una alternativa real para asegurarnos que no nos muramos de hambre y necesidad al garantizar la llegada a nuestras playas de miles de millones de dólares del bolsillo de los contribuyentes norteamericanos. Es difícil concebir como los puertorriqueños han sido convencidos de tal monstruosa falsa creencia cuando los $18.000 millones que se reciben es una cantidad minúscula ante los $72.000 millones que se envían a bancos y corporaciones norteamericanas todos los años.
LA CONSECUENCIA DE UN DESARROLLO FIADO
Que la economía esté a punto del colapso es fácil de entender a pesar de contar con un ingreso bruto de $135.000 millones sin contar el producto de la economía sumergida que se estima en $26.000 millones adicionales. Sin embargo como dijimos al principio, la economía tiene una fuga bruta de pagos al exterior que ya sobrepasa $72.000 millones anuales. Nada más las ganancias que exportan las empresas manufactureras que operan exentas de pagos de impuestos se estiman en $34.000 millones anuales y a esa cifra se les suman las ganancias de la extensa red de mega-tiendas extranjeras radicadas en la Isla. Haciendo un sencillo ejercicio aritmético se evidencia que si el capital invertido en esas fábricas fuese en parte puertorriqueño, una fracción de esos $34.000 millones de ganancias anuales permanecerían en Puerto Rico para usarse para promover más desarrollo.
Pero eso no es todo, la fuga comprende también los pagos por una deuda pública externa que asciende a $64.000 millones invertidos en desarrollar infraestructura para apoyar la operación de la base industrial extranjera. Y no olvidemos los intereses de usura que pagamos por la deuda privada. Recordemos que por cada vivienda que se vende en la isla, y se venden miles cada año, un comprador se compromete a enviar a los Estados Unidos entre $6.000 a $40.000 todos los años durante 30 años. Por cada automóvil que se vende, el comprador se compromete a enviar a alguna casa financiera o banco en los Estados Unidos $2.400 a $15.000 todos los años durante siete años (cada año se venden alrededor de 100.000 automóviles).
Los pagos de varios millones de tarjetas de crédito, así como los préstamos de miles de estudiantes universitarios también se añaden a ese flujo de pagos hacia el exterior. Pensamos que las viviendas y autos que compramos nos pertenecen. Eso es falso, mientras no hayamos saldado la cuenta, todas esas cosas pertenecen a bancos externos. Mucho de lo que reclamamos como nuestro, pertenece en realidad a algún Banco o casa financiera extranjera a los que debemos hacer pagos todos los meses. Como vemos el problema económico se debe a que se ha seguido un modelo de desarrollo basado en el consumo personal exagerado financiado por deuda extranjera y en la instalación de fabricas «prestadas» que no ven a Puerto Rico como un país sino como un gueto de trabajadores a ser explotados.
Lo peor de esta situación es que ha sido el resultado de una política pública que favorece las inversiones extranjeras sobre las inversiones de capital puertorriqueño, forzando a este último a emigrar. Esta emigración de capital ha tenido la nefasta consecuencia política de desligar los intereses de la clase empresarial-inversionista puertorriqueña de los intereses del pueblo en general.
No nos equivocamos si afirmamos que la fuga de $72.000 millones anuales del ingreso de nuestra economía hacia el exterior se encuentra entre los mayores del mundo. Afortunadamente una robusta Balanza comercial ($22.000 millones en el 2010) y aportaciones federales netas ($18.000 millones en el 2010) reducen el flujo neto (Balanza de pagos) hacia el exterior a unos $32.000 millones o sea aproximadamente un 32% del Producto Interno Bruto; o sea $9.140 per cápita.
El déficit porcentual de la Balanza de Pagos de nuestra economía es el mayor por mucho de todas las economías del mundo. Grecia y Portugal, países donde la crisis actual ha llegado a los extremos, nos siguen el paso… de lejos. Más importante aun, el déficit porcentual de la Balanza de Pagos de Puerto Rico respecto al PIB no sólo es el peor de todos, sino que es al menos ocho veces mayor que el promedio. Por dar un ejemplo, si Grecia tuviese un déficit en su balanza de pagos per cápita como el de Puerto Rico con un población de 10.000.000 su déficit en la balanza de pagos sobrepasaría los $100.000 millones; en otras palabras Grecia hubiera desaparecido hace muchos años embargada por los ricos del mundo.
¿Y CÓMO LLEGAMOS AQUÍ?
Fue en seis etapas; la colonia tradicional vuelta obsoleta al final de la Segunda Guerra Mundial se comenzó a transformar. Primero llegaron las fábricas a sustituir las antiguas centrales azucareras, tras ellas vinieron las hipotecas FHA para urbanizar la Isla, luego vinieron los préstamos para la compra de automóviles, seguidos por las tarjetas de crédito; finalmente, las grandes empresas de ventas al detalle aprovechan con intereses de usura la bonanza del amplio crédito disponible a los isleños.
Al presente nos encontramos en una sexta etapa donde comienzan a llegar empresas dedicadas a comercializar los servicios públicos. Las carreteras, el recogido de basura, la seguridad ciudadana, el cuido de salud, y la educación se convierten en productos rentables que añaden a la remisión de fondos que fluye hacia el exterior. No nos sorprendería que un día al levantarnos nos enteramos que se ha creado la Autoridad de Aire Puro, con su consabida Alianza Público Privada dedicada a mantener, con pingües ganancias el aire que respiramos.
