Por Guillermo Correa Camiroaga
A veces, algunas situaciones inesperadas aportan pequeñas pinceladas de memoria, fragmentos testimoniales que permiten ir agregando trocitos a la difícil y compleja construcción del rompecabezas de la memoria histórica popular.
Así sucedió cuando hace algún tiempo atrás visitamos con Antonio Oyarzo, integrante del Colectivo Proyecto Lebu-Colliguay, una feria gastronómica en donde exponían sus producciones artesanales pequeños comerciantes de la región de Valparaíso. Uno de estos puestos, atendidos por una madre y su hija, tenía productos de la localidad de Colliguay.
Bastó leer el lugar de origen para comenzar una pequeña conversación que, delicadamente, fue permitiéndonos establecer una relación de confianza y respeto, conduciéndonos luego a preguntar si ellas, al ser nacidas y criadas en dicho sector, como nos habían relatado, sabían de la existencia de un campo de prisioneros políticos que funcionó allí en los primeros meses de la Dictadura.
Al obtener una respuesta afirmativa por parte de la señora Anita, le comenté que Antonio había sido uno de aquellos prisioneros. La sorpresa y el interés de ella y su hija fue instantánea, lo que se reflejaba en sus rostros al escuchar con mucha atención el breve relato testimonial de Antonio.
Luego de escuchar el relato de Antonio, la señora Anita nos entregó un pequeño testimonio de sus vivencias, pero como el lugar y las circunstancias no permitían profundizar en su relato, le preguntamos si era posible conversar en otra ocasión y quedamos de acuerdo visitarla en su casa, ubicada en la localidad de El Totoral, uno de los sectores de la zona de Colliguay, donde estuvo emplazado el Campamento de Prisioneros Políticos conocido como “Melinka” o “Isla Riesco”, al interior de un fundo particular cedido a la Armada de Chile por la familia Matte Larraín, dueños de dicho predio.
El día 26 de septiembre de este año se concretó el encuentro con la señora Anita, quien sigue habitando en las vecindades del Campo de Concentración Isla Riesco. Nos contó que tenía 9 años de edad en el año 73 y recordaba muy bien lo que había sucedido, ya que no solo fue una testigo directa, sino que, además, muchos integrantes de su familia también lo fueron y ese hecho fue comentado en varias ocasiones al interior de su grupo familiar.
Reproduzco a continuación parte de su testimonio:
“Me acuerdo que en tiempos de invierno aquí los caminos eran un barrial y los camiones que subían a veces quedaban pegados, entonces llegaban los marinos, nosotros vivíamos al frente de la laguna, por allá, en la noche llegaban, para que mi papá los fuera a sacar con los bueyes. Los camiones venían con gente adentro (…)
Mi tío, que vivía adentro del fundo, él les convidaba agua, él estaba lejos eso sí, pero de la casa de mi tío se veía el campamento. Había un sendero de caballos que llegaba hasta el tranque. Mi tío trabajaba dentro del fundo y en esa casa nació mi mamá, era como inquilino (…) En ese tiempo hacían carbón allá y sembraban trigo en el fundo (…) mis hijas también saben la historia, porque para nosotros fue impactante, sentíamos los disparos en la noche (…)
Toda la gente de acá estaba asustada, porque es gente humilde, de campo, pero todos sabían que había prisioneros allá arriba, creo que algunos eran del Belloto (…) a nosotros nos impresionó mucho un caballero que venía a visitar el campamento, venía casi todos los años. Ahora hace tiempo que no lo hemos visto, se debe haber muerto a lo mejor. Se venía en la micro, se bajaba en el paradero y caminaba hacia arriba hasta donde estaba el campamento, traía una flor, se quedaba allá y al otro día volvía y tomaba la micro y se iba. Él venía solo”.
Los padres de la señora Anita fallecieron, pero el tío que vivía al interior del fundo sigue vivo y actualmente vive en una parcela en el sector de Lliu-Lliu; le preguntamos si sería posible hablar con él, respondiéndonos que no habría problemas, entregándonos algunos datos para localizar su dirección.
Dos semanas después partimos en busca de don Carlos Peña, el tío de la señora Anita. Las referencias para ubicar su casa no eran muy precisas, pero luego de algunas averiguaciones con vecinos del sector dimos con su parcela. Nos atendió una de las hijas de don Carlos y, luego de escuchar el por qué estábamos allí y conversar con su padre, nos hizo pasar.
Don Carlos, de 89 años, nos recibió con una amplia y acogedora sonrisa en una sala donde tiene un quincho, sentado en una “silla-burrito” para ayudarse a caminar, ya que, como nos manifestó “me están fallando un poco las piernas, ya no las tengo como antes cuando era joven, por eso me muevo con este ‘burrito’ o con un bastón que tengo poa allí”.
Nos agregó que no escuchaba muy bien por uno de sus oídos, “pero mi cabeza sigue funcionando sin problemas y todavía tengo buena memoria.“
Poco a poco se fue desarrollando una amena conversación, donde don Carlos nos fue relatando aspectos de su dura vida como campesino, la cual había cambiado positivamente gracias a la Reforma Agraria iniciada durante el gobierno de Frei Montalva y profundizada durante el gobierno de Salvador Allende.
