Elecciones en tiempos de neoliberalismo maduro y de despertar de la sociedad [2]
Con el 62,16% de los votos emitidos, la ex mandataria socialista venció frente a su rival de derecha Evelyn Matthei, quién obtuvo el 37,83% de los sufragios, el peor resultado para la derecha desde el fin de la dictadura militar (1989). En noviembre, en primera vuelta, la nueva titular del ejecutivo había derrotado a su contrincante por el 46,6% (o sea con más de 3 millones de sufragios) contra un 25% por ciento para Matthei . El presidente saliente Sebastián Piñera (derecha) también felicitó públicamente a la nueva mandataria, prometiéndole una actitud «patriótica y constructiva» de la futura oposición: «Ha tenido un gran triunfo, quisiera desearle el mayor de los éxitos” [3] …
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A cuatro décadas del derrocamiento del gobierno Allende, Chile sigue siendo un símbolo de la implantación – a sangre y fuego- del neoliberalismo en América Latina. Con la derrota de la Unidad Popular (1970-1973), la dictadura militar del general Pinochet, al mismo tiempo que sometió al país a una contrarrevolución capitalista conservadora, implementó un nuevo patrón de acumulación, articulado a un “Estado subsidiario”. Como lo reconocen hoy en día la mayor parte de los investigadores [4] , Chile se situó como ‘pionero’, a nivel mundial, de un ciclo histórico planetario. El país experimentó tanto un nuevo modelo económico, inspirado de las teorías monetaristas de Friedman, como la refundación de sus instituciones y relaciones sociales: se conformó una “sociedad neoliberal triunfante” (Gómez, 2010) donde predomina una nueva racionalidad y subjetividad individualista, una visión de mundo y sentidos comunes, propios de lo que Lipovetsky llamó “era del vacío” (Lipovetsky, 1983) . Ese carácter refundacional temprano (comparado con los otros países de la región) también le dio su impronta a una “transición democrática” tardía, pactada entre una izquierda renovada y la derecha civil como militar, bajo el alero de las clases dominantes y de las fuerzas armadas, edificando un régimen hibrido estudiado por los trabajos ya clásicos del sociólogo Tomás Moulian (Moulian, 1998). Asimismo, la coalición que ha gobernado Chile durante veinte años (1990-2010), denominada “Concertación de partidos por la democracia” [5] -y de la cual Bachelet es una de las mayores figuras-, ha integrado y posteriormente legitimado ese modelo, siguiendo una lógica de adaptación pragmática al orden hegemónico imperante (Silva, 1991; Gárate, 2012). Con esa in-transición democrática, se mantuvieron -con reformas- múltiples “enclaves autoritarios” [6] , tan importantes como la Constitución de 1980, parte del régimen electoral, el código laboral, varias leyes orgánicas que validaron la privatización-mercantilización de la educación, de la salud, de las pensiones, la atribución reservada (hasta el año 2012) del 10% de las utilidades de la Corporación del Cobre (CODELCO – empresa pública) a las Fuerzas Armadas [7] , las leyes “antiterroristas” que permiten criminalizar la protesta social, la ley de amnistía de 1978 que protege a los violadores de los Derechos Humanos, etc…
Una contrarrevolución de larga duración que se convirtió en “neoliberalismo maduro” (Agacino, 2006). Un modelo de ya casi 40 años, fuertemente asentado, con un bloque de poder hegemónico solido, una concentración de la riqueza nunca alcanzado pero también inmensas desigualdades sociales, un nivel de mercantilización de los bienes comunes generalizado y un modelo atravesado, de manera dialéctica, por grandes tensiones. En los últimos años, este régimen político y socio-económico parece parcialmente agotado, dominado por un poder real que opera fuera del Estado subsidiario y sus instituciones para desplazarse esencialmente hacia poderes facticos, practicados por grandes corporaciones, think tanks neoliberales, y un reducido puñado de medios de comunicación: “ todas las reformas estructurales – las pensiones, el trabajo, la salud, la educación, el sistema de medios, la gestión monetaria, la canasta productiva exportable, etc han dado ya sus “frutos” y ahora comienzan a desplegarse sus contradicciones”. En estas condiciones, “la emergencia de la cuestión social cambió el panorama y mostró la incompletidud de la utopía neoliberal del “orden del mercado”. La institución mercado se revela insuficiente para procesar todos los conflictos y transformarlos en meras contiendas entre partes privadas” (Agacino, 2013a: 40-44).
