En agosto del 2020, miembros del mundo del desarrollo comenzaron a hablar sobre el agua en Nairobi. Había mucha ira, y algunos llamamientos a condenar a gente a la guillotina. La razón: la publicación de los resultados de una prueba controlada aleatorizada(PCA) de desarrollo, realizada por dos economistas de desarrollo estadounidenses, en colaboración con el Banco Mundial. Con el fin de obligar a los propietarios de las viviendas en Kayole-Soweto (un vecindario relativamente pobre en el este de Nairobi) a pagar sus facturas del agua, este experimento desconectó el suministro de agua de manera aleatoria a propiedades en alquiler de bajos recursos.
No cabe duda de que el agua es un problema en Nairobi. Como nos cuenta Elizabeth Wamuchiru, el sistema de aguas urbano incorpora una desigualdad espacial heredada de la era colonial británica. Los visitantes de la ciudad pueden ver fácilmente las diferencias entre los verdes, frondosos y frescos vecindarios de Kilimani y Lavington (vecindarios segregados de personas blancas durante el colonialismo, hoy día hogar de kenianos ricos, extranjeros y ONG), y los grises y polvorientos techos de hojalata de vecindarios como Mathare, Kibera, Mukuru, y Kayole-Soweto, que son el hogar de kenianos de bajos recursos exlcuidos de la prosperidad de Nairobi.
El sistema de agua actual refleja esta historia de desigualdad. El sistema de agua de Nairobi procede de una combinación de fuentes superficiales y subterráneas; sin embargo, el agua subterránea de la ciudad es salada por naturaleza y contiene altas cantidades de fluoruro. Los sistemas de agua potable, que abastecen a los barrios residenciales de medianos y altos ingresos, no existen en el amplio conjunto de los barrios pobres de la ciudad, donde la gente tiene que comprar agua a los vendedores ambulantes. En la mayoría de los casos, esta agua se extrae de pozos, o es desviada de las tuberías urbanas a través de conexiones precarias, y por lo general, contaminadas con aguas residuales. En los vecindarios más ricos, la Compañía de Aguas de Nairobi, un organismo público, vende agua potable relativamente limpia por una fracción del precio que pagan los nairobianos pobres. Esta es una disparidad que, según ciertas investigaciones, se suele dar en otras ciudades del hemisferio sur. Como dice el Centro de Justicia Social de Mathare, en los vecindarios más pobres tales como Kayole-Soweto, «el suministro de agua es más caro, menos seguro, y menos constante que en otras zonas más ricas de la ciudad»
El paisaje acuático de Nairobi ha permanecido opaco para sus planificadores y administradores, así como para sus residentes: tanto la élite que ocupa los frondosos suburbios de la ciudad, como las clases bajas que vive en los márgenes de la misma, y lucha por sobrevivir constantemente. Mientras que la ciudad ha sido testigo de algunos avances importantes para mejorar el acceso y la calidad del agua, otros intentos solo lograron reforzar la desigualdad económica en la distribución de agua de Nairobi. A menudo, tales avances empleaban tecnologías no apropiadas para el contexto, enfoques de «cortar y pegar» para solucionar problemas del hemisferio sur, y en muchos casos, modelos de financiación disimuladamente anti-pobres.
El proyecto de agua del Banco Mundial para Kayole-Soweto fue un gran ejemplo de estos problemas. Entre 2016 y 2018, el Banco Mundial y la Compañía de Aguas de Nairobi llevó a cabo un proyecto para construir conexiones de agua corriente y de alcantarillado, tanto en Kayole-Soweto como en otros vecindarios de bajos recursos de Nairobi.
El diseño del proyecto fue impulsado por el tipo de «neoliberalismo ligero» característico de la era de los Objetivos de Desarrollo del Milenio del Banco Mundial. Las conexiones de agua de dicho proyecto serían subvencionadas solo en parte por el Banco Mundial. El resto del costo correría a cargo de los usuarios, que tomarían un préstamo de 315 dólares por conexión, a pagar en un plazo de cinco años con una tasa de interés del 19%. Cada propiedad dispondría de una sola conexión, con un grifo de agua y un inodoro con cisterna. Bajo un programa llamado Jisomee Mita («lee tu propio medidor»), los medidores de agua serían digitales, y el pago de las facturas se podrían hacer de manera digital a través del teléfono celular. El proyecto se presentó como un «remedio mágico» que no solo abrazaba las supuestas ventajas de los sistemas digitalizados, sino también proveía un modelo financiero adaptado a las necesidades de los pobres de Kayole-Soweto.
