En el día de su muerte: Miguel «Eugenio» Farías y el combate en Tomás Moro

"Nunca se imaginaron que tendrían un enfrentamiento contra helicópteros artillados y aviones de guerra. Tomás Moro era una casa particular, la de un presidente civil que vivía ahí con su esposa, rodeado de casas en un barrio totalmente habitado. Detrás estaba un convento de monjas y, pegada a la casa, una escuela. Por lo mismo, estaba fuera de todo cálculo un ataque así..." 

En el día de su muerte: Miguel «Eugenio» Farías y el combate en Tomás Moro

Autor: El Ciudadano

El miércoles 10 de abril de 2024 a las 15.25 la compañera de Miguel “Eugenio” Farías, Anita Olguín, comunicó el fallecimiento del exescolta de Allende y destacado comunicador radial.

En su homenaje y para su recuerdo, El Ciudadano da a conocer con autorización de los editores, un capítulo del libro Allende, Autopsia de un Crimen, de Francisco Marín y Luis Ravanal (Ceibo, 2024). Este narra el combate de Tomás Moro -el 11 de septiembre de 1973- y el destacado rol que jugó en él Miguel, que es sólo un ejemplo de una vida llena de luchas y entrega por su pueblo.

Por Francisco Marín

“…En la madrugada del día 11, tipín cuatro o cinco de la mañana, me despiertan para hacer guardia en la puerta principal. Hacía un frío terrible, porque el Arrayán queda a orillas del río Mapocho, allá arriba. De repente, va uno de los oficiales a cargo de nosotros, del GAP, y me dice que corra a los dormitorios a despertar a todos los jóvenes, porque la Marina se había tomado Valparaíso, y que teníamos que bajar con todo a Tomás Moro. Allí recibiríamos instrucciones. Eso fue como a las 6 y tanto de la mañana. Así que yo corro a los dormitorios, toda la gente durmiendo … no me creían los jóvenes…. Tuve que tirarles agua y se levantaron”, señaló el combatiente del GAP, Miguel Farías, alias “Eugenio”, en entrevista con este autor en mayo de 2023.

Farías, o “Eugenio” en el GAP, era jefe de la segunda escuadra de guarnición, con asiento en Cañaveral. Este lugar, propiedad de “Payita”, era la sede de formación del GAP, donde se instruía en manejo de armas, inteligencia, contrainteligencia y otras materias de seguridad. 

Eugenio agregó lo siguiente respecto de lo ocurrido el 11 de septiembre: “Todo el mundo estaba confundido, nadie entendía nada, la orden nuestra era que dejáramos nuestras maletas, todas nuestras cosas ahí, en los dormitorios. De hecho, se quedaron muchos de nuestros carnets, documentación personal y eso lo rescató el Ejército después, por eso éramos ubicables. Con lo puesto, partimos a Tomás Moro, cada uno con un (fusil) AKM y un pequeño morral de tela con cargadores, 480 tiros por persona. Ese era todo nuestro armamento por cada uno”. 

¿Cuántos bajaron a Tomás Moro y en qué vehículos?

Recuerdo que había por lo menos unos tres vehículos, dos llip ‘loritos’, vehículos rumanos de color verde que habían llegado en aquella época, para el trabajo agrario, pero que estaban ahí… Yo de hecho bajé en uno de esos, en la parte de atrás…

¿Cuántos bajaron contigo?

Yo creo que no más de 15, 16 personas, entre guarnición y jóvenes que estaban en la escuela de formación. Y tengo que decir -agrega Farías- que ni los jóvenes de escuela ni el equipo de guarnición, ¡nadie! se quiso ir para la casa, todos nos quedamos. Ahí empieza la primera cuestión.

“Eugenio” contó que, cuando entraron a Tomás Moro, se formaron, y uno de los jefes del GAP, “Mariano”, les informó que el presidente y su escolta habían salido hacía poco a La Moneda y que la situación estaba muy difícil como para ir para allá. De todos modos, señaló que había comunicación por radio, y que en La Moneda se definiría qué es lo que se iba a hacer. “La única instrucción que recuerdo de ese momento es que debíamos evitar abrir fuego; solo disparar en caso de ataque previo”, señaló “Eugenio”.

Recordó también que, tras esa reunión en el patio, se determinó que la “Primera Escuadra” de Cañaveral, debía bajar a La Moneda.

“Bruno”, uno de los jefes del GAP, lideró ese grupo, del que también formaron parte la “Payita” y su hijo Enrique. Otro de sus hijos, Max, se quedaría combatiendo en TM.

