Por Ilan Pappé
Cuando nos rebelamos, no es por una cultura concreta. Nos rebelamos simplemente porque, por muchas razones, ya no podemos respirar (Franz Fanon).
Desde la Nakba de 1948, y posiblemente antes, Palestina no había visto niveles de violencia tan altos como los experimentados desde el 7 de octubre de 2023. Pero es preciso abordar cómo se está situando, tratando y juzgando esta violencia.
De hecho, los principales medios de comunicación a menudo describen la violencia palestina como terrorismo, mientras que describen la violencia israelí como defensa propia. Rara vez se califica la violencia israelí de excesiva. Mientras tanto, las instituciones jurídicas internacionales consideran a ambas partes igualmente responsables de esta violencia, que clasifican como crímenes de guerra.
Ambas perspectivas son erróneas. La primera perspectiva diferencia erróneamente entre la violencia «inmoral» e «injustificada» de los palestinos y el «derecho a defenderse» de Israel.
La segunda perspectiva, que atribuye la culpa a ambas partes, proporciona un marco erróneo y en última instancia perjudicial para entender la situación actual, probablemente el capítulo más violento de la historia moderna de Palestina.
Y todas estas perspectivas pasan por alto el contexto crucial necesario para comprender la violencia que estalló el 7 de octubre.
No se trata simplemente de un conflicto entre dos partes violentas, ni de un enfrentamiento entre una organización terrorista y un Estado que se defiende. Más bien representa un capítulo de la descolonización en curso de la Palestina histórica, que comenzó en 1929 y continúa hoy. Sólo en el futuro sabremos si el 7 de octubre marcó una etapa temprana en este proceso de descolonización o una de sus fases finales.
A lo largo de la historia, la descolonización ha sido un proceso violento, y la violencia de la descolonización no se ha limitado a un solo bando. Aparte de algunas excepciones en las que islas colonizadas muy pequeñas fueron desalojadas «voluntariamente» por los imperios coloniales, la descolonización no ha sido un agradable asunto consensuado por el que los colonizadores ponen fin a décadas, cuando no siglos, de opresión.
Pero para que éste sea nuestro punto de partida para debatir sobre Hamás, Israel y las diversas posturas mantenidas hacia ellos en el mundo, hay que reconocer la naturaleza colonialista del sionismo y, por tanto, reconocer la resistencia palestina como una lucha anticolonialista, un marco totalmente negado por las administraciones estadounidenses y de otros países occidentales desde el nacimiento del sionismo y, por tanto, también por otros países occidentales.
Enmarcar el conflicto como una lucha entre colonizadores y colonizados ayuda a detectar el origen de la violencia y demuestra que no hay forma eficaz de detenerla sin abordar sus orígenes. La raíz de la violencia en Palestina es la evolución del sionismo a finales del siglo XIX hacia un proyecto colonial de asentamientos.
Al igual que los anteriores proyectos coloniales de asentamientos, el principal impulso violento del movimiento -y posteriormente del Estado que se estableció- era y es eliminar a la población nativa. Cuando la eliminación no se consigue mediante la violencia, la solución es siempre utilizar más violencia extraordinaria.
Por lo tanto, el único escenario en el que un proyecto colonial de colonos puede poner fin a su trato violento de la población indígena es cuando termina o se derrumba. Su incapacidad para lograr la eliminación absoluta de la población nativa no le impedirá intentarlo constantemente mediante una política cada vez mayor de eliminación o genocidio.
El impulso anticolonial, o la propensión a emplear la violencia es existencial, a menos que creamos que los seres humanos prefieren vivir como ocupados o colonizados.
Los colonizadores tienen la opción de no colonizar ni eliminar, pero rara vez dejan de hacerlo sin verse obligados a ello por la violencia de los colonizados o por la presión exterior de potencias externas.
De hecho, como en el caso de Israel y Palestina, la mejor manera de evitar la violencia y la contraviolencia es obligar a que se ponga fin al proyecto colonial de asentamientos mediante la presión del exterior.
Merece la pena recordar los antecedentes históricos para dar crédito a nuestra afirmación de que la violencia de Israel debe juzgarse de forma diferente -en términos morales y políticos- a la de los palestinos.
