Por Marco Enríquez-Ominami
Pedro Lemebel decía que Chile es un país que sueña poco, que sueña a crédito y que no sueña lo imposible. La imagen es triste porque soñar no debería costar nada; debería estar mucho más acá de los bolsillos y los créditos. Por esta razón nació el Grupo de Puebla: para quitarle a los sueños trabas e impuestos.
Latinoamérica y el Caribe es un lugar de incalculable riqueza, material, claro está, pero sobre todo cultural y social. A pesar de esto, también es un lugar donde sus élites han instalado gobiernos que han convertido al continente en uno de los más desiguales, menos desarrollados y más violentos. Sin embargo, hace solo algunos años, una gran parte de Latinoamérica estuvo administrada, brevemente, por gobiernos progresistas que lograron un giro virtuoso en esta historia de saqueo, sacando a millones de la pobreza, disminuyendo la desigualdad, rescatando la soberanía territorial y de los recursos naturales y colocando el bienestar como guía de la política continental.
Estas experiencias de gobiernos progresistas, aunque exitosas en reducir significativamente la pobreza y la desigualdad, fueron perseguidas judicial y mediáticamente, y sucumbieron ante poderes fácticos disfrazados de democracia, a través de golpes de Estado parlamentarios, lawfare y monopolios mediáticos. Hoy, como el Fénix renacido, el progresismo está regresando poco a poco a gobernar democráticamente, con la intención de derrotar definitivamente la desigualdad y la injusticia. En este contexto, el Grupo de Puebla, al cumplir un lustro, se ha convertido en un actor clave, articulando una mesa constante de coordinación y diálogo entre los progresismos democráticos de la región.
En la antigua Roma, un «lustrum» era el período de cinco años entre dos censos consecutivos, y al final de cada lustrum, se realizaba una ceremonia de purificación (lustratio) para la ciudad y su gente. Lustrar y purificar, ha sido también la misión del Grupo, porque hemos tenido que aprender a escapar de las trampas, soportando persecuciones y calumnias, y, por tanto, cuidarnos, mejorarnos y reconquistar la alegría.
A lo largo de estos cinco años, hemos dialogado y coordinado cientos de almas y hemos dejado para la historia hitos. Fuimos importantes porque nos sumamos sin dudas ni calculadoras, por ejemplo, al proceso que llevó a la liberación de Lula en Brasil y, más recientemente, de Julian Assange en UK. En 2019, el Grupo condenó enérgicamente el golpe de Estado en Bolivia y organizó una operación para rescatar a Evo Morales, salvaguardando su vida y la de sus colaboradores. Asimismo, su apoyo fue esencial en las victorias electorales de Alberto Fernández, Luis Arce y Lula, fortaleciendo el liderazgo progresista en la región. La organización también ha sido fundamental en la denuncia persistente del lawfare, que es el uso de la justicia como herramienta política, incluida la defensa y la demanda de liberación de Jorge Glas tras su detención en la Embajada de México en Ecuador.
Nuestro desafío como miembros del Grupo de Puebla es que la gente viva mejor, con bienestar y seguridad. No se puede ni soñar ni hacer democracia con hambre, por eso es que luchamos y nos articulamos. Para que la gente pueda volver a soñar luchamos por su bienestar. Por eso, lo que proponemos es reconstruir, pero actualizada, esa antigua metáfora de la nube de mosquitos que quieren derrotar al hipopótamo -que sería el capitalismo. Actualizada porque lo que proponemos no es derrotarlo, sino que domarlo. No destruirlo ni revolucionarlo, sino que domesticarlo, y poner al hipopótamo -que es el mercado-, como esclavo y no como amo, al servicio del pueblo.
Por Marco Enríquez-Ominami