Como nos contaron los habitantes de Kayole-Soweto, el proyecto estaba plagado de problemas desde el principio (algunos de estos problemas incluso están descritos en la evaluación del proyecto del año 2019 hecha por el Banco Mundial). Se suponía que las tuberías del suministro de agua estarían enterradas varios metros bajo las calles. Sin embargo, se enterraron a muy poca profundidad bajo los caminos de tierra de Kayole-Soweto. Esto provocó que las aguas residuales se filtraran en las tuberías. Las tuberías del alcantarillado, que el Banco Mundial prometió de 20 centímetros de diámetro. Sin embargo, resultaron ser de diez centímetros, lo que ocasionó constantes atascos. Nadie sabe por qué la implementación no se hizo según lo prometido, aunque la mayoría sospecha que por corrupción.
Y, según nos contaron los habitantes, cuando intentaban pagar los préstamos de la instalación, se encontraron con que el sistema de pago y facturación de la Compañía de Aguas de Nairobi era opaco en el mejor de los casos, y delictivo en el peor. Un hombre nos contó: «Fui y pagué, pero después de pagar… Hice un seguimiento de ese pago, y… Me dijeron que no había pagado el dinero. Y volví al lugar y pagué de nuevo. Y así es como perdí 4.900 chelines» (cerca de 42 dólares) No existen recibos ni extractos; la gente paga y, a menudo, su dinero simplemente desaparece.
Y, aunque sigue satisfaciendo en gran medida la demanda de los barrios más ricos, la Compañía de Aguas de Nairobi ha implementado lo que denomina «micro-racionamiento» en Kayole-Soweto. Normalmente, el agua solo llega unas pocas horas, un solo día a la semana. Durante esas pocas horas, la gente se apresura a llenar bidones de agua para la semana. Y si están en el trabajo cuando llega el agua, pues mala suerte, se quedan sin agua. Con frecuencia, la Compañía de Aguas de Nairobi suministra agua salada procedente de un pozo, en lugar del agua potable que les prometieron a los residentes. Y a muchos clientes les han pausado el suministro de agua durante semanas, meses, o incluso años sin explicación. Pero incluso en estos casos, la Compañía de Aguas de Nairobi sigue insistiendo en que los habitantes paguen los préstamos que tomaron para las conexiones del agua. Aunque esto signifique pagar por una conexión que no les proporciona agua. «Unalipia hewa,» nos dijo un hombre. «Pagamos por aire«.
La PCA: echarle sal a la herida
En 2018, dos economistas de desarrollo estadounidenses, Paul Gertler y Sebastian Galiani, lanzaron una prueba controlada aleatorizada (PCA) con el objetivo de «mejorar la eficiencia en la recaudación de ingresos» sobre los préstamos contraídos por los propietarios de Kayole-Soweto para la conexión del agua. Su argumento: el problema del suministro de agua en Kayole-Soweto no es ninguno de los que hemos descrito antes. El problema es simplemente que los propietarios no pagan sus facturas de agua, lo que merma los ingresos de la Compañía de Aguas de Nairobi y le impide suministrar agua. (Nuestro descubrimiento fue exactamente lo contrario: muchas personas dejaron de pagar sus préstamos de conexión debido a la frustración que les producía que el agua fluyera solo unas horas un día a la semana, si es que lo hacía).
Probando un método punitivo para solucionar este problema, estos dos economistas recurrieron a una PCA. La PCA, un método muy popular en la economía del desarrollo durante las dos últimas décadas, se utiliza para ensayar una intervención en el desarrollo de la siguiente manera: (1) se divide a la la población en dos grupos, uno de «tratamiento» y uno de «control»; (2) se le da «tratamiento» al primer grupo, mientras que se le niega al segundo; y (3) se miden las diferencias en los resultados. Los pioneros del método recibieron un Premio Nobel en Economía en 2019, pero a los críticos no les gusta que los economistas del desarrollo experimenten con los pobres.