Esto, sin embargo, no significa que la condena por violación del derecho internacional sólo pueda dirigirse contra el colonizador; por supuesto que no. Es un análisis de la historia de la violencia en la Palestina histórica lo que contextualiza los acontecimientos del 7 de octubre y el genocidio en Gaza e indica una forma de ponerle fin.
La historia de la violencia en la Palestina moderna: 1882-2000
La llegada del primer grupo de colonos sionistas a Palestina en 1882 no fue, por sí misma, el primer acto de violencia. La violencia de los colonos fue epistémica, lo que significa que el desalojo violento de los palestinos por parte de los colonos ya se había escrito, imaginado y codiciado antes de su llegada a Palestina, desmontando el infame mito de la «tierra sin gente».
Para hacer realidad el traslado imaginado, el movimiento sionista tuvo que esperar a la ocupación de Palestina por Gran Bretaña en 1918.
Unos años más tarde, a mediados de la década de 1920, con la ayuda del gobierno del Mandato británico, once aldeas fueron objeto de una limpieza étnica tras la compra de las regiones de Marj Ibn Amer y Wadi Hawareth por el movimiento sionista a terratenientes ausentes en Beirut y a un terrateniente de Yaffa.
Esto nunca había ocurrido antes en Palestina. Los terratenientes, quienesquiera que fuesen, no desalojaban pueblos que llevaban allí siglos desde que la ley otomana permitía las transacciones de tierras.
Este fue el origen y el primer acto de violencia sistémica en el intento de desposeer a los palestinos.
Otra forma de violencia fue la estrategia del «trabajo hebreo» destinada a expulsar a los palestinos del mercado laboral. Esta estrategia, y la limpieza étnica, empobrecieron el campo palestino, provocando la emigración forzosa a ciudades que no podían proporcionar trabajo ni viviendas adecuadas.
Sólo en 1929, cuando a estas acciones violentas se unió el discurso sobre la construcción de un tercer templo en lugar de Haram al-Sharif, los palestinos respondieron con violencia por primera vez.
No fue una respuesta coordinada, sino espontánea y desesperada contra los amargos frutos de la colonización sionista de Palestina.
Siete años más tarde, cuando Gran Bretaña permitió la llegada de más colonos y apoyó la formación de un incipiente Estado sionista con su propio ejército, los palestinos lanzaron una campaña más organizada.
Fue el primer levantamiento, que duró tres años (1936-1939), conocido como la Revuelta Árabe. Durante este periodo, la élite palestina reconoció finalmente que el sionismo era una amenaza existencial para Palestina y su pueblo.
El principal grupo paramilitar sionista que colaboró con el ejército británico para sofocar la revuelta era conocido como la Haganah, que significa «La Defensa», y de ahí la narrativa israelí para describir cualquier acto de agresión contra los palestinos como autodefensa; un concepto reflejado en el nombre del ejército israelí: las Fuerzas de Defensa de Israel.
Desde el periodo del Mandato británico hasta hoy, este poder militar se ha utilizado para apoderarse de tierras y mercados. Se desplegó como fuerza de «defensa» contra los ataques del movimiento anticolonialista y, como tal, no fue diferente de cualquier otro colonizador de los siglos XIX y XX.
La diferencia es que en la mayoría de los casos de la historia moderna en los que el colonialismo ha llegado a su fin, las acciones de los colonizadores se ven ahora retrospectivamente como actos de agresión y no de autodefensa.
El gran éxito sionista ha sido mercantilizar su agresión como autodefensa y la lucha armada palestina como terrorismo. El gobierno británico, al menos hasta 1948, consideró ambos actos de violencia como terrorismo, pero permitió que la peor violencia tuviera lugar contra los palestinos en 1948, cuando presenció la primera fase de la limpieza étnica de los palestinos.
Entre diciembre de 1947 y mayo de 1948, cuando Gran Bretaña aún era responsable de la ley y el orden, las fuerzas sionistas urbicidaron, es decir, arrasaron, las principales ciudades de Palestina y los pueblos de sus alrededores. Esto fue más que terror; fue un crimen contra la humanidad.
Después de completar la segunda etapa de la limpieza étnica entre mayo y diciembre de 1948, a través de los medios más violentos que Palestina ha presenciado durante siglos, la mitad de la población de Palestina fue expulsada por la fuerza, la mitad de sus pueblos destruidos, así como la mayoría de sus ciudades.
