Nada nuevo bajo el sol. La gente levantándose temprano y la elite política entreverada en discusiones bullangueras y retoricas intangibles como pompas de jabón. Es decir que no aportan en nada al ciudadano común. El gobierno de la Nueva Mayoría llevando adelante su programa –que para casi nadie es desconocido- y por otro lado la derecha más ultra se revuelca al borde de un ataque de histeria, defendiendo los privilegios y parcelas de poder de unos cuantos, tal como lo hicieron antes; durante los años más oscuros y mortíferos de nuestra vida nacional. Pero ahora lo hacen por un video que no dice más ni menos que lo que se dijo antes, durante las campañas pasadas.
Y es que los distintos actores del estado no debieran emitir un video, sino varios, dando a conocer en forma clara y transparente los objetivos y particularidades de ésta y otras reformas que impulsa, y que en su conjunto son una demanda imperativa del ámbito social a nivel de país. También debiera pasar algo similar acerca del sistema bancario y su fiscalización, sobre las pensiones y los montos que obtienen los trabajadores al jubilarse, pasando por los objetivos y mejoras que se comprometen en la salud. El derecho a la información y a la transparencia es una sana práctica democrática. Así como el libre debate de ideas claras, ponderadas y desprejuiciadas.
Durante la campaña a la presidencia de Chile nadie dudaba de la imperiosa necesidad de reformar el sistema tributario y sus miles de argucias y subterfugios con que opera, lo cual lo transforma en una herramienta indecorosa para la sociedad en su conjunto, ya que al final permite la elusión y la evasión a las más grandes fortunas, lo que se traduce, finalmente, en que declaren y paguen menos impuestos quienes más tienen. Esto es un contrasentido en cualquier sociedad racional. Llegar a un nivel de país moderno y desarrollado con impuestos de tipo feudal o del medioevo.
Esta situación es impensable en aquellos estados en que realmente se busca el mayor bienestar de la población o el camino hacia un pueblo realmente cohesionado y unido. Basta revisar datos duros y cifras de naciones desarrolladas o el comportamiento de los índices de desigualdad en el tiempo para colegir que nuestro sistema está muy mal calibrado. Eso que aún no se ha hablado de impuesto a la herencia ni impuesto a las gigantescas posesiones de terrenos. Y eso todos lo saben. Lo sabe el parlamento, lo sabe el ejecutivo, lo sabe el Vaticano, lo sabe el ciudadano de Valparaíso, el de Iquique y el de Aysén. Lo sabe la gente de Magallanes y la de Santiago.
Por eso mismo, llama poderosamente la atención los mugidos y salvajes relinchos en las praderas legislativas, las llantinas y bravatas, la política del terror y las estrategias del miedo que –una vez más- se intenta instaurar en una sociedad del siglo XXI. Esta actitud –claramente interesada- socava no solo a la derecha más ortodoxa, sino también desprestigia a sus centros de estudio y a los grupos de presión y de lobby que financian esta posición radicalizada. Porque los datos son duros, claros y contundentes. Salvo que se tenga como objetivo convertirnos en una sociedad de apartheid o de tipo feudal, como sucedió durante la dictadura cívico militar, periodo en que se vendieron todas las empresas estatales al mejor postor, la cesantía alcanzó cifras muy por sobre el 40%, donde la educación pasó a ser privilegio de pocos y la salud y los fondos de jubilación (o préstamos a grandes corporaciones) se convirtieron en el más lucrativo de los negocios. Por cierto que las grandes fortunas incrementaron varios cientos de veces su patrimonio. Está claro que en aquellos años no hubo debate ni tampoco un video para informar en forma transparente a la ciudadanía.
Los lobistas de turno se gastarán hasta el alma en convencer al país que lo mejor que puede suceder es que se mantenga el actual nivel de desigualdad y pobreza, o que aumente el nivel de riqueza y el descomunal abuso de solo unos pocos; ya que esa es la forma de mantener el crecimiento, la solidaridad, la cohesión del país y el empleo. Nos recitarán de memoria el Consenso de Washigton, que entre sus premisas declara la extinción de toda empresa estatal –ojalá privatizarla y donarla a un grupo económico-, la total desregulación del mercado posibilitando el auge de monopolios y carteles, que la información sea asimétrica y poco clara, la no intervención ni fiscalización del gobierno en los subterráneos donde se fraguan los negociados con las personas, ni un adecuado control del sistema bancario y financiero, ojalá con altísimas probabilidades de estimular y generar una crisis económica (ganancia de los poderosos de siempre).
No por nada una de las mayores entidades bancarias del globo, la Reserva Federal, fue creada bajo estricto secreto por tres pares de banqueros privados y magnates a espaldas del congreso norteamericano, en 1913, en la Isla de Jekill. El nombre ya es sugerente y poco optimista. De los casi 20 mil millones de acciones de la RF, el 62% quedó en manos de tres bancos principales. El Chase Manhattan Bank, el Citibank y JP Morgan (Guaranty Trust). Es decir Rockefeller, Rotschild y Morgan controlan la mayoría de las acciones del banco (no gubernamental) más importante del mundo.
No por nada estos bancos financiaron y estimularon, posteriormente, a Estados Unidos y Gran Bretaña –y a casi todos los países de Europa- para llevar adelante el negocio de la guerra (principalmente de las armas y los empréstitos) durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, propiciaron el colapso financiero de 1929, la guerra de Vietnam, la de Corea y muchas otras más. Y han tenido el mismo patrón hasta ahora. Los mismos poderos de siempre crearán posteriormente el FMI y la OMC (Organización Mundial de Comercio) que hoy dictan políticas serias de buen comportamiento y ética austeridad para estados y ciudadanos.
Hasta el día de hoy, los doce integrantes (llamados a sí mismos gobernadores) de la Reserva Federal son secretos; no responden ni al Gobierno ni al Congreso ni absolutamente a nadie. Este banco tampoco puede ser fiscalizado ni auditado por organismo de control alguno, tampoco transparenta la información sobre los montos que administra, ni sus reservas -si es que las tiene-, ni sobre el respaldo real que mantiene en sus cajas o bóvedas (casi digo sótanos).
¡Aunque usted no lo crea!