La Fuerza de Las Comunidades (Coordinación Territorial Libertaria)

Ya ha pasado casi un mes desde el trágico incendio que castigó duramente al Valparaíso popular, a aquellos cerros como Ramaditas, Rocuant, Merced, entre otros que no figuran en las postales ni cartillas turísticas, y que no formaron nunca parte del Patrimonio de la Humanidad que tanto ostentan las autoridades porteñas.

La Fuerza de Las Comunidades (Coordinación Territorial Libertaria)

Autor: Ramiro Rodriguez

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En  esta  catástrofe,  que  para  la  mayoría  de  las  familias  recién  comienza,  saltaron  a  la  vista especialmente  tres  hechos:  el  primero  fue  el  impresionante  despliegue  de  solidaridad  horizontal mostrada por la clase trabajadora con los damnificados por la tragedia; el segundo, fue la absoluta inoperancia del Estado y su aparato institucional para hacer frente a la magnitud de la crisis como corresponde; y finalmente, el desparpajo y la decadencia moral del gran empresariado a la hora de sacar provecho de la desgracia del pueblo.

Como  CTL  pudimos  estar  presentes  el  primer  fin  de  semana  luego  del  incendio  apoyando apoyando humildemente con labores  de  limpieza y alimentación en el Cerro La Cruz, al igual que muchísimas otras organizaciones, grupos de amigos/as e individuos de diversas ciudades, que con su  energía  se  hacían  y  se  hacen  aún  presentes  aportando  como  solo  desde  abajo  se  sabe  hacer, con  manos,  con  inventiva  popular  y  espíritu  solidario  al  igual  que  en  otros  momentos  históricos, porque este tipo de movilizaciones han estado presentes desde siempre en la historia de Chile. Sin duda  es  certera  aquella  consigna  de  que  “solo  el  pueblo  ayuda  al  pueblo”;  aunque  falta  mucho para llegar a los niveles de organización que desearíamos, al menos se superó con creces la acción del Gobierno, que hábilmente ha hecho pasar mucha de la ayuda de los voluntarios como si fuera del Estado.

Una de las facetas más evidentes de esta solidaridad fue la donación y acopio de recursos. Como es  costumbre,  el  pueblo  metió  las  manos  al  barro  por  sus  iguales,  y  quienes  más  se  pusieron fueron  los  más  pobres:  los  pobladores,  los  estudiantes  municipales,  miembros  de  sindicatos  y clubes  sociales  y  deportivos.  También  hubo  voluntarios  en  la  reconstrucción  y  los  seguirá habiendo. Si bien la acción de estos estuvo caracterizada por la desorganización y el desorden que los  medios  se  esmeraron  en  recalcar,  en  lo  concreto  se  dio  esa  espontaneidad  creadora  que permitió  salir  de  la  situación  crítica  gracias  al  trabajo  conjunto  con  los  vecinos  de  las  casas quemadas.

El  Gobierno,  por  su  parte,  supo  poner  lo  de  siempre:  militares,  pero  no  con  palas amigas sino con fusiles de guerra, preocupados del orden más que de las verdaderas necesidades. Todo este despliegue popular hubiera sido mucho más difícil si no hubieran existido nexos y redes entre  diferentes  organizaciones  sociales,  que  fueron  capaces  de  hacerse  cargo  de  gestionar  la ayuda y mantener un trabajo constante. Destacamos en esto al Centro Cultural El Trafón, que hoy por  hoy  es  el  centro  autogestionado  de  acopio  más  importante  de  la  ciudad,  en  donde  existen iniciativas  importantísimas  como  la  Red  popular  de  Alimentación  Cerro  Arriba,  que  coordina  las ollas comunes,  o los diferentes veterinarios que  improvisaron un verdadero hospital de  campaña para animales, etc.

En contraste con este hermoso esfuerzo de nuestra clase  –cuyo significado y potencial, dicho sea de  paso, la izquierda pocas veces  ha recalcado ni analizado en profundidad-, la conducta errática de  la  institucionalidad  llegó  a  nuevos  niveles.  Junto  con  negligencias  históricas  para  prevenir  al incendio,  y  los  ya  habituales  errores  de  la  ONEMI,  la  descoordinación  entre  el  municipio,  el gobierno  regional  y  el  gobierno  central  no  hicieron  más  que  confundir  a  la  gente.  Si  sumamos  a esto el llamado a que no se hicieran más aportes en ropa y comida, y que no se presentaran más voluntarios,  resulta  evidente  que  la  preocupación  es  mantener  el  control  sobre  los  damnificados más  que  ayudarlos.  Al  día  de  hoy,  los  grandes  contingentes  de  voluntarios  son  tan  necesarios como  al  comienzo…  El  verdadero  problema  es  que  en  el  trabajo  voluntario  no  hay  negocio  para ningún empresario ni clientela electoral para ningún alcalde de turno.

