Se acerca la lluvia

Sobre la Nakba (Catástrofe) continua y la revolución actual.

Se acerca la lluvia

Autor: El Ciudadano México

Mohammed El-Kurd reflexiona sobre el genocidio continuo en Gaza, la colonización y neocolonización del pueblo palestino, su perseverancia y las semillas de esperanza que persisten en pequeñas áreas.

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Cada año desde que empecé a escribir, ya sea en árabe o en inglés, he producido diversas versiones del mismo ensayo o poema sobre el Día de la Nakba (Catástrofe), plagados de los mismos hechos y cifras y argumentos trasnochados, con la esperanza de que algún día tal persuasión y enseñanza ya no sean necesarias. La tesis ha sido consistente: poner las palabras ‘aniversario‘ y ‘Nakba‘ a la par en la misma oración es una desavenencia; el periodo de tiempo, 76 años, es un error de cálculo. La traducción al inglés —’catastrophe‘ (catástrofe)— es insuficiente, porque no se trató de un desastre natural repentino. Tampoco se trata de una trágica reliquia del pasado. La Nakba es un proceso organizado y continuo de colonización y genocidio que no empezó ni terminó en 1948. Los culpables tienen nombres y la escena del crimen permanece activa. Y debe saberse que donde no es posible ver los escombros, se han plantado pinos para esconderlos. 

Leí que en Gaza han abierto un nuevo centro infantil en el norte, una especie de fénix, y quiero creer que ya hay un limpio aroma a jazmín que sigue a los maestros mientras realizan sus actividades diarias —¿qué, sino el jazmín, puede aliviar el fastidio de los niños y el fastidio de los aviones de guerra? He estado aferrándome a esta buena noticia durante las últimas semanas, llenando los espacios en blanco con mis propias especulaciones. Hay jazmín porque las semillas no necesitan permiso ni un alto al fuego para germinar. Los niños fastidian porque eso es lo que hacen los niños. ¿Qué aprenden los niños de cinco años, además de los números y el alfabeto en tiempos de genocidio? ¿Qué chistes se cuentan para pasar el rato? Su vocabulario se amplía, naturalmente, para incluir palabras más brutales que ‘invasión‘, ‘asedio‘ y ‘Nakba‘. Y me imagino que sus maestros les dicen que la Nakba, la Nakba original (1947-49), parece insignificante en comparación al presente de Gaza. Incluso los ricos —todos los ricos— están en tiendas de campaña esta vez. 

Es difícil predecir cómo vamos a registrar este momento actual en la historia, pero si nuestras reflexiones sobre los últimos años de la década de los cuarenta nos dan algún indicio, es posible que solo recordemos la destrucción y derrota de hoy. Y por una buena razón —en este preciso momento, sin exageración, los cuerpos de nuestra gente se han amontonado en fosas comunes, en plural, con las muñecas grandes y pequeñas por igual atadas con cinchos de plástico. Los horrores que alguna vez aprendimos como historias o cuentos con moraleja se transmiten en vivo hoy incesantemente —grabados para la eternidad en nuestra memoria.  Los últimos siete meses nos han demostrado que hasta la metáfora es víctima de la guerra. Lo que alguna vez fue sentido figurado es ahora dolorosamente literal: barbas ensangrentadas, muebles en los árboles, una extremidad colgando del ventilador de techo, mujeres dando a luz en el pavimento. Los clichés cubren el terreno: plantas que surgen entre los escombros, flores que brotan del cemento, etcétera. Lo surrealista sucede tanto. Los periodistas son casi poetas cuando reportan sobre la descomposición bajo las ruinas. Los médicos han inventado acrónimos para enfermedades que mis profesores de ficción habrían llamado irrealmente episódicas. La muerte está en todas partes. 

Y así, cuando uno empieza a escribir o a hablar de Palestina, es tentador enfocarse en la pérdida y únicamente en la pérdida, y encontrar en esta pérdida una súplica de supervivencia. Hemos sufrido mucho, le decimos a quien nos escuche, hemos sufrido suficiente. Muy a menudo nuestro sufrimiento se reporta sin un culpable, nuestros gritos de angustia existen fuera de la historia y la política. No tenemos aspiraciones nacionales, ni tierras para cultivar. Nuestra existencia es puramente mecanicista. Se nos recuerda, a través de políticas y procedimientos, que desafortunadamente nacimos para morir. Y en nuestra marcha determinista hacia la tumba, nos encontramos los unos a otros como desafortunados extraños, frágiles y sin futuro. 

Pero hay, y siempre ha habido, más en nuestra realidad. Somos, sin duda, sujetos de conquista y colonización, producto de las circunstancias, pero también somos mucho más que eso. A cada paso de nuestra ensangrentada historia, hemos sido brutalizados, despojados, desposeídos, exiliados, privados de alimento, masacrados y encarcelados, pero para el asombro del mundo, nos hemos negado a someternos. Por cada masacre e invasión ha habido, y hay ahora, hombres y mujeres que levantan sus armas, improvisadas y sofisticadas —Molotovs, rifles, hondas, cohetes— para combatir. Siembre hubo lucha, siempre hubo jazmín. 

Al mismo tiempo, también hay más acerca de nuestro enemigo. El sionismo, detrás de la fachada de la superpotencia impenetrable que pretende ser, es más vulnerable hoy que nunca. Y no digo esto de manera ingenua: no pido que pasemos por alto las capacidades de nuestro enemigo o el poder de los imperios y mercenarios que lo respaldan. Tampoco pido que trivialicemos el peso aplastante de cuarenta mil mártires, o que glamoricemos a los hombres que se enfrentan a tanques en ropa deportiva y los carguemos con más de lo que pueden manejar. Los que luchan por la libertad entienden que su oponente es Goliat, que las probabilidades están en su contra, que no tienen otra opción más que levantar la piedra. Pero este es un nuevo amanecer. A través de una inspección detallada —viendo a los medios del estado, escuchando los cambios en la narrativa global, siendo testigo del renacimiento de movimientos radicales, y hasta leyendo mensajes escritos en los baños de los aeropuertos— uno descubre que este es un nuevo amanecer. El sionismo posiblemente continúe siendo un oponente monumental, pero también es una bestia envejecida y temblorosa, cegada por su propia importancia, y tan impredecible como puede ser. A veces se abalanza sobre ti y te perfora la piel con sus colmillos. A veces es solamente un tigre de papel. 

Y es este descubrimiento que, no solo rompe el mito de la invencibilidad colonial, sino que nos recuerda que la liberación puede lograrse —el futuro está al alcance. En medio de los implacables ataques aéreos y el estrago de las ciudades demolidas, puede parecer frívolo enfocar la atención en el jazmín floreciente. Pero nos lo debemos a nosotros mismos, mirar todo, buscar todo. Ver el panorama con todos sus detalles. Independientemente de cuán mortal, traicionera e implacable sea, la Nakba no durará para siempre. El mundo está cambiando porque tiene que cambiar. Si las semillas pueden germinar en el infierno, también puede hacerlo la revolución. En el teléfono, mi madre me dice, «se acerca la lluvia y Dios es todopoderoso».

Mohammed El-Kurd es un escritor y poeta de Jerusalén, territorio Palestino ocupado. Es el editor de cultura de Mondoweiss.

Autor/a: Mohammed El-Kurd

Traducción: Cynthia Ferrer, Fabian Aruquipa and ProZ Pro Bono

Foto: Mondoweiss

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