Por Natalia Figueroa
La novela póstuma de Gabriel García Márquez, “En agosto nos vemos”, cuenta los viajes de Ana Magdalena Bach a una isla colombiana donde visita cada año la tumba de su madre. Un ritual que repitió cada 16 de agosto durante veintiocho años, llevándole gladiolos como ofrenda y siendo su mensajera de las novedades familiares. En esas travesías la protagonista vive diversos amores con los que se reencuentra en el hotel que frecuenta, redescubriendo el placer y el deseo, y a la vez reflexionando sobre un matrimonio que la acecha de dudas.
La historia transcurre en un ambiente caribeño característico de la literatura de Gabo: platanales, aguaceros, temperaturas cálidas, flores amazónicas, helechos colgados, guirnaldas de enredaderas. Es el escenario para los amores que nacen en una isla exuberante, en los que se desatan las desavenencias entre los personajes marcados por el goce, la soledad y la muerte. La protagonista se aproxima a realidades como la infidelidad, la prostitución y el asesinato a mujeres, que va conociendo en el bar del hotel que frecuenta, con escenas que repiten año tras año.
“El bar del hotel estaba abierto hasta las diez de la noche y había bajado a comer cualquier cosa antes de dormir. Notó que había más clientes que de costumbre a esa hora, y el mesero no le pareció el mismo de antes. Ordenó, para no equivocarse, el mismo sánduiche de jamón y queso de otros años, con pan tostado y café con leche. Mientras se lo llevaban cayó en la cuenta de que estaba rodeada por los mismos turistas mayores de cuando el hotel era el único. Una niña mulata cantaba boleros tristes y el mismo Agustín Romero, ya viejo y ciego, la acompañaba con amor en el mismo piano decrépito de la fiesta inaugural”.
Años después, Ana Magdalena Bach reconoce que uno de sus amantes es un proxeneta buscado de quien nunca supo su nombre, solo hasta verlo en las noticias. “Nunca se preocupó de saber quién era él, ni lo pretendió, hasta después de aquella noche brutal, cuando reconoció en la televisión su retrato hablado de vampiro triste solicitado por las policías del Caribe como estafador y proxeneta de viudas sin sosiego, y probable asesino de dos de ellas”.
De menor complejidad en los personajes y en su trama, esta novela de 122 páginas, es el último escrito que Gabriel García Márquez compartió con su agente literaria Carmen Balcells, su editor de confianza Cristóbal Pera y otros cercanos y que luego desechó por considerarlo incompleto: “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”, confesó. Aun así, hasta finales de 2004, Gabo trabajó en este proyecto literario acumulando cinco versiones numeradas, editadas por capítulo y una que en su portada dice: “Gran OK final. Datos sobre ella CAP 2. OJO: probable cap. Final. ¿Es el mejor?”. El editor de esta novela es doctorado en literatura de América Latina en la Universidad de Texas, y, a la vez, fue el editor de los dos últimos libros que García Márquez publicó en vida, sus memorias, Vivir para contarla, y la novela Memoria de mis putas tristes.
Inicialmente “En agosto nos vemos” estaba pensado como uno de los cuentos que tendrían a Ana Magdalena Bach como protagonista y serían parte del último libro de Gabo. Incluso, otro de los fragmentos de este libro fue publicado como cuento inédito en la revista Cambió de Colombia y luego en el diario El País. Esto, sin embargo, no fue posible ser concretado por el escritor dado que perdió progresivamente su memoria por la enfermedad que lo afectó en los últimos años de su vida. Según cuentas sus hijos, uno de los síntomas de su enfermedad era que ya no recordaba los sueños que había tenido la noche anterior y esa fue una de las señales que le hizo comprender que iba a tener muchas limitaciones para seguir escribiendo.
