Ante los acontecimientos públicamente conocidos, respecto a «errores» en Obras Públicas en la Región de Los Ríos y las eventuales responsabilidades de los Altos Directivos de la Administración Pública, surge la pregunta ¿actuar conforme a la Ética es sine qua non de la actividad propia de un Alto Directivo de la Administración Pública?
A lo menos desde la teoría es un deber, ya que los altos cargos públicos detentan una responsabilidad de igual categoría que los Altos Directivos de empresas privadas. Insisto que es el deber hacer desde la teoría.
Esta reflexión nace desde los últimos acontecimientos ocurridos en la Región y cómo éstos se han abordado desde la justificación del error, la carencia de probidad en las actividades propias de los funcionarios y directivos y los disonantes discursos que se refirieron a los temas: Puente Cau-Cau, Teletón y otros de menos interés mediático como las ciclovía con letreros en medio, ubicada en la avenida Pedro Aguirre Cerda de Valdivia.
Paradojalmente no existe un desarrollo de la ética de la administración pública como rama de la ética, como lo ha sido en la empresa privada, sin embargo podemos considerar ciertas similitudes en cuanto a la jerarquía, la existencia de altos directivos y la labor de ambos. A lo menos se puede hacer una analogía que nos acerca al Alto Directivo de la administración pública, dado que ya en su proceso de selección se habla de Alta Dirección Pública.
Aclarado lo anterior me remito a las ideas planteadas en uno de los tantos Coloquios de Ética Empresarial y Económica que se han desarrollado en España, cuna de la ética aplicada. El profesor Miguel Gallo plantea que el rol de quien sustenta el cargo de alta dirección en la empresa se relaciona con las expectativas que tienen sobre su persona, los accionistas y colaboradores. Y el símil en la Alta Dirección Pública lo podemos atribuir a las expectativas que tienen las autoridades de Gobierno, los subalternos y los ciudadanos de su desempeño, responsabilidad que a mi parecer es mayor que el ejecutivo de la empresa privada, dado que el servicio público como se le denomina está vinculado con el bien común y finalmente la maximización de los recursos de la empresa privada y el lucro se reemplaza desde la ética de la responsabilidad y su vínculo con el servicio con el bienestar y cómo dispongo de mis virtudes técnicas, intelectuales y éticas para la consecución de ese objetivo magnánimo y principal del Estado el cual es mi empleador.
El profesor Gallo atribuye al gerente o alto directivo, la responsabilidad de ser el nexo entre la ética y la empresa, condicionando el rol de Alta Dirección al dominio de tres planos de la racionalidad: la primera de ella es la racionalidad técnica, que tiene que ver con la acertada conducción de la empresa en el ámbito de la maximización de los beneficios, lo que en el ámbito público puede ser determinado por la maximización de los recursos del Estado en forma óptima y proba, la segunda de estas es la racionalidad sicológica, que da cuenta sobre la capacidad personal de elección del líder y el sistema de valores que lleva consigo y por último la más importante para este reflexión, y la racionalidad ética, que se relaciona con la decisión en casos de elección, de la que proporciona mayor beneficio común.
Según Gallo la dirección tiene que armonizar estas racionalidades y además ha de vivir el equilibrio de los resultados de corto plazo frente a los resultados de largo plazo, es decir concebir una planificación que trascienda los cortos periodos en el que se desempeñará, entendiendo que los periodos presidenciales son de cuatro años en nuestro país. El alto directivo debe estar conciente que en sus manos tiene herramientas muy poderosas con las cuales ejerce su influencia sobre los equipos de su institución. Herramientas como la remuneración, la evaluación, la formación y el desarrollo personal de todos ellos.
El líder de la institución debe ser un homo virtuoso desde la perspectiva aristotélica, por el hecho hacer converger en él las tres racionalidades, técnica, sicológica y ética, lo que sería el equivalente a la phronésis aristotélica, entendida esta como la prudencia. Para Aristóteles esta no es ciencia sino discernimiento, es el juicio correcto entre la elección de los posibles, la prudencia es la habilidad del virtuoso; guía a la virtud moral indicándole los medios para alcanzar sus fines, ya que para Aristóteles no está moralmente permitido actuar torpemente cuando se desea el bien y en los casos de los “errores Cau-Cau– Teletón y Ciclovía” claramente ese discernimiento no tuvo cabida en la toma de decisiones de los Altos Directivos.
Por Jaime Moreno Burgos, Mg, en Economía.