El otro día fui a escuchar a un gran amigo leer sus poemas en el Seminario de nueva poesía chilena. Eran poetas y era Bellavista, así que por supuesto el paso siguiente fue ir a tomarse unas cervezas. Algunos se fueron rápido, me quedé con cuatro hombres, uno de esos había leído recién un texto que me conmovió, se lo pedí incluso, para leerlo siempre. Los demás eran mi amigo, otro poeta y por algunos momentos un estudiante en derecho de esos que más bien son literatos. No soy poeta y tampoco es mi especialidad, me gusta mucho leerla pero mi opinión es desautorizada. Sin embargo esa tarde creí sacar no conclusiones mas sí algunos pensamientos sobre el tema que nos convocaba. La nueva poesía chilena.
Comenzamos a hablar de literatura y algunas personas que viven en ella. Parecían tener opiniones absolutas sobre cada cosa en el mundo. Me causó admiración esa intrepidez, el riesgo de lanzar verdades sin temor a equivocarse. Uno de ellos, inteligente y con un fundamentalismo férreo, decía tener un canon en la literatura, y el estudiante de derecho se rió recordando a Harold Bloom. Mencionaba buenos poetas y los echaba a la basura porque al compararlos con los más grandes, en eso se convertían. Los grandes, por otro lado, eran para él algo muy preciso. Lihn y Bertoni aparecían en su lista. No estuve mucho de acuerdo.
Lo mejor de la poesía chilena es que hay para todo, literalmente, las más variadas estéticas, y en cada una existe excelencia. Esos momentos donde la escritura alcanza su máximo potencial dentro del círculo que va dibujado a su alrededor. Si no leemos cada cosa por sí misma, si sólo hacemos comparaciones, no podrá verse esto. Ya estaba enfrascada, entre el placer burbujeante de la chela, la literatura y la conversación. Era demasiado tarde.
Una amiga sabia dice que a los poetas hay que leerlos, no escucharlos. Pero a mí no sé porqué me gusta la lectura en voz alta. Bolaño, otro ejemplo, dijo en una entrevista que lo matarían de vergüenza si aceptara leer algo suyo en voz alta. Yo siempre había leído mucho, no así escuchado lecturas. Pero tuve la gran suerte de estudiar literatura en este país, y leer a los poetas chilenos en Chile. Entre otras cosas fui descubriendo que –a diferencia de los narradores, ensayistas y otros escribanos- la gente que escribe poesía se junta, se lee en voz alta, se emborracha y discute luego de la emoción o el tedio de la lectura. Cosa muy sabida, por lo demás.
Les pregunté si ellos piensan que hay machismo en la poesía, dije que era una pregunta inocente al percibir un silencio. Empezamos a analizar el tema y por ahí se mencionó que a diferencia de algunos hombres las mujeres no han producido algo así como una escuela, aunque todos estuvimos de acuerdo en que Violeta y Mistral son irrepetibles y entonces, pensé, excepciones en esa teoría. No suceden cosas tan interesantes en las poetas mujeres, se comentó.
Pasamos por Elvira Hernández, a quien recién habíamos escuchado. Me impresionó como ser humano, por su voz bajísima, sus pausas eternas al hablar y a pesar del cuerpo de pajarito una presencia sólida. Yo quisiera tener canas y esa presencia. Hace tiempo leí La bandera de Chile, un gran libro, así que pude gozar de esa extraña y secreta complicidad de escuchar en vivo a un poeta ya leído. Algo parecido a haber soñado con alguien y estar en presencia de esa persona sin que lo sepa. Con aquel libro precisamente fue defendida por mi amigo cuando ya la estaban llevando a la hoguera.
Pregunté qué les parece Héctor, quien dirige el seminario. Aquí debo reconocer que todo esto es mi culpa, quizás cultivo alguna afición a los temas incendiarios, pues soy una admiradora de su poesía pero cuando lo menciono es casi siempre más bien por las reacciones, que me divierten mucho. En todos los casos son extremas, nada de una opinión mesurada, tal como sucede en su poesía. Reproducir estos comentarios literarios no es tan interesante como hacer hincapié en eso: el ánimo que los acompaña.
Luego llegamos a un tema interesante. ¿Para quién escribes y por qué publicas?, me preguntó uno, el que tiene un canon, como anticipando mi respuesta para reírse de ella. Escribo para mí, publico porque lo considero un trabajo y es una forma de que se valore como tal. La primera respuesta se deslizó suavemente. Incluso mi amigo recordó que Cussen alguna vez dijo lo mismo, así que me sentí tranquila.
Cuando pensé que de mi afición al peligro había salido ilesa, sucedió lo inevitable. Puta que son prácticas las mujeres, dijo el del canon. Yo tenía una cerveza encima y no soy muy tolerante al alcohol, me comenzaba a percibir impertinente y demasiado habladora, pero no supe si sentirme agredida. Aun sigo sin saberlo. Incluso ahora creo que hay algo verdad en eso, para bien y para mal, pero como creí que me debía defender comencé a pedirles patéticamente que dejen de meternos a todas en un mismo cajón, que somos seres humanos. No les hagas caso, me recomendaba mi amigo.
Lo siguiente que recuerdo, revuelto en el tiempo por supuesto, fue que hablamos de los filósofos porque el del poema conmovedor estaba haciendo entrevistas al respecto. Recordamos con simpatía a Santos- Herceg por sus papers contra el paper y su actitud siempre crítica, pasamos por supuesto por encima de la academia, destrozándola, un ejercicio muy políticamente correcto donde siempre se puede gozar de unanimidad. Aplaudimos la editorial de la UDP, e hicimos notar cómo su director es inubicable. Nos recomendamos libros mutuamente, hablamos de Guido que es amigo de todos, y de Zurita que ha sido vilipendiado sin cesar por su poema al ex presidente, olvidando que también es un ser humano y comete errores. Tenían por supuesto muchas historias del pasado, y chistes internos que yo no entendía, pero todo bien. La segunda cerveza avanzaba.
Nunca he ido a la casa de Nicanor Parra como todos, dijo el del poema conmovedor. Yo sí lo hice, una vez que debimos recogerlo en su casa para la universidad. Se rieron a carcajadas. Lo atribuyeron a que soy una chica según ellos “agraciada”, cito porque yo nunca diría esa palabra. Me quedé callada mas me pareció lamentable. De nuevo, tal vez es cierto, no es secreto que al señor le gustan las mujeres. Pero también puede ser que soy matea o que he leído a Shakespeare o que lo merecía laboralmente. Pero aquí mis respetados compañeros de chela no dieron muestra de ver más allá. Es que no has entendido porque eres muy chica, dijo uno, pero pronto descubrió que soy sólo un año menor que él. Continuaron riéndose, en camaradería, y mi amigo diciendo no les hagas caso.
Tenía ganas de quedarme, tenía ganas de tomar otra cerveza y conversar más de literatura y discutir y contradecir y estar de acuerdo. Pero por fortuna me tenía que ir. La verdad fueron amables, y aun así me fui de ahí como luego de una guerra campal, tambaleándome un poco y llena de adrenalina, riendo nerviosamente, como una loca. Marcela está en lo cierto, a los poetas hay que leerlos, sí, escucharlos es un riesgo mayor. Pero sé que volveré como mosca a la fruta, me dije, mañana mismo.
Por Rocío Casas Bulnes
El Ciudadano