Alemania: Un IV Reich famélico y sometido (I)

La derrota política y militar del nacionalsocialismo no significó la desaparición de esta ideología de preeminencia, pues sus herederos comenzaron a reconstruir Alemania bajo la égida de Estados Unidos y las exigencias relativas de llevar adelante una política antisoviética en aquellas zonas bajo ocupación occidental (Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos).

Alemania: Un IV Reich famélico y sometido (I)

Autor: Pablo Jofre

En idioma alemán el término Reich significa imperio. Concepto que hunde sus orígenes en el sacro imperio romano-germánico –extendida durante ocho siglos– hasta su término el año 1806, que se constituyó historiográficamente como el primer Reich. El segundo tiene su inicio el año 1871, fruto del esfuerzo político del canciller Otto von Bismarck, quien lideró al resto de estados alemanes, para crear un Estado nación unificado, del cual se convirtió en su máxima autoridad -Canciller- y cuyo primer emperador fue el rey de Prusia, Wilhelm I. Segundo Reich que desaparece el año 1918 tras la derrota alemana en la primera guerra mundial.

Finalmente, se conoce como Tercer Reich, a aquella entidad surgida con el ascenso al poder del nazismo bajo el objetivo declarado de devolverle a Alemania su derruido esplendor imperial. Hablar del Tercer Reich es hablar del régimen político denominado nacionalsocialismo (1). La llegada al poder de los nazis, el año 1933, marcó el comienzo del Tercer Reich, un proyecto político expansionista, que se autoproclamaba como el heredero histórico del concepto y práctica imperial y que tomase la denominación de Tercer Reich, nombre que ha quedado en la historiografía y el recuerdo de esa época, para designar los doce años del gobierno de Adolf Hitler, desde 1933 a 1945.

La derrota alemana a manos de los aliados y en especial el esfuerzo bélico desarrollado por la ex Unión Soviética, en esa SGM, llevado a cabo en forma fundamental por el pueblo ruso, significó un duro golpe a los objetivos de dominio mundial de los políticos y militares alemanes, que arrastraron en ese objetivo a una gran parte de su sociedad en el marco teórico y práctico de un supremacismo, racismo y dominio territorial, que tanto daño causó en forma principal a los pueblos europeos. La derrota política y militar del nacionalsocialismo no significó la desaparición de esta ideología de preeminencia, pues sus herederos comenzaron a reconstruir Alemania bajo la égida de Estados Unidos y las exigencias relativas de llevar adelante una política antisoviética en aquellas zonas bajo ocupación occidental (Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos) y que incluso fuese un nuevo régimen que tenía la exigencia de reparar económicamente a aquellas víctimas y familiares de los europeos de creencia judía, pero no de los ciudadanos exterminados de países que también habían sufrido el horror nazi, como fue el caso de los millones de asesinados en la ex Unión Soviética y en especial del pueblo ruso, que llevaron gran parte del peso de la guerra contra las fuerzas nazis en sus hombros. La Gran Guerra Patria representa una epopeya que hoy trata de ser invisibilizada por aquellos que le deben justamente el fin del nacionalsionismo a esa sangre derramada por el pueblo ruso.

Una Alemania Federal que, en ese entonces, bajo el gobierno de su primer canciller, Konrad Adenauer, comienza la idea de construir una Europa comunitaria –siempre bajo la idea de liderazgo de Alemania- que encontrará en Estados Unidos su principal valedor, aval y financista. Un Adenauer que tuvo entre sus ministros a viejos militantes y dirigentes de importancia del Tercer Reich y que explica que si la extrema derecha del país teutón tiene la preeminencia que ha tenido al alero de la CDU Unión Demócrata Cristiana de Alemania, partido de Adenauer- es porque siempre estuvo enquistada en el núcleo del Estado alemán. El analista Rafael Poch señala acertadamente: “Los ex nazis tuvieron una implicación central en la construcción de la República Federal Alemana. Su participación en el sistema de partidos de posguerra, y en especial de la CDU, fue fundamental, pero ese parentesco, sin el que la actual derecha alemana es incomprensible, es ignorado por sus protagonistas” (2).

