Interculturalidad crítica y el zapoteco en mis raíces

Siempre me gusta contar la historia de mi padre, porque me hace saber de donde vengo, quien soy y a dónde voy; ahora, desde mi postura como profesional de la educación comprendo que mi compromiso es invitar a las nuevas generaciones a visitar su pasado

Interculturalidad crítica y el zapoteco en mis raíces

Autor: Arlette Orozco (Cultura)

La Nueva Escuela Mexicana acertadamente promueve un concepto llamado interculturalidad crítica, que es más bien el conocimiento, apropiación y aceptación de las diferentes culturas alrededor del mundo, con esto se busca que los docentes enseñen en las escuelas con un enfoque empático sobre las configuraciones culturales e históricas de las que formamos parte, el reconocimiento de las diferencias, las distintas prácticas epistémicas, obstáculos contextuales y formas de ver el mundo. Me congratula saber que los docentes, a partir de su reflexión, están intentando reconfigurar conciencias, pero a su vez pienso: ¡Qué tarde ha llegado la interculturalidad crítica a la educación en México!

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Siempre se ha intentado hablar de nuestras culturas y de valorar nuestras raíces, pero que tristeza me da saber que este concepto no se arraigaba a la sociedad hace 56 años cuando mi padre era niño. Mi papá creció en un pueblo al sur de México, el Istmo de Tehuantepec, en un lugar llamado Chicapa de Castro en Oaxaca, pero con decir Oaxaca no me refiero a la cuna de la Gelaguetza y el milenario árbol del Tule, a la ciudad llena de turistas y Oaxaqueños blancos; no, yo hablo de la parte de Oaxaca de la que muchos hablan, pero nadie quiere conocer.

Mis bisabuelos y abuelos todavía vivieron los matrimonios arreglados y la época en la que los hacendados podían cambiar a las mujeres por ganado, mi bisabuelo fue agricultor, por su parte mi bisabuela hacia totopos con el maíz cosechado y bordaba flores coloridas en terciopelo negro para los vestidos de gala, de eso vivían, los hombres vestían de manta y las mujeres huipil, falda larga y trenzas largas con listones entrelazados, ambos descalzos, aunque tiempo después usaron huaraches de piel.

Mi abuela heredó la cultura y lengua de su madre y a su vez se la heredó a mi papá, quien en su infancia trabajó con su abuelo en el campo, cosechando maíz y arreando borregos, despertando a las tres de la mañana y adquiriendo responsabilidades adultas a corta edad, habló zapoteco hasta los 16 años, edad en que tuvo que salir de Chicapa para estudiar en Salina Cruz, un lugar más urbanizado, también en Oaxaca; se fue porque en su lugar de origen no había muchas escuelas y para seguir estudiando los jóvenes tenían que emigrar.

Si la interculturalidad crítica hubiera sido parte de la sociedad mexicana, quizá sus tíos y primos hubieran sido empáticos o un poco pacientes y en lugar de llamarlo indio despectivamente, le hubieran ayudado a aprender a hablar español respetando a su vez su lengua originaria sin menospreciarla; nadie hablaba zapoteco, aprendió escuchando y observando, muy rápido en realidad; a los 18 años ya sabía hablar el nuevo idioma y aunque le costaba un poco, ya se relacionaba mucho mejor con la gente.

Se fue a vivir a Chiapas, a la costa con vista al Océano Pacífico y ahí entró a la escuela, aprendió un oficio, ya era un experto hablando el idioma colonial, ya no lo molestaban porque se había adaptado, aprendió a manejar con solo ver como lo hacían, a tocar la guitarra de la misma forma y como tiene buena voz, fue vocalista de un grupo musical, tiempo después conoció a mi madre, quien es originaria de Tonalá, Chiapas, nacida en una familia de ferrocarrileros y comerciantes locales y aunque sus culturas eran completamente diferentes, supieron fusionarlas y construir una nueva al mismo tiempo que una familia.

De ahí vengo yo, del maíz, de las trenzas, del zapoteco, de los huaraches y huipiles, de los ferrocarriles, piel morena, nariz aguileña, cabello negro, sol, arena y mar. Mi papá no me enseñó el zapoteco, me hubiera gustado, pero temía que sufriéramos lo mismo que él, no obstante, conozco algunas palabras y una canción que canto cada que tenemos celebraciones, mi abuela me enseñó a bordar en terciopelo, mi familia a ser honesta y aprender de todo cuanto se me cruce en el camino.

Siempre me gusta contar la historia de mi padre, porque me hace saber de donde vengo, quien soy y a dónde voy; ahora, desde mi postura como profesional de la educación comprendo que mi compromiso es invitar a las nuevas generaciones a visitar su pasado, a reencontrarse con sus raíces, a observar la naturaleza de las sociedades y a devolverle el valor y voz a las practicas culturales que se fueron perdiendo por los prejuicios eurocéntricos, tengo confianza en que no es demasiado tarde.

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