Le dijeron que no fuera, pero terco como era, Pinochet se autoinvitó al cambio de mando en Brasil.
Era marzo de 1974 y la dictadura chilena ya había mostrado sus dientes al mundo. El bombardeo al palacio de gobierno, cuerpos de fusilados en los ríos y miles de detenidos eran la imagen labrada por la junta militar tras el golpe contra el gobierno de Salvador Allende. Desde ese día Chile se convirtió en un paria internacional y, totalmente aislado, Augusto Pinochet vio en el cambio de mando en Brasil -de un militar a otro militar- la oportunidad de su primer viaje internacional.
Nadie lo esperaba.
Los cálculos de la dictadura militar brasileña -instalada en 1964 y la primera en el cono sur inspirada en la doctrina de la Seguridad Nacional contra el comunismo- sólo apuntaban a distanciarse de Pinochet. El diseño transicional brasileño, definido como una ‘apertura lenta, gradual y segura’ , a quien menos necesitaba era a ese militar en penumbras, de lentes oscuros y brazos cruzados que se había convertido en el carnicero mundial de los derechos humanos en menos de un año. Siguiendo esa ecuación, la diplomacia del Palacio Itamaraty le hizo ver expresamente al embajador chileno en Brasilia, el ex-almirante Hernán Cubillos Leiva, que Pinochet no era bienvenido.
Pero, terco como una mula, el dictador igual se subió a un avión de la FACH y llegó a Brasil.
Pinochet quería estar en el cuarto traspaso de mando de la dictadura militar brasileña. Tras el derrocamiento del último presidente electo democráticamente, João Goulart, el 31 de marzo de 1964, se sucedieron Humberto Castelo Branco (1964-1967), luego el mariscal Costa e Silva (1967-1969), seguido de Emílio Garrastazu Médici (1969-1974), quien tuvo especial preocupación para desarticular el gobierno socialista de Salvador Allende. La historia brasileña recuerda ese período histórico como los años de plomo; los militares chilenos que prepararon el golpe en Chile lo veían como un modelo a acompañar.
Y no eran los únicos.
La pose de Ernesto Geisel (1974-1979) fue ocasión para recibir a los personajes del nuevo cuadro de dictaduras surgidas en América del Sur instigadas por Estados Unidos. Además de Pinochet, llegaron Hugo Banzer, quien en 1971 había dado un golpe en Bolivia; y el uruguayo Juan Maria Bordaberry, quien había disuelto el Parlamento en junio de 1973. Sin embargo, la invitada estrella era Pat Nixon, esposa del presidente norteamericano, cuya presencia provocó la ira de Lucía.
Saludo protocolar entre Ernesto Geisel y Augusto Pinochet en Brasilia, marzo 1974.
Era la primera oportunidad para posar fuera de Chile como primera dama para la esposa del dictador chileno. Ya con ocasión del Te Deum del 18 de septiembre de 1973, Lucía se instaló en primera fila, relegando a las otras cónyuges de los golpistas a un discreto segundo plano. Con esas ínfulas subió al avión rumbo a Brasil. Había destinado su mejor vestido de dos piezas y nuevas joyas para lucir en el evento. Sin embargo, una vez en Brasilia costó convencerla de que se trataba de una ceremonia protocolar en donde Pinochet debía asistir solo. Le costaba entender los códigos de la diplomacia, no podía comprender por qué Pat Nixon era convidada y ella no, en su cabeza de esposa de oficial militar no entraba de que Pat era la principal representante del gobierno norteamericano.
“El revuelo en torno de Pat llegó a generar una atronadora crisis de celos de Lucía, la esposa del dictador chileno, frustrada por el hecho de que solo la estadounidense hubiera sido convidada a la ceremonia de investidura en el Congreso”-cuenta el periodista brasileño Roberto Simon, autor de El Brasil de Pinochet. La dictadura brasileña, el golpe en Chile y la guerra fría en América del Sur’ (Lom Ediciones, 2023) .
Incapaz de asimilar, Lucía sufrió un ataque de nervios que obligó a sus escoltas a coordinarse con los militares brasileños, acabando la esposa de Pinochet en un hospital de las Fuerzas Armadas, en donde fue medicada para que se tranquilizara. Por su parte, el gobierno brasileño se preocupó de acallar completamente el caso.