El mencionado investigador, así como los propios medios alemanes, como es el caso de la Deutsche Welle DW (3) nos recuerda, por ejemplo, que Hans Globke, el número dos del canciller Adenauer, secretario de Estado y asesor estrella de la cancillería alemana, quien echó a andar la nueva policía política de la RFA Verfassungsschutz– y organizó el embrión de los futuros servicios secretos (la denominada BND) fue un abogado, un jurista nazi, afiliado al partido de Adolf Hitler, responsable de la redacción de las leyes racistas que determinaban quién era judío o no y las divisiones y subdivisiones de aquello y que generaron los marcados para ser sacrificados. “El asunto era tan flagrante que el fiscal general de Hesse, Fritz Bauer, un hombre con una trayectoria y personalidad extraordinaria, inició un sumario contra él en 1961, proceso que el propio Adenauer detuvo”.

Prime minister David Ben-Gurion, left, puts a hand on the arm of West Germany Chancellor
Konrad Adenauer as they meet at the Waldorf-Astoria Hotel in New York, March 14, 1960. (AP Photo)

Y lo señalado, no sólo en Alemania, sino que encargó de conversar con el primer ministro sionista David Grünn –conocido como David Ben Gurion– para evitar que el ex jerarca nazi enjuiciado en Al Quds (Jerusalén), tras ser secuestrado en Argentina en mayo de 1960, Adolf Eichmann, no hiciera declaraciones que comprometieran a varios miembros de la cancillería alemana y el papel jugado como autoridades nazis. ¿El precio? Reparaciones económicas a víctimas y familiares de aquellos europeos de creencia judía, exterminados por los nazis y, al mismo tiempo, proveer de tecnología para el programa nuclear al naciente régimen nacionalsionista israelí. Y cuya relación se mantiene hasta el día de hoy, convirtiendo a Alemania en un férreo defensor de la entidad nacionalsionista y un acérrimo atacante de todo aquel que se atreva a denunciar los crímenes del sionismo, tan similares a aquellos cometidos por la patria de Adenauer, Merkel y Scholzl. Son las paradojas de la historia: los descendientes de aquellos alemanes que exterminaron a millones de seres humanos hoy son los defensores de un régimen que, apelando a las enseñanzas de esos crímenes que denominan holocausto, extermina al pueblo palestino. Eso permite que los conceptos de nacionalsocialismo y nacionalsionismo suenen tan hermanados.

Alemania no se olvida del este europeo, es parte de su espacio vital de expansión comercial. Es partícipe de enormes inversiones en esa parte del continente e incluso con apoyos militares multimillonarios, a todo aquel que sea contendiente de Rusia, directa o indirectamente, como es Ucrania en su guerra como testaferro de Washington y la OTAN contra la federación rusa o en el caso del apoyo teutón a Croacia contra Serbia –tradicional aliado de Moscú– y que significó el ataque contra ese país y la muerte de al menos diez mil personas en una guerra no declarada entre marzo y junio del año 1999. Junto a ese ataque, la presencia alemana en Kosovo es muestra palpable del interés alemán de incorporar de facto a su influencia esa zona de Europa, que le ha permitido ser el principal inversor y locomotora comercial de la región oriental de la vieja Europa. Con una dependencia en comercio de bienes que, en ciertos casos, como es con la República Checa y Hungría, llega a cifras cercanas al 50%.

