Esa es una de las principales conclusiones contenidas en el libro Doña Lucía. La biografía no autorizada (Ediciones B), de la periodista Alejandra Matus, que fue presentado el 8 de noviembre en el marco de la 33 versión de la Feria Internacional del Libro de Santiago.
Matus es autora y coautora de una decena de libros. Uno de ellos, El Libro Negro de la Justicia Chilena (1999), es considerado uno de los trabajos de investigación periodística emblemáticos del periodo postdictatorial. Esto, no sólo por el contenido de su investigación –en que abordó la forma en que operaba el poder judicial chileno- sino también por el revuelo que provocó al ser prohibida su circulación, un día después que apareciera, en abril de 1999.
En entrevista con El Ciudadano, Matus subraya el importante papel que jugó Lucía Hiriart en la vida de Pinochet y en la historia de Chile, rol que –según su parecer- había sido insuficientemente estudiado.
En relación con la influencia que habría tenido esta mujer en convencer a Pinochet que se uniera al golpe militar, la periodista señala que “su incidencia consistió en apoyar a su marido en este paso de traición”.
En relación con esto, en Doña Lucía se relata que a comienzos de 1974 los chilenos pudieron ver por las pantallas de Televisión Nacional de Chile la versión que ella daba sobre la materia: “Me costó convencer a Augusto pero al final lo terminé por convencer. ‘Mira Augusto, yo no sé hasta cuándo los militares van a seguir aguantando a estos rotos. ¿No te das cuenta de lo que significa el desabastecimiento? ¿No te das cuenta de las colas? ¿Dónde tienes puesto tus pantalones? ‘Me lo puedes decir?”.
Matus apunta en su libro que “al finalizar el primer semestre del nuevo régimen, era imposible contener el protagonismo de la esposa de Pinochet”.
Ella construyó su propio núcleo de poder, a través de la institución de voluntariado femenino Cema Chile, que reprodujo la estructura jerarquizada del Ejército -donde ella era la mandamás- y que llegó a tener 35 mil voluntarias y casi un millón de socias. Las voluntarias –que sostenían esta organización- eran reclutadas en forma casi obligatoria entre las esposas de oficiales de las fuerzas armadas y funcionarios del Estado. La negativa de una mujer a participar en Cema implicaba truncar la carrera militar o administrativa de su marido.
Según Matus, la esposa de Pinochet “asumió el papel de celadora de la conducta moral de los integrantes no solamente del Ejército, si no que de ministros, asesores, alcaldes”. Agrega: “Si ella tomaba conocimiento que alguno de ellos había sido infiel con su mujer, exigía su remoción inmediata, sin importar ninguna otra consideración”.
-Y ¿Pinochet le hacía caso?- le consultamos.
-Por supuesto- nos respondió la autora.
Esta posición de poder la comenzó a forjar apenas iniciado el régimen militar. Según se manifiesta en el mencionado libro: “ella tenía una fuerza y ambición para las que no fueron obstáculo las esposas de los demás comandantes en jefe, resignadas como eran a tener un papel secundario en la vida de sus maridos”.
Lucía se ocupó en aclararles que, “por ser la esposa del comandante de la rama más antigua (de las fuerzas armadas) ella siempre entraría primero a las ceremonias públicas y ocuparía el primer lugar en las testeras”, como se consigna en el libro de Alejandra Matus.
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Esta imposición de Hiriart de Pinochet, ocurría en forma paralela a la que realizaba su esposo en relación con los jefes de las otras ramas castrenses. Desconociendo el compromiso de rotación en el mando de la Junta Militar, Pinochet se hizo declarar (entre 1973 y 1975) como presidente de la Junta de Gobierno; Jefe Supremo de La Nación y Presidente de la República de Chile.
De esta manera, los jefes de las otras ramas de las fuerzas armadas pasaron a ser subordinados suyos, lo que no estaba en sus planes originales. Estos eran: el general del aire Gustavo Leigh (Fuerza Aérea); el almirante José Toribio Merino (Armada); y el director general de Carabineros, César Mendoza Durán.