Los historiadores israelíes afirmarían más tarde que «los árabes» querían arrojar a los judíos al mar. Los únicos que fueron arrojados literalmente al mar -y se ahogaron- fueron los expulsados por las fuerzas sionistas en Yaffa y Haifa.
La violencia israelí continuó después de 1948, pero fue contestada esporádicamente por los palestinos en un intento de construir un movimiento de liberación.
Comenzó con los refugiados que intentaban recuperar lo que quedaba de sus cultivos y cosechas en los campos, acompañados más tarde por fedayines que atacaban instalaciones militares y lugares civiles. No se convirtió en una empresa significativa hasta 1968, cuando el movimiento Al Fatah se hizo cargo de la OLP de la Liga Árabe.
El patrón anterior a 1967 es familiar: los desposeídos utilizaban la violencia en su lucha, pero a escala limitada, mientras que el ejército israelí contraatacaba con una violencia abrumadora e indiscriminada, como la masacre de la aldea de Qibya en octubre de 1953, donde la unidad 101 de Ariel Sharon asesinó a 69 aldeanos palestinos, muchos de los cuales volaron por los aires dentro de sus propias casas.
Ningún grupo de palestinos se ha librado de la violencia israelí. Los que se convirtieron en ciudadanos israelíes fueron sometidos, hasta 1966, a la forma más violenta de opresión: el régimen militar. Este sistema empleaba de forma rutinaria la violencia contra sus súbditos, incluyendo abusos, demoliciones de casas, detenciones arbitrarias, destierros y asesinatos. Entre estas atrocidades se encuentra la masacre de Kafr Qassem, en octubre de 1956, en la que la policía fronteriza israelí asesinó a 49 aldeanos palestinos.
Este mismo sistema violento se trasladó a la Cisjordania ocupada y a la Franja de Gaza tras la guerra de junio de 1967. Durante 19 años, la violencia de la ocupación fue tolerada por los ocupados hasta la Primera Intifada, mayoritariamente no violenta, que estalló en diciembre de 1987. Israel respondió con brutalidad y violencia, causando la muerte de 1.200 palestinos, 300 de ellos niños, 120.000 heridos y la demolición de 1.800 viviendas. Murieron 180 israelíes.
La pauta continuó así: un pueblo ocupado, desilusionado con su propio liderazgo y con la indiferencia de la región y del mundo, se levantó en una revuelta no violenta, sólo para encontrarse con toda la fuerza brutal del colonizador y ocupante.
También se observa otra pauta. La Intifada desencadenó un renovado interés por Palestina -al igual que el atentado de Hamás del 7 de octubre- y dio lugar a un «proceso de paz», los Acuerdos de Oslo, que suscitaron la esperanza de poner fin a la ocupación y que, en cambio, proporcionaron inmunidad al ocupante para continuar su ocupación.
La frustración condujo, inevitablemente, a un levantamiento más violento en octubre de 2000. También desplazó el apoyo popular de los líderes que seguían confiando en la vía diplomática para acabar con la ocupación a los que estaban dispuestos a continuar la lucha armada contra ella: los grupos políticos islámicos.
La violencia en la Palestina del siglo XXI
Hamás y la Yihad Islámica gozan de gran apoyo por su opción de seguir luchando contra la ocupación, no por su visión teocrática de un futuro Califato o su particular deseo de hacer más religioso el espacio público.
El horrible péndulo continuó. La Segunda Intifada se encontró con una respuesta israelí más brutal.
Por primera vez, Israel utilizó bombarderos F-16 y helicópteros Apache contra la población civil, junto con batallones de tanques y artillería que condujeron a la masacre de Yenín de 2002.
La brutalidad se dirigió desde arriba para compensar la humillante retirada del sur del Líbano a la que Hizbolá obligó al ejército israelí en el verano de 2000: la Segunda Intifada había estallado en octubre de 2000.
La violencia directa contra la población ocupada a partir del 2000 tomó también la forma de colonización intensiva y judaización de Cisjordania y la zona del Gran Jerusalén. Esta campaña se tradujo en la expropiación de tierras palestinas, rodeando las zonas palestinas con muros de apartheid y dando carta blanca a los colonos para perpetrar ataques contra los palestinos en los territorios ocupados y Jerusalén Este.