“Ellos son los que, al llegar a la esquina de la Intendencia, son detenidos, agarrados a culatazos, tomados prisioneros, y desaparecidos hasta el día de hoy. No alcanzaron a entrar a La Moneda”, recuerda Eugenio.

El excombatiente, que en la actualidad -agosto de 2023- lucha contra un cáncer que lo afecta, pero no lo derrumba, agrega respecto a lo sucedido en Tomás Moro: “Yo quería ir en ese primer grupo, pero me dijeron: ‘¡No!, ¡nica!’”, señaló.

Cada uno de los que habían llegado desde el Cañaveral tenía puestos asignados en Tomás Moro: “Cuando estábamos allá arriba, ciertas veces nos hacían bajar a Tomás Moro a reforzar la seguridad, o a capacitaciones, escuelas o prácticas. De repente estábamos en una reunión en Tomás Moro y se tocaba una sirena y todo el mundo salía corriendo y sabía el puesto que tenía. Por ejemplo, a mí me correspondía en el centro de la casa, arriba, en la parte más alta. Ese era mi puesto. Y cada uno iba a su lugar, hasta que pasaba la alarma, que era parte de la preparación. En esas bajadas que teníamos nosotros a Tomás Moro, en el marco de una capacitación, se nos dijo lo siguiente, y es lo que yo alego y no me voy a olvidar nunca: Que la situación política estaba tan complicada que se preveía un golpe de Estado, pero que ni La Moneda, ni Tomás Moro eran fortalezas militares, y que, ante un ataque, eran lugares que no estaban en condiciones para hacer una resistencia ahí, pero serían los lugares donde iban a ir a atacarnos”, recordó. 

Farías añadió un elemento que, a la luz de lo sucedido, lo removía: “Se nos dijo que ‘el aparato militar del Partido Socialista’ estaba preparado para rescatar armamento que había, y a su vez tenían cuadros, columnas de personas preparadas para ir a darnos una mano, a reforzarnos, por lo que nosotros teníamos que resistir lo que más pudiéramos, unas tres horas, hasta que llegaran. Por eso el combate duró varias horas. Yo me fui como a las dos y tanto de la tarde y el combate todavía seguía. Pero nadie llegó y nosotros empezamos a quedar solos”, añade, “… Y me enteré con el tiempo que uno de los responsables militares del Partido Socialista era un médico, que el tipo el día antes ya se había asilado, el doctor Ariel Ulloa. Eso es lo que nos informaron a nosotros posteriormente. Y, para nosotros no había casas de seguridad, no había un plan de escape, cada uno se tenía que salvar con sus propias uñas, al menos eso es lo que pasó conmigo y otros compañeros de tropa del GAP”.

Señaló también Eugenio que en la residencia de Tomás Moro estaba la primera dama, “Tencha”, “además había personal de servicio, una enfermera en el puesto médico, y el resto eran todos jóvenes de allá arriba, del Cañaveral (guarnición y formación) y unos poquitos de la escolta que habían quedado ahí mientras nosotros llegábamos. Nos distribuimos por alrededor y arriba de la casa. Yo fui a mi lugar en el techo”.

Según explicó, desde su puesto Farías tenía buena vista: “Pensaba que el ataque iba a venir del sector norte, de una plaza que había ahí, de la calle, de los alrededores… entonces, lógico, tenía una altura y pendiente para mirar… ¡Eeeeh!, pero resulta que no vino de ahí, ¡el ataque vino desde el cielo!”.

Farías explicó que nunca se imaginaron que tendrían un enfrentamiento contra helicópteros artillados y aviones de guerra. Tomás Moro era una casa particular, la de un presidente civil que vivía ahí con su esposa, rodeado de casas en un barrio totalmente habitado. Detrás estaba un convento de monjas y, pegada a la casa, una escuela. Por lo mismo, estaba fuera de todo cálculo un ataque así. 

“De repente, estando en el techo veo que aparece el helicóptero, pero no nos ataca, sino que empieza a girar sobre el recinto, yo calculo que a unos 100 o 150 metros de altura. Nos estuvo observando por unos pocos minutos y se fue. Era un helicóptero de reconocimiento. Ahí no hubo disparos. No estábamos preparados para pelear contra aviones, helicópteros, ni ninguna de esas cuestiones. Entonces, de repente, vienen dos helicópteros… Otra vez el taca taca taca taca taca de las aspas, pero esta vez más fuerte, y empiezan a girar en círculos en torno a la casa al mismo tiempo que comienzan a disparar. En las escotillas había un tipo -siempre me voy a recordar- con un overol naranja o rojo, sentado, con una punto 30 o punto 50, era un helicóptero artillado. Como estaba arriba del techo, yo no sé por qué no me llegó ninguna bala, pero veía los hoyos que se iban haciendo en el techo de metal con los disparos. Ahí pensé sinceramente que me iba a morir de un balazo en la cabeza. Ese día estaba nublado y desde las alturas miraba a mí alrededor, todo verde porque así es el barrio alto, y decía: ‘¡pucha!, qué bonito todo esto, y qué lástima que me voy a morir de un balazo en la cabeza’”.