Pese a que no es comparable con las grandes obras de Gabriel García Márquez, autor de Cien años de soledad, El otoño del patriarca, De amor y otros demonios y su abundante obra periodística, esta novela es el registro de que un escritor incansable, que trabajó en proyectos literarios pese a las adversidades que enfrentó por el alzheimer. Es, sin duda, un escritor fundamental de la narrativa latinoamericana y su literatura sigue cruzando fronteras y a generaciones de lectores y escritores hasta hoy.
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Fragmentos
“Los primeros tres años fueron puntuales todos los días, de noche en la cama o por la mañana en el baño, salvo en las treguas sagradas de las reglas y los partos. Ambos vieron a tiempo las amenazas de la rutina, y sin ponerse de acuerdo decidieron sumarle al amor un grano de aventura. En una época solían ir a los moteles de lance, tanto a los más refinados como a los de mala muerte, hasta una noche en que el hotel fue asaltado a mano armada y los dejaron a ellos en los puros cueros. Eran inspiraciones tan imprevistas que ella se acostumbró a llevar los preservativos en la cartera para evitar sorpresas. Hasta que descubrieron por azar una marca que llevaba impreso su anuncio de publicidad: Next Time Buy Lutecian. Así fue como inauguraron una larga época en que cada amor llevaba el premio de una frase feliz, desde chistes procaces hasta sentencias de Séneca”.
“Cuando Ana Magdalena despertó en la penumbra del amanecer había perdido la noción de sí misma. No sabía dónde estaba ni con quién, hasta que vio a su lado al hombre desnudo de cuerpo entero, dormido bocarriba con los brazos en cruz sobre el pecho y respirando como un niño en su cuna. Le acarició con su índice tenue los rizos de la piel curtida por la intemperie. No tenía un cuerpo joven, pero sí bien mantenido, y disfrutó de las caricias sin abrirlos ojos y con tanto dominio como el que había tenido en la noche, hasta que lo desordenó el amor.
–Ahora sí en serio –preguntó de pronto–: ¿cómo te llamas?
Ella improvisó al instante.
–Perpetua.
–Es una pobre santa que murió pisoteada por una vaca –dijo él de inmediato».
“Durante varias semanas no pudo resistir la tentación de encontrar al hombre que no la dejaba vivir en paz. Regresaba al restaurante en las horas más concurridas, no perdía la ocasión de arrastrar consigo a algunas amigas flotantes para evitar cualquier equívoco por sus errancias solitarias y se acostumbró a enfrentar a cuantos hombres encontraba en su camino con las ansias o el pavor de encontrar al suyo. Sin embargo, no necesitó ayuda alguna para que la identidad del que buscaba estallara en su memoria como una explosión cegadora. Era el mismo de su primera noche en la isla que le había dejado entre las páginas del libro la ignominia del billete de veinte dólares por su noche de amor. Sólo entonces cayó en la cuenta de que tal vez no había podido reconocerlo por el bigote de mosquetero que no llevaba en la isla. Se volvió asidua del restaurante donde había vuelto a verlo, con un billete de veinte dólares para tirárselo a la cara, pero cada vez tenía menos claro cuál debía ser su actitud, pues a medida que profundizaba en su rabia menos le importaba el mal recuerdo del hombre y las desgracias de la isla”.
«–Por una vez en tu vida, Doménico, dime la verdad. Él sabía que su nombre de pila en boca de ella era señal de tormenta, y la apresuró con su serenidad habitual:
–¿Qué es?
Ella no fue menos:
–¿Cuántas veces me has sido infiel?
–Infiel, nunca –dijo él–. Pero si lo que quieres es
saber si me he acostado con alguien, hace años me
advertiste que no lo quieres saber.
Más aún: cuando se casaron le había dicho que no le importaría si se acostaba con otra, a condición de que no fuera siempre la misma, o si era sólo por una vez. Pero a la hora de la verdad lo borró con el codo.
–Ésas son cosas que uno dice por ahí –dijo–,
pero no para que las tomen tan al pie de la letra.
–Si te digo que no, estoy seguro de que no lo
crees –dijo él–, y si te digo que sí no lo soportarás.
¿Cómo hacemos?»