Por Álvaro Campos
Rubén Silva González nació en Valdivia (Chile) en 1986. Ha escrito la novela corta Blues suicida (2013) y el libro de cuentos Los hijos de los hombres (2015) ambos publicados por la editorial independiente La Polla Literaria, y el libro de poemas Espacios otros (2016) publicado por la editorial independiente Gatojurel Ediciones. Varios de sus textos han visto la luz en la revista virtual Lakuma Pusaki. En el año 2017 publicó su segundo poemario Ighango (Gatojurel Ediciones) y la novela La Pregunta Sin Respuesta, y dirigió el proyecto de música experimental Ustvolskaya Band. En 2024 aparecieron sus novelas Las trampas de dios y Humanoide, novela Cyber Punk, también por editorial La Polla Literaria.
Actualmente vive en Purranque, Región de los Lagos, Chile.
-Hola Rubén, me gustaría partir por tus comienzos como escritor de la editorial La Polla Literaria.
-Sí, yo partí trabajando con ellos en 2013, cuando les envié mi primera novela corta que se llama Blues Suicida, y a la semana me contactaron diciéndome que mi novela había sido seleccionada y sería publicada al mes siguiente; desde ese entonces trabajo con ellos y la mayoría de mis libros los he publicado con esta editorial.
-¿Y cómo ha sido el trabajo con los editores?
-Ha sido un trabajo intenso y excelente, porque al final con el dueño y editor principal, Gustavo Bernal, nos hicimos amigos al punto que empezamos a salir juntos a bares, restoranes y ferias de libros; también por un tiempo me dio trabajo como comentarista y crítico de los libros que publicaban, así que estuve ayudando con eso por un tiempo; era un buen ambiente para trabajar porque al final éramos amigos y había harta confianza y buena onda. Siempre estuve agradecido de la confianza que tuvo en mí Gustavo.
-¿Y qué le recomendarías a los escritores jóvenes?
-No mucho la verdad, porque yo también sigo siendo joven, entonces es poco lo que puedo mencionar, pero sí puedo decir algo; lo primero que tengo que decir es que lean, que lo lean todo, porque lo más importante es ser un buen lector antes que un buen escritor; leer es lo fundamental, escribir es secundario. Además, siempre hay tiempo para escribir, lo que no hay es tiempo para leer.
-¿Y qué escritores recomendarías a la gente que le gusta leer?
-Bueno, en principio, que lean de todo, cuentos, novelas, ensayos y por su puesto poesía.
Hay que recordar que Chile es un país de poetas. El grueso de poetas chilenos es de talla mundial. Como los escritores argentinos son de talla internacional, respecto a la narrativa.
Pero en Chile hay muy buenos poetas, partiendo de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda, aunque mucha gente ya no lo rescata tanto; de todas formas, hay que considerarlo. En lo personal me gustan otros poetas más actuales, como Carlos Cociña que comentó mi último libro de poesía; Elvira Hernández y Diego Maquieira. Ahí ya tienes a tres pesos pesados de la poesía chilena; en lo personal me gusta mucho Cociña porque su forma de escribir es de una gran factura; sus poemas están escritos como si fueran documentos científicos, con una voz neutral y objetiva; me gusta mucho eso que el YO nunca aparezca en sus versos; eso me recuerda al poemario La Ciudad de [Gonzalo] Millán. Y, bueno, Maquieira es una locura, es una poesía totalmente polifónica; llena de voces que se van entrecruzando hasta formar el sentido del poema. En lo personal, me gusta mucho porque es como escuchar música sacra renacentista, en definitiva, nada más que polifonía. Hay que aprovechar que en Chile tenemos grandes poetas, los cuales tenemos que leer.
También en la narrativa tenemos grandes escritores, como Roberto Bolaño, Marcelo Lillo y Alejandro Zambra. Y, de escritores independientes, te puedo recomendar a Juan Carreño, a Álvaro Campos y el mismo Gustavo Bernal, que lo encuentro un gran narrador; tiene una gran facilidad para describir los entornos de los personajes y también es un gran descriptor de la esencia y cualidades de sus personajes, y tiene grandes habilidades para mostrar los olores de sus escenarios; básicamente, los libros de Bernal se puede oler, el olor de las calles, el olor de las casas y el mismo olor de los personajes, es un gran narrador Gustavo.
-Y cuéntanos, ¿qué empezaste a escribir, relatos, cuentos o poesía?
-Yo empecé escribiendo poesía, primero en un cuaderno, por allá en cuarto medio y luego, al año siguiente, comencé a escribirle poemas a una mesera de un bar de acá de Purranque y ahí escribí hartos poemas; mejoré harto mi escritura también. Aunque esos poemas tienen que estar muy mal escritos, llenos de errores; hoy no los podría volver a leer. Pero esa experiencia me sirvió para madurar mi escritura, no lo niego.
-¿Y qué pasó con esa mesera?
-La verdad, un día no fue a trabajar y no volví a verla, no sé qué será de su vida en la actualidad. Pero fue mi inspiración por algún tiempo y se lo agradezco, porque me ayudó a escribir mejor. Mientras comía o tomaba cerveza, le escribía; luego le decía que el papel que estaba en la mesa era para ella, se reía, lo recogía y lo guardaba.