En este caso, los economistas, en colaboración con la Compañía de Aguas de Nairobi y con el Banco Mundial, identificaron clientes que no estaban al día con los pagos del préstamo que sacaron para la conexión del agua, los dividieron de manera aleatoria en grupos de tratamiento y control, y cortaron el suministro de agua a las viviendas del primer grupo, pero no a las del segundo. Descubrieron que desconectar el agua tenía un gran impacto positivo en las tasas de reembolso (como dijo una persona durante la polémica en Twitter: «uh, duh?«). Según ellos, esto es prueba rigurosa de que desconectar el agua puede mejorar el cumplimiento de los ingresos de una empresa de suministro de agua. Los autores de este experimento no mencionan los innumerables problemas de la Compañía de Aguas de Nairobi, ni del sistema de abastecimiento de agua de Nairobi en general.
Un mapa de la publicación que informa sobre los resultados de esta PCA, muestra la asignación aleatoria de las viviendas de Kayole-Soweto a grupos de «tratamiento» o «control».
Desmenucemos esto un poco: este experimento habría sido de dudosa ética en un contexto en el cual el servicio de agua estuviera funcionando perfectamente, pero su ética es mucho más catastrófica en contexto de un sistema de aguas tan lamentablemente disfuncional como en Kayole-Soweto. Por poner un ejemplo de las acrobacias éticas publicadas por los economistas en la descripción del proyecto: las directrices de investigación en los Estados Unidos, donde estos dos economistas del desarrollo son catedráticos, dictan que los sujetos de una investigación deben consentir la participación en cualquier investigación, y especialmente en caso de un experimento. Los autores afirman que los inquilinos quienes se les cortó el agua habían dado, en efecto, consentimiento previo a la desconexión, al haber firmado el contrato del préstamo para conexión de agua, donde consta que se cortará el agua si no se paga. Esta interpretación tan rebuscada del consentimiento no tiene en cuenta la cuestión de la petición del mismo para participar en el experimento. Tampoco tiene en cuenta a los inquilinos que viven en estas propiedades, quienes nunca firmaron tal contrato y aun así perdieron su agua.
Le contamos a diversos propietarios cuyo servicio de agua había sido cortado durante este experimento, que los economistas que lo llevaron a cabo publicaron que dicho experimento no había causado ningún daño a los sujetos de esta investigación. (Es importante destacar que la mayoría de estos propietarios no son ricos: la mayoría de los dueños con los que hablamos viven junto a sus inquilinos, en una vivienda solo un poco mejor). Matthew, un propietario a quien entrevistamos, nos contó como, cuando se le cortó el servicio de agua, varias personas que vivían en dicha propiedad (entre ellas, una mujer discapacitada y su propia abuela, de 95 años de edad) se vieron obligadas a la indignidad de defecar en palanganas, las cuales su esposa vaciaba en el Río Ngong. Otro propietario, Kelvin, simplemente nos dijo: «No tenemos agua, y el agua es vida». Entonces, ¿cómo pueden decir que nadie fue perjudicado? ¿Cómo?¿Cómo?».
¿Qué podemos aprender de esto?
El agua en Nairobi es terriblemente desigual. En este injusto contexto participaron, en primer lugar, el Banco Mundial, con un plan de proyecto neoliberal que hacía hincapié en el «reparto de costes», y con una confianza ingenua e injustificada en la capacidad de la Compañía de Aguas de Nairobi para llevar a cabo este proyecto de forma justa; y, en segundo lugar, dos economistas del desarrollo, dispuestos a tratar a los pobres de Kayole-Soweto como conejillos de indias, y que se limitaron a creer en la palabra de la Compañía de Aguas de Nairobi cuando ésta dijo que el único problema del agua en Kayole-Soweto era que la gente no pagaba sus facturas. ¿Fueron sólo tácticas de intimidación para obligar a los residentes a pagar por un servicio que consideraban poco confiable? ¿Fue cuestión del lado feo de un modelo de mercado capitalista, insensible a la difícil situación de los pobres y que continúa robándoles su derecho a la ciudad?
