Por Vladimir Putin
Me complace darles la bienvenida a todos ustedes y, al comienzo de nuestra conversación, quisiera agradecerles su duro trabajo en interés de Rusia y de nuestro pueblo.
Nos reunimos con ustedes en un grupo tan numeroso a finales de 2021, en noviembre. Durante este tiempo, muchos acontecimientos fundamentales, sin exagerar, trascendentales, tuvieron lugar tanto en el país como en el mundo. Por lo tanto, creo que es importante evaluar la situación actual en los asuntos mundiales y regionales, así como establecer las tareas pertinentes para el Ministerio de Asuntos Exteriores. Todas ellas están subordinadas al objetivo principal: crear las condiciones para el desarrollo sostenible del país, garantizando su seguridad y mejorando el bienestar de las familias rusas.
Trabajar en este ámbito en las realidades actuales, difíciles y que cambian rápidamente, requiere de todos nosotros una concentración aún mayor de esfuerzos, iniciativa, perseverancia, capacidad, no solo para responder a los retos actuales, sino también para formar nuestra propia agenda —y a largo plazo— junto con nuestros socios, para proponer y conversar, en un debate abierto y constructivo, opciones de solución a aquellas cuestiones fundamentales que nos conciernen no solo a nosotros, sino también a toda la comunidad mundial.
Repito: el mundo está cambiando rápidamente. Ya no será como antes, ni en la política global, ni en la economía, ni en la competencia tecnológica.
Cada vez son más los Estados que se esfuerzan por reforzar su soberanía, su autosuficiencia y su identidad nacional y cultural. Los países del sur y del este global pasan a un primer plano, y el papel de África y América Latina es cada vez mayor.
Desde la época soviética, siempre se ha hablado de la importancia de estas regiones del mundo, pero hoy la dinámica es muy diferente y esto es evidente. También se ha acelerado notablemente el ritmo de transformación en Eurasia, donde se están llevando a cabo activamente varios proyectos de integración a gran escala.
Sobre la base de la nueva realidad política y económica, se forman hoy los contornos de un orden mundial multipolar y multilateral, y esto es un proceso objetivo. Refleja la diversidad cultural y de civilizaciones que, a pesar de todos los intentos de unificación artificial, es orgánicamente inherente al ser humano.
Estos cambios profundos y sistémicos inspiran ciertamente optimismo y esperanza, porque la instauración de los principios de multipolaridad y multilateralismo en los asuntos internacionales, incluidos el respeto del derecho internacional y una amplia representatividad, permiten resolver juntos los problemas más complejos en beneficio común, construir relaciones mutuamente beneficiosas y cooperar entre Estados soberanos en aras del bienestar y la seguridad de los pueblos.
Tal imagen del futuro coincide con las aspiraciones de la inmensa mayoría de los países del mundo.
Lo vemos, entre otras cosas, en el creciente interés por la labor de una asociación universal como BRICS, basada en una particular cultura de diálogo en confianza, igualdad soberana de los participantes y respeto mutuo.
En el marco de la presidencia rusa de este año, facilitaremos la inclusión sin problemas de los nuevos miembros de BRICS en las estructuras de trabajo de la asociación.
Pido al Gobierno y al Ministerio de Exteriores que continúen el trabajo sustantivo y el diálogo con nuestros socios para llegar a la cumbre de los BRICS en Kazán, en octubre, con un conjunto sustancial de decisiones acordadas, que establecerán el vector de nuestra cooperación en política y seguridad, economía y finanzas, ciencia, cultura, deportes y lazos humanitarios.
En general, creo que el potencial de los BRICS le permitirá convertirse en una de las principales instituciones reguladoras del orden mundial multipolar.
Debo señalar, a este respecto, que el debate internacional sobre los parámetros de interacción entre los Estados en un mundo multipolar y sobre la democratización de todo el sistema de relaciones internacionales ya está, por supuesto, en marcha. Así, con nuestros colegas de la Comunidad de Estados Independientes, hemos acordado y adoptado un documento conjunto sobre las relaciones internacionales en un mundo multipolar. Hemos invitado a nuestros socios a hablar de este tema en otras plataformas internacionales, principalmente en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y los BRICS.
Estamos interesados en que este diálogo se desarrolle seriamente en la ONU, incluso sobre un tema tan básico y vital para todos como la creación de un sistema de seguridad indivisible. En otras palabras, el establecimiento en los asuntos mundiales del principio de que la seguridad de unos no puede garantizarse a expensas de la seguridad de otros.
A este respecto, déjenme recordar que, a finales del siglo XX, tras el final de una confrontación militar e ideológica aguda, la comunidad mundial tuvo una oportunidad única de construir un orden fiable y justo en el ámbito de la seguridad. Para ello no hacía falta mucho: la simple capacidad de escuchar las opiniones de todas las partes interesadas y la voluntad mutua de tenerlas en cuenta. Nuestro país estaba decidido a realizar precisamente ese tipo de labor constructiva.
Sin embargo, prevaleció un enfoque diferente. Las potencias occidentales, lideradas por EEUU, creían que habían ganado la Guerra Fría y que tenían derecho a determinar por sí mismas cómo debía organizarse el mundo. La expresión práctica de esta perspectiva fue el proyecto de expansión ilimitada de la OTAN en el espacio y en el tiempo, a pesar de la existencia de ideas alternativas para garantizar la seguridad en Europa.
A nuestras justas preguntas se respondía con excusas, en el espíritu de que nadie va a atacar a Rusia y la expansión de la OTAN no está dirigida contra Rusia. Las promesas hechas a la Unión Soviética y luego a Rusia a finales de los 80 y principios de los 90, sobre la no inclusión de nuevos miembros en el bloque, se olvidaron. E incluso si se recordaban, se aludía con sorna al hecho de que estas garantías eran verbales y, por tanto, no vinculantes.
Tanto en la década de 1990 como posteriormente, señalamos invariablemente el rumbo erróneo elegido por las élites de Occidente. No nos limitamos a criticar y advertir, sino que ofrecimos opciones, soluciones constructivas, y subrayamos la importancia de desarrollar un mecanismo para la seguridad europea y mundial que convenga a todos. Quiero hacer hincapié en esto: una simple enumeración de las iniciativas que Rusia ha presentado a lo largo de los años llevaría más de un párrafo.
Recordemos por lo menos la idea de un tratado sobre seguridad europea, que ya propusimos en 2008. Los mismos temas se plantearon en el memorando del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso que se entregó a EEUU y a la OTAN en diciembre de 2021.
Pero todos nuestros intentos —y hemos hecho numerosos intentos, todos los cuales no puedo enumerar— de hacer entrar en razón a nuestros interlocutores; explicaciones, exhortaciones, advertencias y peticiones por nuestra parte, no han encontrado respuesta alguna. Los países occidentales, seguros no solo de su propio derecho, sino también de su poder, de su capacidad para imponer cualquier cosa al resto del mundo, se limitaron a ignorar otras opiniones. En el mejor de los casos, proponían debatir cuestiones menores, que, de hecho, tenían poco que ver con nada, o temas que solo eran favorables a Occidente.
Mientras tanto, pronto quedó claro que el esquema occidental, proclamado como el único correcto para garantizar la seguridad y la prosperidad en Europa y en el mundo, no funcionaba en realidad.
Recordemos la tragedia de los Balcanes. Los problemas internos —por supuesto que existían— que se habían acumulado en la antigua Yugoslavia, se vieron fuertemente exacerbados por la cruda injerencia exterior. Ya entonces, el principio fundamental de la diplomacia al estilo de la OTAN —un principio profundamente defectuoso e infructuoso a la hora de resolver complejos conflictos intestinos— se mostró en todo su esplendor, a saber: acusar de todos los pecados a una de las partes, que por alguna razón no les gusta, y desatar sobre ella todo el poder político, informativo y militar, las sanciones económicas y las restricciones.
Posteriormente, los mismos enfoques se aplicaron en diferentes partes del mundo, como sabemos muy bien: Irak, Siria, Libia, Afganistán, etc., y no trajeron más que el agravamiento de los problemas existentes, el destino roto de millones de personas, la destrucción de Estados enteros, el crecimiento de los desastres humanitarios y sociales, y de los enclaves terroristas. De hecho, ningún país del mundo se libra de engrosar esta triste lista.