Lucía Hiriart llegó a conseguir que su marido la posicionara –según el protocolo del Gobierno- como segunda autoridad de la República, incluso por sobre los jefes castrenses.
Tan poderosa se llegó a sentir que junto con el comienzo de lo ochenta comenzó a cometer locuras. “En una visita a La Serena, con Pinochet, la administración del hotel Francisco de Aguirre le había preparado la habitación con delicados arreglos florales que se repartieron por doquier. El propósito era halagarla. Nada más verlos, Lucía se enfureció y comenzó a gritar: ‘¡Saquen esta mierda!’, mientras destrozaba flores con sus propias manos y las arrojaba al piso, ante un equipo de mucamas que miraban la escena sorprendidas y aterradas”. Además: “Se hacía preparar ensaladas con el quesillo con forma de corazón o trébol para el almuerzo”.
La doña añoraba que las acciones de voluntariado y de caridad que encabezaba la convirtieran en la Eva Perón chilena. Incluso flirteó con la posibilidad de ser candidata presidencial luego de que su marido abandonó La Moneda en 1990.
Ladrona como ella sola, no dudó en utilizar recursos del Estado para construir grandes y lujosas mansiones familiares, en una de las cuales vive su solitario ocaso.
En la mansión de El Melocotón los Pinochet-Hiriart gastaron un millón de dólares sacados del erario público. Pero pronto Lucía se aburrió de este lugar. Lo encontró muy campestre. “Ella deseaba más. Quería una casa en un lugar con estatus social”.
Ahí que Lucía decidió hacer la casa de Lo Curro. No reparó en gastos: “Pidió que el hall de entrada en el primer piso fuera de mármol verde. La piedra fue traída desde Italia, pero una vez instalada no le gustó. La hizo sacar y reemplazar por mármol rosa de Alicante, haciendo juego con la escala de mármol rojo con la que se accedía al primer piso”.
Desafortunadamente para ella, las denuncias hechas por revista Cauce sobre esta materia, terminaron por aguarle –en parte- la fiesta. Debió entregar esta casa al Ejército el que la convirtió en el “Club Militar”. Los Pinochet-Hiriart se radicaron definitivamente en la mansión de La Dehesa.
GENIOS DE LA TRAICIÓN
La periodista Matus nos manifestó que Lucía Hiriart, para instalarse en la posición de poder que alcanzó junto a su marido, “tuvo que traicionar a círculos de amistades que eran cercanas al gobierno de Allende” y que habían sido muy importantes en el avance de la carrera militar de su marido.
Matus alude al hecho que Pinochet ordenó matar a autoridades a las que -junto con su esposa Lucía- había rendido pleitesía. Ese fue el caso de los exministros de Defensa de Allende, José Tohá –muerto el 15 de septiembre de 1974 en el Hospital Militar de Santiago-; y de Orlando Letelier, ultimado en Washington D.C. el 21 de septiembre de 1976.
El proceder traicionero de Pinochet fue retratado por Orlando Letelier en su alocución ante la Comisión Internacional Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile, en reunión sostenida en Ciudad de México en febrero 1975. Allí contó que Pinochet acudió a su oficina la mañana del día 10 de septiembre de 1973. “El general Pinochet hizo alarde de sus condiciones democráticas, de sus sentimientos de admiración y lealtad al Presidente Allende y de su decisión de cumplir con su juramento de soldado, de defender hasta las últimas consecuencias la Constitución y la persona del Presidente de la República”. Cuando hacía esto, Pinochet ya era parte de la conjura.
En su discurso Letelier concluyó respecto de Pinochet: “muchas veces cuando se ve al general Pinochet haciendo declaraciones, uno tiene serias dudas de su capacidad intelectual. Lo que yo sí puedo decirles es que es un genio de la traición”.
