Israel y una sociedad cómplice (II)

Una población partícipe de una política criminal que no se cuestiona que el asesinato de 27 mil hombres y mujeres palestino, entre ellos 10 mil niños, sepultados bajo los escombros en Gaza, junto a otros 700 palestinos asesinados en Cisjordania, sea una conducta contraria al respeto a los derechos humanos.

Israel y una sociedad cómplice (II)

Autor: Pablo Jofre

Señalaba en la parte I de este trabajo que existe una analogía entre aquella población alemana que vivía bajo el dominio del régimen nacionalsocialista del Tercer Reich y la incondicionalidad mostrada en apoyar a una entidad que cometió crímenes de guerra y lesa humanidad. Y, en ese plano, resulta imposible aceptar aquella opinión respecto a que existía una ignorancia sobre lo que su gobierno realizaba contra discapacitados mentales, creyentes judíos, prisioneros de guerra, políticos opositores, gitanos, entre otros, que significó la muerte de millones de seres humanos.

Al ser liberada Europa del nazismo, esos mismos alemanes se declararon sorprendidos de descubrir que a pocos metros de sus casas eran exterminados seres humanos, sin que ellos -consignaban esos alemanes- tuvieran información alguna. Algunos hasta desgarraban vestiduras frente a esa constatación práctica de crímenes, de los cuales fueron, indudablemente, cómplices. Lo descrito tiene un símil absolutamente contemporáneo en estos años con una sociedad israelí que no es aceptable en modo alguno alegue ignorancia de los crímenes que comete su gobierno y sus fuerzas militares, apoyados por cientos de miles de colonos armados que actúan como grupos terroristas legalizados. Hoy en Palestina y como ha sido en los últimos 75 años, se está desarrollando un genocidio contra millones de seres humanos al más puro estilo del Tercer Reich, en este 2024 en versión nacionalsionismo israelí. Todo ello ante nuestros ojos, en transmisión en directo, aunque se pretenda invisibilizar.

En el Levante Mediterráneo, la población israelí que ocupa las aldeas y pueblos de la Palestina histórica, que se ha asentado en los territorios de la Ribera Occidental, que ha invadido la Franja de Gaza y bombardea masivamente ese territorio –hasta el 30 de enero de este 2024 Israel ha arrojado, al menos 65 mil toneladas de bombas sobre Gaza, equivalentes a cuatro bombas atómicas, como la lanzada contra Hiroshima en la Segunda Guerra Mundial–; la sociedad israelí es una población que no podría alegar desconocimiento de lo que hace el gobierno -que mayoritariamente ha elegido- contra el pueblo palestino. No podrían argumentar que nada saben de los diarios crímenes cometidos por soldados y colonos armados hasta los dientes contra millones de seres humanos, sometidos al régimen más brutal que conozca la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial. Un nacionalsionismo equiparable a los Khmer Rouge y al régimen de apartheid sudafricano.

Un colono israelí y dos niños junto a un rifle de francotirador en una exposición de armas del ejército, en el polígono industrial de Gush Etzion, en Cisjordania. FOTO: AP / TSAFRIR ABAYOV

Ese gobierno israelí, sus tropas SS –soldados sionistas– apoyados por colonos armados hasta los dientes y con licencia para asesinar palestinos impunemente. Esa sociedad israelí, civiles, militares y extremistas religiosos, cometen diarias atrocidades: asesinan palestinos, entre ellos miles de niños, demuelen casas, destruyen cultivos, construyen asentamientos en tierras usurpadas al pueblo palestino. Enquistan carreteras exclusivas para uso de israelíes que atraviesan los campos de cultivo del pueblo palestino en Cisjordania. Se establecen cientos de check points, para impedir el libre tránsito del pueblo palestino y miles de soldados pisotean con sus botas una tierra usurpada, ocupando una tierra ajena. ¿Podría, en ese escenario, un israelí argumentar que nada sabe? ¿Podría un israelí, frente a los innumerables avances tecnológicos, que nos traen en forma instantánea todo lo que las tropas ocupantes realizan en territorio palestino, argumentar que desconocen lo que pasa allí, a pocos metros de las casas construidas sobre los huesos y la sangre de decenas de miles de palestinos? La población israelí tiene allí, a ojos vista, todo lo que su gobierno, sus militares y sus colonos realizan, todas las atrocidades y crímenes de lesa humanidad con que han construido una entidad ficticia. Ven por televisión, diariamente, como sus soldados delirantes, perversos, sedientos de sangre, asesinan a miles de palestinos. ¡No pueden argumentar ignorancia y si lo hacen son cómplices activos de crímenes de lesa humanidad!

Las escasísimas excepciones de israelíes que se atreven a cuestionar la política de exterminio contra el pueblo palestino levantan su voz y usan su pluma contra estos crímenes, como lo hicieron también contra esa ley de invisibilización de los crímenes cometidos por el nacionalsionismo. Advirtieron, como es el caso del periodista Gideon Levy, ante la Knesset –parlamento sionista– que de esa forma se actúa no sólo contra la prensa, sino también contra los grupos de derechos humanos y los palestinos, los últimos testigos de la acusación contra la ocupación. «Vamos a violar esta ley con orgullo. Tenemos la obligación de violar esta ley, como cualquier ley con una bandera negra ondeando sobre ella. No dejaremos de documentar. No dejaremos de fotografiar. No dejaremos de escribir, con todas nuestras fuerzas”.