Así, Occidente se esfuerza ahora por implicarse impúdicamente en los asuntos de Oriente Medio. En su día monopolizaron esta dirección, y el resultado es hoy claro y evidente. El Cáucaso Sur, Asia Central. Hace dos años, en la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid, se anunció que la alianza se ocuparía ahora de cuestiones de seguridad no solo en la zona euroatlántica, sino también en la región de Asia-Pacífico. Dicen que tampoco allí pueden prescindir de ellos. Obviamente, detrás de esto hay un intento de aumentar la presión sobre aquellos países de la región cuyo desarrollo han decidido frenar. Como es bien sabido, nuestro país, Rusia, encabeza esta lista.
También debo recordarles que fue Washington el que socavó la estabilidad estratégica al retirarse unilateralmente de los tratados sobre defensa antimisiles, eliminación de misiles de alcance intermedio y de menor alcance y sobre cielos abiertos, y, junto con los satélites de la OTAN, destruyó el sistema de confianza y control de armamentos que existía en Europa desde hace décadas.
El egoísmo y la arrogancia de los Estados occidentales han conducido a la peligrosísima situación actual. Nos hemos acercado de forma inaceptable al punto de no retorno.
Los llamamientos a una derrota estratégica de Rusia, un país que posee los mayores arsenales de armas nucleares, demuestran el extremo aventurerismo de los políticos occidentales. O no comprenden la escala de la amenaza que ellos mismos representan o simplemente están obsesionados con la creencia en su propia impunidad y su propio excepcionalismo. Ambas cosas pueden resultar trágicas.
Es evidente que estamos ante el colapso del sistema de seguridad euroatlántica. Hoy, sencillamente, ya no existe. De hecho, hay que crearla de nuevo. Todo ello nos exige, junto con nuestros socios, con todos los países interesados, que son muchos, elaborar nuestras opciones para garantizar la seguridad en Eurasia y proponerlas después a un amplio debate internacional.
Este fue el objetivo del discurso ante la Asamblea Federal. Se trata de formular en un futuro próximo, un marco de seguridad igual e indivisible, de cooperación mutuamente beneficiosa y equitativa y de desarrollo en el continente euroasiático.
¿Qué hay que hacer y con base a qué principios?
En primer lugar, necesitamos establecer un diálogo con todos los participantes potenciales en tal futuro sistema de seguridad. Y, para empezar, les pido que resuelvan las cuestiones necesarias con los Estados que estén abiertos a una cooperación constructiva con Rusia.
Durante nuestra reciente visita a la República Popular China, debatimos esta cuestión con el presidente chino, Xi Jinping. Constatamos que la propuesta rusa no contradiga, sino que, por el contrario, complemente y sea absolutamente coherente con los principios básicos de la iniciativa de seguridad global de China.
En segundo lugar, es importante partir de la base de que la futura arquitectura de seguridad está abierta a todos los países euroasiáticos que deseen participar en su creación. «Para todos» significa, por supuesto, también para los países europeos y los de la OTAN.
Vivimos en un continente, pase lo que pase, no podemos cambiar de geografía, tendremos que coexistir y trabajar juntos de una forma u otra.
Sí, las relaciones de Rusia con la UE y con varios países europeos se degradaron —y lo subrayé muchas veces— no por culpa nuestra. Una campaña de propaganda antirrusa, en la que participan personalidades europeas de muy alto nivel, va acompañada de suposiciones de que Rusia tiene la intención de atacar Europa. Hablé de ello muchas veces, y no hace falta repetirlo muchas veces en esta sala, todos nos damos cuenta de que se trata de un absoluto disparate, solo una justificación para una carrera armamentística.
A este respecto, me permitiré una pequeña digresión.
El peligro para Europa no procede de Rusia. La principal amenaza para los europeos es la dependencia crítica y cada vez mayor, casi total, de Estados Unidos, en el ámbito militar, político, tecnológico, ideológico y de la información.
Europa se ve cada vez más empujada a la periferia del desarrollo económico mundial, sumida en el caos de la migración y otros problemas agudos, y privada de su subjetividad internacional y su identidad cultural.
A veces parece que los políticos europeos en el poder y los representantes de la burocracia europea tienen más miedo de caer en desgracia de Washington que de perder la confianza de su propio pueblo, de sus propios ciudadanos. Las recientes elecciones al Parlamento Europeo también lo demuestran. Los políticos europeos se tragan la humillación, la grosería y los escándalos con la vigilancia de los líderes europeos, mientras que Estados Unidos simplemente los utiliza en su propio interés, los obligan a comprar su gas costoso—por cierto, el gas es tres o cuatro veces más costoso en Europa que en EEUU— o, como ahora, por ejemplo, exigen a los países europeos que aumenten el suministro de armas a Ucrania. Por cierto, las exigencias son constantes por aquí y por allá. Y se imponen sanciones contra ellos, contra los operadores económicos de Europa. Las imponen sin ningún pudor.
Ahora los obligan a aumentar los suministros de armas a Ucrania y a ampliar su capacidad de producción de proyectiles de artillería. Ahora bien, ¿quién necesitará estos proyectiles cuando acabe el conflicto en Ucrania? ¿Cómo puede esto garantizar la seguridad militar de Europa? No está claro. Los propios Estados Unidos están invirtiendo en tecnologías militares, y concretamente en las tecnologías del futuro, en el espacio, en drones modernos, en sistemas de ataque basados en nuevos principios físicos, es decir, en aquellos ámbitos que en el futuro determinarán la naturaleza de la lucha armada y, por lo tanto, la capacidad militar y política de las potencias, sus posiciones en el mundo. Y a estas se les asigna ahora el siguiente papel: «Inviertan dinero donde lo necesitamos». Pero esto no aumenta ningún potencial europeo. Que Dios los salve.
Si Europa quiere preservarse como uno de los centros independientes de desarrollo mundial y uno de los polos culturales y de civilización del planeta, sin duda necesita mantener buenas y amistosas relaciones con Rusia, y nosotros, lo más importante, estamos preparados para eso.
Este aspecto tan simple y obvio lo comprendieron muy bien los políticos de escala realmente paneuropea y mundial, patriotas de sus países y pueblos, que pensaban en categorías históricas, no los estadísticos que siguen la voluntad y las indicaciones de otros. Charles de Gaulle habló mucho de ello en los años de la posguerra. También recuerdo bien cómo en 1991, durante una conversación en la que tuve la oportunidad de participar personalmente, el canciller alemán Helmut Kohl subrayó la importancia de la asociación entre Europa y Rusia. Confío en que, tarde o temprano, las nuevas generaciones de políticos europeos retomen este camino.
En cuanto al propio EEUU, las élites liberal-globalistas que hoy gobiernan allí y sus incesantes intentos de extender su ideología a todo el mundo por cualquier medio, de preservar su estatus imperial y su dominio, no hacen más que agotar cada vez más al país, llevarlo a la degradación y entrar en clara contradicción con los auténticos intereses del pueblo estadounidense. Si no fuera por este camino sin salida, el agresivo mesianismo, mezclado con la creencia en su propia exclusividad, las relaciones internacionales se habrían estabilizado hace mucho tiempo.
En tercer lugar, para promover la idea de un sistema de seguridad euroasiático es necesario intensificar significativamente el proceso de diálogo entre las organizaciones multilaterales que ya trabajan en Eurasia. Me refiero principalmente al Estado de la Unión, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, la Unión Económica Euroasiática, la Comunidad de Estados Independientes y la Organización de Cooperación de Shanghái.
Vemos la perspectiva de que otras influyentes asociaciones euroasiáticas, desde el Sudeste Asiático hasta Oriente Medio, se unan a estos procesos en el futuro.
Cuarto. Creemos que ya es la hora de iniciar un amplio debate sobre un nuevo sistema de garantías bilaterales y multilaterales de seguridad colectiva en Eurasia. Al mismo tiempo y a largo plazo, es necesario trabajar para eliminar gradualmente la presencia militar de potencias externas en la región euroasiática.
Somos conscientes, por supuesto, de que esta tesis puede parecer poco realista en la situación actual, pero eso es ahora. Pero si construimos un sistema de seguridad fiable en el futuro, sencillamente no habrá necesidad de tal presencia de contingentes militares extrarregionales. De hecho, para ser sinceros, hoy no hay necesidad: solo ocupación, eso es todo.
Al final, creemos que los Estados euroasiáticos y las estructuras regionales deben identificar, por sí mismos, áreas específicas de cooperación en el ámbito de seguridad conjunta y, a partir de ahí, también construir un sistema de instituciones, mecanismos y acuerdos que sirvan realmente para alcanzar los objetivos comunes de estabilidad y desarrollo.
