En días pasados, un reciente amigo al cual estimo mucho, me felicitaba con cierto sarcasmo, dada mi incorporación a un proyecto político. -Le han hecho justicia a la izquierda-, -te hizo justicia la izquierda-, vacilaba en tono alegre, expresándose genuinamente contento por mi integración.
Ya en casa, tomé un tiempo para contemplar mi vigente realidad. Observé mentalmente el paso de los días, convertidos en años, y la inversión que -de mi ya escasa juventud- he puesto en voluntad del movimiento político al que pertenezco.
Medité, en la embriaguez producto de la soledad y no del vino, en lo profundo de su sarcasmo: ¿Me ha hecho justicia la izquierda? ¿Debería hacerme justicia? ¿La justicia izquierdista / o izquierdiosa, es un acto individual?
Recorrí mentalmente, de manera no lineal, los momentos destacados que he vivido en esta década de militancia. Diez años. Desde los 17, hasta los 27, pasaron como un tren sin frenos.
¿Qué se llevó ese tren?
Centenares de momentos. Sublimes y catastróficos. Y con ellos, mi juventud misma.
Recordé a mi padre, leyéndome cortas biografías de expresidentes mexicanos. Quizá, transitaba yo, entre la primaria y la secundaria.
¿Por qué lo hacía? ¿Con qué intención?
Mi padre, que trabajó toda su vida como vendedor de máquinas de escribir, -Olivetti mexicana– tenía dos anhelos frustrados: la política y el periodismo.
Pudo ver mi amado padre, mis primeros pasos en la ruta política. Tristemente no, mi incorporación al periodismo. Menos aún, al periodismo político.
Quizá, desde el subconsciente, hacía lo que hacía por agradar a mi padre. No en un sentido deudor afectivo, pues nos amamos intensamente, al igual que con mi hermosa madre. Era más bien, una pasión compartida, un anhelo colectivo que se reflejaba en mí actuar. En mis ideas y mis palabras.
Pienso ahora, en la misma embriaguez, producto de la soledad, en los grandes regalos vitales que me ha otorgado el trayecto político.
Pienso en los cientos de viajes de carretera, en las llantas quemadas por las visitas a municipios. Pienso en el privilegio inmenso que he tenido en recorrer mi estado, mi Puebla. Deben ser ya más de cien los municipios pisados. Y al pisarlos, mucho de ellos ha quedado impregnado en mis pies.
Pienso en las múltiples carencias que mis ojos han visto en esos recorridos. Pienso en los choques de realidad producidos en esos instantes.
Termino:
¿Cuándo me hará -nos hará- justicia la izquierda?
La izquierda solamente tiene una forma de justicia, y es una forma colectiva.
Seré satisfecho, en mis deudas y facturas internas, cuando no haya sed en esos rostros, cuando no haya hambre en esos ojos, cuando la recreación sea una decisión consciente, y no una obligación de fuga a la incomible realidad.
Al final, como dice el gran Eduardo Galeano, la utopía sirve para caminar, para avanzar.
Que no falten nunca las bocanadas de esperanza, en forma de aire, que obliguen a los pies a andar.
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Foto: Archivo El Ciudadano
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