Las elecciones de este 2 de junio han dado un mensaje fuerte de la ciudadanía a los partidos y fuerzas políticas de este país. Un mensaje, que para algunos fue totalmente inesperado, a pesar de que podía ya escucharse, como susurros, en muchos momentos y lugares de la vida cotidiana.
Su sorpresa viene, y ese es un aprendizaje necesario para ellos, del hecho innegable de que los espacios de su propia vida cotidiana, no se cruza en absoluto con la de las grandes mayorías. No hay, en eso, algo intrínsecamente malo. Después de todo, cada uno de nosotros tiene sus propios caminos, y sería muy difícil que exigiéramos que el resto caminara con nosotros por ellos, especialmente, si no se dirigen a donde quieren ir.
El problema viene de que esa separación no es casual ni se ha constituido orgánicamente, sino que se ha decidido como opción política, es decir, de vida en comunidad: son producto de las puertas de la desigualdad que han sido diseñadas, dirigidas y planeadas por las clases dominantes, tan sólo para que los desposeídos sean obligados a construirlas si quieren tener algo mínimo para ellas mismas. Si algunas personas no pueden entender el mundo que existe fuera de las redes sociales, se debe a que de manera activa, han diseñado el mundo para que los problemas de los demás no puedan, nunca, constituirse como problemas para ellos en algún momento. Porque han colocado un muro frente a los problemas y los caminos de los otros, para no tener que verlos.
Con una visión tan limitada, sin embargo, algunas personas se asumen como adalides del conocimiento y la verdad absoluta: las encuestas están mal; en mi colonia no ganó Morena; nadie que conozca va a votar por Claudia. Cuando la información les demuestra los errores de su propia percepción, la culpa se traslada a los otros. Son ellos los que han “votado con el hígado”, los que “no saben por quién votar”, los que constituyen “mayorías ignorantes” que como no pueden tener la razón en todo, entonces no la tiene en nada.
Algunas personas insisten en decir que su esperanza es que “la polarización” disminuya en el presente sexenio. Lo dicen, en cada ocasión, anunciando una de esas verdades reveladas por el verbo de su falsa superioridad: que esta polarización existe debido al Presidente, quien la ha de alguna manera, la ha creado, alimentado y mantenido sin que existan ningún tipo de condiciones en nuestra sociedad que pueda justificarla.
Cuando se anuncia de esta manera, resulta claro que lo que les molesta no es propiamente la división entre las personas, ni las opiniones distintas. Ni siquiera, digámoslo claro, que algunas cuantas personas deban morir de hambre, de frío o de sed, para que ellos tengan sus bowls de yogurt a tiempo en el desayuno. Eso, es normal, es el mundo.
Lo que les molesta no es la violencia estructural contra los necesitados, ni la violencia verbal, económica, psicológica, incluso física que algunos, a quienes consideran superiores, pueda articular contra el resto. Eso, les parece natural. ¿Cómo podría no serlo? Después de todo, ellos son superiores, y por ello, viven mejor. Tienen el derecho de ser déspotas y mal educados. Pero cuando alguien que ha sido sobajado dice desde las entrañas “basta”, eso, entonces, es violento, es división entre hermanos mexicanos. Es, en una palabra “polarización”.
Por ello, cuando dirigen su actual petición “neutra” a disminuirla, lo que buscan no es que se eliminen los problemas de desigualdad social o de violencia en contra de los desposeídos. Eso no es polarización. Es que las voces que lo mencionan o intentan -con poca suerte, la mayoría de las veces- combatir, sean acalladas. Que recuperemos, cada uno, “nuestro lugar” y recordemos que es obligación de los de abajo venerar a los de encima. Que un insulto de las bocas privilegiadas, debe ser vista como un halago para quien no lo es.
Un mundo construido de esta manera, se cuestiona por qué la gente vota de manera diferente a como ellos quisieran. “Es porque no leen” dicen las mediocres voces de los que se asumen brillantes. “Es porque no entienden”, gritan quienes en realidad, no han tenido que ejercitar nunca la habilidad de analizar algo. “Es porque son unos borregos” dicen quienes no entienden el mundo fuera de sus propios rediles.
Hoy es el día siguiente de aquel que asumían, sería la recuperación de la sociedad callada que tanto añoran, pero la polarización sigue aquí. Seguirá y seguirá. Como elemento vivo de la sociedad desigual en que vivimos, como fermento de las revueltas del mañana. Porque no se encuentra en las palabras de un agente político al que la oposición le ha dado poderes mesiánicos totales, como lo es el Presidente, sino en las condiciones de vida y especialmente, en el cinismo de quienes lo defienden como si esas condiciones fueran merecidas.
Claudia Sheinbaum ha ganado con más votos que cualquier candidato hasta ahora la Presidencia de la República. La diferencia de votos respecto al segundo lugar, es igualmente, mayor que nunca en la democracia mexicana. Esto pasó no porque “la gente sea tonta”, como algunos insisten en intentar creer -honestamente, sé que no lo hacen en verdad. Sé perfectamente que ellos se saben rebasados por la realidad y que se aferran a esta idea para intentar defender su propia postura, que saben de otra forma indefendible- sino por razones mucho más complejas y sobre todo, que requieren una mayor y más profunda reflexión.
Por hoy, quienes hemos apostado a la esperanza en lugar del miedo, brindamos. Pero el camino es largo. Mi deseo, honesto y fraterno, es que nos ayudemos entre todos para andarlo más fácil. Pero eso no se hace eliminando “la polarización”, sino al contrario: enfrentándola, descubriéndola, venciendo aquello que la hace fuerte y sobre todo, ayudando al que está junto. Ese es el lema hasta ahora; por el bien de todos.
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