Lucía también fue una gran traidora. Y ni siquiera tuvo piedad con su familia, en la que habían destacados militantes de los izquierdistas partidos Radical y Comunista. “Varios familiares –señala Matus en la entrevista- sufrieron en los días inmediatamente posteriores al golpe, la represión de la dictadura y la indiferencia de Lucía frente a esa situación”.
La periodista Matus expresa –en relación con esto- que uno de los principales descubrimientos de su investigación fue constatar que el padre de Lucía, el abogado, exsenador y exministro de Interior, Osvaldo Hiriart Corvalán, “reprobó privadamente la dictadura”. Y que luego del golpe este “no hablaba a su hija ni a su yerno, salvo situaciones de fuerza mayor, como cuando tuvo que intervenir por algún familiar víctima de la represión”.
Según la escritora, es Osvaldo Hiriart –y no Lucía- quien intervino en favor de sus sobrinas Mónica y María Luz Hiriart, y de su hermano Jorge, todos los cuales sufrieron persecución política.
Mónica Hiriart -prima hermana de Lucía- fue arrancada de su casa de Santiago –en la que estaba sola con sus cinco hijos- a fines de 1973, siendo trasladada a la Escuela Militar donde comenzó su periodo de reclusión. Como casi todos los que entonces eran secuestrados por agentes del Estado, sufrió la tortura. Su padre, el médico Jorge Hiriart, acudió a su hermano Osvaldo con el fin que éste le pidiera a su hija Lucía que el régimen liberara a su hija. Pero la esposa del dictador se mostró implacable y maligna.
Según se cuenta el capítulo 4 del referido libro, una noche –mientras Mónica aún permanecía detenida- Lucía llamó por teléfono a su tío Jorge:
-Este es resultado de la educación que le diste a tus hijas- le reprochó la ahora Primera Dama.
-Ten más respeto. No te olvides que yo todavía continúo siendo tu tío- le respondió él.
Mónica Hiriart –entonces de 37 años- sólo fue liberada en enero de 1974 “bajo la condición que se fuera de Chile en diez días”. En Buenos Aires la acogió Victoria Bedanoff Hiriart, también prima de Lucía, que fue una de las primeras sicólogas en tratar a prisioneros –en especial militantes del MIR– que sufrieron prisión y tortura.
En la investigación de Matus se da cuenta que cuando Lucía era una niña, y los padres de Victoria –Adriana y León– eran novios, aquella los acompañaba en sus paseos de campo en calidad de “chaperona”. A pesar de lo molesto que podría haberles resultado su rol, esta pareja la llegó a querer mucho cultivando con ella una relación de cariño y amistad. Pero ni este lindo recuerdo de infancia fue motivo de misericordia para Lucía.
Cuando el padre de Lucía murió -el dos de noviembre de 1982- su funeral fue intervenido por Lucía y Pinochet, a pesar de que Osvaldo Hiriart había roto con ellos después el golpe:
“Pero como si las ceremonias fúnebres hubiesen sido organizadas por sus enemigos, su cuerpo fue rodeados por militares. Por volunta de Lucía, los restos de su padre se velaron en una iglesia del Sagrado Corazón de El Bosque, en Providencia, una de las preferidas por la elite del régimen”.
Lucía, que se hizo acompañar por su madre, llegó atrasada a la misa fúnebre. Pinochet recibió las condolencias.
“Es curioso –señala Matus en su libro- que pese al gran aparato comunicacional del régimen, la noticia mereció apenas menciones secundarias, pequeños recuadros en algunos diarios (La Tercera, La Segunda). El Mercurio ignoró completamente la noticia (…) Los títulos de los artículos, como si hubieran sido pauteados, informaron sobre la muerte del destacado ‘hombre público Osvaldo Hiriart Corvalán’, sin señalar el parentesco con Lucía Hiriart. Tampoco aparece ella en las fotografías. Sólo Pinochet”.
“¡MILICO DE MIERDA!”