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Sin lugar a dudas, el flamante gobierno empresarial de Sebastián Piñera (2010-2014), primer gobierno de derecha democráticamente electo desde 1958, ha significado -en un primer momento- un signo de posible renovación y una clara inflexión política (Gaudichaud, 2012). Pero más allá de los reajustes institucionales, unos de los mayores elementos del Chile actual, por lo menos desde el año 2006, y más aun desde el año 2011, es que afloraron y, en un segundo momento, irrumpieron fuertemente movimientos sociales críticos del orden social [8] , comenzando por el estudiantil. L a reciente experiencia chilena “s e ha caracterizado por las masivas movilizaciones y el amplio descontento social por parte de estudiantes y ciudadanos, quienes exigen cambios sustanciales. Es común ver tanto, las principales avenidas de la capital chilena, Santiago, como las capitales regionales y provinciales, rebosadas de miles y miles de estudiantes secundarios, universitarios, profesores, dueñas de casas, activistas ecológicos, trabajadores del cobre, entre otros, indignados exigiendo soluciones claras y concretas” (Mira, 2011). Lo novedoso estriba en que estas acciones colectivas tienden a impactar el campo político gubernamental y partidario, como a la opinión pública. Ese “despertar de la sociedad” ha acelerado el proceso de desgaste de la democracia neoliberal protegida chilena (Gómez, 2010) y la imagen de las dos coaliciones que dominan la política del país [9] : “Crisis de credibilidad puede ser la mejor manera de nombrar la actual coyuntura política en relación al gobierno, pero si se atiende al tiempo largo de los movimientos sociales, y ya no solo a los estudiantes, sino las demandas de los mapuche, los ecologistas, las minorías sexuales, la perspectiva de análisis varia y se puede sugerir que estamos en medio de un asunto más complejo y de fondo: el de la legitimidad del sistema político” (Garcés, 2012: 16).
La hipótesis central desarrollada en este artículo es que este regreso de la conflictividad y de irrupciones masivas desde “abajo” del descontento social, después de décadas de miedo, autorregulación y control represivo, evidencian, sin por eso zanjar el análisis, la crisis creciente de legitimidad y la fisura parcial de la hegemonía del neoliberalismo maduro chileno [10] . En estas condiciones, valen las preguntas: ¿Cómo evaluar en tal contexto la clara victoria electoral de Michelle Bachelet y de su coalición? ; ¿En base a qué orientación programática, reformulación política y articulación con la sociedad? Y ¿con qué perspectivas para el bloque en el poder y las clases dominantes, frente a un complejo escenario de grandes expectativas populares y, a la vez, baja participación electoral? Intentaremos, en un primer momento hacer un balance general de las últimas elecciones, y volveremos rápidamente hacia la figura de las dos principales candidatas. Analizaremos de manera crítica el programa y gabinete de la nueva presidenta, así como los elementos de cambio-continuidad que pretende encarnar. Esbozaremos, en un segundo tiempo, un balance de la parcial recomposición política en curso, para enseguida estudiar la enorme tasa de abstención que marcó el periodo electoral, pensando la politización de los subalternos, bajo el manto de la sociedad neoliberal triunfante. Nuestra conclusión será la oportunidad de retomar algunos elementos de un escenario político convulsionado y su relación con la dinámica del flujo conflictual y protestatario actual [11] .
