Por Francisca Ianiszewski-Buxton
Más de un millón de clientes sin electricidad con todos sus bemoles, pensando que son familias, al menos un quinto de la población sin energía eléctrica. Imperdonable, pero quién es el responsable de todo esto. La verdad es que este es un problema que [Edgar] Morin, filósofo francés, llamaría un problema complejo; porque las eléctricas no podaron los árboles que no tenían que estar ahí.
Enel, salvo para cortar la luz, siempre llega tarde y cuenta con sólo un poco más de mil operarios cuando cubre una red de millones de hogares; de modo que se le desbordó el problema sin saber siquiera informar un plan de acción ni comprometer plazos para la reposición del servicio.
Por su parte, el Estado llegó también tarde, recién pasado el descansado fin de semana apareció la institucionalidad pública mientras muchos padecían la falta de luz, la pérdida de alimentos y en algunos casos, la falta de agua ya por varios días.
Culpar sólo a la compañía distribuidora y amenazarla con castigos y penas del infierno, pareciera más bien una estrategia política para aumentar su popularidad que una verdadera preocupación por los ciudadanos afectados.
Se culpa a Enel porque no podó los árboles cuyo ramaje se enredaba con los cables de suministro. La verdad es que lo hace, pero es insuficiente territorialmente. Y aunque podara y despejara todos los cables, el ramaje alcanzará el tendido eléctrico al moverse con el viento y provocarán indefectiblemente el corte de la electricidad. Esta situación tiene toda lógica porque el arbolado urbano en Chile se planta exactamente bajo el tendido eléctrico, a precisos 75 cm de la calzada, mientras la norma establece que en torno a los cables eléctricos debe haber una franja despejada de 1,5 m.
Respecto de los árboles caídos, la culpa la tiene el cemento. La ciudad ahora es un gran bloque de hormigón, se cementó por distintos motivos de mercado, muchas personas pavimentaron el jardín de sus casas por falta de recursos para regar y las áreas verdes ahora son de cemento; así, el agua escurre descontrolada por las calles y no humedece la tierra ni alimenta las napas. En estas condiciones, y cada árbol recibiendo del riego una ridícula cantidad de agua respecto de sus requerimientos totales, se somete al arbolado a un estrés hídrico que los hace más débiles propiciando también su muerte. Si a lo anterior agregamos la existencia localizada de plagas de termitas, claramente nuestros árboles son cada vez más frágiles y se caen, la mayoría de las veces sobre los cables del tendido eléctrico.
Dra. Francisca Ianiszewski Buxton
Colaboradora en Investigación. Observatorio de Políticas Públicas del Territorio. Facultad de Arquitectura y Ambiente Construido. Universidad de Santiago de Chile.
Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.
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