Recuerdo que hace un lustro atrás, cuando Alemania, a pesar de los esfuerzos de Washington, generaba acuerdos económicos con Rusia, sostuve (4) que los teutones habían tejido sus redes, desde la muy políticamente correcta Eslovenia, pasando por Croacia y la federación croata-musulmana de Bosnia Herzegovina y dando un salto hacia la ocupada provincia Serbia de Kosovo, Macedonia y expandiéndose hacia Grecia y Turquía. El poderío económico alemán sentaba las bases de un nuevo orden global para los Balcanes. Allí donde se escribía socialismo, como bloque, hoy se constata la presencia multinacional, que deriva a una hegemonía política y económica de esta nueva Alemania, que, previo a la pandemia por el COVID 19, no tenía rival como motor de la pujante UE y con ventajas en su avance hacia el Este, y que le estaba generando dificultades con su socio estadounidense, pues Alemania hablaba de negocios con Rusia cuando Washington quería hablar de guerra. La salida de Merkel y la llegada del sumiso Scholz facilitó ese tránsito hacia la absoluta dependencia y servilismo.

Vuelvo al mapa económico que muestra, desde el Báltico hasta Grecia, el poder económico de esta Alemania potente en lo económico pero sometida al poderío político y militar de su padre putativo como es Estados Unidos. Una Alemania sometida a una fuerte desaceleración económica, pero, sobre todo, en su soberanía política, donde está cumpliendo el papel de mandadero de las políticas rusofóbicas de Estados Unidos y donde la nación teutona junto a la casta política ultraderechista se siente muy cómoda.

¿Alemania desea un nuevo desfile militar ruso en Berlín?

Una Alemania que tuvo su momento de política colaborativa y de intercambio en materia energética con Rusia, que significó la firma de enormes, multimillonarios y significativos acuerdos energéticos con Moscú, expresados en los gasoductos Nord Stream I y II. Ambos saboteados, uno de ellos incluso minado por fuerzas de comandos y Washington y sus socios otanistas, con el silencio obsequioso de una Alemania completamente sometida en su señorío y decencia, que aspira que le dejen paso libre en sus ambiciones económicas al este europeo, con el sueño intensificado ahora con Scholz, de lograr derruir la economía rusa y con ello ocupar el lugar de este país euroasiático en su entorno. Para ello requiere ocupar testaferros dispuestos a hipotecar su futuro y permitir la muerte de centenares de miles de sus habitantes, que es lo que acontece hoy con el régimen ucraniano, que lleva a paso firme al matadero a sus ciudadanos.

Todo sea por concretar el IV Reich alemán, tal como fue denunciado, incluso por un socio alemán, como es Polonia. Este país, a través del ex primer ministro y ex vicepresidente del gobierno polaco, Jaroslaw Kaczynski, acusó a Alemania de tratar de imponer un “Cuarto Reich” federalista en la Unión Europea, con la forma de un “Estado en la práctica centralista”, en que Berlín tomaría todas las decisiones (claro está, bajo las orientaciones políticas, militares y económicas de Washington). Kaczynski, presidente del partido Ley y Justicia, que gobernaba Polonia desde 2015, afirmó en una entrevista publicada por el semanario polaco “Sieci” que “los alemanes proclaman abiertamente que son ellos quienes deciden y que el término Cuarto Reich está plenamente justificado” (5).

Este concepto de IV Reich –que comienza a salir a la luz en la década de los 60 y 70 del siglo XX– es utilizado por aquellos que veían en la Alemania de la post Segunda Guerra Mundial, la presencia de figuras claramente identificadas con el nazismo (por ende, con el Tercer Reich). Por tanto, su adscripción al neonazismo como una oportunidad que se presenta en el marco del auge actual de ideologías supremacistas blancas, islamófobas, antinmigrantes, pero, peculiarmente, alejada de cualquier ataque a los judíos, que era un punto central en régimen nacionalsocialista. La búsqueda del lebensraum (espacio vital), el aumento del militarismo está plenamente presente en la vida política y militar alemana. En esa exploración de nuevas tierras y mercados hacia el este. El resurgir como potencia militar aplicando la lógica de proporcionar armas a diestra y siniestra al régimen ucraniano y colocarse como uno de los principales países en proveer apoyo financiero y militar a un país que es visto como cliente y no sociedad, propiedad de tierras agrícolas y paso de un comercio multilateral, en el cual Alemania no quiere quedar fuera a pesar de estar sujeta a un poder unilateral que le ha quitado dignidad, soberanía y capacidad de decisión. Camino que la puede llevar a un inevitable enfrentamiento con Rusia.