Las hijas de los generales, la figura de Bachelet y el programa presidencial
Si bien, siguiendo a Pierre Bourdieu, un análisis de sociología política no puede caer en la “ilusión biográfica” [12] centrándose únicamente en la trayectoria de algunos dirigentes, vale la pena dar aquí algunos elementos recordatorios de la biografía de las dos principales candidatas de esa secuencia electoral. Es menester recalcar que a 40 años del golpe de Estado, y cuando la impunidad es todavía inmensa, el escrutinio fue dominado por dos figuras sobre las cuales sobrevuela la sombra de la dictadura. En ese duelo de damas (dejando atrás a otros siete candidatos), combatió Evelyn Matthei, proclamada en noviembre 2013 por la ultraderechista Unión Democrática Independiente (UDI), después de la sorpresiva renuncia –oficialmente por depresión- del vencedor de las primarias, el diputado Pablo Longueira. Poco tiempo después, Matthei obtuvo el apoyo de Renovación Nacional (RN – partido de orientación más liberal), confirmando así la oficialista “Alianza por Chile”. Frente a la insumergible Bachelet, Matthei (59 años) intentó vanagloriarse de su larga trayectoria: diputada, luego senadora y ministra del trabajo en el gobierno de Piñera. Es hija de un general de la Fuerza aérea, que formó parte de la junta militar y conocía de larga data al padre de Bachelet y eso hasta su muerte: el general Matthei dirigía el centro militar en el cual el General Bachelet fue encarcelado y torturado por ser un militar legalista opositor al golpe. Evelyn, que en su juventud jugaba con Michelle, era -hasta el momento- conocida como parlamentaria por tener algunas posiciones más abiertas que su partido (por ejemplo, sobre unión entre homosexuales), pero se alineó rápidamente y emprendió una campaña claramente reaccionaria, a la par de un discurso que vanagloria el éxito del neoliberalismo chileno, la gestión del gobierno Piñera y que busca representar a las llamadas “clases medias aspiracionales” [13] . La nueva mandataria, al contrario, supo cultivar su figura carismática y una gran popularidad nunca cuestionada desde 2009 [14] . Medica pediatra de profesión y diplomada de la academia de guerra, divorciada y madre de tres hijos, la dirigente socialista es profundamente marcada por la dictadura: no sólo su padre, pero también ella y su madre han sufrido encarcelamiento y tortura. Ministra de la salud (2000) y ministra de la defensa (2002), será la primera mujer electa presidenta del país en 2006. Bachelet, por su trayectoria, es un “producto” de los gobiernos de la Concertación y ha tenido la capacidad de mantenerse inmune frente al desgaste de los partidos tradicionales. Sin duda, su estancia en Nueva York, a la cabeza del programa “ONU Mujeres” (2010-2013) fue un divino regalo, que le ha permitido permanecer al margen de la política cotidiana y cultivar una imagen mítica de gran estadista. Cuando al calor de recientes experiencias como el proceso bolivariano, se ha retomado el estudio de los “leadership carismáticos” en América latina (Raby, 2006; Stefanoni, 2011), valdría la pena integrar el bacheletismo en alguna categoría de dirigencia carismática-emocional femenina (incluso si es claramente diferente del chavismo y no busca la movilización controlada de la sociedad civil en torno a sus proyectos). El sociólogo Alberto Mayol recuerda que este fenómeno ha intrigado a varios medios de comunicación en el mundo. Así, en junio de 2012, el periódico británico Financial Times afirmó que Bachelet “podría traficar osos panda sin dañar su imagen”, cuando en Chile, el diario La Tercera preguntaba: ¿por qué Bachelet sigue siendo incombustible? (5 de enero de 2013): “Las respuestas eran las de siempre: liderazgo emocional, el factor de comparación con Piñera, su distancia con la crisis política, el silencio, su fuerte llegada a mujeres y sectores pobres. Había buenas descripciones, pero ninguna contenía el poder explicativo capaz de dar cuenta del rasgo descrito con tanta asertividad por Financial Times”. Mayol sugiere, en base a varios estudios, y en particular una investigación sobre la “economía de valores” (Mayol, 2007), que habría que entender también el bacheletismo como “fenómeno cristológico”: “Los estudios cualitativos revelan a Bachelet como el símbolo del dolor, del padecimiento, del sufrimiento. Vimos cómo su ecuación era simple y clara: ella es doctora (sabe del dolor), ella fue detenida y torturada (ha vivido el dolor), su padre murió torturado (su vida está rodeada de dolor). En medio de esta ecuación, interviene un elemento central de nuestra cultura: ser del pueblo implica “ser” el dolor”. Desde esta óptica, Bachelet se inscribe en la “dimensión política del sufrimiento”, estudiado por Marie-Christine Doran (2009).
