Los economistas suelen despreciar las analogías entre la economía de un país y la economía de una casa, por básicas. Ellos prefieren, mejor, compararlo todo con el fútbol. A mí, en cambio, me parece bien, a veces y con precauciones, sobre todo en lo que a capacidad de endeudamiento se refiere, usar como ejemplo la economía doméstica porque nos permite señalar al elefante en la cristalería en estas materias, que es el sentido común. Aquí va un ejemplo: Cuando a una mamá se le acaba la leche al mismo tiempo que su hijo llega de la escuela con los zapatos rotos, sabe que va a tener que gastar esa plata que tenía guardada bajo el colchón, y que, si hay que sacrificar el equilibrio fiscal del hogar para comprar esas cosas, habrá que hacerlo no más. También sabe, ni se le ocurriría pensarlo siquiera, que no puede tomar esa plata y llevársela al vecino para que sea él quien la guarde bajo el colchón, por mucho que ese vecino tenga cámaras de vigilancia o murallas altas.
Por Marco Enríquez-Ominami
En Argentina, donde según datos recientes de UNICEF, siete millones de niños viven en la pobreza y más de un millón se van a dormir sin cenar, su gobierno ha decidido llevar sus reservas de oro al Banco de Inglaterra. País que, recordemos, le tiene tomada a Argentina una Isla en sus costas, y con el que tuvieron una guerra por problemas de soberanía durante los ochentas.
El problema no es específicamente ni el oro ni Inglaterra, sino la soberanía, vale decir, la voluntad y la defensa de los intereses de la gente frente al uso de sus recursos naturales, financieros, contables, culturales, y su autonomía institucional-democrática (el respeto a su voluntad). Es lo mismo con Estados Unidos y Francia, pero también con Rusia, China, Suecia o Canadá.
¿En base a qué criterio un país como Argentina toma una decisión como esa? Islandia en octubre de 2008, durante el colapso de sus bancos, trató de sacar los activos que tenía en el Reino Unido para apuntalar su economía, pero este se opuso apelando a una ley antiterrorista, que venía funcionando desde 2001. Injerencias en sus soberanías fue también lo que pasó en Irak, en Libia, y en la propia Argentina en 2021. Antes, durante el colapso de las colonias, pasó también con varios países africanos y, en el mismo saco, podríamos poner también a Haití, a quienes les inventaron una deuda por haberse liberado, también a Chile dos veces, con Balmaceda y con Allende, y hasta a Alemania y su Bundesbank, que tuvo problemas cuando trató de repatriar su oro desde Estados Unidos en 2013, que finalmente lo devolvió, pero no sin antes arrastrarles el poncho durante varios años.
En los noventas cuando protestábamos en contra de las privatizaciones, los genios neoliberales nos convencieron que era mejor privatizar porque el negocio no estaba ni en la luz, ni en el agua, ni en el oro, ni en el petróleo, ni en el cobre, ni las industrias, porque los negocios eran otros, las finanzas globales, fundamentalmente, así que lo mejor era profundizar el modelo de Pinochet: privatizar, fortalecer los tratados globales y achicar el Estado. Pura pérdida de soberanía. Hoy, los países desarrollados se desviven y pelean por el oro, el petróleo, el cobre, el litio, el agua, y por la reindustrialización. Mientras nosotros, vemos esos conflictos como si fueran una lucha maniquea en la que se pelan el bien contra el mal y frente a la cuál, nos dicen, debemos tomar partido si no queremos quedar en el lado del mal. No hay que seguirles ese juego.
Mi posición es otra: Sólo debemos tomar partido por la patria. Velar porque sus intereses y por su posición en el mundo y en la región, y para que estas posiciones favorezcan primero y siempre a la gente. La soberanía no es solamente el derecho a gobernarse a sí mismo que tienen los pueblos, sino que tener los medios para ejercer ese derecho. La soberanía no es la democracia, solamente, es la economía de la gente. No es que haya o no medios de comunicación, es que los periodistas no dependan para comer, de la voluntad del dueño del medio que los va a obligar a decir lo que él quiere que digan. Soberanía es que la gente pueda vivir en un medo ambiente libre de contaminación, y no tener que exponerse a la sequía o al cáncer para que otros países con más dinero, alcancen sus propias metas verdes. En definitiva, porque como bien han dicho en las Naciones Unidas y en Latinoamérica: la soberanía, que reside esencialmente en la nación, no se discute, se defiende.
Por Marco Enríquez-Ominami