Sería muy ingenuo el creer que, una vez acordada la implementación del fallo emitido por el Tribunal Internacional de La Haya, los conflictos limítrofes con nuestros vecinos cesarían por arte de magia. Una realidad son las bellas y bienintencionadas declaraciones de ambos mandatarios en la reunión del CELAC, en La Habana, y otra muy distinta dice relación con el fondo histórico del problema. La tesis que he sostenido en una serie de artículos se refiere a la recuperación de las provincias que, según Perú y Bolivia, les fue usurpadas en la Guerra del Nitrato y, mientras la Cancillería chilena no entienda esta matriz histórica sobre los conflictos con nuestros vecinos, poco podemos avanzar para lograr una solución a los sendos diferendos.
Un primer paso, a mi entender, debiera orientarse hacia las relaciones culturales; con una política central puramente centrada en lo económico, muy propia de este país de mercaderes, se hace difícil que mejoremos nuestras relaciones de amistad – no se trata de que las grandes empresas pesqueras o de las de retail, Falabella, Ripley, y otras, monopolicen nuestras relaciones – pues la política “de cuerdas separadas” lo único que logró fue radicalizar nuestra mutua incomprensión, en consecuencia, debiéramos enfocar nuestra política exterior, especialmente con los países del norte, a una amplia red de relaciones culturales, en especial, en el campo educativo, por consiguiente, se hace imprescindible una revisión conjunta de la historia sobre la base del latino americanismo – la herencia Simón Bolívar y Francisco Bilbao, este último, tan desconocido en Chile y que poca gente sabe que es autor de una de las obras biográficas Estudio sobre la vida de Santa Rosa de Lima -.
Volvamos a nuestro país y las relaciones con nuestros países vecinos: el centralismo santiaguino ha sido responsable del abandono de las provincias extremas, tanto Arica, por el norte, como Punta Arenas, por el sur; personalmente, creo que si no avanzamos hacia un federalismo o a una radical descentralización, estas dos ciudades extremas seguirán condenadas a una dependencia y subordinación a la capital. El caso de Arica es sintomático: se encuentra rodeada por dos grandes y poderosos polos de desarrollo: Tacna, por el norte, y, Iquique, por el sur. Debería implementarse, sobre la base de una política trilateral – Chile, Perú y Bolivia, – un polo de desarrollo que abarcara Tacna, Arica y La Paz y, además, integrando a Iquique.
Si pensamos que, en pocos años, tendremos una crisis energética, este polo de desarrollo se hace cada vez más necesario; en este sentido, en acuerdo propuesto por Gabriel González Videla y su ministro, Horacio Walker, en el sentido de entregar una franja a Bolivia, al norte de Arica, canjeándolo con un territorio rico en hidroeléctrica, readquiere actualidad. Si a esta idea de la integración se agrega Perú, podríamos tener, además, un importante aporte de gas natural, fuente de energía fundamental y bastante limpia. También se podría pensar en energías renovables no convencionales con capitales conjuntas y que favorecieran a estos países, preferencialmente.
Tomo de Marco Enríquez-Ominami el concepto de “fronteras porosas”, es decir, fronteras vivas, capaces de abrirse a contactos económicos, políticos, culturales, de salud, de educación, de calidad de vida, y otros, – algo de esto ocurre en el caso de la Concordia respecto de Tacna y Arica-.
Judicializar, en extremo, nuestras diferencias cuando hoy el mundo tiende a funcionar en grandes bloques económicos, políticos y culturales – el caso de la Unión Europea – constituye una falta de criterio sin límites. Es vergonzoso que los países latinoamericanos sean los clientes privilegiados de los “jueces de babero”, de La Haya, dilapidando millones de dólares en abogados, que restan recursos para el combate a la pobreza, por ejemplo.
La diplomacia de los mercachifles debiera ser reemplazada por un latinoamericanismo proactivo.
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
El Ciudadano