El fútbol mantuvo durante los años más duros de la dictadura el espíritu colectivo del pueblo chileno. Fue un gran aliado durante décadas de violencia y transformaciones.
Es tiempo para recordar. Y siempre sirve. Es sano y hasta permite sopesar los avances y caídas. Cuarenta años no sólo atestiguan cambios sociales, transformaciones políticas y hasta mutaciones económicas. De seguro hay más donde escudriñar. Todo cambió en Chile en esas cuatro décadas. Y probablemente, el fútbol también se suma a este trabajoso repaso. Porque evolucionó con la gente y la realidad nacional. Para bien y para mal.
Nunca dejó de ser el aliado en momentos en que hizo falta. En plena represión tras el golpe militar, fue el Colo Colo ’73 el que regaló sonrisas a un pueblo sombrío. Su segundo lugar en el continente recuerda que faltó poco para la gloria. Pero esa generación mantuvo vivo el romanticismo dentro del campo de fútbol que años antes se enarbolaba como grito de libertad en las urnas. A diferencia del uniforme castrense que anidaba prepotencia, las camisetas del equipo albo de Caszely, “Chamaco” Valdés y Véliz o aquél glorioso Palestino de Fabianni, Manuel Rojas y Elías Figueroa emocionaron los domingos en años tristes y vacíos.
Durante los 80, esa misma valentía de la clase trabajadora que buscaba cambiar el entorno opresor levantó desde áridos e inhóspitos terrenos del abandono, a un Cobreloa que surge como entretención para incansables faenas de extracción mineral y se catapultó como un grito de triunfo y renovación. Un presagio de lo que vendría.
Hubo que sufrir. La engañosa bonanza económica fue una bofetada tan artera como la eliminación en España 82. La irrealidad siempre generó tropiezos traumáticos. En esos años, las corridas imparables del “Pato” Yañez encarnaban la ilusa idea de escapar del flagelo del atropello. Supimos de tensión, trampa, mentira y las ansias frustradas de romper la opresión, las mismas que se reflejaron en esa cara cortada del “Cóndor” Rojas cuando aún se deambulaba en el miedo y la incertidumbre de asumir la conducción de un orden restablecido a medias.
Pero hubo premio. El Colo Colo de Jozic hizo que como tantas veces, el balón de fútbol reflejara el espíritu de una nación emergente, sin complejos. La Copa Libertadores de 1991 se quedó en nuestro suelo y vino a remarcar el grito de esperanza que años antes se expandió en las calles y avenidas con el retorno de la democracia. Nuevamente, el deporte de las masas se instalaba como espejo innegable de los nuevos albores del Chile pujante y colorido.
Con el abuso de la bonanza vinieron los años de despilfarro. Como la emancipación de los malls y las transnacionales, los denominados “equipos grandes” se llenaron de figuras de renombre que engalanaron los estadios sumando una cuenta en contra que terminó con clubes quebrados, sobrepasados en su pretensión de trascender más allá de sus reales posibilidades históricas. Era un manojo de ilusiones mundanas que al igual que en noventa minutos de juego en Francia 98, llevaron al chileno medio a creer y soñar con el éxito de la mano de procesos cojos.
Hubo orden, planificación y disciplina para salir del mal momento. Si las calles y sus oportunidades supieron de ello, períodos como los de Bielsa en “La Roja” y Sampaoli en la Universidad de Chile -con la obtención de la Copa Sudamericana- vinieron a confirmar la receta del nuevo éxito. El trabajo y la metodología hace la diferencia y ayuda al que quiere más.
Hoy, el fútbol sigue siendo una gota de agua dentro de ese gran lago llamado Chile. Tal como el país y sus principales capitales, el juego del balón le pertenece a unos pocos. Las sociedades anónimas que manejan a las instituciones de antaño están bajo el alero de los mismos que dirigen los destinos de una nación movida por el dinero, los intereses mayores y un Estado no garante de los derechos más básicos. El hincha de ayer perdió sus atribuciones tanto como el ciudadano común se ve postergado en estos días si no trae una chequera en el bolsillo.
Tal como en estos quiebres y luchas sociales, dentro del campo también hubo héroes que rompieron el molde. Salas y Zamorano no necesitaron respaldos mayores para cambiar la mentalidad de generaciones nuevas que hoy aspiran a algo más que el triunfo moral. Como los políticos de ayer que desafiaron a Pinochet y crearon una nueva perspectiva de lucha, estos dos gladiadores inspiraron a un Alexis Sánchez o Matías Fernández para sobreponerse a la mediocridad heredada por siglos y vestirse de modelos en tiempos en que poco se sabe a quién seguir.
De seguro, con sus ripios y pecados, el fútbol fue un invaluable aliado en estas décadas de transformaciones forzadas y violentas. Es cosa de recordar las tribunas llenas en plena década del ‘80. Por más que uno dejara la cancha al son de “El Séptimo de Línea”, allí surgió el espíritu colectivo que removería los cimientos de una comunidad sometida. Y siendo bien francos, este país y su gente atribulada por su necesidad de triunfo y libertad le debe mucho más de lo que puede llegar a imaginar…
Por Ricardo Pinto Neira
El Ciudadano Nº146 / Clarín Nº6.923
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