¿Y qué hiciste mientras pasaba eso?

Empezó esa situación y todo el mundo, digamos, que estaba preparado para apuntar a la plaza, a los lugares en que, supuestamente, estaría la Infantería, tuvimos que empezar a disparar hacia arriba y nadie sabía cómo dispararle a un helicóptero artillado. La cuestión era achuntarle y taca taca ta, y ahora todo el mundo, concentrados para arriba.

Si estabas arriba del techo, ¿te podían ver? 

Por supuesto, me pudieron haber jodido de cualquier manera. O tenían muy mala puntería los compadres, o se pasaron de buenos, porque yo estaba totalmente al descubierto.

¿Te lanzaste hacia abajo?

¡No, hombre!, ¡me quedé allí!, y llegaron dos jóvenes más, y se montó una punto 30 allí, y empezamos a darle. Ese fue el tema.

¿Tú con tu AKM y ellos con la ametralladora punto 30?

Exactamente. Empezaron a darle, y, pa pa pá. De repente uno de los helicópteros se aparta y empezó a echar humo. Ahí se retiran los helicópteros y veo que uno va como alejándose y echando humo negro, igual que en las películas de Vietnam. No se cayó, pero que le dimos. Le dimos de todas maneras. 

Miguel Farías, alias “Eugenio”, recordó, además, un hecho del que se habla poco: en pleno combate, llegaron nueve obreros provenientes de una construcción cercana que se pusieron a disposición para combatir.

“A cada uno de ellos se les pasó un fusil AKM y un módulo de tiros, cada uno de los cuales tenía unos 120 tiros. A uno de estos trabajadores que habían llegado a ayudar, un compañero del GAP le pregunta si había hecho el servicio militar y el obrero le contesta que sí. Pero nos dimos cuenta que, al tomar el fusil AKM, no sabía cómo usarlo. Era un arma del área socialista (URSS), que no se conocía en Chile, porque acá se usaban armas norteamericanas. Entonces, mi compañero, en pleno combate, mientras nos disparaban desde el aire, le explicaba cómo disparar tiro a tiro, en ráfaga y todo lo que se requería saber”.

Una vez que los dos helicópteros golpistas se retiraron, recordó Farías, se generó un largo silencio. La mayor parte de los combatientes se encontraba en un altillo ubicado en la entrada de calle Tomás Moro. Los demás estaban repartidos en parejas. Minutos después, llegaron los aviones, “los famosos Hawker Hunter, que eran modernos para aquella época. Ahí empezó el ta ta ta ta ta ta ta ta ta, ametrallamiento desde aviones. Tampoco habíamos peleado ni nos habíamos preparado, ¡nunca! ¡ni por casualidad!, para pelear contra aviones de guerra. Hoy día sabemos que, de acuerdo al tipo de avión y a la velocidad que trae, tienes que apuntarle en la línea que viene, adelante, para que la bala se encuentre con él. Eso no lo sabíamos, y yo lo aprendí en Cuba después. Entonces, cada cual hizo lo que pensó o lo que creyó que había que hacer”.

¿Cuántos aviones atacaban?

“Yo siempre vi dos. Es lo que yo vi desde la posición en la que estaba”. 

Sostiene que, en un momento del ataque aéreo, pidió instrucciones repetidamente, “pero nadie me respondió, corrían unos para un lado, otros para el otro, y cada uno respondía al ataque como podía”.

Después se enteraría que Mariano, el jefe en ese momento en TM, que debía estar dirigiendo el combate, había arrancado en medio de la pelea. 

Ante la ausencia de instrucciones y considerando los riesgos que implicaba mantenerse expuesto en el techo, decidió bajar. Los otros dos compañeros que estaban con él permanecieron combatiendo con su punto 30. “Todo indica que esos compañeros”, recordó Miguel, “eran Manuel Céspedes (que vive en Suecia) y su hermano”.

Miguel Farías junto al también escolta de Allende, Manuel Cortés “Patán”; y Francisco Marín. Foto Guillermo Correa.

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