Mucha de la soberbia de Lucía, encuentra su raíz en su procedencia familiar. No sólo su padre había ocupado destacadas posiciones en el Estado y en la sociedad chilena. Entre sus antecesores se cuenta el abogado masón Dominique Garat Hiriart –nacido en 1735 en Ustariz– quien en abril de 1789 fue elegido diputado en los estados generales y llegó a ser secretario de la Asamblea Nacional Constituyente entre 1790 y 1791.
Entre sus familiares radicados en Chile, destaca su abuelo Luciano Hiriart Azócar, que combatió en la Guerra del Pacifico (1879-1883) que enfrentó a Chile contra Perú y Bolivia. En 1905 fue alcalde de Talca. Su tío –hermano de su padre- el abogado Luciano Hiriart, fue intendente de la Provincia de Antofagasta entre 1921 y 1923, y más tarde notario.
La madre de Lucía Hiriart, Lucía Rodríguez Auda, era hija del rico abogado Eduardo Rodríguez Ramírez: “(Ella) llamaba la atención en su época porque fumaba, conducía y usaba pantalones”. De familia católica, “descendía del hermano de un obispo de Santiago, José Antonio Rodríguez Zorrilla, militante de la causa realista que se opuso fervientemente a la independencia de Chile”.
Este contexto familiar contribuyó a que la futura esposa de Pinochet Ugarte desarrollara desde muy niña un alto concepto de sí misma. Según se narra en el libro de Matus, siendo una preadolescente y mientras se encontraba en casa de familiares avecindados en Quillota “aquella chiquilla se paraba en medio de las calles, levantando el brazo para que los pocos vehículos que circulaban entonces se detuvieran cuando decía; ‘Paren. Yo soy la hija del senador Hiriart’”.
Por todo lo anterior y considerando que Augusto Pinochet provenía de una familia poco influyente, costó mucho que los Hiriart Rodríguez lo aceptaran. En su fuero interno, su propia esposa lo despreciaba.
Según revela Alejandra Matus, Lucía “maltrataba verbalmente bastante” a Pinochet, “sobre todo en la primera etapa de su matrimonio –verificado en Santiago el 30 de enero de 1943- porque estaba muy amargada y sentía que él no estaba la a altura de las aspiraciones o fantasías de lo que debía haber sido su marido”.
“’¡Milico de mierda!’, comenzó a gritarle a su marido cada vez que discutían. Y cuando empezaba los insultos manaban de su garganta como una cascada imparable. ‘Destinación de mierda que te tocó, ¡inútil!. ‘Yo no fue criada para esto, poca cosa’. ‘¿Cómo fue que se me ocurrió casarme con un milico’? ‘Nunca vamos a salir de este hoyo’. ‘Que distinto eres a mi padre’”.
Esta impactante cita -contenida en Doña Lucía- fue narrada a Matus por la periodista Patricia Lutz, quien departió mucho con sus entonces vecinos Pinochet Hiriart, cuando su padre el entonces mayor Augusto Lutz, era subcomandante del regimiento Esmeralda de Antofagasta, y Pinochet era jefe de Inteligencia y Operaciones del Cuartel General de la Región Militar Norte, con sede en dicha ciudad. Lutz moriría en noviembre de 1974, en extrañas circunstancias, pocos días después de haber tenido una fuerte discusión con Pinochet.
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El esposo de Lucía fue destinado a Antofagasta, a fines de 1959, luego de una estadía de tres años en Quito, Ecuador, donde asesoró la formación de la Academia de Guerra de dicho país.
“Tacaño por formación”, se señala en el citado libro citando a Patricia Lutz, “Pinochet arrendó en Antofagasta una casa que estaba por demolerse”. En dicho hogar “Lucía tenía que mudar y alimentar a Jacqueline, sin perder de vista a Marco Antonio, quien ya cumplía dos años, y caminaba poniéndose en riesgo a cada paso. Los mayores, entonces de 16 (Lucía), 14 (Augusto) y siete (María Verónica), en la práctica debían valerse por sí mismos”.
