Por Arturo Alejandro Muñoz
Pese a la voluminosa documentación existente, aún hay personas en Chile que ponen en tela de juicio la calidad de asesinos, torturadores, traidores, ladrones y psicópatas que caracterizó a gran parte de la oficialidad de las fuerzas armadas el año 1973.
Puede parecer casi el argumento de una mala película, pero se trata de un hecho real, comprobado incluso por la misma justicia militar. En la tarde del día martes 11 de septiembre de 1973, Augusto Pinochet ordenó la detención, interrogatorio y encarcelamiento de su amigo, el coronel Gustavo Cantuarias, a la sazón comandante de la Escuela de Alta Montaña de Río Blanco, ubicada en plena ruta cordillerana hacia el Paso Los Libertadores.
¿Razones y motivos de tan intempestiva orden? Miedo y cobardía… solamente eso, pues Cantuarias fue quien cobijó en la Escuela de Alta Montaña, desde el día lunes 10 de ese fatídico mes, a la esposa e hijos del general dictador, quien los envió hasta aquel regimiento porque sabía que ante cualquier fracaso en el golpe de Estado ellos estarían resguardados por militares que los conducirían rápidamente a territorio argentino.
Si alguien en nuestro país aún duda de la calidad de traidor y cobarde que siempre distinguió a Pinochet, este hecho debería servirle como prueba de irrefutable verdad. El tirano fue permanentemente un mentiroso, cobarde y traidor. Primero engañó y luego ordenó asesinar a quien se había jugado carrera y su prestigio por ayudarle, el general Carlos Prats.
Durante las semanas posteriores al 11 de septiembre de 1973, la represión se inicia con la purga tanto entre los militares como entre los militantes de partidos de izquierda. El general Augusto Lutz, nombrado director del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) por el general Carlos Prats a comienzos de 1973, recibió cientos de peticiones de familiares de desaparecidos, algunas de ellas por parte de la Iglesia Católica a través del Cardenal Raúl Silva Henríquez, pero su servicio, en la mayoría de los casos, no estaba informado, pues había surgido ya la temida DINA, dirigida por el coronel Manuel Contreras, ascendido posteriormente a general, el que -como reconoció el propio general Lutz más tarde-, despachaba directamente las órdenes de fusilamientos y desapariciones con Pinochet en su automóvil de servicio.
Al finalizar el año 1973, los generales Lutz y Bonilla (Oscar) habían chocado frontalmente con el coronel Contreras, jefe de DINA, por el trato dispensado a los prisioneros en Tejas Verdes. Ello les costaría finalmente la vida a los dos generales.
Poco antes de morir, el general Augusto Lutz enfrentó a Pinochet en una reunión del cuerpo de generales. Su hija Patricia sostiene que allí firmó su sentencia de muerte. Lutz ingresó al salón con una grabadora escondida en su guerrera. Junto al general Óscar Bonilla enrostraron a Pinochet los delitos de la DINA dirigida por Manuel Contreras, personaje que acechaba a sus detractores. Los gritos de la reunión quedaron registrados en la cinta que después Lutz escuchó a solas encerrado en su casa, espiado a través de la puerta del salón por su hija Patricia (quien hoy es periodista y escritora), la que sospechó que algo grave inquietaba esa tarde a su padre.
«»¡Señores, la DINA soy yo! gritó Pinochet golpeando la mesa. ¿Alguien más quiere pedir la palabra?»»
¡Hijo de puta! escuchó Patricia refunfuñar a su padre dentro del salón, según relata en su libro ‘Años de viento sucio’. Cuatro meses después, el 3 de marzo de 1975, Bonilla también murió, en este caso se trató de un sospechoso accidente de helicóptero.
En el mes de noviembre de 1974, el general Lutz asistió a un cóctel de bienvenida a Pinochet y a sus huestes en Punta Arenas. Ahí ejercía como intendente, cargo al que fue relegado luego que manifestara, junto a otros generales, sus desavenencias con el régimen. Bastó comer una de las exquisiteces que se ofrecían a los comensales para que el uniformado se doblara en dos.
El primer diagnóstico fue várices en el esófago, enfermedad asociada a los hábitos alcohólicos. Pero el general Lutz no bebía. Desde ahí una seguidilla de «errores» derivó en múltiples operaciones que lo agravaron. En sólo una semana, una septicemia terminó con su vida el 28 de noviembre de 1974. Un papel escrito de puño y letra del moribundo militar en su camilla, terminó por convencer a su hija de que estaban asesinándolo. «¡Sáquenme de aquí!», escribió poco antes de morir.
LA MATANZA INTERNA SUMA Y SIGUE
Cada mes moría un general, un coronel o un alto oficial, siempre en extrañas circunstancias. En marzo de 1974 había fallecido en el Hospital Militar el general de la Fuerza Aérea, Alberto Bachelet, padre de la expresidenta de Chile, como consecuencia de las torturas y golpizas sufridas durante los continuos interrogatorios.
En septiembre de 1974 muere asesinado el general Carlos Prats en Buenos Aires junto a su esposa, Sofía Cuthbert, producto de una bomba puesta en su propio coche, y a quien la Junta militar había enviado al exilio por ‘razones de seguridad’. Se supo posteriormente que fue víctima de la DINA que cumplió instrucciones precisas del propio Pinochet.
Tal como ya lo comentamos, en noviembre de 1974 murió asesinado (envenenado) el general Augusto Lutz, el que como ex-director del SIM había hecho averiguaciones sobre la muerte del general Prats, y junto con Oscar Bonilla y otros altos oficiales intentó impedir una acumulación de poderes por parte de Pinochet como Jefe Supremo de la Nación y Comandante en Jefe del Ejército.