¿Ha sido un éxito o un fracaso económico la relación actual con nuestros conciudadanos del Norte? No hay duda de que desde el punto de vista del sector privado estadounidense ha sido un gran éxito. Cuando hablamos de Dependencia, ¿de qué Dependencia es que hablamos? ¿De la Dependencia del sector privado estadounidense a las transferencias anuales de $72.000 millones desde Puerto Rico, o de una supuesta dependencia de la economía de la Isla en donaciones de $18.000 millones enviados a la Isla por los contribuyentes norteamericanos y que representan tan solo un 11% del ingreso de la misma. Si bien es cierto que recibimos miles de millones del arca federal la mayor parte son pagos de Seguro Social, Medicare, Desempleo y pensiones a veteranos por los cuales nuestros trabajadores han cotizado durante su vida laboral y de otra parte también incluye los gastos de mantenimiento de la burocracia norteamericanas en la Isla.
Los $72.000 millones son el cascabel del gato al que tenemos que prestarle atención. Es evidente que hablamos de una relación parasítica, que nos ha convertido en lo que los economistas llaman en su argot financiero, un extraordinario cash cow. Esta tiene que ser la mayor «debilidad estructural» de nuestra economía. Tenemos una Balanza de pagos deficitaria ascendente al 32% del PIB, lo que resulta en que los ingresos disponibles para consumo, ahorro y gasto gubernamental localmente sean una exigua y disminuyente fracción del PIB y del ingreso total de la economía.
Intereses en el exterior se lucran de una extraordinaria bonanza, mientras el gobierno local se ve forzado a eliminar de su nómina a 25.000 servidores públicos por falta de fondos y privar a los contribuyentes de los servicios que ellos prestan. Se sacrifican servicios públicos de toda clase mientras la Banca, compañías financieras, corporaciones manufactureras y empresas extranjeras de distribución de productos de consumo aumentan sus caudales con las alforjas de dinero que les llegan de nuestra Isla.
Estos son síntomas de una escandalosa explotación que señala a gritos que ha llegado el momento para que la incongruente economía puertorriqueña figure prominentemente en las discusiones sobre nuestra notoria relación colonial actual con los EEUU; el confusamente llamado Estado libre Asociado (que ni es Estado, ni Libre y ni Asociado) no es más que un muñeco de paja para distraernos del verdadero problema: la vergonzosa explotación del capital humano puertorriqueño y de sus recursos naturales y de infraestructura.
Nos parece estar viviendo una versión mejorada y más sofisticada de los antiguos Company Towns de triste recordación en nuestra historia de la primera parte del siglo XX -o como dirían muchos de nuestros conciudadanos «a new and improved versión» de explotar la tierra y sus naturales mucho más rentable que los esquemas anteriores de colonización. El libreto para el desarrollo que se implantó después de la Segunda Guerra Mundial es en realidad un remix donde el rol de las compañías azucareras como la Aguirre Sugar, o la South Porto Rico Sugar y la Fajardo Sugar y sus company towns fue asumido por corporaciones multinacionales que no ven a nuestra Isla como un país sino como un enorme Company Town, que no es otra cosa que un gueto de trabajadores y consumidores agobiados por préstamos a intereses de usura.
Para nosotros nuestra relación con la metrópolis colonial es la culminación de un ciclo de explotación de nuestra isla que comenzó en el siglo XVI con las encomiendas de indígenas, más tarde con haciendas esclavistas, seguidas por los company towns de las centrales azucareras para culminar en la madre de los Company Towns que es el Estado Libre Asociado; vuelto ahora obsoleto, inculto y en quiebra.
La mayor de nuestras falsas creencias es que la Isla nos pertenece: que no somos más que una gente viviendo de «arrimados» en un gueto ultramarino norteamericano. La Constitución Norteamericana es clara: el dueño último de los terrenos de la Isla es el Congreso que cuenta con Fuerzas Armadas suficientes y el Derecho Internacional para respaldar su reclamo. Admitámoslo: desde el punto de vista de Derecho somos un pueblo sin tierra, como los gitanos o los kurdos.
Debemos reclamar que el Título de propiedad de la Isla de Puerto Rico sea traspasado del Congreso Federal, su actual dueño, al Pueblo de Puerto Rico su verdadero dueño histórico por medio de compra para que podamos construir un muro aislante (un barrera corta-fuego) que nos permita reconstruir las ruinas de nuestra cultura y economía en una tierra que nos pertenezca (¿qué sentido tiene desarrollar una isla que no nos pertenece?). El que el Pueblo de Puerto Rico le compre la isla al Gobierno federal dejaría sin vigencia la Clausula Territorial y todos los poderes del Congreso pasarían a manos de los nuevos dueños soberanos: los puertorriqueños. Sería una transacción puramente inmobiliaria que el Congreso está autorizado a realizar como así lo indica la Clausula Territorial de la Constitución Norteamericana.
La Soberanía conjuntamente con el altamente desarrollado capital humano con que contamos (que nos ha costado un ojo de la cara pero que ahora se ve forzado a abandonar la Isla porque no hay sitio para ellos) y sin las restricciones que nos imponen la legislación federal como las leyes de comercio interestatal y otras, facilitaría la diversificación de la economía. Esto ofrecería nuevas opciones de expansión a la industria ya establecida; además de facilitar el establecimiento de un polo financiero (como lo ha hecho Panamá) que muy fácilmente podría competir ventajosamente con otros polos similares en el Caribe y en el mundo. Es necesario integrar las farmacéuticas y otras empresas foráneas a la economía puertorriqueña aunque las últimas pertenezcan a intereses extranjeros. De la misma manera es necesario estimular la formación e inversión acelerada de capital autóctono en nuestra tierra. La Soberanía de la Isla en manos de los puertorriqueños no es un capricho o un atavismo nacionalista; estamos hablando de una necesidad imperiosa para intentar salir de la encerrona en que nos han metido más de cinco siglos de coloniaje.
Por Víctor Sánchez Cardona
12.09.12
Publicado en Adital
Fuente fotografía