En este sentido, apoyamos la iniciativa de nuestros amigos bielorrusos de elaborar un programa: una carta sobre la multipolaridad y la diversidad en el siglo XXI. En ella podrían formularse no solo los principios marcos de la arquitectura euroasiática basados en las normas básicas del derecho internacional, sino también, en un sentido más amplio, una visión estratégica de la esencia y la naturaleza de la multipolaridad y el multilateralismo como nuevo sistema de relaciones internacionales que está sustituyendo al mundo centrado en Occidente. Creo que es importante y solicito que dicho documento se redacte a profundidad con nuestros socios y todos los Estados interesados. Debo añadir que, al debatir temas tan delicados y complejos, necesitamos, por supuesto, la máxima y amplia representación y la consideración de diferentes enfoques y posturas.
Quinto. Una parte importante del sistema de seguridad y desarrollo euroasiático, por supuesto, deberían ser las cuestiones de economía, bienestar social, integración y cooperación mutuamente beneficiosa, resolviendo problemas comunes como la superación de la pobreza, la desigualdad, el clima, la ecología y el desarrollo de mecanismos de respuesta. Ante la amenaza de pandemias y crisis en la economía mundial. Todo es importante.
Occidente, por sus acciones, no solo ha socavado la estabilidad militar y política en el mundo, sino que, mediante sanciones y guerras comerciales, ha desacreditado y debilitado instituciones de mercado vitales. Utilizando el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, manipulando la agenda climática, han frenado el desarrollo del Sur Global. Perdiendo en la competencia, aun bajo las reglas establecidas por Occidente, utiliza barreras prohibitivas y todo tipo de proteccionismo. Por ejemplo, EEUU ha abandonado de hecho la Organización Mundial del Comercio como regulador del comercio internacional. Todo está bloqueado. Y no solo presionan a sus competidores, sino también a sus satélites. Basta ver cómo están agotando ahora las economías europeas, que se tambalean al borde de la recesión.
Los países occidentales han congelado parte de los activos y reservas de divisas de Rusia. Ahora están pensando en cómo proporcionar alguna base legal para su apropiación final. Pero, a pesar de todas las torpezas, el robo seguirá siendo un robo y no quedará sin castigo, por otra parte.
La cuestión es aún más profunda. Al robar los activos rusos, darán un paso más hacia la destrucción del sistema que ellos mismos crearon y que durante muchas décadas garantizó su prosperidad, les permitía consumir más de lo que ganaban y atrajo dinero de todo el mundo a través de deudas y pasivos.
Ahora resulta evidente para todos los países, empresas y fondos soberanos, que sus activos y reservas no están nada seguros, ni jurídica ni económicamente. Y cualquiera podría ser el próximo en sufrir una expropiación por parte de Estados Unidos y Occidente: los fondos soberanos extranjeros, podrían ser ellos.
Crece ya la desconfianza hacia el sistema financiero basado en las monedas de reserva occidentales. Hay una salida de fondos de valores y obligaciones de deuda de los países occidentales, así como de algunos bancos europeos, que hace poco se consideraban lugares absolutamente fiables para almacenar capital. Ahora ya sacan su oro de allí. Y esto es lo correcto.
Opino que debemos intensificar seriamente la formación de mecanismos económicos exteriores bilaterales y multilaterales que sean eficaces y seguros, alternativos a los controlados por Occidente. Esto implica la ampliación de las liquidaciones en monedas nacionales, la instauración de sistemas de pago independientes y la construcción de cadenas de suministro que eviten los canales bloqueados o comprometidos por Occidente.
Desde luego, es necesario proseguir los esfuerzos para desarrollar corredores internacionales de transporte en Eurasia, continente del cual Rusia es el núcleo geográfico natural.
Encargo al Ministerio de Exteriores que apoye al máximo la elaboración de acuerdos internacionales en todos estos ámbitos. Son extremadamente importantes para reforzar la cooperación económica entre nuestro país y nuestros socios. Esto también debería dar un nuevo impulso a la formación de una gran asociación euroasiática, que, de hecho, podría convertirse en la base socioeconómica de un nuevo sistema de seguridad indivisible en Europa.
Estimados colegas, el objetivo de nuestras propuestas es crear un sistema en el que todos los Estados confíen en su propia seguridad. Entonces, por cierto, podremos adoptar un enfoque diferente y verdaderamente constructivo para resolver los numerosos conflictos que existen en la actualidad.
Los problemas del déficit de seguridad y confianza mutua no afectan únicamente al continente euroasiático, sino que en todas partes del mundo se observa una tensión creciente. Constantemente vemos lo interconectado e interdependiente que está el mundo. Y un trágico ejemplo para todos nosotros es la crisis ucraniana, cuyas consecuencias repercuten en todo el planeta.
No obstante, quiero afirmar de una vez que la crisis de Ucrania no es un conflicto entre dos Estados, y mucho menos entre dos pueblos, causado por problemas entre ellos. Si fuera así, no cabe duda de que rusos y ucranianos, unidos por una historia y una cultura comunes, por valores espirituales, por millones de lazos de parentesco, familiares y humanos, habrían encontrado el modo de resolver con equidad cualquier cuestión o desacuerdo.
Pero el caso es diferente: las raíces del conflicto no están en las relaciones bilaterales. Lo que está pasando en Ucrania es consecuencia directa del desarrollo global y europeo de finales del siglo XX y principios del XXI, y de la política agresiva, arrogante y absolutamente aventurera que Occidente ha llevado y sigue llevando a cabo todos estos años, desde mucho antes de que comenzara la operación militar especial.
Como ya he señalado hoy, estas élites de los países occidentales, tras el final de la Guerra Fría, marcaron el rumbo para una mayor reestructuración geopolítica del mundo, para la creación e imposición de un notorio orden basado en reglas, en el que los Estados fuertes, soberanos y autosuficientes simplemente no encajan.
Y de ahí surge la política de contención de nuestro país. Los objetivos de esta política ya han sido declarados abiertamente por algunas figuras de Estados Unidos y Europa. Hoy hablan de la notoria descolonización de Rusia. En realidad, se trata de un intento de proporcionar una base ideológica para el desmembramiento de nuestra patria sobre la base de la nacionalidad. De hecho, hace mucho tiempo que se habla del desmembramiento de la Unión Soviética y de Rusia. Todos los presentes en esta sala lo saben bien.
Aplicando esta estrategia, los países occidentales han seguido el camino de la absorción y el desarrollo militar y político de los territorios cercanos a nosotros. Se han producido cinco, y ahora ya seis, oleadas de expansión de la OTAN. Intentaron convertir a Ucrania en su cabeza de puente y convertirla en ‘anti-Rusia’. Para lograr estos objetivos, invirtieron dinero, recursos, compraron políticos y partidos enteros, reescribieron la historia y los programas educativos, alimentaron y cultivaron grupos de neonazis y radicales. Hicieron todo lo posible para socavar nuestros lazos interestatales, dividir y enfrentar a nuestros pueblos.
El sudeste de Ucrania, territorios que han formado parte de la gran Rusia histórica durante siglos, molestaba para llevar a cabo esa política de forma aún más descarada. En esos territorios vivía y vive gente que, incluso después de la declaración de independencia de Ucrania en 1991, estaba a favor de mantener unas relaciones amistosas y estrechas con nuestro país.
Había personas, tanto rusas como ucranianas, representantes de distintas nacionalidades, que estaban unidas por la lengua rusa, la cultura, las tradiciones y la memoria histórica.
Los entonces presidentes y políticos ucranianos, que lucharon por este puesto y utilizaron los votos de estos votantes, simplemente se vieron obligados a tener en cuenta la posición, los sentimientos, los intereses y los votos de estas personas, millones de personas que viven en el sureste. Pero, utilizando estos votos, maquillaron sus decisiones, maniobraron, mintieron mucho, hablaron de la tal llamada vía europea. No se atrevieron a apostar por una ruptura total con Rusia, porque el sudeste de Ucrania tenía sentimientos diferentes y era imposible no contar con ellos. Esta ambivalencia siempre ha sido inherente a las autoridades ucranianas durante todos los años posteriores al reconocimiento de la independencia.