“Yo soy del año 34(…) Los Ponce eran de ahí del Alto Totoral, a la entrada del Llano, eran cuñados míos, se casaron con unas hermanas mías (…) yo en el fundo trabajaba haciendo carbón, vivíamos adentro del fundo. Nosotros ahí limpiamos el llano. El patrón nos dio en media que sacáramos los troncos de espino y limpiáramos el llano y si no teníamos que buscar puerta no más. Nos pusimos a trabajar nosotros ahí y llegó uno de Colliguay y nos preguntó ‘¿qué están haciendo?’, sacando troncos, ‘¿y cómo están?’, en media ‘pero esta cuestión es difícil de sacar el tronco de espino y hay que ganar plata’ (…)
No convenía, porque uno en el día sacaba un tronco grande y vinimos a hablar con el administrador que tenía el patrón. Bajamos del llano y le dijimos oiga venimos a hablar que cómo vamos a hacer la troncadura (sic), me dijo ‘que no quieren trabajar niños’, no es eso, le dijimos, tenemos hartas ganas de trabajar, pero así en media no nos conviene, denos a sueldo, por tronco, pero al futre no le gustó así y en vez de media nos quedamos al tercio, un tercio pal patrón y dos tercios para nosotros (…)
A mí, gracias a Dios me fue bien, porque uno de mis hijos estudió Ingeniería informática, otro Contador Auditor, otra hija se recibió de Contadora en el Comercial, y otra hija estudió en el Inacap Comercio Exterior, así que me quedó una sola con el cuarto medio no más, pero es muy buena para trabajar la tierra. Eso fue gracias a la Reforma Agraria. De las nietas, una me salió Parvularia, hija de la mayor, me la dejó a mí aquí en la casa que la cuidara, es muy regalona mía (…)
Yo hallaba que Allende no era malo, los que lo acompañaron fueron los que lo jodieron, pero no era malo el hombre. Tengo muy lindos recuerdos de la Reforma Agraria, porque de ahí boté las ojotas, porque aquí en el fundo todo el tiempo, de chiquititos, con ojotas no más y vine a usar zapatos aquí, cuando tenía la parcela (…) Yo soy un brote de la Reforma Agraria, un brote que germinó dando muy buenos frutos, tengo una hermosa familia, una hermosa parcela con paltos, lúcumos y chirimoyos”.
Mientras con mucho amor y orgullo don Carlos nos hablaba de su desarrollo como persona y los logros familiares que pudo obtener gracias a su trabajo y la parcela obtenida con la Reforma Agraria, sus ojos, en reiteradas ocasiones, se llenaron de lágrimas, una emoción contagiosa que nos conmovió a todos quienes escuchábamos atentamente su testimonio de vida.
Antonio le preguntó si por casualidad había conocido a don Hugo Arellano, de la Radio Victoria de Limache, emisora que se ubica en las vecindades de la parcela de don Carlos y que los marinos silenciaron violentamente la madrugada del 11 de septiembre de 1973.
Ante esta pregunta, nuevamente a don Carlos se le llenaron sus ojos de lágrimas y visiblemente emocionado respondió lo siguiente:
“A don Hugo Arellano lo conocí muy bien y poco antes de morir vino a despedirse de mí el pobrecito y por mi enfermedad en ese momento no pude ir al velorio ni al entierro. Él estuvo preso, su hijo también. Yo a él le llevaba fruta, paltas, chirimoyas y lúcumas (…) él iba a las reuniones de la Reforma Agraria, de CORA, y ahí orientaba mucho a la gente, cómo tenía que hacerlo y todo, entonces yo le decía don Hugo esto le vengo a dejar en agradecimiento porque yo vi que usted se movía mucho para dar a entender el camino que había que agarrar, por eso le llevaba frutas”.
La conversación dio un giro y esto hizo transitar la memoria de don Carlos Peña por el período del Campo de Prisioneros Políticos de Colliguay, manifestándonos:
“Llegó un helicóptero a avisar que iban a hacer un campamento ahí para los presos políticos (…) Yo venía andando para la casa cuando me encontré con los marinos en una camioneta cargada de metralletas y me dijo uno, ‘oiga, le tiene miedo a esto’, y por qué le voy a tener miedo le dije. Estaba llena de metralletas la camioneta. (…) Más yo no vi, porque no nos dejaban acercarnos (…) Había una máquina trilladora.
Yo soy nacido y criado ahí, en ese campo, no ve que antes eran parteras las que atendían a la gente, a las mamás cuando tenían guagua, así es que yo nací en el mismo llano y me bajé a los cuarenta años para acá (…) creo que había 600 personas arriba, yo tendría unos treinta y tantos años cuando pasó (…) Toda la gente de acá sabía lo que pasaba ahí (…) Había gente que venía a saber si tenía algún familiar ahí y los pescaban y los echaban altiro a un furgón y se los llevaban para abajo, para Quilpué (…)
El padre Millán, que era de la capilla de Colliguay, les dijo a los vecinos que parece que habían presos de Colliguay en el campamento y partieron altiro a verlos, pero los pescaron y los llevaron detenidos altiro (…) de lejos los sentíamos cantar la canción nacional en la tarde, toditos en fila cantando la canción nacional( …) Cuando desarmaron las mediaguas estaban hechas harneros con los hoyos de las balas ¿quizás moriría gente? Las balas pasaron por las mediaguas”.