En esta época se produce también el asesinato del mayor Mario Lavanderos, crimen ordenado por el siniestro equipo de la DINA una vez que los golpistas decidieron «poner ejemplos imborrables» que sirvieran de enseñanza a todas las ramas de las fuerzas armadas. El mayor Lavanderos, a cargo de una sección del Estadio Nacional cuando este recinto fue utilizado en calidad de campo de concentración, decidió entregar al entonces embajador de Suecia en Chile, Harald Edelstam, un grupo de 54 ciudadanos uruguayos que se encontraban detenidos en ese campo deportivo.
Dos días después, el oficial Lavanderos murió en el Hospital Militar producto de una herida de bala fáceo-craneana. En su momento se informó que se trataba de un suicidio, sin embargo, el peritaje realizado luego por orden de un fiscal del mismo Ejército (causa rol 500 -73) determinó que la teoría del suicidio era un imposible, ya que no se encontró rastros de pólvora en las manos de Lavanderos y, además, se constató que «el arma fue limpiada después de efectuado el disparo mortal».
EL EMBLEMÁTICO ‘CASO’ BONILLA
Nadie puede dudar que el general Oscar Bonilla Bradanovic fue uno de los primeros oficiales del Ejército en proponer internamente -en su institución armada- un golpe de Estado militar para derribar el gobierno constitucional de Salvador Allende. Junto al inefable general asesino Sergio Arellano Stark (cabecilla de la ‘Caravana de la Muerte’), Bonilla había tenido en el Ejército una actitud ‘complotadora y golpista’ permanente, desde el año 1971.
Fue uno de los principales cabecillas de la conspiración, y demostró su fuerza y poder el día 23 de agosto de 1973 cuando Pinochet -recién nombrado comandante en jefe por el Presidente Allende- solicitó a todos los generales entregar la renuncia a sus cargos. Bonilla y Arellano Stark, se negaron… pues ya tenían férreos contactos con el ex presidente Eduardo Frei Montalva y con los sectores más reaccionarios del Partido Demócrata Cristiano, en ese tiempo severo adversario de la Unidad Popular.
Para confirmar la relevancia de este general en ese momento, hay que recordar que fue el primer ministro del Interior que tuvo el gobierno militar. Sin embargo, pocos meses más tarde debió asumir como Ministro de Defensa, cartera que, como es fácil deducir, carece absolutamente de importancia y significación en un régimen tiránico militar, pues todo el poder de fuego y de movilización de unidades militares está concentrado en manos de la Comandancia en Jefe y no en la burocracia de un ministerio.
En un primer momento del gobierno militar, Bonilla se convirtió ‘en el rostro amable’ de la dictadura. El diario norteamericano The New York Times lo definió como «el líder de los liberales al interior de la Junta Militar«, pues visitaba poblaciones, campamentos, ex centros de reforma agraria, caletas de pescadores, etc., prometiendo a decenas de angustiadas madres averiguar el paradero de sus hijos detenidos por fuerzas militares.
Por cierto, nunca cumplió tales promesas, ya que -peor aún- el mismo día 16 de septiembre de 1973, cuando se reunió en su calidad de Ministro del Interior con los corresponsales de prensa extranjeros asegurándoles que «se investigarán todas y cada una de las denuncias de torturas y malos tratos a los prisioneros», 53 personas eran ejecutadas fríamente, sin ser llevadas a juicio ante ningún tribunal, y sus cuerpos fueron posteriormente enterrados en fosas comunes en el Cementerio General de Santiago.
Sin embargo, Bonilla había chocado ya con el poderoso coronel Manuel Contreras y con la DINA luego de una visita efectuada al regimiento de Tejas Verdes; allí descubrió en los sótanos de esa unidad militar a decenas de prisioneros salvajemente torturados, sangrando y hambrientos, sin que ningún oficial a cargo le hubiese podido entregar razones de peso para tales actos.
Discutió agria y duramente con el coronel Contreras, a quien le exigió entregar un informe oficial -por escrito- respecto de los graves asuntos detectados en Tejas Verdes. Contreras, indignado y dispuesto a todo, se reunió urgentemente con Pinochet para darle a conocer lo que Bonilla estaba realizando.
La suerte definitiva del general Oscar Bonilla se fraguó el día 24 de junio de 1974, en el edificio Diego Portales. Allí tuvo la malhadada idea de plantearle a Pinochet sus reservas y molestia con respecto al coronel Contreras, a Tejas Verdes y a la DINA, asuntos que le sirvieron para criticar también el rumbo que estaba tomando el régimen, pues se explayó hablando de la disidencia que comenzaba a gestarse en algunos círculos castrenses respecto del ideario original del «pronunciamiento militar».
Meses más tarde, el día 3 de marzo de 1975, en un extraño y nunca aclarado (técnicamente) accidente aéreo en las proximidades de San Fernando, cuando Bonilla abandonaba el fundo Santa Lucía de Romeral, su helicóptero capotó a los pocos minutos después de haber tomado altura y tanto el general como seis de sus acompañantes fallecieron en el lugar.
Para aumentar las dudas y las suposiciones de un crimen por órdenes superiores, la empresa francesa que había vendido al Ejército una partida de esos helicópteros, envió a Chile a dos de sus técnicos para investigar las posibles fallas mecánicas experimentadas por el aparato en el que pereció Bonilla. Extraña y coincidentemente, mientras realizaban los primeros pasos de la investigación a bordo de un helicóptero similar al que había usado Bonilla, ambos técnicos fallecieron en un accidente de características casi idénticas al que le costó la vida al general.
En el año 1977, de los 24 generales que habían participado en el golpe de Estado junto a Pinochet, sólo cinco quedaban en servicio activo.
Por Arturo Alejandro Muñoz
Columna publicada originalmente el 15 de junio de 2023 en Politika.