Occidente, por supuesto, lo percibió. Hace tiempo que vio y conoció los problemas que existen allí y que pueden desentrañarse. Comprendió el valor preventivo del factor sureste, así como el hecho de que ninguna cantidad de propaganda a lo largo de muchos años podría cambiar fundamentalmente la situación. Por supuesto, se hizo mucho, pero era difícil cambiar la situación en lo esencial.
No era posible distorsionar la identidad histórica y la conciencia de la mayoría de los habitantes del sudeste de Ucrania, borrar de ellos, incluidas las generaciones más jóvenes, una buena actitud hacia Rusia y el sentido de nuestra comunidad histórica. Por eso decidieron actuar de nuevo por la fuerza, para doblegar sin más a la población del sudeste, para ignorar su opinión. Para ello, dispusieron, organizaron, financiaron, por supuesto, se aprovecharon de las dificultades y complejidades de la naturaleza política interna en Ucrania, pero aun así prepararon de forma consecuente y decidida un golpe de Estado armado.
Una ola de pogromos, violencia y asesinatos arrasó las ciudades ucranianas. Los radicales ya habían tomado y usurpado definitivamente el poder en Kiev. Sus agresivas consignas nacionalistas, incluida la rehabilitación de los secuaces de los nazis, fueron elevadas al rango de ideología de Estado.
Proclamaron la abolición de la lengua rusa en las esferas estatal y pública, aumentaron la presión sobre los creyentes ortodoxos y la injerencia en los asuntos de la Iglesia, lo que finalmente llevó al cisma. Nadie parece darse cuenta de esta interferencia, como si fuera lo que debe ser. Que intenten hacer algo parecido en otro lugar y habrá muchas voces críticas. Pero allí se puede, porque va contra Rusia.
Millones de residentes en Ucrania, sobre todo en sus regiones orientales, se opusieron al golpe, como es bien sabido. Fueron amenazados con represalias y terror. Y, especialmente, las nuevas autoridades de Kiev empezaron a preparar un ataque contra Crimea, región de habla rusa, que, en su momento, en 1954, como saben, había sido transferida de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, a la de Ucrania, violando todas las normas del derecho y los procedimientos, incluso los vigentes en la Unión Soviética en aquel momento. En esta situación, por supuesto, no podíamos abandonar y dejar desprotegidos a los habitantes de Crimea y Sebastopol. Tomaron su decisión, y, en marzo de 2014, como saben, se produjo la histórica reunificación de Crimea y Sebastopol con Rusia.
En Járkov, Jersón, Odesa, Zaporozhie, Donetsk, Lugansk y Mariúpol comenzaron a reprimir las manifestaciones pacíficas en contra del golpe de Estado, y el régimen de Kiev y los grupos nacionalistas desataron el terror. Quizás no sea necesario recordarlo, todo el mundo recuerda ya muy bien lo que ocurrió en estas regiones.
En mayo de 2014 se celebraron referendos sobre el estatuto de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, en los que la mayoría absoluta de los residentes votó a favor de la independencia y la soberanía. Inmediatamente surge la pregunta: ¿podría la gente haber expresado su voluntad de esta manera, podría haber declarado su independencia? Los que están sentados en esta sala entienden que, por supuesto, podían, y tenían todo el derecho y toda la razón para hacerlo, de conformidad con el derecho internacional, incluido el derecho de los pueblos a la autodeterminación. No hace falta que se lo recuerde, pero, sin embargo, ya que los medios de comunicación están trabajando, diré que el Artículo 1, párrafo 2, de la Carta de las Naciones Unidas otorga este derecho.
A este respecto, quiero recordar el tristemente célebre precedente de Kosovo. Ya hemos hablado de ello muchas veces en nuestro tiempo y ahora lo diré de nuevo. El precedente que los propios países occidentales crearon, en una situación similar, reconociendo como legítima la secesión de Kosovo de Serbia en 2008. A esto siguió la famosa decisión de la Corte Internacional de Justicia de las Naciones Unidas, que el 22 de julio de 2010, basándose en el artículo 1, párrafo 2, de la Carta de la ONU, dictaminó, cito: «De la práctica del Consejo de Seguridad no se desprende ninguna prohibición general de una declaración unilateral de independencia». Y la siguiente cita: «El derecho internacional general no contiene ninguna prohibición aplicable a la declaración de independencia». Es más, también estaba escrito allí que las partes de un país, del tipo que fuera, que decidieran declarar la independencia, no estaban obligadas a dirigirse a los órganos centrales de su antiguo Estado. Todo está claramente escrito allí.
Entonces, ¿tenían estas repúblicas —Donetsk y Lugansk— [derecho] a declarar su independencia? Por supuesto que sí. La cuestión no puede plantearse de otro modo.
¿Qué hizo el régimen de Kiev en esta situación? Ignoró por completo la decisión del pueblo y desató una guerra a gran escala contra los nuevos Estados independientes —las repúblicas populares de Donbás— utilizando aviones, artillería y tanques. Comenzaron los bombardeos de ciudades pacíficas y los actos de intimidación. ¿Y qué ocurrió después? Los habitantes de Donbás tomaron las armas para defender sus vidas, sus hogares, sus derechos e intereses legítimos.
En Occidente existe ahora la tesis constante de que Rusia inició la guerra en el marco de una operación militar especial, que es un agresor y que, por tanto, es posible golpear su territorio, incluso con el uso de sistemas de armamento occidentales, y que Ucrania supuestamente se está defendiendo y puede hacerlo.
Quiero insistir una vez más: Rusia no empezó la guerra, fue el régimen de Kiev, repito, después de que los habitantes de parte de Ucrania declararan su independencia de acuerdo con el derecho internacional, el que inició las hostilidades y las continúa. Esto es una agresión; si no reconocemos el derecho de estos pueblos que vivían en estos territorios a declarar su independencia. ¿Qué pasa con eso? ¿Entonces qué es? Es una agresión. Y quienes han estado ayudando a la maquinaria militar del régimen de Kiev durante todos estos años son cómplices del agresor.
Luego, en 2014, los habitantes de Donbás no lo soportaron. Las milicias se mantuvieron firmes, se enfrentaron a los castigadores y los expulsaron de Donetsk y Lugansk. Esperábamos que así se les pasara la borrachera a los que desencadenaron esta masacre. Para detener el derramamiento de sangre, Rusia hizo los llamamientos habituales, llamamientos a las negociaciones, y estas comenzaron con la participación de Kiev y representantes de las repúblicas del Donbás, con la ayuda de Rusia, Alemania y Francia.
Las negociaciones fueron difíciles, pero, a pesar de ello, en 2015 se concluyeron los acuerdos de Minsk. Nos tomamos en serio su aplicación y esperábamos poder resolver la situación en el marco del proceso de paz y del Derecho internacional. Esperábamos que esto condujera a la consideración de los intereses y demandas legítimos de Donbás y a la consagración en la Constitución del estatus especial de estas regiones y de los derechos fundamentales de las personas que viven allí, preservando al mismo tiempo la unidad territorial de Ucrania. Estábamos dispuestos a ello, y estábamos dispuestos a persuadir a las personas que viven en estos territorios para resolver las cuestiones de esta manera, y en más de una ocasión propusimos diversos compromisos y soluciones.
Pero al final todo fue rechazado. Los acuerdos de Minsk fueron simplemente arrojados a la papelera por Kiev. Como confesaron más tarde representantes de los dirigentes ucranianos, no estaban satisfechos con ninguno de los artículos de estos documentos, simplemente mintieron y tergiversaron lo mejor que pudieron.
La excanciller de Alemania y el expresidente de Francia, que de hecho fueron coautores y, por así decirlo, garantes de los acuerdos de Minsk, de repente también admitieron más tarde directamente que no había planes para aplicarlos. Simplemente necesitaban mantener la situación en calma para ganar tiempo para construir formaciones armadas ucranianas y llenarlas de armas y equipos. Simplemente, nos «estafaron» una vez más, nos engañaron.
En lugar de un verdadero proceso de paz, en lugar de la política de reintegración y reconciliación nacional de la que a Kiev le gusta despotricar, Donbás ha sido bombardeada durante ocho años. Se cometieron actos terroristas, asesinatos y se organizó un bloqueo brutal. Todos estos años, los habitantes de Donbás —mujeres, niños, ancianos— han sido declarados personas de ‘segunda clase’, ‘subhumanos’, y se les ha amenazado con represalias, diciendo que ‘vendremos y nos vengaremos de todos’.