Patricia Lutz recordó que por entonces “la casa estaba siempre sucia y en la tina de baño se acumulaban los pañales de género sin lavar, en remojo, inundando la casa con un olor nauseabundo al que Lucía se había vuelto inmune”.
Cuando en enero de 1961, Pinochet fue nombrado comandante del Regimiento Esmeralda, con todos los privilegios que ello supuso, el ánimo de su esposa mejoró. “El cambio le sentó bien y comenzó a revivir”, señala Matus en su libro.
Desde entonces, la esposa de Pinochet tuvo un pasar de lujos como el que siempre soñó. Sin embargo, Alejandra Matus estima que Lucía Hiriart ha tenido –tras la muerte de su marido el 10 de diciembre de 2006- “una condena que no tuvo Pinochet: vivir para ver cómo los que antiguamente los apoyaron les hacen el quite”.
Recuadro:
LA PIEDAD DE PINOCHET
Alejandra Matus afirma que Lucía Hiriart pertenecía dentro de la dictadura “a los bandos nacionalistas y de extrema derecha”, y revela que ella tuvo una gran confianza con el jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia (Dina) Manuel Contreras.
“Contreras era un pieza fundamental” en su vida, señala la citada investigadora. Este “le hacía creer que gracias a él, sus hijos y el propio Pinochet estaban a salvo de cualquier ataque extremista (…) le contaba con frecuencia de los supuestos atentados de los que él los había salvado”.
Matus subraya que “Lucía quería tanto a Contreras” que abandonó a Pinochet y “se fue de su casa” cuando éste “se vio forzado a sacarlo de la Dina”.
Esto ocurría en 1977. Entonces Estados Unidos exigió, luego de evidenciarse la participación de Contreras en el asesinato en Washington del excanciller chileno Orlando Letelier, que Pinochet pusiera fin a la Dina. Este lo hizo, pero creó en su reemplazo la Central Nacional de Informaciones (CNI) la que fue primeramente comandada por el archirrival de Contreras, el general de Ejército Odlanier Mena.
Así se narra este episodio en el libro Doña Lucía: “Por primera vez desde que la infidelidad del marido quedara al descubierto en Ecuador, Lucía abandonó el hogar. El mismo día que se anunciaba públicamente la medida, la cónyugue del gobernante se presentaba en la casa del oficial (Contreras) acompañada por su hija mayor, para expresarle su solidaridad.»
Matus revela que ésta constituía la segunda vez que Lucía abandonaba a Pinochet. La primera vez había sido, cuando estando radicados en Quito, él tuvo una amante con la que se quiso quedar. Se trata de la artista Piedad Noé.
Este militar fue destinado a Ecuador en 1956. Su misión, en la que participó junto a otros cinco oficiales del Ejército chileno, consistió en asesorar y monitorear la entonces incipiente Academia de Guerra de dicho país.
En la página 73 de aquel libro se narra aquel episodio de la historia del matrimonio Pinochet-Hiriart: “A mediados de 1957, Lucía sufrió la terrible revelación de que Augusto amaba a otra y había perdido el pudor y el deseo de ocultárselo. Decidida a dar la guerra, recurrió a la ancestral táctica de atarlo con un nuevo hijo. A fines de ese año descubrió que estaba embarazada, pero la noticia no surtió el efecto esperado en su marido, quien no detuvo su relación con Piedad”.
Según lo que se narra en Doña Lucía, aunque Piedad fue la preferida, Pinochet tuvo muchas amantes. Según contó un exescolta, Pinochet tenía en Iquique tres amantes: “Hacía un viaje de cuatro días y las atendía a todas. A veces recurría a prostitutas. Parte de mis tareas –dice el comando- era llamarlas y darles instrucciones sobre las actividades que debían realizar para encontrarse con él”.
Por Francisco Marín
El Ciudadano Nº149, diciembre 2013