Desde el año 2000, el Banco Mundial se ha alejado de los estrictos planes de ajuste estructural que implementó en una nación africana tras otra en los años ochenta y noventa. Ahora tienden a centrar sus energías en proyectos como este, a menudo ejecutados junto con los gobiernos africanos, y centrados en mejorar la capacidad del Estado para satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos. Pero la ideología neoliberal, aunque atenuada, sigue ahí: la insistencia del Banco en que los usuarios paguen una gran parte del coste de la conexión al agua mediante un préstamo bancario privado es característica de este nuevo y más sutil neoliberalismo.
En relación con la experimentación y con las PCA de desarrollo, es aterrador el grado de poder que los expertos occidentales ejercen sobre la población pobre en lugares como Kayole-Soweto. Para que quede claro, no estamos diciendo que este experimento sea típico en las PCA de desarrollo. En nuestra investigación, hemos encontrado que esta PCA de desconexión del agua es un ejemplo muy extremo. La mayoría de PCA se llevan a cabo con prácticas éticas justas, e incluso buenas. Sin embargo, este experimento demuestra que si un investigador extranjero desea realizar una PCA poco ética en lugares como Kenia, puede hacerlo. Es evidente que las medidas de salvaguardia ética actuales no funcionan.
Para encontrar una salida para el proyecto de agua del Banco Mundial en Kayole-Soweto, debemos atender a las demandas de los habitantes con los que nos reunimos y entrevistamos. En repetidas ocasiones, nos dijeron que estaban dispuestos a pagar por el agua, siempre y cuando el servicio funcionara de forma consistente. Nos dijeron que querían que el Banco Mundial volviera a la comunidad y que tuvieran reuniones con los miembros de la misma, para reconstruir juntos la infraestructura del agua y alcantarillado en Kayole-Soweto a un nivel adecuado. Creemos que el Banco Mundial se lo debe al pueblo de Kayole-Soweto.
En cuanto a los economistas y otros responsables de las PCA en Kenia, el sistema existente de salvaguardias éticas ha fallado claramente a los habitantes de Kayole-Soweto. Dejaremos de lado el argumento de que el experimento que llevaron a cabo los investigadores del hemisferio norte sobre los habitantes pobres del hemisferio sur no debería suceder en ningún caso. Las repercusiones de este experimento han llevado a sugerir reformas en los procesos de aprobación, financiación y publicación de investigaciones, con el fin de garantizar el cumplimiento real de los principios éticos. Haciéndonos eco de estas sugerencias, animamos a los agentes de este espacio de investigación a introducir mecanismos que garanticen que las salvaguardias no sean opcionales, sino obligatorias. Y creemos que debería existir un mandato ético de verdadero equilibrio en las PCA de desarrollo: los investigadores deberían realmente poner en duda si esta técnica de grupos de «tratamiento» y «control» es mejor para los sujetos de investigación. (En el experimento de Kayole-Soweto, claramente no lo fue).
Por último, el gobierno del Condado de Nairobi estádebatiendo actualmente un proyecto de ley que podría privatizar la Compañía de Aguas de Nairobi. Creemos que la privatización no es la solución para el agua en Nairobi. En el sistema de salud de Kenia, por ejemplo, hemos aprendido que la privatización no ayuda al que es pobre. Ejemplos anteriores de la privatización del agua: por ejemplo en Cochabamba (Bolivia) a fines de los noventa y, más recientemente, en Dar es Salaam en los 2000. Estos casos de privatización terminaron siendo un completo fracaso. Creemos firmemente que el camino a seguir para la Compañía de Aguas de Nairobi debe ser la reforma y la gobernabilidad democrática, no la privatización. Y en el contexto de la crisis actual del constante aumento del coste de vida, creemos firmemente que una compañía de agua privada ofrece menos posibilidades a la hora de asegurar que el agua sea asequible (si no gratuita), incluso para los nairobianos más pobres. La justicia del agua, consagrada en la Constitución de Kenia de 2010, debe hacerse realidad para los pobres que viven en barrios urbanos precarios, como Kayole-Soweto. Nos hacemos eco de las palabras del Centro de Justicia Social de Mathare: —«maji ni uhai, maji ni haki»: el agua es vida; el agua es un derecho.
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Autores: Adrian Wilson, Faith Kasina, Irene Nduta y Jethron Ayumbah Akallah
Foto: Flickr
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