No obstante, primero cabe interrogar si la figura de Bachelet no sería más bien claramente mariana, presentándose -en el plano simbólico- como la “madre” de la nación, sonriente, protectora y comprensiva, tal como supo forjar su personaje a través de las últimas campañas. Y, ante todo, habrá que descifrar esa conducción política, desde la solidaridad de género: un tema crucial para las elecciones 2013 como de 2005 (Doran, 2010). Investigaciones universitarias han demostrado que el apoyo de las mujeres fue determinante para el primer triunfo de Bachelet, y en particular con una alta votación en familias pobres encabezadas por una mujer (Quiroga, 2008). Por último, recordemos q ue esta imagen es construcción y comunicación desde los aparatos políticos, desde la política del espectáculo, apoyado en el uso intensivo de la Televisión, sitios Web y redes sociales. Dotada de un comando presidencial desmedido (conformado por cerca de 500 personas) y de un presupuesto considerable, la candidata edificó un marketing político milimetrado, digno de futuros estudios. De hecho, tanto los partidarios de la derecha como algunas revistas críticas de izquierda (Punto Final) han subrayado que su campaña habría recibido tres veces más de financiación provenientes de grandes empresas que la candidata oficialista. El diario conservador El Mercurio del 24 de noviembre de 2013 llegó incluso a denunciar “la disparidad en el aporte del mundo empresarial” entre Bachelet y Matthei [15] . Más allá de las cifras, un elemento fundamental del éxito del Bacheletismo es que ofrece a la Concertación la posibilidad de superar su falta de credibilidad (después de 20 años de gobierno) y, al mismo tiempo, presentar un programa de recambio validado por las principales fracciones de las clases dominantes. Antes de la primera vuelta, algunos miembros eminentes del sindicalismo patronal no dudaron en apoyar a la expresidenta. Empezando por Jorge Awad, demócrata-cristiano, presidente de la asociación de los bancos chilenos y gran adepto del “capitalismo inclusivo” [16] . Existe un amplio acuerdo tácito dentro del empresariado y de las instituciones financieras internacionales, para reconocer en Bachelet un factor de estabilidad y garantía para las inversiones, sobre todo cuando Piñera se va dejando una imagen negativa y grandes conflictos sociales. El programa de Bachelet sobre temas sensibles como derechos del agua, inversiones mineras, apertura al mercado mundial, da solidas garantías al capital nacional y transnacional [17] . Es también el caso para cuestiones aun más centrales, como los Tratado de Libre Comercio (Chile es el país del mundo que ha firmado más TLC) y la necesidad de seguir con la Alianza del Pacifico (aunque en una perspectiva “no excluyente” con otros proyectos de integración), dejando el camino despejado hacia al Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), uno de los mayores proyectos geopolíticos de Estados-Unidos en la región latino-americana para las futuras décadas [18] .
Sin embargo, explicar la victoria electoral de la Nueva Mayoría desde la mera continuidad de los gobiernos neoliberales de la Concertación, después de un breve intermedio de derecha, sería un error de perspectiva. Creemos que se puede comprender el nuevo gobierno como un proyecto de reformas en la continuidad en un contexto de cambio de época.
