Cuando el odio se viste de rosa

Quienes han asistido a la marea rosa, defendieron que se trataba de una marcha “ciudadana” y no “política”

Cuando el odio se viste de rosa

Autor: Sergio Tapia

Se acerca ya, finalmente y después de meses, el cierre de las campañas electorales en nuestro país. Este fin de semana, se realizó el tercer debate, algo que podría ser de mayor importancia, si se generaran los procesos para ello, pero que no pasa de ser un elemento anecdótico que ayuda a crear memes y construir frases pegajosas. Más importante es, desde mi perspectiva, la forma en que las actividades de campaña se han llevado a cabo durante estos días, especialmente la marcha a favor de la candidata de derecha, Xóchitl Gálvez.

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La llamada “marea rosa” se construyó a partir de una serie de demandas concretas pero diferenciadas, que se articularon a través de un elemento común: el descontento de algunos grupos y personas, con el Gobierno de la 4ª Transformación. Quienes han asistido a ella, defendieron que se trataba de una marcha “ciudadana” y no “política” en el sentido que lo son los partidos, pero basta ver a organizadores, oradores e incluso participantes, para ver que no es así: se trata de un intento de la oposición de articular un movimiento que escape del mal nombre de los partidos políticos que representan, pero manteniéndolos activos.

Cualquier democracia requiere, para fortalecerse, del intercambio de ideas, el debate y la confrontación. Se requiere, porque nadie, ni un grupo, ni un partido, ni mucho menos una persona, puede tener todas las respuestas posibles a los problemas sociales que nos aquejan, ni tampoco, puede ver todos los elementos que deben ser combatidos, ni todas las aristas que cada uno de ellos tiene.

México no es un país propiamente democrático. No lo son nuestras familias, que asumen siempre una visión vertical de mando y obediencia, ni nuestras escuelas que reproducen esquemas bancarios de educación, ni mucho menos nuestros centros de trabajo, que jamás permitirían el cuestionamiento activo en sus espacios.

A pesar de que somos una sociedad que habla constantemente de política, todo el tiempo, en cualquier lugar, lo hacemos desde formas cerradas, que se acercan más a la elección de un equipo de futbol o al apoyo en un concurso, que a la discusión de los temas concretos y sus alcances con la intención de dialogar. Se ve claramente, cada vez que alguien escucha algo que no le gusta, y antes de confrontar esa idea con respeto, nos recrimina nuestras palabras y nos pide que nos callemos porque “no le gusta hablar de política” o insiste en que “todos son iguales”… cuando era él o ella quien originalmente abrió el tema e insistió en “enseñarnos” sobre él. Se ve cuando alguien escucha una opinión en contra y antes de discutirla, califica a su interlocutor como ignorante, o bien parte de la idea de que no tiene nada que aprender de esa persona.

Por un lado, resulta importante que la “marea rosase haya finalmente quitado la máscara. Una máscara que resulta de esta actitud anti-democrática de nuestra sociedad: se trata de una manifestación política hecha por actores políticos que tiene intenciones electorales. Solo no se presentaba así, para no ser cuestionada, es decir, para escapar de la parte democrática de la política. Por otro, es cuando menos triste que sus límites discursivos se centren en oponerse a todo lo que Morena haga o diga, sin proponer nada por sí misma y estableciendo de antemano un desprecio total contra quienes no estén de acuerdo con ellos.

La violencia que hemos visto en estas marchas -porque sí, nuevamente, “fuera máscaras”, los insultos gratuitos, la descalificación a priori, las amenazas veladas, son, cada una de ellas, formas de violencia- muestran que el encono y la división social no ha sido generada “por el presidente” o su partido. Se trata de elementos presentes de forma permanente en nuestra sociedad, que sólo ven la luz ahora, porque quienes normalmente permanecieron callados, tienen algo de voz: los pobres y los excluidos, que se ven, simbólicamente al menos, representados por el Gobierno en turno y sus políticas sociales.

No podemos decir que la oposición a estas políticas sea necesariamente mala. Existen muchas formas de oponerse a ellas, y varias son mucho más progresistas que la visión de Morena y la 4T. Pero la rabia que se ve en las calles, en el rostro de quienes piensan que los otros deben vivir mal para que ellos sean felices, dista mucho de ello, y creo que ahí, está ya el germen de su derrota.

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