Este viernes conmemoramos el aniversario del nacimiento de Alfonso Reyes, una de las figuras más influyentes de la literatura y la cultura mexicanas. Nacido el 17 de mayo de 1889 en Monterrey, Nuevo León, Reyes no solo influenció en el ámbito literario, sino que también contribuyó significativamente al desarrollo intelectual de América Latina.
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Reyes fue un prolífico escritor, ensayista, poeta, y diplomático, cuya obra abarca una amplia gama de géneros y temas. Desde muy joven mostró un talento excepcional para las letras. Su primer libro, «Cuestiones Estéticas«, publicado en 1911, ya revelaba su profunda reflexión sobre la literatura y el arte.
Fue uno de los fundadores del «Ateneo de la Juventud», junto con figuras destacadas como Antonio Caso, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña, Julio Torri y Martín Luis Guzmán, entre otros jóvenes que se convertirían en prominentes intelectuales del siglo XX. La misión del Ateneo consistía en la lectura y discusión de los clásicos griegos, la reflexión sobre la literatura y la filosofía universales, la crítica al positivismo y el análisis del impacto del Porfiriato en México.
Tras la trágica muerte de su padre, el general Bernardo Reyes, durante la Decena Trágica en 1913, Alfonso se exilió en Europa, donde continuó su formación y forjó lazos con destacados intelectuales de la época, como José Ortega y Gasset y Paul Valéry. Su estancia en Europa no solo enriqueció su perspectiva cultural, sino que también le permitió difundir las ideas y la cultura mexicana en el Viejo Continente.
A lo largo de su vida, Reyes ocupó diversos cargos diplomáticos en países como Francia, España, Argentina y Brasil. Esta experiencia internacional se reflejó en su obra, que a menudo explora temas universales desde una perspectiva mexicana. Entre sus obras más destacadas se encuentran «Visión de Anáhuac» (1917), «El Suicida» (1917) y «Capítulos de Literatura Española» (1939), todas ellas ejemplos de su versatilidad y erudición.
Reyes fue también uno de los fundadores del Colegio de México, institución que sigue siendo un bastión de la investigación y la educación superior en América Latina. Su visión de una educación integral y su compromiso con el intercambio cultural han dejado una marca en generaciones de estudiantes y académicos.
En reconocimiento a su vasta contribución a la literatura y a la cultura, Reyes recibió numerosos premios y honores, incluyendo el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura en 1945 y el premio Miguel de Cervantes en 1959. Además, fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Princeton, por la Universidad de California Berkeley de Estados Unidos y por la Universidad de la Sorbona de París (Francia).
En 1959, Alfonso Reyes falleció en la Ciudad de México. Este día, 135 años después de su nacimiento, su obra sigue siendo objeto de estudio y admiración. Sus escritos no solo reflejan la identidad y el pensamiento mexicano, sino que también resuenan con la búsqueda universal del conocimiento y la belleza.
En El Ciudadano México, con uno de sus poemas, recordamos que la figura de Alfonso Reyes sigue viva e inspira a nuevas generaciones a explorar el vasto universo de las letras y a valorar la riqueza de nuestro patrimonio cultural.
Morir
En el más cariñoso lecho
me siento morir,
cuando en la naturaleza,
toda mansa como jardín.
Muelle, el ala del ángel blanco
¡qué piedad, que ternura al fin!—
primera vez roza mis hombros
como el arco roza el violín.
Esta frescura de saber
que también nos vamos de aquí,
¡qué novedad en la conciencia,
qué persuasión blanda y sutil!
¡Qué conformidad, que tersura,
qué dejarse ir!
Sus filos y puntas los actos
redondean al llegar a mí.
Ni la sangría del estoico
que se amenguaba sin sentir,
ni el áspid que penas besaba
el botón de ansioso carmín:
Lento declive, y tan seguro
—hinchado de sí—
que ni da lugar a lamentos
ni a temores, ni
siquiera al vago cosquilleo
de ese minuto por venir
en que se ha de abrir a mis ojos
algo que se tiene que abrir.
¡Qué natural lo que se acaba
cuando ya se acaba por sí!
Voy con la razón satisfecha,
dormido, contento, feliz.
¡Y yo que viví tantos años,
tantos años como perdí,
sin dar oídos a la esfinge
que susurraba junto a mí!
Yo no sabía que la vida
se reclina y se tiene así
en esa gula de la nada
que es su diván, es su cojín.
Ilustración: Abraham Aguilar
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