Dra. Laura Moya y el alma grande

En el 2001, Laura Moya fue una de las fundadoras de la Comisión Etica contra la Tortura (CECT-Chile) representando al Departamento de Derechos Humanos del Colegio Médico, donde también fue un baluarte

Dra. Laura Moya y el alma grande

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Hervi Lara_XEn el 2001, Laura Moya fue una de las fundadoras de la Comisión Etica contra la Tortura (CECT-Chile) representando al Departamento de Derechos Humanos del Colegio Médico, donde también fue un baluarte. Prueba de ello es la elaboración de las biografías de veintiún médicos asesinados por Pinochet. Laura había formado parte de la primera generación de mujeres médico-siquiatras. Su profesión la ejerció en el servicio público de salud hasta el golpe de Estado de 1973. Como siquiatra, tuvo una postura clara en el respeto por la persona enferma y el contexto social en el que la enfermedad se hacía presente. También tuvo una importante participación en grupos de médicos que diseñaron estrategias para conocer la forma en que la enfermedad mental se presentaba en grandes poblaciones. Es así como se involucró en el trabajo destinado a reducir las consecuencias del abuso de alcohol en los individuos y en sus familias. Por eso sus intervenciones estuvieron dirigidas, sin excepción, a la actividad en terreno y al contacto directo con pobladores de las áreas norte y sur de Santiago. Ella no concebía la ayuda médica como un acto de beneficencia, sino que pensaba en la necesidad de conocer las formas de enfrentar los problemas de la cultura y de la subcultura con el objeto de promover la discusión, entregar información y potenciar la búsqueda de nuevas soluciones a los problemas de salud, formando monitores de salud.

No recuerdo en qué circunstancias yo la había visto y compartido alguno de los quehaceres propios de los años de la dictadura. Siempre me pareció “cara conocida”, como tantos rostros que, durante “aquellos años valientes”, aparecían y se esfumaban y volvían a aparecer. Porque, después del golpe de Estado, Laura continuó su labor en el equipo de salud de Codepu, atendiendo a los pobladores que sufrían la represión y compartiendo con ellos las dificultades y los riesgos implicados.

Simultáneamente, fue también una activa partícipe de la solidaridad con Cuba, acosada por el imperialismo durante medio siglo. Creó la biblioteca “José Martí”. Dirigió una valiosa investigación sobre la tortura en las poblaciones de Santiago. Escribió la historia de la casa de torturas de José Domingo Cañas 1367, en Ñuñoa. Durante varios años, cada miércoles hacía una “velatón” en el frontis de esa casa donde estuvieron prisioneras alrededor de 180 personas, 50 de ellas aún desaparecidas y entre las que se encuentra su sobrina Lumi Videla, de quien escribió su biografía recientemente editada.

Laurita estuvo presente en todas las manifestaciones conmemorativas de la Unidad Popular; en todos los actos relativos a la búsqueda de verdad y de justicia; en todas las conferencias de prensa para denunciar los atropellos a los derechos humanos; en todos los actos de carácter académico vinculados a la causa popular. Nunca buscó lugares de privilegio. Estuvo lejos de la menor ostentación. No tenía inconvenientes en barrer las salas y pegar los avisos en preparación de la conferencia que ella misma daría más tarde.

Mientras, era madre de cuatro hijos “a los que crió con intensa dedicación”, según afirma la mayor de sus hijas, quien señala que “eso implica desde la conversación cotidiana, hasta la factura de calcetines tejidos con cinco palillos”. Y agrega que “aún nadie tiene una visión completa de todos sus quehaceres”.

Creo poseer una definición precisa de la persona de Laura: fue una revolucionaria, una constructora de una sociedad sin clases, una mujer que vivió la solidaridad y que abrió caminos de un mundo “sin peones ni patrones”. Supo establecer la implicancia entre lo particular y lo universal. Asumió al ser humano, especialmente a los excluidos del sistema, en su contexto histórico. Comprendió que lo uno es en lo múltiple y poseyó la sabiduría de que “para caminar mil millas, primero hay que dar un paso”. Tuvo la principal virtud del revolucionario: la paciencia, porque sabía que estaba en el camino de “humanizar a la humanidad”.

Tuve el privilegio de contarme en su círculo de confianza. Incluso me acompañó en algún evento familiar. Me invitó a participar en sus innumerables actividades, por lo que pude admirar su capacidad de trabajo, su inagotable constancia, su generosa entrega personal.

“Iba subiendo una escalera, cuando murió”, afirmó uno de sus hijos. Se fue caminando por alguna causa justa, como siempre vivió. Lamento su partida, porque no es fácil encontrar tan profundas y desinteresadas lealtades hacia el pueblo. Para mí constituye el mayor de los honores haber contado con su confianza y su amistad.

Compañera Laura Moya, con el ejemplo de tu alma grande ¡venceremos!

Por Hervi Lara

Comisión Etica contra la Tortura (CECT-Chile).

28 de noviembre de 2013


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