La Nueva Mayoría, las reformas y el “transformismo” político
Si la coalición que defendió los colores de Bachelet se llama “Nueva Mayoría” -y ya no Concertación-, es reflejo de un intento (¿logrado?) de renovar una coalición exhausta, pero también de los cambios que atraviesan la sociedad chilena. Dentro de esta renovación-reconfiguración, la capacidad que tuvo Bachelet -a pesar de los ruidosos resquemores provenientes de la Democracia Cristiana (DC) – de integrar, por primera vez, al Partido Comunista (PC) no es un hecho menor [19] . El PC, principal fuerza de la izquierda -hasta ahora no digerida por la Concertación-, dio un paso más hacia la institucionalización, después de varios intentos de acercamientos electorales, cuando decidió defender a la candidata en primera vuelta. La organización, presidida por Guillermo Teillier, tras haber ganado tres diputados en elecciones anteriores, gracias a acuerdos “por omisión” con la Concertación, perseguía el objetivo de aumentar su representación parlamentaria: un espacio considerado clave para pesar sobre el futuro cuadro político-nacional. El histórico partido de Luis Emilio Recabarren -otrora pilar del gobierno Allende- defiende la idea de que la Nueva Mayoría representa un avance democrático frente a la derecha, y una vía posible hacia futuros “gobiernos de nuevo tipo”. En el estricto plano de la cifras, la táctica fue exitosa: el PC duplica su número de diputados (pasando de 3 a 6) y cinco de sus cartas son electas con primera mayoría en sus respectivos distritos. “Un resultado extraordinario” según Teillier. Logran además hacer entrar al parlamento, a representantes de las luchas estudiantiles, comenzando por Camila Vallejo, expresidenta de la Confederación de estudiantes de Chile (CONFECH), electa con un arrasador 40% en la comuna de La Florida (Santiago) y Karol Cariola, secretaria general de las juventudes comunistas . Asimismo, los comunistas regresan al gobierno después de 40 años de exclusión, con el nombramiento de Claudia Pascual como Ministra Directora del Servicio Nacional de la Mujer. Pero, ¿cómo explicar tal reconversión pragmática cuando, durante años, la Concertación fue presentada por la dirección comunista como herramienta del neoliberalismo? Frente a las críticas que florecen desde la base del partido, e l timonel del PC reconoce: “ Esa desconfianza existe, está latente, sin embargo en los últimos 20 años nunca hubo un programa como éste. Los anteriores no se cumplieron porque había otras condiciones, con boinazos y ejercicios de enlace que generaron temor. Después vino la crisis de la Concertación que terminó con un gobierno de derecha, y se dieron cuenta de que no podían seguir igual, ni con las mismas ofertas. La novedad fue la Nueva Mayoría y un programa que interpreta al movimiento social” [20] .
La situación puede entonces considerarse como confusa: ¿Cómo algunos sectores movilizados o analistas pueden leer el programa de Bachelet como continuismo neoliberal, cuando otros desde la izquierda lo asumen como progresista? Lidiando con precarios equilibrios internos (CIPER, 2013 ), l a flexibilidad discursiva de Bachelet y la inteligencia de los equipos programáticos, coordinados por el socialista Alberto Arenas, permitieron integrar, por primera vez desde 1990, reformas sustanciales a la agenda de las políticas públicas, escuchar lo que suena desde las calles y, a la vez, dar garantías de gobernabilidad al capital. Una de las fuerzas de la campaña ha sido centrarse en algunas grandes reformas progresistas. Esta orientación fue validada en las elecciones primarias abiertas de la ex Concertación (en la cuales participaron más de 2 millones de votantes), los cuales fueron muy desfavorables para el candidato más conservador, Claudio Orrego (DC), marcando así un acierto para el polo progresista.