Luego de este impactante testimonio, para no abusar de la paciencia de don Carlos y no cansarlo, teniendo en cuenta su avanzada edad, decidimos dar por terminada la conversación, lo cual fue bien recibido por él, pero, nos dijo, “antes quiero mostrarles mi parcela, el brote de la Reforma Agraria del que estoy muy orgulloso, para que vean los árboles frutales que tengo”.
Tomó un bastón y con paso lento, pero decidido y firme, nos condujo primero a una sala donde nos mostró unas fotografías de su juventud, sala en cuyas paredes, además de varios diplomas obtenidos por diferentes trabajos realizados, tenía una fotografía de gran tamaño de Eduardo Frei Montalva.
Posteriormente nos hizo un pequeño recorrido por su parcela, momento en que aprovechó de indicarnos el lugar donde se encontraba el Campo de Prisioneros Políticos, señalando hacia los cerros ubicados frente a su casa “allá entre esos cerros estaba el llano donde estaban los presos políticos, ese era el lugar del campamento”.
Mientras conversábamos con don Carlos, su hija Nancy se afanaba haciendo el almuerzo, pero en algunas ocasiones fue a escuchar de lo que hablábamos, por eso, antes de despedirnos, ella también quiso entregarnos su testimonio:
“A nosotras como cabras chicas nos llamaba la atención porque estuvieron todo el verano y escuchábamos la canción nacional que cantaban los presos, como a las cinco de la tarde, y después venía una ráfaga de disparos, que nunca supe que hacían con eso. No supe si mataban gente o no, o era para asustar no más.
Nosotros estábamos en el llano, uno veía el campamento de los presos allá al fondo, pero nosotros no veíamos a los presos. La única vez que los vimos fue cuando llevaban el chute de comida, los tambores de comida que le sobraban se lo llevaban a mi papá para la crianza de chanchos. Los milicos nunca hacían fuerza, eran solo los presos los que llevaban el tambor y los presos cuando tenían hambre sacaban comida del chute y se ponían a comer. Esa experiencia me llamó mucho la atención, porque como sería lo que tenían de hambre para hacer eso.
También pedían un vasito de agua y uno tenía que mirar al milico para ver si lo autorizaba o no. A mí me daba la impresión que hacían comida los milicos y la botaban. Pienso que, a lo mejor esa comida no querían dársela a los presos, porque ¿cómo la botaban con presas enteras adentro? (…) yo estoy segura que eran presos los que traían el tambor con comida porque los milicos los apuntaban con las metralletas. Si hubiesen sido conscriptos ¿para que los iban a apuntar’. Bajaban las cosas y ellos estaban ahí en el camión apuntándolos (…)
El campamento estaba como en una esquina del llano (…) hubo harta gente que llegaba a buscar presos ahí y se los llevaban para abajo. Llegaban al fundo preguntando y se los llevaban en el furgón (…) a veces los milicos veían un remolino abajo, pero era solo el viento que levantaba polvo, y llegaban a la casa apuntando con las armas a ver si había llegado gente, porque nosotros no podíamos recibir visitas, teníamos que pedir autorización, había que avisar si teníamos visitas, la cosa era fea (…)
Para el Golpe estábamos en el colegio en esa época, estaba mi papá en la casa con mi hermano chico (…) no sé qué día sería, nosotros estábamos en Colliguay y el día viernes mi mamá nos fue a buscar, porque son campos diferentes, Colliguay está para otro lado distinto del Totoral, donde estaba el llano y el campo de prisioneros. Mi papá nos dijo que habían entrado al fundo y lo habían apuntado y le fueron a hacer preguntas, los milicos llegaron haciendo carpa para el otro lado, según mi papá llegaron en helicóptero al fundo”.
Inmensamente agradecidos por los potentes, emocionantes e importantes testimonios entregados por don Carlos y su hija Nancy, junto a la calidez y cariño con el que fuimos recibidos, nos despedimos fraternalmente, pero antes de retirarnos, Antonio le preguntó a Nancy si les interesaría que les dejáramos un libro sobre otro proyecto de memoria histórica similar al proyecto Colliguay que se está llevando adelante, relacionado con el Buque Lebu, una cárcel flotante a cargo de la Marina donde estuvo prisionero don Hugo Arellano y su hijo.
Nancy nos respondió con entusiasmo: “Por supuesto, mi hija va a estar muy contenta, ella estudia derecho y le interesan estos temas, siempre nos pregunta sobre lo que pasó allá arriba en el llano con los prisioneros políticos”.
Por Guillermo Correa Camiroaga
Valparaíso, 31 octubre 2023
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