El libro de Simon surgió luego de una serie de reportajes publicados por el periodista en O Estadão de São Paulo, con ocasión de los 40 años del golpe contra la democracia chilena.
Simon, además de periodista, tiene un postgrado en Relaciones Internacionales en la Escuela de Gobierno Harvard Kennedy School. Mientras fue reportero de Estadão, realizó coberturas en Haití, Honduras, Paraguay, Chile, Egipto, Irán y Palestina. Además fue editor de Americas Quarterly, articulista de Folha de São Paulo y publicó artículos en Foreign Affairs y Financial Times. Hoy se desempeña como analista internacional radicado en Nueva York.
En 2013 fueron abiertos los archivos del Departamento de Ordem Política e Social (DOPS), la extinta policía política de la dictadura brasileña, lo que empujó un revival por la memoria de dicho período en Brasil. En ese contexto, Simon pesquisó el acervo histórico de Itamaraty (Ministerio de RREE) y el del Archivo Nacional en Brasilia. Un año después se mudó a Washington, en donde accedió a los documentos mantenidos por el National Archives, que incluyen oficios del Departamento de Estado, la CIA y de otras agencias norteamericanas.
El material fue enriquecido con la consulta de los archivos de la Cancillería chilena, lo que sentó una sólida base de fuentes documentales de tres países, que le permitió poder reconstruir la intrincada relación de la diplomacia brasileña con el gobierno de Salvador Allende (1070-1973) y la dictadura militar de Pinochet (1973-1990). Además Simon entrevistó a decenas de fuentes de primera mano, con lo cual fue chequeando las información contenida en los archivos, entre los que figuran ex-diplomáticos, ex-guerrilleros, exiliados brasileños en Chile, políticos y ex agentes de inteligencia. El trabajo de Simon es así una investigación periodística, pero al mismo tiempo de profundo contenido histórico.
Tras ocho años de pesquisa, en febrero de 2021 publicó en Brasil ‘O Brasil contra a democracia’ (Companhia das Letras), libro traducido al español por LOM Ediciones con ocasión de los 50 años del golpe de estado. Dividido en tres partes, el libro se inicia con la postura de rechazo del régimen militar brasileño al gobierno socialista de Allende en Chile; es seguido por un capítulo dedicado al rol de los militares brasileños en el golpe de estado de septiembre de 1973; y finaliza con la compleja relación mantenida entre las dictaduras de Geisel y Pinochet.
El libro también es una puerta a los opacos salones, gestos y relaciones del protocolar mundo de la diplomacia, permitiendo visibilizar sus resortes, los juegos tras bambalinas y sus discretos códigos.
LAS GESTIONES DEL EMBAJADOR
Al final de la tarde del martes 11 de septiembre de 1973, luego de que la bandera chilena ardiera tras el bombardeo del Palacio de la Moneda, el cuerpo del presidente Allende fuera retirado camino al Hospital Militar y mientras aún se escuchaban disparos en la ciudad, un auto negro de patente diplomática atravesó raudamente desde el Palacio Errázuriz, sede de la legación brasileña en Santiago, hacia la Escuela Militar. Adentro iba un hombre robusto de 1.80 metros y pelo corto. Era el embajador Antônio Cândido da Câmara Canto, quien sería el único extranjero en la improvisada primera reunión de los generales golpistas.
Palacio Errázuriz, sede de la embajada brasileña donde operó Câmara Canto
No fue una decisión apresurada. Câmara Canto conocía muy bien los códigos de la diplomacia y sus gestos. Según comenta Simon el embajador “era disciplinado y conocía las reglas de la diplomacia. No fue una decisión por cuenta propia”.