Las promesas de cambio tuvieron tres ejes principales. En primer lugar, una reforma constitucional “participativa, democrática e institucional”, que requerirá un acuerdo en el Congreso con la derecha (para obtener los quórums requeridos). La discusión podría ir precedida de una consulta a la “sociedad civil” y ser validada por referéndum. La candidata, reina de la ambigüedad, se ha negado a pronunciarse a favor de una verdadera Asamblea constituyente y popular (AC), para gran desilusión de los colectivos que animaron la campaña «Marca tu voto AC» [21] . El segundo eje se centró en una reforma fiscal, equivalente al 3% del producto interior bruto (PIB), destinado a tasar “moderadamente” (según reconoció uno de los nuevos ministros) los enormes beneficios de las principales empresas, en un país con un nivel tributario extremadamente bajo. Y, por último, una reforma gradual de la educación que busca responder, en parte, a las grandes movilizaciones de los jóvenes que repletaron las calles, reclamando el fin de la Educación-Mercado que reina en Chile y la creación de una “educación gratuita, publica y de calidad” (Mayol, 2012). La Nueva Mayoría supo así tomar en cuenta el pulso de la sociedad, con la promesa de terminar con “ el lucro con fondos públicos en educación” y financiar una “educación gratuita en todos los niveles”, en particular en el acceso a las universidades acreditadas (públicas pero sobre todo privadas, las más numerosas), un objetivo a alcanzar dentro de 6 años [22] . También cabe mencionar los anuncios de algunas evoluciones progresivas del código laboral (que data de la dictadura) o el proyecto de creación de una administradora estatal de fondos de pensiones. Estos anuncios tuvieron un “rendimiento electoral” muy elevado y la Presidenta electa tiene hoy un muy amplio respaldo para llevar a cabo su plan de reformas [23] .
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Pero no es por eso que el prontuario y las dos décadas de política económica neoliberal de la ex Concertación hayan desaparecidos. La solidez del edificio hegemónico y la redes de poder construidas durante los últimos 35 años son extremadamente resistentes, ancladas y resilientes. L a profunda incidencia de los TLC en la economía nacional, la participación de personeros claves de la Concertación en el negocio de las universidades, en los consejos de administración de grandes empresas o la colusión con los fondos de pensiones [24] , etc. significan que con este gobierno Chile seguirá siendo, de manera indirecta, un “país gobernado por sus dueños” (Fazio, 2011; Fazio y Parada, 2010). Pero ahora con reformas modernizadoras. “ La Nueva Mayoría sabe que la democracia de los acuerdos con la derecha que dominó el Chile de la postdictadura no da para una segunda versión y que el andamiaje institucional que contribuyeron a remozar se está resquebrajando. Si hasta el anterior gobierno de Bachelet, las organizaciones sociales quedaban mordiéndose los dientes sin que a la elite concertacionista les importara, ahora el equilibrio apuesta a desarrollar políticas que dejen a todos contentos” ( Becerra, 2014). Hasta el Fondo monetario internacional (FMI) defiende esta opción reformadora: en una entrevista al Diario Financiero de Santiago a principios de enero 2014, Alejandro Werner, actual Director para el hemisferio occidental del FMI, destacaba la “necesidad de reformas estructurales” y alababa las propuestas de la Nueva Mayoría, como una importante oportunidad para construir “un sistema educativo y un mayor capital humano que de productividad a la fuerza laboral” del país [25] .Una simple mirada al nuevo gabinete deja entrever lo que viene. Si de los 23 ministros se puede valorar la presencia de nueve mujeres (un record histórico) o de 5 ministros que se pronunciaron a favor de una Asamblea Constituyente, los puestos claves están en manos de connotados agentes de la hegemonía neoliberal. Así Javiera Blanco, la ministra del Trabajo, es antigua subsecretaria de Carabineros y exdirectora ejecutiva de la Fundación “Paz Ciudadana” (1998-2006), importante think tank financiado por grandes multinacionales y destinado a instalar el tema de la delincuencia como prioridad pública, bajo el alero de la “seguridad ciudadana”: un concepto que se desarrolló a la par de mecanismos de control social y criminalización de la protesta social (Stevenson, 2013). No es menor recordar que “Paz Ciudadana” está presidida por el exgolpista Agustín Edwards, dueño de gran parte del duopolio que domina el campo mediático chileno (El Mercurio y La Segunda entre otros).
