Por Luis Mesina
Las imprudentes palabras de la presidenta del Partido Socialista en un programa de televisión abierta contra el movimiento social que ha encabezado la lucha contra las AFP, no es casual, no es un desliz, tampoco es exclusivo de ese partido.
Hace ya bastante tiempo, desde los 90 en adelante, que los partidos, llamados en el pasado representantes de la clase obrera o del mundo del trabajo, comenzaron una profunda involución hacia posiciones neoliberales. Una de las causas que precipitó la renegación de la izquierda hacia el mundo del trabajo, fue la caída en 1991 de la URSS, de la cual algunos partidos políticos habían consagrado como su “alma mater”.
Dicha caída arrastró tras de sí el derrumbamiento de una creencia, muchas veces sustentada en los dogmas de fe más que en convicciones dialécticas, de que el socialismo en un solo país sería capaz de derrotar al imperialismo de la época, guardián del sistema capitalista representado claramente por los EEUU.
Y aunque algunos se mostraban críticos a los métodos estalinistas durante la época conocida como “guerra fría”, al final, todos, cuan más, cuan menos, eran encandilados por la órbita soviética. Derrumbada ésta, se cayó toda la estantería doctrinaria.
El paradigma dominante que se imponía en esa fecha, simbolizada en la frase de Fukuyama “el fin de la historia”, desnudó y dejó en evidencia la falta de valores, creencias y convicciones de la izquierda mundial y también de la nacional. El tiempo que demoró en vaciarse de contenidos, no tomó más de tres décadas en el caso chileno.
Sin embargo, antes de cumplirse 30 años y producto de las profundas desigualdades que el modelo neoliberal generó, incubó, especialmente en la juventud, un sentimiento de fastidio y rechazo al orden económico y político que, impuesto bajo la tiranía a comienzo de los 80, se mantenía intacto, incluso, se corregía y perfeccionaba justamente por los partidos, que en algún momento de la historia habían comprometido sus esfuerzos para acabar con dicho modelo.
Así, la década abierta con el cambio de siglo movilizó a estudiantes, ambientalistas, trabajadores, por mejores pensiones y al mundo feminista por derechos a las mujeres. El momento más culminante de esa década estalló en octubre de 2019, poco después de que irrumpiera en el concierto político un grupo de jóvenes que prometían cambiarlo todo, o al menos, acabar definitivamente con las causas esenciales que provocaban tanta desigualdad y que eran las razones que motivaron el descontento social.
El despertar de Chile de 2019 que movilizó a millones en todo el país se apagó.
La pandemia aportó bastante a diezmar el movimiento social y los partidos que habían permanecido en silencio durante los días más intensos de las movilizaciones, volvieron al ruedo político. Como siempre, fraguaron acuerdos, todos ellos para flanquearse sus intereses y privilegios.
Ahí, actuaron como clase política, como clase social. Si bien los partidos actuales y el Congreso en donde están representados no constituyen una clase social en sentido riguroso, su actuar sí lo es.
En el caso chileno, la novedad, que ya no lo es tanto, logró capturar a los jóvenes que prometían cambiarlo todo y que hoy forman parte de lo que algunos denominaron en el pasado, la “fronda aristocrática”, sector que busca por todos los medios evitar que el fortalecimiento del Estado termine amenazando sus espurios intereses.
La senadora Vodanovic no es una casualidad, no es una excepción, es la regla.
Personajes provenientes no se sabe de qué lugar, sin ningún vínculo real con los padecimientos del pueblo y mucho menos con el de los trabajadores. En eso, no hay distinción con los muchachos del Frente Amplio, que jamás conocieron los dramas que enfrentan los sindicatos, los pobladores y, mucho menos, el padecimiento de los más de tres millones de trabajadores que ganan menos de 500 mil pesos mensuales.
Las palabras de la presidente del partido que aún se llama socialista -nadie sabe por qué, tampoco ellos-, no es un exabrupto, es su manera de mirar al mundo del trabajo, con desprecio, con desdén, con indiferencia y, para ser justos, no es ella la única que piensa y actúa así; la mayoría de quienes se dicen aún de “izquierda” piensan y actúan igual.
Es la decadencia de los tiempos actuales. No es eterna eso sí.
Por Luis Mesina
Columna publicada originalmente el 11 de abril de 2024 en SurySur.
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