Embajador Antônio Cândido da Câmara
Conservador y furibundo anticomunista, Câmara Canto fue nombrado embajador en Chile por Emilio Garrastazu Médici en 1969, un año después de presidir la Comisión de Investigación Sumaria, establecida en 1968, destinada a sacar a “izquierdistas, homosexuales, borrachos y vagabundos” del cuerpo diplomático brasileño. En 26 días destituyó a 13 funcionarios de carrera. Câmara Canto había hecho carrera en Itamaraty desde los 28 años, destacándose como un burócrata eficiente. Ya en los sesenta fue jefe del Departamento de Promoción de la cancillería brasileña, cargo que ocupó para perseguir izquierdistas y afeminados. Después del golpe que terminó con el gobierno de João Gulart, aprovechó de ascender bajo la sombra de los militares.
En Chile aprovechó su gusto por los caballos para inscribirse en un club de equitación frecuentado por militares, en donde estableció contactos con altos oficiales de las fuerzas armadas chilenas. Los llamaba con su nombre de pila, comenta Simon.
A Câmara Canto también acudió Sergio Onofre Jarpa, en ese entonces alto dirigente del Partido Nacional, quien en septiembre de 1971 golpeó la puerta de la embajada brasileña solicitando dinero para comprar armas y así poder levantar una lucha contra el recién electo gobierno de Allende. Pese a mostrarse solícito, el embajador prefirió mantener el apoyo sólo a los militares. Estaba al tanto que apenas dos meses después de asumir la Unidad Popular, la Marina ya había iniciado contactos con sus pares brasileños para comenzar a planificar el golpe. Estados Unidos también sabía de dichos encuentros.
LA COMUNIDAD DEL EXILIO MÁS GRANDE
Otro foco de Câmara Canto en Santiago fue la comunidad de exiliados brasileños, la más grande en Chile después del golpe militar en Rio de Janeiro. Bien organizada, la comunidad se había insertado fuertemente en el proceso de la Unidad Popular, organizando eventos de divulgación sobre la persecución política en Brasil, manteniendo un restaurante en Santiago y creado el Frente Brasileño de Informaciones (FBI), dedicado a publicar y difundir las denuncias contra la dictadura militar en su país.
Pasaron por Chile el educador Paulo Freire, el sociólogo Theotônio dos Santos; Cândido da Costa Aragão, conocido como ‘el almirante rojo’; la guerrillera Maria Lara Barcellos; José Serra, ex-presidente de la Unión Nacional Estudiantil (UNE) y posteriormente político y senador; y el también político y periodista, Márcio Moreira Alves. En palabras de Simon, Santiago se transformó desde fines de los sesenta en la capital del exilio brasileño, siendo la comunidad más grande de extranjeros al momento del golpe.
Una comunidad tan grande y bien organizada despertaba resquemores a la dictadura brasileña, la que tenía a varios agentes operando en Santiago, incluso infiltrados al interior de los colectivos de exiliados. Según cuenta Simon, en Santiago operaba el más sofisticado esquema de espionaje del régimen militar brasileño en el exterior. El anticomunismo delirante de la guerra fría de Câmara Canto empujaría aún más las cosas, llegando a concebir que en el sur de Chile se estaba entrenando a los brasileños exiliados en un gran campamento de guerrilleros.
BRASIL CONTRA ALLENDE
Para la dictadura brasileña el Chile de la Unidad Popular representaba la Cuba del Pacífico, destaca Simon. En un tablero regional dominado por la guerra fría y la lucha anticomunista promovida por Estados Unidos en la región, que Chile virara a la izquierda en las elecciones de 1970, representaba un grave peligro, considerando que el general Juan Velasco Alvarado presidía un gobierno de izquierda en Perú; en tanto Bolivia, también era dirigida por un general izquierdista, Juán José Torres, que sería suplantado en 1971, cuando se inició la dictadura de Hugo Banzer.
Ante dicho panorama, la cancillería brasileña, comandada por Gibson Barbosa encomendó a Câmara Canto estar atento a los movimientos de los militares en Chile, manteniendo al mismo tiempo una relación distante con el gobierno de Allende, quien designó como su representante en Brasilia al abogado radical Raúl Rettig. Un primer problema bilateral fue la solicitud de asilo de un grupo de militantes de izquierda que habían secuestrado al embajador suizo en Brasil. Allende, un poco a regañadientas, se vio obligado a recibirlos entre un grupo de 70 nuevos exiliados.