En 2005, la sociedad civil palestina intentó ofrecer al mundo otro tipo de lucha a través del movimiento por el Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS), una lucha no violenta basada en un llamamiento a la comunidad internacional para que pusiera fin a la violencia colonialista israelí, que no ha sido atendido, hasta ahora, por los gobiernos.
Por el contrario, la brutalidad israelí sobre el terreno aumentó y la resistencia de Gaza, en particular, se defendió con entereza hasta el punto de obligar a Israel a desalojar de allí a sus colonos y soldados en 2005.
Sin embargo, la retirada no liberó la Franja de Gaza, que pasó de ser un espacio colonizado a convertirse en un campo de exterminio en el que Israel introdujo una nueva forma de violencia.
La potencia colonizadora pasó de la limpieza étnica al genocidio en su intento de hacer frente a la negativa palestina, en particular en la Franja de Gaza, a vivir como un pueblo colonizado en el siglo XXI.
Desde 2006, Hamás y la Yihad Islámica han recurrido a la violencia en respuesta a lo que consideran un genocidio continuado de Israel contra la población de la Franja de Gaza. Esta violencia también se ha dirigido contra la población civil de Israel.
Los políticos y periodistas occidentales suelen pasar por alto los efectos catastróficos indirectos y a largo plazo de estas políticas sobre la población de Gaza, como la destrucción de las infraestructuras sanitarias y el trauma que sufren los 2,2 millones de personas que viven en el gueto de Gaza.
Como hizo en 1948, Israel alega que todas sus acciones son defensivas y de represalia en respuesta a la violencia palestina. Sin embargo, en esencia, las acciones israelíes desde 2006 no han sido de represalia.
Israel inició operaciones violentas impulsado por el deseo de continuar la limpieza étnica incompleta de 1948 que dejó a la mitad de los palestinos dentro de la Palestina histórica y a varios millones más en las fronteras de Palestina. Las políticas de eliminación, por brutales que fueran, no tuvieron éxito en este sentido; los brotes desesperados de resistencia palestina se han utilizado, en cambio, como pretexto para completar el proyecto de erradicación.
Y el ciclo continúa. Cuando Israel eligió un gobierno de extrema derecha en noviembre de 2022, la violencia israelí no se limitó a Gaza. Apareció en todas partes de la Palestina histórica. En Cisjordania, la escalada de violencia de soldados y colonos condujo a una creciente limpieza étnica, especialmente en el sur de las montañas de Hebrón y en el valle del Jordán. El resultado fue un aumento de los asesinatos, incluidos los de adolescentes, así como de las detenciones sin juicio.
Desde noviembre de 2022, una forma diferente de violencia asola a la minoría palestina que vive en Israel. Esta comunidad se enfrenta diariamente al terror de bandas criminales que se enfrentan entre sí, lo que provoca el asesinato de uno o dos miembros de la comunidad cada día. La policía suele ignorar estos problemas. Algunas de estas bandas incluyen a antiguos colaboradores con la ocupación que fueron reubicados en zonas palestinas tras el Acuerdo de Oslo y mantienen conexiones con el servicio secreto israelí.
Además, el nuevo gobierno ha exacerbado las tensiones en torno al recinto de la mezquita de Al-Aqsa, permitiendo incursiones más frecuentes y agresivas en el Haram al-Sharif por parte de políticos, policías y colonos.
Es demasiado difícil saber todavía si había una estrategia clara detrás del ataque de Hamás del 7 de octubre, o si se desarrolló según lo previsto o no, fuera cual fuera ese plan. Sin embargo, 17 años bajo el bloqueo israelí, y el gobierno israelí especialmente violento de noviembre de 2022, aumentaron su determinación de intentar una forma más drástica y atrevida de lucha anticolonialista por la liberación.
Pensemos lo que pensemos sobre el 7 de octubre, y aún no tenemos una imagen completa, fue parte de una lucha de liberación. Podemos plantearnos tanto cuestiones morales sobre las acciones de Hamás como cuestiones de eficacia; las luchas de liberación a lo largo de la historia han tenido sus momentos en los que uno podía plantearse tales cuestiones e incluso criticarlas.
Pero no podemos olvidar el origen de la violencia que obligó al pueblo pastoril de Palestina, tras 120 años de colonización, a adoptar la lucha armada junto a métodos no violentos.