Para bien o para mal nunca más he vuelto a hacer algo así, por lo que esta experiencia es única y esta chica seguirá siendo especial para mí.
-¿Y de dónde crees que viene la necesidad por escribir?
-Yo creo que de la necesidad de expresar lo que siento, o de luchar contra la melancolía que me agobia, por lo general en las tardes cuando oscurece.
Yo vivo en un pueblo muy melancólico, muy parecido al Lautaro de Jorge Teillier; la diferencia está en que no me he dejado influenciar mucho por los lares y la melancolía de un pueblo. Tengo la fortuna que he vivido en varias partes, en ciudades como Santiago, Valparaíso, o Puerto Montt; en ese sentido siempre me ha llamado más la atención la ciudad que el campo y en mis historias siempre hay una ciudad ruidosa y llena de luz, rara vez he escrito sobre el campo.
-Y, ¿qué rescatas de La Polla Literaria?
-Lo primero que puedo rescatar es que ellos apostaron primero por mi escritura y mis libros; además siempre me trataron bien y avisaban de las correcciones que iban a hacerle a mis textos, por más pequeñas que estas fueran; al final trabajábamos juntos en la corrección y edición; siempre pedían mi opinión, poque además yo siempre le daba una última revisión a mis escritos; muchas veces el libro se estaba imprimiendo y yo paraba la impresión porque quería seguir corrigiendo; siempre fui muy obsesivo y perfeccionista y ellos me aguantaron esas mañas, porque sabían que era en favor de la escritura y no solo un capricho. Y, bueno, al final todos terminamos siendo amigos yo empecé a salir con ellos y siempre fui tratado con respeto y admiración; siempre se portaron bien conmigo y me trataron como a un par, como a un igual.
«CON LA INDEPENDENCIA NO SE TRANSA»
-Y, por lo que entiendo, ahora tus libros se venden en librerías. ¿Dejaste de ser escritor independiente?
-Sí, exacto, mis últimas novelas ahora están en todas las librerías chilenas, pero eso no significa haber dejado de ser escritor independiente. Mira, es bien simple, yo mismo pago la edición, la edición la hacemos en conjunto con la editorial, todo lo hacemos a pulso y en buena onda, todos saben lo que hace cada cual, y no buscamos recursos estatales o de privados para publicar un libro; yo y cada escritor de La Polla financia la edición y eso nos hace ser independientes. Porque publicamos lo que queremos y cuando queremos, no tenemos que darle cuentas a nadie de lo que hacemos y las correcciones que nos hacen los editores siempre son consultadas, siempre nos preguntan primero, nunca toman las decisiones por ellos solos, siempre todo se conversa. Hasta donde sé en editoriales grandes esto no ocurre, los escritores no toman decisiones, en cambio en La Polla, que es una editorial independiente, que no tiene que darle cuentas a nadie por el trabajo que realiza, siempre se ha tomado la opinión del escritor, tanto en la corrección de la obra como en el diseño del interior o la portada. Eso significa ser independiente, que las decisiones las toman los propios involucrados y no alguien externo. Y yo no tengo intenciones de dejar de trabajar de esta manera, no me interesa probar suerte en otra editorial, porque quiero seguir siendo independiente de agentes externos, privados o del Gobierno. Entonces, por más que mis libros ahora se vendan en las librerías, yo sigo siendo un escritor independiente, que publica en una editorial independiente. Ser independiente significa no estar sujeto a nada ni a nadie. Muchas veces tengo que ir ahorrando dinero para pagar la edición de mis libros y eso es parte de la independencia. Desde mi punto de vista, con la independencia no se transa. La independencia es lo fundamental para un escritor como yo. Es jugar a la contra, es decir lo que quieres como quieres y cuando quieres.
En lo personal, me gustan muchos los artistas independientes en áreas que es muy difícil poder ser independiente, por ejemplo, me gusta mucho el cine del alemán [Rainer Werner] Fassbinder, puesto que en sus entrevistas completas él señala que es un director independiente, porque en la mayoría de los casos tiene que poner dinero de su bolsillo para realizar sus películas; eso es una apuesta muy riesgosa, pero para mí significa que en este caso el director sabe que lo verdaderamente importante es grabar la película a como dé lugar y ganar dinero es secundario; de hecho, lo que menos le gustaba hablar era del presupuesto que necesitaba para sus películas, porque sabía que una vez tuviera la idea para hacer la película, la iba a hacer con o sin dinero; estaba muy seguro de lo que podía y quería hacer, cosa que yo trato de imitar en mi escritura. Por ejemplo, a mí me han cuestionado a menudo, porque no gano dinero con mis libros. Eso es algo que por el momento no me interesa, solo me interesa poder plasmar ideas y estructuras de pensamiento en un libro, y que estos se lean; de hecho, mis primeros libros solía regalarlos en el paseo Ahumada, en Santiago, porque lo que me importaba en ese tiempo, y ahora también, es que la gente tenga acceso a mi escritura; no me interesa ganar dinero, porque soy profesor de artes y con mi trabajo en escuelas y colegios, puedo vivir relativamente bien; el dinero siempre es secundario; de un escritor que piense lo contrario siempre voy a sospechar y no me voy a relacionar con él.
Por Álvaro Campos