Mención  aparte  merecen  los  medios  de  comunicación.  A  las  sensacionalistas  escenas  de sufrimiento que atentan contra la más elemental dignidad humana para ganar un mísero punto de rating,  tenemos  que  agregar  el  tremendo  problema  que  genera  la  desinformación  que  difunden, abiertamente  contradictoria  con  la  realidad.  Ahora,  después  de  décadas  de  evidencia,  recién surgen las voces críticas desde  nuestra rancia clase política, a la que nunca le ha importado nada más que el dinero de sus bolsillos. Pero  los  medios  tienen  sus  propios  amigos,  grandes  empresarios  y  redes  en  el  Gobierno  que,  en conjunto, se afilan los dientes con el negocio de la reconstrucción, a un nivel incestuoso que ya no se  preocupan  ni  de  disimular,  como  lo  mostró  la  situación  de  las  Gift  Cards  de  $200.000  para comprar  ropa  en  grandes  multitiendas.  A  esto  se  sumaron  las  publicitadas  campañas  desde  las empresas ofreciendo incluso créditos y “avances” para los clientes afectados por el incendio, con el  venidero  aumento  de  ventas  mediante  especulación  y  las  subidas  de  precio  de  ciertos productos.  Fue  la  ostentación mediática  de  aparentes  ayudas  que  sin embargo no  representaron ningún  sacrificio  del  empresariado.  Al  más  puro  estilo  de  la  Teletón,  varias  empresas  lavaron  su imagen  y  probablemente  lograron  gracias  a  esto,  utilidades  que  proporcionalmente  superan mucho a cualquier aporte que hayan hecho.

Afortunadamente,  el  pueblo  es  capaz  de  percatarse  perfectamente  del  descaro  con  el  que intentan  engañarlo.  Y  es  que  este  pueblo  ayuda  a  sus  hermanos  y  hermanas  sin  esperar  nada  a cambio  más  que  la  construcción  de  proyectos  colectivos,  de  transformaciones  revolucionarias, cuyas  formas  más  rudimentarias  muchas  veces  se  prefiguran  en  este  tipo  de  situaciones desesperadas.  Hemos  podido  evidenciar  las  excelentes  capacidades  de  trabajo  y  gestión  propias de  la  clase,  y  esto  nos  llena  de  esperanza.  Las  organizaciones  populares,  centros  comunitarios  y otras organizaciones creadas libremente se muestran como fundamentales para hacer frente a los más grandes desafíos, como lo fue antes del Golpe de Estado, y como lo seguirá siendo siempre.

El viejo  lema  de  “cada  quien  aporta  según  sus  capacidades;  cada  quien  recibe  según  sus necesidades”  se  toma  las  calles,  y  se  muestra  como  la  salida  espontanea  ante  los  momentos  de emergencia,  cuando el beneficio individual es desplazado por el apoyo mutuo.

Tenemos  la  convicción  de  que  ahora  es  el  tiempo  de  mantener  y  aprender  de  los  niveles organizativos  redescubiertos,  la  coordinación  entre  afectados,  voluntarios  y  organizaciones sociales de Valparaíso, y ojalá también de otras ciudades. Sabemos que la organización territorial y  la  articulación  con  el  resto  del  campo  popular  son  el  único  camino  que  nos  permitirá  conducir nuestros propios procesos de construcción, no solo material sino también política, y evitar que se vuelva a repetir la triste historia de la fallida, manoseada y lucrativa reconstrucción del terremoto del 2010. Porque pronto comenzará –que no quepa duda- el asedio de las inmobiliarias, los sobres con  dinero  circulando  en  los  pasillos  del  poder,  y  las  estrategias  dilatorias  y  de  división  de  los afectados por el incendio.

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Por  lo  mismo  es  importante  que  el  pueblo  aprenda  de  sus  errores  y  que  esta  vez  alce  su  voz  y tome las riendas del asunto. Creemos que las familias porteñas deben mantenerse unidas todo lo posible  para  evitar  que  los  mercenarios  de  siempre  logren  arrebatarles  los  terrenos  conseguidos con sudor y lucha. Si se mantiene una política de negociación colectiva unitaria entre el conjunto de  perjudicados  por  el  incendio,  y  logra  estabilizarse  una  articulación  y  redes  de  apoyo  con  las organizaciones  e  individuos  que  aportaron  y  siguen  aportando,  cualquier  definición  política  que tomen  soberanamente  tendrá  mejores  posibilidades  de  éxito.  En  este  empeño,  probablemente uno de los mejores caminos sea la creación de Comités de Reconstrucción Territoriales abiertos a otros  sectores  movilizados  y  solidarios,  que  además  de  elaborar,  gestionar  e  implementar  sus propios planes de reconstrucción, les permita deliberar y levantar un programa de lucha concreto que  vaya  más  allá,  abordando  la  lucha  por  servicios  básicos  (agua,  luz,  etc.)  carentes  antes  del incendio,  o  por  una  vivienda  digna,  entre  otras.  De  este  modo,  también,  podrán  recibir  y administrar  ellos  mismos  las  ayudas  que  malamente  entrega  el  Estado  de  acuerdo  a  sus necesidades.

Es larga la tarea que tenemos por delante. Sin embargo cuando vemos a personas como nosotros mismos sufriendo grandes pérdidas, empatizamos profundamente con ellos, pues en el fondo nos reconocemos. Esta fraternidad de la clase trabajadora, capaz de movilizar a grandes masas de los sectores  populares,  en  una  sociedad  capitalista  que  nos  ha  insertado  a  la  fuerza  valores  ajenos como el individualismo, la competitividad y el egoismo, representa para nosotros la esperanza y el aliento para continuar con nuestra lucha.


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