Por Roberto Córdova
En la Antigua Grecia, junto al esplendor de la Tragedia como género teatral (Sófocles, Esquilo, Eurípides), surgió -de la mano de Aristófanes– el género de la Comedia.
Caracterizó a la Comedia, y a pesar del conservadurismo de su autor, el poner en escena lo cotidiano del bajo pueblo, de los oprimidos de esa época, y su capacidad de reírse de los poderosos.
En efecto, mientras las Tragedias confrontaban al espectador a la fatalidad de su destino y al poder absoluto de sus héroes y dioses, la Comedia liberaba, por medio de la risa, todas las rabias y frustraciones que el bajo pueblo va acumulando en su existencia.
A propósito de la tragedia en curso (¿o debemos decir en pausa?), del siniestro que afecta a miles de familias mayoritariamente pobres y, en paralelo, la muerte de uno de los “héroes” que representa a los poderosos de este país; las manifestaciones de alegría popular por el final de Piñera, son la expresión del único recurso que tenemos los pobres ante un delincuente de cuello y corbata, y un criminal que le declaró la guerra a su pueblo desde el sillón presidencial y que termina sus días –lamentablemente- en la más completa impunidad.
Para sorpresa de algunos, en medio del escarnio público a través de las redes al personaje en cuestión, Boric, cabeza de un gobierno pusilánime, sale -según protocolo de Estado- a rendir homenaje a quien dijo iba a perseguir por sus crímenes. Hasta ahí, se entiende; pero el panegírico oficialista que le sigue se excede hasta el límite de lo vomitivo, poniendo en evidencia, una vez más, la inconsistencia del susodicho. Para qué decir la guardia de honor de Camila Vallejo. Por suerte, de cara al funeral, se le ocurrió enfermarse para terminar con tan poco digna puesta en escena.
Si de show se trata, los medios de comunicación la llevan, sobre todo la televisión. Nada más asqueroso que su cobertura y la condición rastrera de sus caras visibles. Si hubiese un solo Patricio Bañados, salvaría el honor de la profesión; pero no, prefieren pasar por caja a fin de mes, así tengan que lamer la suela de los brillantes Armani de sus jefes.
Y la derecha, qué mejor regalo para la derecha que la muerte trágica de uno de los suyos. En cada palabra, en cada lavado de imagen del –a estas alturas- semi dios, está el lavado de su propia imagen como cuerpo decadente. Tan al dedo le vino este anillo, que no se puede evitar pensar en causas más turbias.
En fin, volviendo a la verdadera Tragedia que es el incendio y sus miles de damnificados, y sus cientos de desaparecidos y muertos, casi invisibilizada por la muerte de un hijo de las clases privilegiadas de este país; enfatizar que allí es donde debemos concentrar nuestras energías y solidaridad. Esa debiera ser nuestra preocupación y urgente acción.
Que la muerte de Piñera sea motivo -como en la Comedia- de memes y risas burlonas- no significa que estamos ante un acto de inmoralidad, según afirma un montón de gente al que no le simpatiza Piñera, pero que nos llama a guardar respeto, a no ser como ellos, a que nos diferenciemos mostrando sentido de humanidad. Decirles a todos aquellos –tranquilamente- que nada más humano que la descarga burlesca del bajo pueblo ante la impotencia de la injusticia que nos propinan los poderosos y los rastreros que les siguen el juego. Los inmorales son ellos, los que nos explotan son ellos, los que nos asesinan son ellos, los que nos humillan son ellos. Recordarles a quienes condenan la alegría del pueblo consciente ante la partida de un nefasto que la verdadera y profunda diferencia con ellos es nuestra condición de clase.
Por Roberto Córdova
Limache
Columna publicada originalmente el 9 de febrero de 2024 en Diario La Quinta.
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