¿Qué es esto sino un genocidio en el centro de Europa en el siglo XXI? Y en Europa y EEUU hicieron como que no pasaba nada, que nadie se daba cuenta de nada.
A finales de 2021 y principios de 2022, el proceso de Minsk fue finalmente enterrado. Y fue enterrado por Kiev y sus patrocinadores occidentales, y se planeó de nuevo un ataque masivo en Donbás. Un gran grupo de fuerzas ucranianas se preparaba para lanzar una nueva ofensiva sobre Lugansk y Donetsk, por supuesto con limpieza étnica y enormes pérdidas de vidas humanas, cientos de miles de refugiados. Estábamos obligados a impedir esta catástrofe, a proteger a la gente. No podíamos tomar otra decisión.
Rusia reconoció por fin a las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk. Después de todo, llevábamos ocho años sin reconocerlas y aún esperábamos llegar a un acuerdo. El resultado ya se conoce. Y el 21 de febrero de 2022, concluimos tratados de amistad, [cooperación] y asistencia mutua con estas repúblicas, que reconocimos. Pregunta: ¿tenían derecho las repúblicas populares a acudir a nosotros en busca de apoyo si reconocíamos su independencia? ¿Y teníamos derecho a reconocer su independencia del mismo modo que ellos tenían derecho a declarar su soberanía, de acuerdo con los artículos que he mencionado y las decisiones del Tribunal Internacional de Justicia de la ONU? ¿Tenían derecho a declarar la independencia? Lo tenían. Pero si tenían ese derecho y lo utilizaron, entonces nosotros teníamos derecho a concluir un tratado con ellos, y así lo hicimos. Y repito: en pleno cumplimiento del derecho internacional y del artículo 51 de la Carta de la ONU.
Al mismo tiempo, hicimos un llamamiento a las autoridades de Kiev para que retiraran sus tropas de Donbás. Puedo decirles que mantuvimos contactos y les dijimos directamente: retiren sus tropas de allí y todo acabará. Esta propuesta fue rechazada casi de inmediato y simplemente ignorada, a pesar de que ofrecía una oportunidad real de cerrar el asunto de forma pacífica.
El 24 de febrero de 2022, Rusia se vio obligada a anunciar el inicio de una operación militar especial. Dirigiéndose a los ciudadanos de Rusia, a los habitantes de las repúblicas de Donetsk y Lugansk y a la sociedad ucraniana, esbocé entonces los objetivos de esta operación: proteger a la población de Donbás, restablecer la paz, desmilitarizar y desnazificar Ucrania, y desviar así las amenazas a nuestro Estado, y restablecer el equilibrio en la esfera de la seguridad en Europa.
Al mismo tiempo, seguimos considerando prioritario alcanzar estos objetivos por medios políticos y diplomáticos. Recuerdo que ya en la primera fase de la operación militar especial nuestro país tenía negociaciones con representantes del régimen de Kiev.
Primero se celebraron en Bielorrusia y luego en Turquía. Intentamos transmitir nuestro mensaje principal: respeten la elección de Donbás y la voluntad de las personas que viven allí, retiren las tropas y detengan el bombardeo de ciudades y pueblos pacíficos. No se necesita nada más, los problemas restantes los resolveremos en el futuro. La respuesta fue: no, lucharemos. Es obvio que esta fue la orden de los amos occidentales, y ahora también hablaré de ello.
En aquel momento, en febrero-marzo de 2022, nuestras tropas, como saben, se acercaron a Kiev. Hubo mucha especulación al respecto tanto en Ucrania como en Occidente, tanto entonces como ahora.
¿Qué quiero decir al respecto? Efectivamente, nuestras formaciones estaban cerca de Kiev, y los departamentos militares y el bloque de seguridad tenían varias propuestas sobre opciones para nuestras posibles acciones futuras, pero, no importa quien lo diga o especule, no hubo ninguna decisión política de asaltar una ciudad de tres millones de habitantes.
De hecho, se trataba nada menos que de una operación para obligar al régimen ucraniano a hacer la paz. Las tropas estaban allí para empujar a la parte ucraniana a negociar, para tratar de encontrar soluciones aceptables y poner fin así a la guerra desatada por Kiev contra Donbás allá por 2014, para resolver cuestiones que suponen una amenaza para la seguridad de nuestro país, para la seguridad de Rusia.
Curiosamente, el resultado fue que sí fue posible llegar a acuerdos que, en principio, convenían tanto a Moscú como a Kiev. Estos acuerdos fueron fijados en papel y fueron firmados en Estambul por el jefe de la delegación negociadora ucraniana. Esto significa que las autoridades de Kiev estaban satisfechas con esta solución del problema.
El documento se tituló Tratado de Neutralidad Permanente y Garantías de Seguridad para Ucrania. Era de naturaleza transaccional, pero sus puntos clave coincidían con nuestros requisitos fundamentales y resolvieron las tareas que se habían declarado como principales, incluso al comienzo de la operación militar especial. Esto incluía, por extraño que pueda parecer —llamo su atención—, la desmilitarización y desnazificación de Ucrania. Y aquí también logramos encontrar desenlaces difíciles. Son complicados, pero fueron encontrados. A saber, se trataba de aprobar la ley ucraniana sobre la prohibición de la ideología nazi, en cualquiera de sus formas. Allí está todo escrito.
Además, a cambio de garantías internacionales de seguridad, Ucrania limitaría el tamaño de sus Fuerzas Armadas, asumiría la obligación de no formar alianzas militares, no permitir bases militares extranjeras, no estacionarlas ni recibir contingentes y no realizar ejercicios militares en su territorio. Todo está escrito sobre el papel.
Nosotros, por nuestra parte, comprendiendo también las preocupaciones de Ucrania en materia de seguridad, acordamos que Ucrania, sin ingresar formalmente en la OTAN, recibiría garantías prácticamente similares a las que disfrutan los miembros de esa alianza. No fue una decisión fácil para nosotros, pero reconocimos la legitimidad de las demandas de Ucrania para garantizar su seguridad y, en principio, no nos opusimos a la formulación propuesta por Kiev. Estas son las formulaciones propuestas por Kiev y, en general, no nos opusimos a ellas, entendiendo que lo principal era detener el derramamiento de sangre y la guerra en Donbás.
El 29 de marzo de 2022, retiramos nuestras tropas de Kiev porque nos habían asegurado que era necesario crear las condiciones necesarias para la finalización del proceso de negociación política, para la finalización de este proceso. Y que era imposible que una de las partes firmara tales acuerdos, como solían decir nuestros colegas occidentales, con una pistola en la cabeza. Bueno, también estuvimos de acuerdo con esto.
Sin embargo, inmediatamente, al día siguiente de la retirada de las tropas rusas de Kiev, los dirigentes ucranianos suspendieron su participación en el proceso de negociación, escenificando una conocida provocación en Bucha y abandonando la versión preparada de los acuerdos. Creo que hoy está claro por qué era necesaria esta sucia provocación, para explicar de algún modo el rechazo de los resultados que se habían logrado durante las negociaciones. El camino hacia la paz fue rechazado de nuevo.
Como ahora sabemos, esto fue hecho por orden de los supervisores occidentales, incluido el ex primer ministro británico [Boris Johnson], durante cuya visita a Kiev se dijo explícitamente: nada de acuerdos, tenemos que derrotar a Rusia en el campo de batalla, lograr su derrota estratégica. Y empezaron a suministrar armas a Ucrania y a hablar de la necesidad de infligirnos, como acabo de recordar, una derrota estratégica. Y algún tiempo después, como todo el mundo sabe muy bien, el presidente de Ucrania [Volodímir Zelenski] emitió un decreto por el que prohibía a sus representantes, e incluso a sí mismo, llevar a cabo cualquier negociación con Moscú. Este episodio con nuestro intento de resolver el problema por medios pacíficos volvió a acabar en nada.
Por cierto, sobre el tema de las negociaciones. Ahora me gustaría, tal vez, hacer público otro episodio en esta audiencia. No he hablado de ello públicamente antes, pero algunos de los presentes lo conocen. Después de que el Ejército ruso tomó partes de las regiones de Jersón y Zaporozhie, muchos políticos occidentales ofrecieron su mediación para poner fin pacíficamente al conflicto. Uno de ellos estuvo de visita de trabajo en Moscú el 5 de marzo de 2022. Y aceptamos sus esfuerzos de mediación, sobre todo porque durante la conversación se refirió al hecho de que se había asegurado el apoyo de los líderes de Alemania y Francia, así como de representantes de alto rango de los Estados Unidos.