Al mismo tiempo comenzaron a llegar a Brasil foragidos del movimiento de extrema derecha, Patria y Libertad, quienes también establecieron contacto con los militares en el poder. João Figueiredo, quien en ese momento era jefe de la Casa Militar del gobierno de Médici, llegó a planificar la creación de un foco guerrillero en Chile, plan del que se enteró sorpresivamente el embajador Rettig. El plano consistía en aprovechar a los disidentes chilenos de ultraderecha, formarlos y enviarlos de vuelta. Incluso llegó a oídos del embajador chileno que en salas de maniobras de Figueiredo se escenificó el territorio chileno, estableciéndose la Línea del Malleco como el espacio en disputa entre las fuerzas leales a Allende y los sublevados.
El ex Patria y Libertad, Roberto Thieme, quien estuvo en Brasil por esas fechas, confirmó con el autor del libro el interés de los soldados brasileños de apoyar un foco guerrillero en Chile.
Posteriormente Figueiredo sería jefe del Servicio Secreto (SNI) bajo el mando de Geisel y, luego se transformaría en el último gobernante militar de la dictadura, entre 1979 y 1985.
Entre las gestiones solicitadas a Brasil por los conspiradores de la Armada chilena fue evitar que en caso de golpe de estado, el gobierno de Velasco Alvarado atacara Chile. Para ello envió semanas antes del golpe a Roberto Kelly, emisario personal de José Toribio Merino a Brasilia, quien se encomendó de mover a la dictadura brasileña para que asegurara de que Perú no entraría en guerra con Chile.
Por eso no fue extraño ver al embajador brasileño en la Escuela Militar la noche del golpe. Su visita era para transmitir que la dictadura brasileña reconocía a la junta golpista chilena. Simon comenta que la presencia de Câmara Canto en esa tensa velada, le valdría el apodo de ‘el quinto miembro de la junta militar chilena’. En la oportunidad, fiel a su estilo, el diplomático aprovechó de recomendar a las nuevas autoridades autodesignadas de que aprovecharan de expulsar a todos los homosexuales del aparato del Estado y la diplomacia.
EL APOYO A PINOCHET EN LAS PRIMERAS HORAS
Brasil fue el primer país en ofrecer auxilio financiero a la dictadura, cuando Estados Unidos por las apariencias quería mantenerse alejado del reciente golpe que había instigado en las penumbras. Una vez asegurado el control por parte de los militares chilenos, más de 50 toneladas de víveres fueron despachados por el presidente Médici en cuatro aviones militares que hicieron un vuelo directo a Santiago.
Otro rol cupo a Brasil en salir a defender a la dictadura chilena ante la diplomacia global. Simon comenta que desde las primeras horas los poco experimentados representantes de Pinochet tuvieron que enfrentar la condena por las violaciones a los derechos humanos en Naciones Unidas y a la hora de negociar créditos, sus pares brasileños le prestaron importante ayuda.
Fue así que el embajador brasileño en Naciones Unidas, Sérgio Armando Frazão, llegó a elaborar el discurso del vicealmirante Ismael Huerta en la 28ª Sesión Anual de la Asamblea General de la ONU a fines de septiembre de 1973. La presentación del chileno fue boicoteada por los delegados árabes, africanos y de los países socialistas, con la excepción de China y Rumanía.
“Verde en el arte de la diplomacia, la nueva dictadura sudamericana había buscado ayuda en el veterano Itamaraty para batallar en la ONU. Con la caída de Allende la cancillería brasileña asumió la misión de defender a la junta chilena en la arena de la diplomacia global”-comenta Simon.
También la dictadura brasileña aprobó un préstamo de 220 millones de dólares de la época con muy bajo interés durante el primer año de la dictadura pinochetista, además de un crédito para comprar armas brasileñas. Simon cuenta que a menos de un mes del golpe, los militares chilenos pidieron la exportación de 450 vehículos militares a la Mercedes Benz de Brasil, siendo la compra aprobado en enero de 1974. Luego le tocó a la Marina ir de compras, lo que fue financiado por una línea de crédito de 22 millones de dólares para la adquisición de equipamiento electrónico, lanchas de patrulla costera, armas y pertrechos militares.
Simon comenta que antes que terminase la década del 70 los chilenos tenían más blindados de fabricación brasileña que el propio Ejército de Brasil.
