Hace dos semanas, escribí sobre la propuesta de reforma constitucional que el Presidente Andrés Manuel López Obrador ha presentado a la opinión pública, con la intención de modificar no sólo la composición del Poder Judicial, sino también la manera en que sus miembros son seleccionados. Si bien la propuesta no es nueva, la masiva votación recibida en junio por la 4T, genera las condiciones de que sea una posibilidad real en el futuro inmediato.
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Existe un comprensible debate entre abogadas y abogados sobre este tema. Después de todo, el poder judicial y sus actividades es el terreno común de la gran mayoría de nosotros, ya sea que realicemos actividades de litigio, gubernamentales o académicas. Igualmente, el interés de los medios y a través de ellos de una parte importante de la ciudadanía, puede explicarse por la importancia -sea esta personalmente vivida o bien, potencialmente entendida- que el derecho tiene en las actividades cotidianas de las sociedades contemporáneas.
Esta popularización de la discusión, ha llevado, como en otros casos, a una hipersimplificación de los argumentos que se presentan, así como a algunos malos entendidos derivados de que el lenguaje técnico tiene un código de interpretación diferente al lenguaje común, y que, por lo tanto, las personas en muchas ocasiones hablan de diferentes cosas, aun cuando usen las mismas palabras.
No debe, sin embargo, llevar a la confusión elitista que muchas y muchos de mis amigos cometen, pensando que el “lenguaje técnico” es el verdadero lenguaje del derecho y como tal, el único que debe usarse en esta discusión, ni tampoco, que lo que dicen aquellos que tienen un entrenamiento técnico es, porque lo dicen ellos, algo técnico (y derivado de ello, lo único que debe escucharse).
Los Diálogos Nacionales, que se han articulado sobre el tema, acusan este problema de una forma manifiesta. Por un lado, quienes apoyan la reforma han intentado, con mayor o menor suerte, presentar lo que consideran los principales problemas del poder judicial y de las actuales formas de impartir justicia en el país.
Con honestidad, no creo que absolutamente nadie que sea remotamente honesto, pueda decir que las actuaciones del poder judicial sean inmejorables, o que los problemas que se han mencionado no son una realidad para las y los mexicanos que los narran. Incluso aunque no estén de acuerdo con la propuesta de reforma. Por ello, al expresarse así, quienes buscan apoyar esta postura intentan construir canales de comunicación que permita buscar una solución conjunta, aunque partiendo, siempre, de la necesidad de cambiar las cosas para que esto sea posible.
Por otra parte, la mayoría de quienes se han opuesto a la reforma, lo hacen desde la idea de que ellos son los poseedores de la verdad absoluta, y que cualquier persona que piense racionalmente y que tenga verdaderos conocimientos sobre el derecho y el poder judicial, necesariamente pensará como ellos y se opondrá a la reforma. Al actuar de esta manera, cierran todo canal de comunicación posible, generando las condiciones para la construcción de monólogos desconectados entre sí. Esto tiene una razón, pues muchos de ellos están tan acostumbrados a su propia condición de superioridad en los espacios cotidianos, que asumen como imposible que otros se opongan a lo que dicen. O mejor dicho, que aquellos que se oponen, sean escuchados.
Un diálogo constructivo no puede partir de estas condiciones. Si quienes se oponen a la reforma, parten de una negación absoluta de los otros, a la voz y la palabra como iguales, no recibirán nada a cambio, más que lo que Kelsen llamaba el origen verdadero de la ley: la mirada abierta de la gorgona del poder. El poder que más de treinta y cinco millones de votos le han dado a los partidos oficialistas para hacer los cambios que crean necesarios para que las cosas mejoren en la procuración de justicia. Cambios que, reitero, nadie, absolutamente nadie puede decir que no son necesarios.
Partamos así del terreno común: las cosas tienen que cambiar. Debatamos abiertamente estos cambios y encontremos los espacios comunes del diálogo. Utilicemos nuestros conocimientos técnicos, no como pedestales intelectuales que nos protegen de las opiniones de los otros, sino como herramientas para mejorar las cosas. Eso es lo único para lo que debemos usar estos conocimientos. Para mejorar al país, a pesar de nuestras propias preferencias e incluso, beneficios. Hagamos que esta reforma, que será una realidad en el futuro inmediato, sea el inicio de un mejor sistema de justicia. Se lo debemos a los otros, que no tienen la posibilidad de hablar en este lenguaje. Se lo debemos, también, a todos aquellos que nos dieron las herramientas para hacerlo.
Seamos demócratas. Dejemos atrás, el pensamiento elitista del conservadurismo. Y más importante aún, seamos suficientemente humildes para aceptar nuestra profunda ignorancia en una infinidad de temas que cruzan a la reforma. Escuchemos a los expertos de la vida cotidiana en este sistema de justicia: las y los ciudadanos que sufren y viven esas condiciones terribles que existen ahora y con ello, con sus dolores y sus pesares, sirvamos para que mañana no sean más una realidad cotidiana.
Foto: Archivo El Ciudadano México
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