Durante la conversación, nuestro invitado extranjero preguntó —un episodio interesante—, dijo: si están ayudando a Donbás, ¿por qué hay tropas rusas en el sur de Ucrania, incluidas las regiones de Jersón y Zaporozhie?
La respuesta de nuestra parte fue que ésta fue la decisión del Estado Mayor ruso de planificar la operación. Y hoy añadiré que la idea era evitar algunas de las zonas fortificadas que las autoridades ucranianas construyeron en el Donbás durante ocho años, principalmente para la liberación de Mariúpol.
Luego siguió una aclaración del colega extranjero —un profesional, debo decir— ¿permanecerán nuestras tropas rusas en las regiones de Jersón y Zaporozhie? ¿Y qué pasará con estas regiones después de lograr los objetivos de la operación militar especial? A esto respondí que, en general, no descarto mantener la soberanía ucraniana sobre estos territorios, pero con la condición de que Rusia tenga una fuerte conexión terrestre con Crimea.
Significa que Kiev debería garantizar una servidumbre, como la llaman, un derecho de acceso legalmente formalizado para Rusia a la península de Crimea a través de las regiones de Jersón y Zaporozhye. Se trata de una decisión política fundamental. Y, por supuesto, en su versión final, no se adoptaría unilateralmente, sino solo después de consultas con el Consejo de Seguridad, con otras instituciones, por supuesto, después de debatir con los ciudadanos, con el público de nuestro país y, sobre todo, con residentes de las regiones de Jersón y Zaporozhye.
Al final, eso es lo que hicimos: pedimos la opinión de la propia gente y realizamos referendos. E hicimos lo que el pueblo decidió, incluso en las regiones de Jersón y Zaporozhye, en las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk.
En ese momento, en marzo de 2022, nuestro socio negociador dijo que viajaría a Kiev para continuar la conversación con sus colegas en la capital ucraniana. En general, acogimos con beneplácito esto, como un intento de encontrar una solución pacífica al conflicto, porque cada día de combates significaba nuevas bajas y pérdidas. Sin embargo, los servicios del mediador occidental no fueron aceptados en Ucrania, y, por el contrario, lo acusaron, en una forma bastante dura -como supimos más tarde-, de tomar posiciones prorrusas.
Ahora, como ya he dicho, la situación ha cambiado radicalmente. Los residentes de las regiones de Jersón y Zaporozhye, así como de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, han expresado su posición en referéndums, y han pasado a formar parte de la Federación Rusa. Y no se puede perturbar la unidad de nuestro Estado. La voluntad del pueblo de estar con Rusia será inviolable. Este asunto está cerrado para siempre y ya no es un asunto para la discusión.
Una vez más, fue Occidente el que premeditó y provocó la crisis en Ucrania; es Occidente el que está haciendo todo lo posible ahora para prolongar esta crisis indefinidamente, para debilitar y amargar mutuamente a los pueblos de Rusia y Ucrania.
Mantienen el envío de más lotes de armas y municiones. Algunos políticos europeos han estado jugando recientemente con la posibilidad de desplegar sus tropas en Ucrania. Al mismo tiempo, como ya he señalado, estos titiriteros, los verdaderos gobernantes de Ucrania -por desgracia, no es el pueblo de Ucrania, sino las élites globalistas del extranjero- ahora están tratando de trasladar la carga de las decisiones impopulares a las autoridades ejecutivas ucranianas, incluida la decisión de reducir aún más la edad de reclutamiento.
Como saben, la edad de reclutamiento para los hombres ucranianos se redujo recientemente a 25 años; es posible que la próxima vez lo bajen a 23, y, luego, a 20, o incluso hasta 18. Lo siguiente, saben, es que se desharán de los funcionarios que tomaron estas decisiones impopulares bajo la presión de Occidente, simplemente desechándolos como si fueran prescindibles, culpándolos enteramente a ellos y reemplazándolos con otros funcionarios, también dependientes de Occidente, pero con reputaciones más limpias, todavía.
De ahí, tal vez, la idea de cancelar las próximas elecciones presidenciales en Ucrania. Ellos dejarán que el equipo actual lo haga antes de tirarlo a la basura, y continuarán haciendo lo que crean que es correcto.
En este sentido, me gustaría recordarles algo que Kiev prefiere olvidar, y sobre lo que Occidente mantiene silencio también. ¿Qué es? En mayo de 2014, el Tribunal Constitucional de Ucrania dictaminó que, cito: «El presidente es elegido por un período de cinco años, no importa si la elección es regular o anticipada». Además, el Tribunal Constitucional señaló que «el estatus constitucional del Presidente no implica normas que establezcan ningún mandato distinto del de cinco años» –fin de la cita. La decisión del tribunal fue definitiva e inapelable.
¿Qué significa esto en relación con la situación actual? El mandato presidencial del jefe de Ucrania previamente elegido ha expirado junto con su legitimidad, que no puede ser restablecida por ningún truco. No voy a entrar en detalles sobre los antecedentes de la decisión del Tribunal Constitucional de Ucrania sobre el período presidencial. Está claro que se hizo en medio de intentos de legitimar el golpe de Estado de 2014. Sin embargo, el veredicto fue dictado, y esto es un hecho legal, que hace insostenible cualquier intento de justificar la pantomima actual de cancelación de las elecciones.
De hecho, como dije antes, el trágico capítulo actual de la historia de Ucrania comenzó con una toma de poder, un golpe anticonstitucional en 2014. Para reiterar, un golpe de Estado armado está en el origen del actual régimen de Kiev. Ahora, el círculo se ha cerrado. Al igual que en 2014, el poder ejecutivo en Ucrania ha sido usurpado y se mantiene ilegalmente. De hecho, estamos ante un gobierno ilegítimo.
Diré más: cancelar las elecciones refleja la naturaleza misma, las entrañas del actual régimen de Kiev, que surgió del golpe armado de 2014, está ligado a él y tiene sus raíces allí. El hecho de que, tras haber anulado las elecciones, continúen aferrándose al poder, es algo que está expresamente prohibido por el artículo 5 de la Constitución de Ucrania. Cito: «El derecho a determinar y cambiar el orden constitucional en Ucrania pertenece exclusivamente al pueblo y no será usurpado por el Estado, sus órganos o funcionarios». Además, dichas acciones están comprendidas en el artículo 109 del Código Penal de Ucrania, que se refiere precisamente al cambio o derrocamiento por la fuerza del orden constitucional o a la toma del poder del Estado, así como a la conspiración para cometer tales actos.
En 2014, dicha usurpación fue justificado por la revolución, y ahora por las hostilidades, pero no cambia el estado real de las cosas. De hecho, estamos hablando de una colusión entre la rama ejecutiva del gobierno ucraniano, la dirección de la Verkhovnaya Rada y la mayoría parlamentaria que controla. Esta colusión tiene como objetivo a la usurpación del poder del Estado (esta es la única forma de describirlo), lo cual es un delito penal según la legislación ucraniana.
Además, la Constitución de Ucrania no prevé la posibilidad de anular o aplazar la elección del Presidente del país, ni la continuación de sus poderes en relación con la ley marcial, a la que ahora se están refiriendo. ¿Qué dice la ley fundamentas ucraniana? Dice que las elecciones a la Rada Suprema pueden ser aplazadas durante el período de la ley marcial. El artículo 83 de la Constitución de Ucrania así lo establece.
Por lo tanto, la legislación ucraniana ha previsto la única excepción cuando se prorrogan las competencias de una autoridad pública durante el período de la ley marcial, y no se celebran elecciones. Esto se aplica exclusivamente a la Rada Suprema. Esto designa el estatus del Parlamento de Ucrania como un órgano permanente bajo la ley marcial.
En otras palabras, a diferencia del ejecutivo, la Rada Suprema es ahora un organismo legítimo. Ucrania no es una república presidencial, sino una república parlamentaria-presidencial. Este es el punto.
Por otra parte, en virtud de los artículos 106 y 112, el Presidente de la Rada Suprema, en calidad de Presidente, tiene poderes especiales, incluso en la esfera de la defensa, la seguridad y el mando supremo de las Fuerzas Armadas. Todo está escrito en blanco y negro.