Si antes de 1973, Chile no había comprado armas a la industria bélica brasileña, desde el golpe dicho país se transformó en el segundo proveedor de insumos militares, sólo después de Estados Unidos, seguido distantemente por Francia, que representaba apenas un cuarto del total de dichos negocios. Luego de la Enmienda Kennedy, que a partir de 1976 impidió la venta de armas de Estados Unidos a Chile, Brasil pasó a suplir un importante rol como proveedor de insumos bélicos para el Ejército chileno.
ENSEÑANDO A TORTURAR
El 15 de Octubre de 1973, a poco más de un mes del golpe, un avión bimotor de la Fuerza Aérea Brasileña aterrizó en el aeródromo de Cerrillos. Una vez en tierra, el registro de sus ocupantes fue dejado en blanco. Su destino era el Estadio Nacional, en donde habían 52 brasileños entre los miles de detenidos.
Era un grupo de militares con experiencia en tortura. Pese a que ambas dictaduras se preocuparon de no dejar registros de su llegada, Simon encontró pruebas documentales de su presencia, la que quedó también en la memoria de los brasileños cautivos.
Según esta reconstrucción, en una sala más pequeña reservada a la prensa se instaló este grupo de cinco militares de inteligencia al mando del sargento Deoclécio Paulo. En su mesa de trabajo tenían soldadores incandescentes, planchas de madera inclinada con una maquina llamada maricota, un aparato con una manivela para dar choques eléctricos y un pau de arara, consistente en una barra de fierro en donde el prisionero es colgado por detrás de las rodillas y los brazos hacia arriba. Así dicho espacio se transformó en una réplica de las salas de torturas que funcionaban en Brasil.
Prisioneros políticos en el Estadio Nacional. Foto de Evandro Teixeira
Según los prisioneros brasileños al comienzo los soldados chilenos daban muchos golpes y hacían simulaciones de fusilamiento, pero en el fondo se la pasaban horas así sin saber qué preguntar. La experiencia traída desde Brasil les hizo darse cuenta de que los chilenos no sabían torturar. Uno de ellos, Nilton Bahlis dos Santos, quien estuvo preso en el Estadio Nacional, comentó que “torturar es una técnica y al comienzo los chilenos sólo sabían dar golpes al azar y humillar”.
En estos primeros meses, desaparecieron seis ciudadanos brasileños en Chile, algunos antes de llegar al recinto deportivo convertido en prisión: Jane Vanini, Luiz Carlos de Almeida, Nelson de Souza Khol, Nilton Rosa da Silva, Túlio Quintiliano Cardoso y Wânio José de Mattos.
La colaboración entre las dictaduras no acabó allí. Según la documentación consultada por Simon, hubo contactos y apoyos al más alto nivel de los militares brasileños con la policía secreta de Pinochet, la DINA dirigida por Manuel Contreras.
Entre septiembre y noviembre de 1974, agentes operacionales y altos miembros de la cadena de mando de dicho organismo represivo, fueron enviados a entrenarse en Brasil con agentes del Servicio Nacional de Informaciones (SNI), y los DOI-CODI destinados a reprimir la disidencia política. También por el SNI pasó un grupo de 55 carabineros.
Quien pasaría a la historia de Brasil como torturador y violador de mujeres presas, el coronel Carlos Brilhante Ustra, comandante del DOI, recibió a tres suboficiales chilenos para enseñarles cómo colgar prisioneros y dar golpes con el fin de hacerlos hablar.
Por Brasil pasaron el segundo de la DINA, Pedro Espinoza; Marcelo Moren Brito, comandante de Villa Grimaldi; Fernando Laureani Maturana, torturador de dicho centro de detención; y Cristián Labbé – cuyo padre también militar viajó a Rio de Janeiro durante el gobierno de Allende en misión secreta para complotar; entre varios otros.
La conclusión de Simon es que esta colaboración “fue una política de estado” y persiguió tres objetivos: intercambio de informaciones sobre opositores, creación de canales de cooperación y el apoyo a la construcción de un aparato represivo chileno.