El 19 de julio de 2024, la Corte Internacional de Justicia emitió una importante sentencia sobre el estatuto de Cisjordania, que pasó prácticamente desapercibida. El tribunal afirmó que la Franja de Gaza está unida orgánicamente a Cisjordania y, por tanto, según el derecho internacional, Israel sigue siendo la potencia ocupante en Gaza. Esto significa que las acciones contra Israel de la población de Gaza se consideran parte de su derecho a resistir la ocupación.
Una vez más, bajo la apariencia de represalia y venganza, la violencia israelí tras el 7 de octubre lleva las marcas de su anterior explotación de los ciclos de violencia.
Esto incluye el uso del genocidio como medio para abordar la cuestión «demográfica» de Israel: en esencia, cómo controlar la tierra de la Palestina histórica sin sus habitantes palestinos. En 1967, Israel había tomado toda la Palestina histórica, pero la realidad demográfica frustró el objetivo de la completa desposesión.
Irónicamente, Israel estableció la Franja de Gaza en 1948 como receptora de cientos de miles de refugiados, «dispuesto» a ceder el 2% de la Palestina histórica para eliminar a un número significativo de palestinos expulsados por su ejército durante la Nakba.
Este campo de refugiados en particular ha demostrado ser más desafiante para los planes de Israel de des-arabizar Palestina que cualquier otra zona, debido a la capacidad de recuperación y resistencia de su pueblo.
Cualquier intento de detener el genocidio de Israel en Gaza debe hacerse de dos maneras. En primer lugar, es necesario actuar de inmediato para poner fin a la violencia mediante un alto el fuego e, idealmente, sanciones internacionales a Israel. En segundo lugar, es crucial impedir la siguiente fase del genocidio, que podría tener como objetivo Cisjordania. Para ello es necesario continuar e intensificar la campaña del movimiento de solidaridad mundial para presionar a los gobiernos y a los responsables políticos para que obliguen a Israel a poner fin a sus políticas genocidas.
Desde finales del siglo XIX y la llegada del sionismo a Palestina, el impulso de los palestinos no ha sido la violencia ni la venganza. El impulso sigue siendo la vuelta a la vida normal y natural, un derecho que se les ha negado a los palestinos durante más de un siglo, no sólo por el sionismo e Israel, sino por la poderosa alianza que permitió e inmunizó el proyecto de desposesión de Palestina.
No se trata de romantizar o idealizar la sociedad palestina. Era, y seguiría siendo, una sociedad típica en una región donde la tradición y la modernidad coexisten a menudo en una relación compleja, y donde las identidades colectivas pueden a veces dar lugar a divisiones, especialmente cuando fuerzas externas tratan de explotar estas diferencias.
Sin embargo, la Palestina presionista era un lugar donde musulmanes, cristianos y judíos coexistían pacíficamente, y donde la mayoría de la gente experimentaba la violencia sólo en raras ocasiones; probablemente con menos frecuencia que en muchas partes del Norte Global.
La violencia como aspecto permanente y masivo de la vida sólo puede eliminarse cuando se elimina su fuente. En el caso de Palestina, se trata de la ideología y la praxis del Estado colono israelí, no de la lucha existencial del pueblo palestino colonizado.
Por Ilan Pappé
Historiador y activista socialista israelí. Es catedrático de Historia en la Facultad de Ciencias Sociales y Estudios Internacionales de la Universidad de Exeter (Reino Unido), director del Centro Europeo de Estudios sobre Palestina y codirector del Centro de Estudios Etnopolíticos de Exeter. Asimismo, es autor de los bestsellers The Ethnic Cleansing of Palestine (Oneworld), A History of Modern Palestine (Cambridge), The Modern Middle East (Routledge), The Israel/Palestine Question (Routledge), The Forgotten Palestinians: A History of the Palestinians in Israel (Yale), The Idea of Israel: A History of Power and Knowledge (Verso) y, con Noam Chomsky, Gaza in Crisis: : Reflections on Israel’s War Against the Palestinians (Penguin). Escribe, entre otros, para The Guardian y London Review of Books. En X: @pappe54
Columna publicada originalmente el 1 de agosto de 2024 en The New Arab y reproducida en castellano el 5 de agosto de 2024 en Voces del Mundo. Traducido del inglés por Sinfo Fernández.
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