Por cierto, en el primer semestre de este año, Ucrania firmó una serie de acuerdos bilaterales con varios Estados europeos en materia de cooperación en seguridad y apoyo a largo plazo. También se ha firmado un documento similar con los Estados Unidos.
Desde el 21 de mayo de 2024, naturalmente surgen preguntas en relación con la autoridad y legitimidad de los representantes ucranianos que firman dichos documentos. A nosotros no nos importa; que firmen lo que quieran. Claramente, hay un ángulo político y propagandístico en juego aquí. Estados Unidos y sus satélites parecen ansiosos por apoyar sus aliados, mejorando su credibilidad y posición.
Y, sin embargo, si posteriormente se lleva a cabo en los Estados Unidos un examen jurídico serio de este tipo de acuerdo (no el contenido, sino el marco jurídico), sin duda surgirán preguntas sobre quién firmó estos documentos y con qué autoridad. Podría resultar ser todo fanfarronadas, anulando el acuerdo, y toda la estructura podría colapsar, siempre que exista la voluntad de analizar la situación. Se puede fingir que todo es normal, pero la realidad dista mucho de ello; lo he leído. Todo está documentado, establecido en la Constitución.
Permítanme también recordarles que, tras el inicio de la operación militar especial, Occidente inició una campaña vigorosa y poco diplomática destinada a aislar a Rusia en el escenario mundial. Ahora es evidente para todos que este intento ha fracasado. Sin embargo, Occidente no ha abandonado su objetivo de formar una especie de coalición internacional contra Rusia y mantener una fachada de presión sobre nuestro país. Somos plenamente conscientes de esa estrategia también.
Como ustedes saben, ha habido una activa promoción de la iniciativa de convocar en Suiza a la llamada conferencia internacional de alto nivel sobre la paz en Ucrania. Además, tienen la intención de celebrarla poco después de la cumbre del G7, es decir, de los que esencialmente alimentaron el conflicto en Ucrania a través de sus políticas.
Los organizadores de la reunión en Suiza proponen una nueva maniobra para desviar la atención, distorsionar las causas profundas de la crisis ucraniana, desviar la discusión y, en cierta medida, reafirmar la legitimidad del actual poder ejecutivo en Ucrania.
Por lo tanto, se espera que la conferencia en Suiza evitará abordar las cuestiones fundamentales que subyacen a la actual crisis de seguridad y estabilidad internacionales, incluidas las verdaderas raíces del conflicto ucraniano. A pesar de los esfuerzos por presentar una agenda aparentemente respetable, es poco probable que se discutan asuntos críticos.
Podemos esperar que todo se reduzca a discursos demagógicos generales y una nueva serie de acusaciones contra Rusia. La idea es fácil de leer: incorporar a tantos estados como sea posible, por cualquier medio posible, y presentar el asunto como si, en consecuencia, las recetas y reglas occidentales fueran compartidas por toda la comunidad internacional, lo que significa que Rusia debe aceptarlas incondicionalmente.
Como saben, naturalmente no fuimos invitados a la reunión en Suiza. Al fin y al cabo, no se trata de negociaciones, sino del deseo de un grupo de países de seguir impulsando su política y resolver los problemas que afectan directamente a nuestros intereses y seguridad como mejor les parezca.
A este respecto, me gustaría subrayar que es imposible alcanzar una solución pacífica a la crisis de Ucrania -y a la seguridad europea en general- sin la participación de Rusia, sin un diálogo honesto y responsable con nosotros.
En este momento, Occidente ignora nuestros intereses, al tiempo que prohíbe a Kiev negociar, aunque sigue pidiéndonos hipócritamente que negociemos. Parece simplemente una idiotez: por un lado, se les prohíbe negociar con nosotros, pero se nos pide que negociemos, lo que implica que nos negamos a hacerlo. Es una tontería. Parece que estamos viviendo en una especie de mundo de fantasía.
Mientras tanto, primero deben ordenar a Kiev que levante la prohibición de negociar con Rusia y, en segundo lugar, estamos dispuestos a iniciar negociaciones tan pronto como mañana mismo. Entendemos la peculiaridad de la situación jurídica, pero allí existen autoridades legítimas, incluso de acuerdo con la Constitución, como he dicho. Allí hay alguien con quien negociar. Aquí, estamos listos. Nuestras condiciones para iniciar este tipo de conversaciones son sencillas y se reducen a lo siguiente.
Saben, voy a tomar un poco de tiempo para recordar toda la cadena de acontecimientos una vez más, para dejar claro que lo que voy a decir no se trata solo de nuestra actual posición, sino que siempre nos hemos adherido a una determinada posición y siempre hemos luchado por la paz.
Por lo tanto, estas condiciones son simples. Las tropas ucranianas deben retirarse por completo de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk y de las regiones de Jersón y de Zaporozhye. Permítanme señalar que deben retirarse de todo el territorio de estas regiones dentro de sus fronteras administrativas en el momento en que formaban parte de Ucrania.
Tan pronto como Kiev declare que está dispuesto a tomar esta decisión y comenzar una retirada real de las tropas de estas regiones, y también notifique oficialmente que abandona sus planes de unirse a la OTAN, por nuestra parte, la orden de alto el fuego y de iniciar las negociaciones, será emitida por nosotros en ese mismo momento. Repito: lo haremos con prontitud. Por supuesto, también garantizamos una retirada segura y sin trabas de las unidades y formaciones ucranianas.
Ciertamente nos gustaría esperar que una decisión de este tipo sobre la retirada de las tropas, sobre un estatuto de no pertenencia a ningún bloque y sobre el inicio del diálogo con Rusia -del que depende la existencia de Ucrania en el futuro-, se adoptara en Kiev de forma independiente, partiendo de las realidades establecidas y guiada por los genuinos intereses nacionales de los ucranianos, y no a instancias de Occidente; aunque hay, por supuesto, grandes dudas al respecto.
Dije que me gustaría volver a recorrer la cronología de los acontecimientos. Dediquemos algo de tiempo a esto.
Así, durante los acontecimientos del Maidán en Kiev en 2013-2014, Rusia ofreció reiteradamente su ayuda en la resolución constitucional de la crisis, que en realidad había sido planeada desde el exterior. Volvamos a la cronología de los acontecimientos de finales de febrero de 2014.
El 18 de febrero, la oposición provocó enfrentamientos armados en Kiev. Varios edificios, entre ellos la oficina del alcalde y la Casa de los Sindicatos, fueron incendiados. El 20 de febrero, francotiradores no identificados abrieron fuego contra manifestantes y personal de las fuerzas del orden, es decir, los autores intelectuales del golpe armado hicieron todo lo posible para llevar la situación a la violencia, a la radicalización. Y aquellos que estaban en las calles de Kiev y expresaban su descontento con las autoridades de entonces, fueron utilizados deliberadamente como carne de cañón para sus propios egoístas propósitos. Hoy están haciendo exactamente lo mismo, movilizando y enviando personas al matadero. Aun así, en aquel entonces existía la posibilidad de salir de la situación de forma civilizada.
Consta que el 21 de febrero el entonces presidente de Ucrania y la oposición firmaron un acuerdo para resolver la crisis política. Sus garantes, como es bien conocido, eran los representantes oficiales de Alemania, Polonia y Francia. El acuerdo preveía el retorno a una forma de gobierno parlamentario-presidencial, la celebración de elecciones presidenciales anticipadas, la formación de un gobierno de acuerdo nacional, así como la retirada de las fuerzas del orden del centro de Kiev y la entrega de armas por parte de la oposición.
Debo añadir que la Rada Suprema aprobó una ley que excluía el enjuiciamiento penal de los manifestantes. Ese acuerdo, que habría puesto fin a la violencia y habría devuelto la situación al marco constitucional, es un hecho. Este acuerdo se firmó, aunque tanto Kiev como Occidente prefieren no mencionarlo tampoco.
Hoy les contaré otro importante hecho que no se había divulgado públicamente antes: a las mismas horas del 21 de febrero, por iniciativa de la parte estadounidense, tuve una conversación con mi homólogo de ese país. Esencialmente, el líder estadounidense ofreció un apoyo inequívoco al acuerdo entre las autoridades y la oposición en Kiev. Además, lo describió como un verdadero avance y una oportunidad para que el pueblo ucraniano evitase que la escalada de violencia cruzara todas las fronteras imaginables.