También pasó por Brasil Humberto Gordon, nombrado en la agregaduría militar en dicho país, participando junto a varios otros chilenos de cursos en el Centro de Instrucciones de Guerra en la Selva en Manaus, en donde enseñó el coronel galo Paul Aussaresses, coordinador de la inteligencia francesa en Argelia entre 1955 y 1957. Aussaresses fue pionero en métodos de tortura como electrochoques en orejas y genitales, ahogamientos y ejecuciones sumarias. El formador de torturadores recordaría más tarde que Gordon, quien en 1980 pasaría a ser director de la CNI, fue uno de sus alumnos.
EL CAMBIO EN EL TRATO DE GEISEL
Pese a la explícita afinidad ideológica entre el régimen de Pinochet y la dictadura brasileña, ya en el primer año de relaciones, para Brasil el dictador chileno pasó a ser una mala compañía internacional, manteniendo así una discreta cooperación, pero distanciándose a la hora de tomarse una foto.
El libro de Simon también permite esclarecer el rol de Brasil en la Operación Cóndor, esfuerzo de coordinación de las agencias de represión de las dictaduras latinoamericanas. El también conocido como Plan Cóndor fue a instancias del director de la DINA, Manuel Contreras, quien realizó una primera reunión de coordinación en Santiago en noviembre de 1975, a la que asistieron los jefes de los servicios de inteligencia militar de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay. Los militares brasileños decidieron acompañar a distancia dicha coordinación, presentando un delegado en la segunda cita, celebrada en junio de 1976, comprometiéndose a proporcionar el equipamiento de comunicación en lenguaje criptográfico, que fue llamado Condortel.
Destinado a secuestrar e intercambiar perseguidos políticos en los diferentes países miembros, el Plan Cóndor pronto fijó alcances extramarítimos planificando operaciones en Europa, en la denominada Operación Teseo. Allanaron dicho camino los atentados cometidos por la DINA contra Bernardo Leighton en Roma y Orlando Letelier en Washington. A partir de ese momento, Brasil desistió de seguir participando de la iniciativa, marginándose de la instancia también Bolivia y Paraguay. Al mismo tiempo, Brasil operó para evitar la extensión de operaciones en Europa y comenzó a entregar información a Estados Unidos.
La mudanza en la actitud brasileña ante Pinochet se reflejó también en la invitación a que Geisel visitara Chile formulada por Pinochet, a lo que el embajador Câmara Canto respondió que podría ser en el futuro. El diplomático sería retirado luego y moriría en 1977.
ROBUSTO ACERVO DOCUMENTAL Y ANÁLISIS PONDERADO
En la presentación del libro en Santiago, el periodista John Dinges, valoró la novedad de la investigación realizada por Simon. El corresponsal de medios norteamericanos durante la dictadura (1972-1978) y autor de ‘Los años del cóndor’, destacó que el trabajo de Simon aclara varios mitos históricos, como el que Brasil y Estados Unidos operaron profundamente unidos apoyando el golpe en Chile.
Dinges también valoró la rigurosidad de la investigación y sus conclusiones, no aventurando hechos, sino que ratificando sólo los absolutamente comprobados y chequeados a partir de la comparación de los informes y las entrevistas.
Una importante conclusión que se desprende es que la intervención de Brasil fue autónoma, no siendo ni representante de Estados Unidos, ni canalizando recursos de la CIA. En palabras del propio autor “los documentos disponibles dan cuenta que Brasil y Estados Unidos conspiraron en forma separada contra Allende, si bien intercambiaron informaciones y auxilio material de modo puntual” (p. 188).
El libro de Simon viene a llenar un vacío respecto del rol de países amigos en nuestra historia reciente. Una historia de diplomáticos, reuniones secretas y conspiraciones que invitan a que nuevas historias sean contadas sobre esos años de plomo. Queda pendiente, además, una historia de los exiliados brasileños en Chile.
Mauricio Becerra Rebolledo
El Ciudadano
FICHA:
Roberto Simon. El Brasil de Pinochet. La dictadura brasileña, el golpe en Chile y la guerra fría en América del Sur. Lom Ediciones, Santiago, 2023.
Traducción de O Brasil contra a democracia (Companhia das Letras, 2021)