Anatomía de una caída de las izquierdas y ascenso de las nuevas derechas: De asaltos a capitolios y embajadas

Es urgente para la izquierda repensar la batalla cultural, que, en estos momentos, están ganando las nuevas derechas, que, además, también lograr traducir esta victoria cultural en victorias electorales.

Anatomía de una caída de las izquierdas y ascenso de las nuevas derechas: De asaltos a capitolios y embajadas

Autor: El Ciudadano

Por Katu Arkonada

Si bien Karl Marx decía que la historia siempre se repite dos veces, la primera como tragedia, y la segunda como farsa, para estos tiempo me gusta más la analogía, atribuida a Mark Twain, de que la historia no se repite, pero rima.

Al igual que en los años 80 en Europa la mayoría de los partidos comunistas importantes se volvieron socialdemócratas, y los partidos socialdemócratas se volvieron social liberales cuando no directamente neoliberales, corriéndose a la derecha todo el eje ideológico, hoy el “consenso neoliberal” que el ciclo progresista/constituyente latinoamericano consiguió romper, y entra en crisis al no poder construir proyectos políticos estables electoralmente, deriva en un ascenso de las nuevas derechas, en muchos casos calificadas como populismos de derecha o post fascismos, que le han ido arrebatando parte del espacio político y electoral a las derechas, construyendo, quizás todavía de manera fragmentada y todavía no hegemónica, un nuevo consenso social.

El Brexit (2016) y sobre todo la victoria de Donald Trump (2017), que siguieron a la crisis económica 2007-2009, marcan el inicio de este nuevo momento político. Ambos son, en los países pioneros del modelo neoliberal, una critica al modelo de globalización neoliberal y un retorno a raíces más identitarias y soberanistas (Make America Great Again o America First).

La pregunta es, ¿qué está sucediendo para que una buena parte de la población mundial esté dispuesta a renunciar a la democracia a cambio de un proyecto mesiánico, que incluso implica violencia?

En la mayor crisis del capitalismo, en mitad de guerras y postpandemia (que nos dejó no solo una crisis económica, sino una crisis de gobernanza, que sumada al genocidio en Gaza y la guerra en Ucrania, nos demuestra que este mundo no funciona ni tiene dirección), la gente busca alternativas anti sistema que no pasa por las que le ofrece la izquierda.

El tablero geopolítico, con el COVID, Ucrania y Gaza, está en constante movimiento, y ha dejado a la izquierda fuera de juego. La izquierda que no es parte del establishment o Deep State con el que confronta Trump, de la casta que quiere enfrentar Milei, está perdida.

Pareciera que las nuevas derechas han salido de la marginalidad de las redes donde estaban hasta hace no mucho, y se han tomado las calles, mientras que la izquierda, en el mejor de los casos, apuesta por la justicia social, de género y climática, cada vez más fuera de las calles y más dentro de las redes y sus burbujas, sin traducirlo en acciones reales y tangibles para la gente común. Si, además, una parte del centro izquierda sí es el establishment (el Partido Demócrata es el claro ejemplo), si las empresas petroleras y energéticas nos dan soluciones verdes y ecológicas, si Disney se dedica a hacer películas con mensajes milimétrica y políticamente correctos, exaltando la diversidad racial y de género, sin cuestionar nada más, podemos entender porque los mensajes de las nuevas derechas contra el sistema establecido calan entre los sectores populares. El término acuñado por Nancy Fraser de “neoliberalismo progresista” les viene como anillo al dedo.

Mientras tanto, en las calles, la gente tiene miedo a perder su trabajo porque llegan inmigrantes, los hombres tenemos miedo de perder nuestros privilegios patriarcales porque las mujeres obtienen derechos hasta ahora negados, o incluso un sector en principio progresista como el movimiento LGBTIQ tiene miedo a una supuesta islamización de la sociedad. Ante eso, las nuevas derechas les ofrecen lo que Ignacio Ramonet llama “refugio identitario”.

Las nuevas derechas ya gobiernan en Hungría, Italia, Holanda, Polonia hasta hace poco, y han entrado al gobierno en países donde históricamente dominaba la socialdemocracia, como Suecia o Finlandia. En Francia el partido de Marine Le Pen ya ganó unas elecciones europeas, y en España Vox ha estado a punto de ser gobierno en coalición con el Partido Popular. En Alemania el partido Afd va en ascenso, abandonando sus postulados anti euro, anti sistema, para establecerse en el neo fascismo (se calcula pueden obtener alrededor de 50 europarlamentarios, provocando de rebote una escisión del histórico Die Linke por parte de Sahra Wagenknech, que en su carta de ruptura afirmó: “Una y otra vez hemos recordado que centrarse en los entornos urbanos, jóvenes y activistas está alejando a nuestros votantes tradicionales”.

En América Latina, Trump es el detonante de las nuevas derechas latinoamericanas, pero no está solo. El asalto al Capitolio (enero 2021), seguido por el ataque de hordas bolsonaristas al Congreso, Tribunal Supremo y Palacio de Planalto (enero 2023), va mucho más allá de una alternancia entre progresismo y derecha. La victoria de Milei (noviembre 2023), la presencia de Bukele (quien hasta ahora se definía como ni de izquierda ni de derecha) en la Conferencia de Acción Conservadora (febrero 2024) y el reciente asalto del gobierno de Noboa a la Embajada de México en Ecuador (abril 2024) no son hechos aislados, sino parte de una estrategia de asalto al poder por los votos o por la fuerza, sabiendo que sus acciones no tienen consecuencias globales, porque como hemos dicho, no hay nadie a los mandos de la gobernanza mundial (Naciones Unidas). Y si bien es cierto que (a excepción de Bukele), ni Trump ni Bolsonaro consiguieron conquistar el Estado, una segunda victoria de Trump (no tan fácil por la excelente marcha de la economía estadounidense) podría consolidar un nuevo sentido de época.

Este nuevo momento geopolítico, con sus contrapesos (la OTAN está a punto de sufrir una derrota en su proxy llamado Ucrania, y en el Sahel el pueblo en las calles ondea banderas rusas para reivindicar la descolonización de la potencia ocupante francesa), es más complicado de leer que nunca. Desde el comienzo del siglo XXI, en 2001 nos infundieron el miedo a los musulmanes, en 2008 a quienes nos iban a quitar el trabajo, y en 2015 a los migrantes, provocando el repliegue identitario a las fronteras nacionales al mismo tiempo que las nuevas derechas se apoderaban de un reclamo histórico de la izquierda como es el de la soberanía.

Hoy en día, la guerra por la cultura se libra cada día en nuestros smartphones (síntesis hecha por la web ultraderechista The Right Stuff), y el objetivo con tanta fake news es claro, y lo ha teorizado muy bien el ideólogo ultraderechista Steve Bannon. Primero fragmentas la sociedad en guetos ideológicos y culturales sin conexión entre sí, para luego reconstruirlos según una visión propia para ganar así la batalla cultural. Es urgente, por tanto, para la izquierda repensar la batalla cultural, que, en estos momentos, están ganando las nuevas derechas, que, además, también lograr traducir esta victoria cultural en victorias electorales.

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