Con valentía Gideon Levy se ha sumado a las acciones de otros israelíes agrupados, por ejemplo, en B´Tselem, organización defensora de los derechos humanos del pueblo palestino, que documentan día a día, junto a miles de voluntarios palestinos, lo que la soldadesca y los colonos cometen contra la sociedad palestina, sin distinción de edad, género, situación social. En Gaza estos cuatro meses dicha acción ha estado limitada porque las prohibiciones alcanzan también a esos escasos ciudadanos, a quienes reprimen con el salvajismo de todo régimen que tiene como referente a regímenes totalitarios que incluso suelen ser recordados como victimarios de aquellos que hoy los imitan. Una decisión justa y necesaria, contra esta ley que justifica su existencia a la luz de evitar que “testigos de la fiscalía y testigos tengan la intención de romper el espíritu de los soldados y residentes israelíes». Para Levy, B´Tselem, así como para todos aquellos que creemos que el sionismo debe desaparecer, ese debe ser precisamente el objetivo: romper el espíritu malsano de soldados y colonos. Obligar a que una sociedad ciega, sorda y muda, salga de ese letargo cómplice. Una población partícipe de una política criminal que no se cuestiona que el asesinato de 27 mil hombres y mujeres palestino, entre ellos 10 mil niños, sepultados bajo los escombros en Gaza, junto a otros 700 palestinos asesinados en Cisjordania, sea una conducta contraria al respeto a los derechos humanos.

Y en lo mencionado, qué duda cabe que son influenciados por un lavado de cerebro permanente, con mitos fundacionales y el discurso crónico y delirante de sus líderes políticos y militares que consideran a los palestinos: “subhumanos”, “animales que caminan en dos patas”, “serpientes”, “langostas”, “cocodrilos hambrientos”, y como animales entonces sujetos a ser exterminados. Lo encubren bajo el concepto de autodefensa, con ese mantra de no permitir que se cometa otro holocausto contra lo que ellos denominan “pueblo judío”. Así, esa asociación delictiva autodenominada sociedad israelí, en forma mayoritaria no quieren saber, escuchar o ver lo que se hace todos los días en nombre del sionismo y del judaísmo en una simbiosis falsaria que muy pocos se atreven a denunciar. Felicitaciones a seres humanos con esa decencia, pero un apoyo mayor a millones de palestinos, de hombres y mujeres que día a día resisten el nacionalsionismo, que desea exterminar toda presencia palestina en su tierra histórica. Una población decidida a seguir documentando los crímenes de lesa humanidad que se comete contra ellos, evitando, de ese modo, el deseo sionista que los criminales sean invisibles. Una pretensión que hunde su acción en una sociedad israelí favorecedora de una política de apartheid y que impide llevar a buen puerto el curso de acción que gran parte de la humanidad desea seguir respecto al sionismo: su total eliminación.

Pero, lo grave, lo peligroso de esta contumacia criminal y del apoyo social mayoritario a mantener una política criminal donde Israel y su sociedad, en lugar de cambiar el giro criminal de su política, insiste en que es víctima de atropellos de las organizaciones internacionales y que las condenas contra su país “tendrán consecuencias”. Esto es lo que clínicamente se conoce como “no tener noción de enfermedad”. Patología que suele aquejar a paciente con trastornos mentales y que desde el estudio social ha sido analizado profundamente. Así ha sucedido con el veredicto de la CIJ que no condena ni llama a realizar acciones que detengan el genocidio palestino, donde Israel desconoce sus prerrogativas y denomina a la CIJ como “antisemita”. Sicosis delirante de un régimen asesino.

En el caso específico del sionismo, su política criminal contra el pueblo palestino, aupado por sus sueños de conformar un Gran Israel se enmarca en lo que podríamos denominar un modelo evasivo, donde este “paciente” violento y agresor centra su vida como sociedad en el rol que le ofrece su delirio, habitualmente dotado de un contenido de megalomanía o misticismo. Para los individuos seguidores de esta ideología, la visión de sí mismos, de su sociedad y de la realidad es la única posible. La inflexibilidad para reconocer otro tipo de realidad los hace despreciar al otro, considerándolos como seres inferiores, animales a los cuales no se les puede respetar y por tanto sujetos a su eliminación física. Este modelo evasivo es parte componente de la megalomanía de la sociedad israelí. Y, en ese marco, el dar a conocer, el develar los crímenes, el mostrar al mundo su perversidad, más que hacerlos reaccionar los impele a negar que aquello que ejecutan debe cesar. Esto obliga, por tanto, a ejecutar y llevar a cabo todas las formas de lucha donde el documentar, filmar, grabar, fotografiar, es parte de ese trabajo mayor destinado a eliminar al sionismo haciendo visible lo que el criminal desea ocultar.

El poeta nacional palestino Mahmud Darwish nos refiere que el combate de su pueblo tiene un componente esencial a la hora de entender el campo de batalla en que se libra esa lucha contra el opresor: el campo de la memoria. En el sentido que uno de los actores, el sionismo, pretende borrar, eliminar, invisibilizar la memoria de un pueblo milenario, su historia, su lengua, comida, el vestuario, su arqueología, en esencia su cultura, mediante un proceso de judaización. El otro actor, el pueblo palestino, a pesar de una política de exterminio puesta en práctica desde el momento mismo que nace la entidad sionista, lucha día a día para que esa memoria permanezca, porque esté presente aún en las condiciones más adversas. Una Palestina indomable, que haciendo uso de todas las formas de lucha resiste, para gloria de sus hijos e hijas y para la admiración de todos aquellos que creemos que más temprano que tarde Palestina alcanzará su plena libertad.

Por Pablo Jofré Leal

Articulo para Hispantv

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