Además, durante nuestras discusiones, formulamos en colaboración el siguiente enfoque: Rusia se comprometió a persuadir al entonces presidente de Ucrania para que ejerciera la máxima moderación, absteniéndose de desplegar el ejército y las fuerzas del orden contra los manifestantes. Por el contrario, Estados Unidos se comprometió a instar a la oposición a desalojar pacíficamente los edificios administrativos y trabajar para calmar las calles.
Todos estos esfuerzos tenían como objetivo restablecer la normalidad en el país, velando por el cumplimiento de los principios constitucionales y legales. En general, acordamos colaborar para fomentar una vida estable, y una Ucrania pacífica y desarrollada. Cumplimos con nuestros compromisos en su totalidad. En ese momento, el presidente Yanukóvich, que no tenía ninguna intención de desplegar al ejército, se abstuvo de hacerlo e incluso retiró unidades de policías adicionales de Kiev.
¿Qué pasó con nuestros colegas occidentales? Durante la noche del 22 de febrero y durante todo el día siguiente, a pesar de acuerdos y garantías de Occidente (tanto de Europa como de Estados Unidos, como acabo de mencionar), los radicales tomaron por la fuerza el control del edificio de la Rada, la Administración Presidencial, y se apoderaron del gobierno, mientras el presidente Yanukóvich partió hacia Járkov, donde se suponía que iba a tener lugar el Congreso de los Diputados de las regiones del sudeste de Ucrania y Crimea. Y ninguno de los garantes de estos acuerdos de arreglo político -ni Estados Unidos ni los europeos– hicieron nada para cumplir con sus obligaciones de instar a la oposición a liberar los edificios administrativos incautados y renunciar a la violencia. Es evidente que esta secuencia de acontecimientos no sólo les convenía a ellos, sino que también sugiere que pueden haber orquestado el desarrollo de los acontecimientos.
El 22 de febrero de 2014, la Rada, en contravención de la Constitución de Ucrania, aprobó una resolución declarando la destitución del Presidente Yanukóvich y programó elecciones anticipadas para el 25 de mayo. Esto marcó un golpe armado instigado por influencias externas. Los radicales ucranianos, con el implícito consentimiento y el respaldo directo de Occidente, obstruyeron todos los esfuerzos para una resolución de la crisis.
Luego instamos a Kiev y a las capitales occidentales para iniciar el diálogo con la población del sureste de Ucrania; respetar sus intereses, derechos y libertades. Sin embargo, el régimen que se apoderó del poder a través del golpe de Estado optó por la guerra e inició acciones punitivas contra Donbass en la primavera y el verano de 2014. Una vez más, Rusia apeló por la paz.
Hicimos todo lo posible para abordar las cuestiones urgentes que surgieron en el marco de los Acuerdos de Minsk. Sin embargo, como ya se ha subrayado, Occidente y las autoridades de Kiev no mostraron intención de aplicarlos, a pesar de las garantías verbales de nuestros colegas occidentales, incluido el jefe de la Casa Blanca, de que consideraban los acuerdos de Minsk como cruciales y que estaban comprometidos con su aplicación. Afirmaron que estos acuerdos ayudarían a resolver la situación en Ucrania, estabilizarla y tener en cuenta los intereses de los residentes del este de Ucrania. En cambio, en la práctica, iniciaron un bloqueo, como mencioné anteriormente, contra Donbass. Las Fuerzas Armadas de Ucrania se prepararon sistemáticamente para una operación sin cuartel, destinada a destruir las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk.
Los acuerdos de Minsk fueron finalmente ignorados por las acciones del régimen de Kiev y Occidente. Volveré sobre esto tema en breve. Por lo tanto, en 2022, Rusia se vio obligada a iniciar la operación militar especial para cesar la guerra en Donbass y salvaguardar a los civiles del genocidio.
Desde el principio, propusimos sistemáticamente soluciones diplomáticas a la crisis, como he mencionado antes. Entre ellas figuraban las negociaciones en Bielorrusia y Turquía, así como la retirada de las tropas de Kiev para facilitar la firma de los Acuerdos de Estambul, que habían sido ampliamente aceptados. Sin embargo, estos esfuerzos también fueron rechazados. Occidente y Kiev persistieron en su objetivo de derrotarnos. Sin embargo, como saben, estos esfuerzos en última instancia fracasaron.
Hoy presentamos otra propuesta de paz concreta y genuina. Si Kiev y las capitales occidentales lo rechazan de nuevo, como lo han hecho antes, en última instancia, se convierte en su responsabilidad, tanto política como moral, por el derramamiento de sangre en curso. Está claro que la situación en el frente seguirá evolucionando desfavorablemente para el régimen de Kiev, modificando las condiciones necesarias para iniciar las negociaciones.
Permítanme subrayar el punto clave: la esencia de nuestra propuesta no es una tregua temporal o un alto el fuego, como Occidente preferiría para permitir que el régimen Kiev se recupere, rearmarse y prepararse para una nueva ofensiva. Repito: no estamos discutiendo la congelación del conflicto, sino su resolución definitiva.
Y reitero: una vez que Kiev acepte el curso de acción propuesto hoy, incluida la retirada total de sus tropas de la RPD, la RPL, de las regiones de Zaporozhye y de Jersón, y comience este proceso con seriedad, estamos preparados para iniciar las negociaciones sin demora.
Repito nuestra firme postura: Ucrania debe adoptar un estatus neutral y no alineado, estar libre de armas nucleares y someterse a la desmilitarización y desnazificación. Estos parámetros fueron ampliamente consensuados durante las negociaciones de Estambul en 2022, incluidos detalles específicos sobre la desmilitarización, como el número acordado de tanques y otros equipos militares. Llegamos a un consenso en todos los puntos.
Ciertamente, los derechos, libertades e intereses de los ciudadanos de habla rusa en Ucrania deben protegerse plenamente. Deben ser reconocidas las nuevas realidades territoriales, incluido el estatuto de Crimea, Sebastopol, las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, las regiones de Jersón y Zaporozhye como partes de la Federación de Rusia. Es necesario formalizar estos principios fundamentales a través de acuerdos internacionales en el futuro. Naturalmente, esto implica también la eliminación de todas las sanciones occidentales contra Rusia.
Creo que Rusia está proponiendo una opción que permite poner fin a la guerra en Ucrania, es decir, llamamos a pasar la trágica página de la historia, y, aunque con dificultad, poco a poco, restablecer paso a paso las relaciones de confianza y vecindad entre Rusia y Ucrania, y en Europa en su conjunto.
Una vez resuelta la crisis ucraniana, nosotros y nuestros socios en la OTSC y la OCS, que hoy en día siguen haciendo una contribución significativa y constructiva a la búsqueda de una solución pacífica de la crisis de Ucrania, así como los socios occidentales, incluidos los países europeos que están dispuestos al diálogo, podrían emprender la tarea fundamental de la que hablé al principio de mi intervención, a saber, la creación de un sistema indivisible de seguridad euroasiática que tenga en cuenta los intereses de todos los Estados del continente sin excepción.
Claramente, es imposible una vuelta literal a las propuestas de seguridad que presentamos 25, 15 o incluso hace dos años, ya que han pasado demasiadas cosas y las condiciones han cambiado. Sin embargo, los principios básicos y, lo que es más importante, el tema mismo del diálogo, se mantienen inalterados. Rusia es consciente de su responsabilidad en pro de la estabilidad mundial y reafirma su disposición para hablar con todos los países. Pero esto no debe ser una imitación de una paz con el fin de servir a la voluntad egoísta de alguien o a los intereses creados de alguien, sino una conversación seria y profunda sobre todos los temas, sobre toda la gama de cuestiones de seguridad mundial.
Colegas
Yo creo que todos ustedes son muy conscientes de las tareas a gran escala a las que se enfrenta Rusia y de lo mucho que tenemos que hacer, incluso en el ámbito de la política exterior.
Atentamente les deseo éxito en esta difícil tarea para garantizar la seguridad de Rusia, nuestros intereses nacionales, fortalecer la posición del país en el mundo, promover la integración y las relaciones bilaterales con nuestros socios.
Por su parte, la dirección nacional seguirá prestando el apoyo necesario al Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia y a todos los que participan en la aplicación de la política exterior de Rusia.
Gracias una vez más por su trabajo, gracias por su paciencia y atención a lo que se ha dicho. Confío en que lo lograremos.
Muchas gracias.
Por Vladimir Putin
Discurso publicado originalmente en inglés el 14 de junio de 2024 en Kremlin.ru y reproducida en castellano ese mismo día en Geoestrategia.es