Por Pablo Jofré Leal

Artículo para Hispantv

Permitida su reproducción citando la fuente.

NOTAS

  1. El año 1933 Hitler ascendió al poder y Alemania continuó con la denominación de Deutsches Reich -Imperio Alemán– pero, ya el año 1943 un debilitado gobierno decidió adoptar la denominación Grossdeutsches ReichGran Imperio Alemán– que continuaría empleándose hasta 1945. ↩︎
  2. La relación histórica de la CDU con la extrema derecha no es “poco clara”. Al contrario, es clarísima: en el primer grupo parlamentario de la CDU del Sarre, constituido en 1955, más de la mitad de los diputados eran antiguos nazis. En 1957, el presidente del grupo parlamentario cristiano-demócrata del Sarre era Erwin Albrecht, un juez carnicero responsable de 31 sentencias de muerte contra judíos de Praga. ¿Ecos de la política alemana de provincias en los lejanos años cincuenta? En absoluto. La implicación de los exnazis en la CDU y en los puestos de mayor responsabilidad de la República Federal de Alemania (RFA) es enorme y alcanza hasta los más altos puestos del Estado: Kurt Georg Kiesinger fue presidente del gobierno de Baden-Württemberg (1958-1966), canciller federal (1966-1969) y presidente de la CDU (1967-1971). Desde 1933 fue miembro del partido nazi y de las SA. Walter Scheel, del partido liberal FDP, fue presidente de la República (1974-1979), ministro en sucesivos gobiernos y vicecanciller, pese a haber sido miembro del partido nazi. Hans Karl Filbinger, exjuez nazi, fue presidente del gobierno de Baden-Württemberg (1966-1978) y vicepresidente de la CDU. El democristiano Karl Carstens, miembro de las SA y del partido nazi, fue presidente del Bundestag (1976-1979) y presidente de la República (1979-1984). El liberal Hans-Dietrich Genscher, de la FDP, el ministro más longevo de la RFA con socialdemócratas y democristianos, presidente de su partido, también fue miembro del partido nazi. Richard Stücklen, cofundador de la CSU bávara, fue ministro de comunicaciones (1957-1969) y presidente de la CDU (1967-1971). Adquirió su carné del partido nazi en 1933. Reinhard Gehlen (1902-1979), un exgeneral nazi de la Wehrmacht, fue quien dirigió los servicios secretos alemanes hasta 1968. El responsable del departamento de contraespionaje a la Unión Soviética fue Heinz Felfe, exfuncionario de la Gestapo y ex Obersturmführer de las SS. En total, más de 200 de los más altos cargos de la RFA fueron exmiembros del partido nazi, de las SA o de las SS.
    https://ctxt.es/es/20200302/Firmas/31253/alemania-cdu-nazismo-adenauer-rafael-poch.htm ↩︎
  3. Globke fue secretario e influyente consejero del gobierno de Adenauer. Bajo la dictadura de Adolf Hitler, el abogado Hans Globke colaboró en el ministerio del Interior y fue comentarista de las leyes racistas formuladas en Núremberg. Cuando la revista Life quiso publicar las memorias de Eichmann en 1960, el gobierno de Adenauer pidió la ayuda de la CIA para que buscara impedir la mención de Globke. https://www.dw.com/es/adenauer-y-cia-callaron-sobre-eichmann/a-2046278 ↩︎
  4. https://radio.uchile.cl/2021/10/03/kosovo-de-provincia-serbia-a-feudo-de-la-otan/ ↩︎
  5. https://www.dw.com/es/polonia-acusa-a-alemania-de-querer-construir-un-iv-reich/a-60251078 ↩︎

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