Así se da al mundo sindical una señal negativa para las futuras discusiones sobre salario mínimo y flexibilidad laboral. En energía, sector estratégico, fue nombrado el demócrata-cristiano Máximo Pacheco Matte, exponente del mundo empresarial, ex colaborador del presidente Piñera y que llegó a ser vicepresidente de la multinacional papelera estadounidense International Paper. Pacheco es además miembro de una de la familia más pudiente del país, los Matte, dueños de Colbún e involucrados en el mega-proyecto energético Hydroaysen, rechazado por las organizaciones ecologistas y ciudadanas [26] . Otra cartera estratégica, cuando las expectativas en este plano son inmensas: el ministerio de educación, atribuido a Nicolás Eyzaguirre, ex alto funcionario del FMI y ministro de Hacienda del gobierno Lagos. Eyzaguirre ha sido denunciado por organizaciones estudiantiles por su gestión favorable a los bancos (en particular con la creación del Crédito con Aval del Estado para los alumnos de la educación superior) [27] . En el interior, economía o exterior aparecen sobre todo hombres de confianza de Bachelet, bajo la conducción de Alberto Arenas, ex jefe programático de campaña, ahora “catapultado” ministro de Hacienda en su calidad de economista, haciéndose notar el estilo personalista-carismático de la presidenta, por encima de una conducción desde los aparatos partidarios. A penas conocido el nuevo gabinete, Andrés Santa Cruz, presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), el gremio de la burguesía residente en Chile, no pareció impresionado por la presencia de una ministra comunista feminista o de un ministro de medioambiente con cierta cercanía en las ONG: “Es un buen gabinete, un buen equipo, que tiene las capacidades técnicas y profesionales para enfrentar los desafíos que tiene Chile. A algunos los conocemos y estamos confiados” [28] .
Desde una óptica gramsciana, Moulian ha insistido en el “transformismo” sociopolítico de la postdictadura, sostenido en un modelo gestionado y, en no pocos aspectos, profundizado por ex izquierdistas y revolucionarios “renovados” en el seno de la Concertación: “Llamo «transformismo» a las operaciones que en el Chile Actual se realizan para asegurar la reproducción de la «infraestructura» creada durante la dictadura, despojada de las molestas formas, de las brutales y de las desnudas «superestructuras» de entonces. El «transformismo» consiste en una alucinante operación de perpetuación que se realizó a través del cambio de Estado. Este se modificó en varios sentidos muy importantes, pero manteniendo un pacto sustancial. Cambió el régimen de poder, se pasa de una dictadura a una cierta forma de democracia, y cambió el personal político en los puestos de mando del Estado. Pero no hay un cambio del bloque dominante, pese a que sí se modifica el modelo de dominación” (Moulian, 1997: 140-141). La época político-social que se abre ahora, tomando en cuenta las modificaciones de las relaciones entre clases populares y el bloque en el poder, podría definirse como una etapa última del transformismo chileno: más que un supuesto neoliberalismo “corregido” por un progresismo “limitado”, que se podría ir democratizando paulinamente como lo ha sugerido Manuel Antonio Garretón (Garretón, 2012), el gobierno de Bachelet 2.0 abre una fase que proponemos denominar como época de progresismo neoliberal o social-liberalismo maduro, en un contexto de crisis de legitimidad del sistema de dominación forjado en dictadura.
Leve reconfiguración parlamentaria, abstención masiva y malestar neoliberal
Al mismo tiempo que las presidenciales, Chile enfrentó una secuencia electoral inédita con otras tres votaciones simultáneas: para senador, diputado y -por primera vez- elecciones directas para consejeros regionales. Si bien no es nuestra intención en estas líneas, analizar en detalle los resultados por circunscripción, vale la pena adentrarse en algunas tendencias notorias que podrían nutrir nuestra problemática. Tenían derecho de votar 13.573.143, sin contar los centenares de miles de chilenos en el exterior, desposeídos de su derecho a voto por la constitución de 1980. Signo de una lenta pero sostenida fragmentación de los dos pactos que han capturado el parlamento desde los años 90, nueve candidatos se disputaban el sillón presidencial (cifra inédita) [29] … Y tanto desde la centro-derecha (candidatura de Antonio Parisi) como desde el centro-izquierda (candidatura de Marco Enríquez-Ominami) se comenzó a cuestionar, desde el propio sistema, la dominación del “duopolio” político: disputándose la posición de tercera fuerza (cada uno con algo más del 10%), Parisi y Enríquez-Ominami se negaron explícitamente a apoyar a una de las dos candidatas en el balotaje.
Los resultados legislativos evidencian también los reacomodos en curso “en las alturas” del sistema partidario, tanto por la disminución de los parlamentarios de la extrema-derecha (RN aumenta de 18 a 19, la UDI disminuye de 37 a 29), como por el aumento de diputados socialistas (de 11 a 16) y comunistas (de 3 a 6). Desde la Nueva Mayoría, es notable la pérdida de figuras históricas como Soledad Alvear o Camilo Escalona, y los resultados de su ala más conservadora: la DC gana diputados pero con un importante retroceso en el Senado [30] . Una vez más el sistema electoral binominal [31] , enclave autoritario y legado del intelectual orgánico de la dictadura Jaime Guzmán, funcionó como sistema proporcional (o mayoritario corregido) excluyente, reforzando artificialmente la representación de los dos principales pactos y dando estabilidad a las instituciones de la democracia protegida neoliberal (Couffignal, 2011). Mediante el juego de los “doblajes” en varias circunscripciones, se confirmo -una vez más- una situación de copamiento coalicional consensual del campo político parlamentario por las dos pactos dominantes (Moulian, 2010), impidiendo un cambio real en el sistema de partido y la expresión diferida del creciente descontento social. De hecho, como ya había sido el caso en el pasado reciente, la ex Concertación se ve favorecida por los enclaves autoritarios, pues controla 56% de la cámara baja, con un 47% de los votos… [32] . Además, a diferencia del periodo abierto en 2010, Bachelet puede ahora contar con una confortable mayoría y su coalición mantiene el control del Senado. Ese escenario le da los votos necesarios para aprobar varias reformas como la tributaria e, incluso, si buscase el apoyo de dos de los cuatro diputados independientes y de Carlos Bianchi (único senador independiente), alcanzará el quórum de los cuatro séptimos, posibilitando cambio de leyes orgánicas y dando cancha a reformas importantes, por ejemplo en la educación. No obstante, en lo que concierne cambios constitucionales, la Nueva Mayoría podrá invocar -una vez más- necesarios “consensos” con la derecha para obtener los quórums indispensables, en el momento de explicar a la ciudadanía su falta de osadía, así como lo hizo durante veinte años de “democracia tutelada” [33] .
Pero, a pesar del blindaje del régimen político, algunos signos evidentes dan muestra de lo que pasa en la sociedad, de manera todavía diferida. Ya mencionamos la elección de dos jóvenes mujeres comunistas y ex líderes estudiantiles. También se podría hacer mención en la elección de Iván Fuentes, líder de grandes luchas en el sur del país y diputado cooptado por la DC o, en Santiago centro, en la llegada a la diputación de Giorgio Jackson, exdirigente estudiantil y electo bajo los colores de la recién creada “Revolución Democrática”, esto gracias a la “omisión” de la Concertación en esta circunscripción. El único diputado que logró romper el binominal fue Gabriel Boric (también exlíder estudiantil y miembro del colectivo “Izquierda Autónoma”), diputado independiente por la Región de Magallanes y de la Antártica. Sin dudas, son caras nuevas, que podrían aportar un aire fresco a un envejecido Congreso. Marcan la nueva geografía política del país, pero esencialmente desde la integración-cooptación y dentro de los espacios dejados por los enclaves autoritarios.
Otro aspecto notable de un panorama fluctuante: la profunda crisis de las derechas. La candidatura de Matthei no convenció incluso dentro de las propias filas de su partido y varios empresarios sienten que Piñera no los representó como lo había anunciado. La UDI, bajo la batuta de Pinochetistas nunca arrepentidos, sigue siendo la principal colectividad parlamentaria del país, gracias a su red de alcaldes y de su inserción clientelar en muchos barrios populares. Sin embargo, vivió un significativo desbande, quedándose incluso sin senadores en la región metropolitana de Santiago (zona que había controlado durante 16 años). La otra fuerza de la Alianza, RN, está hecho trizas y la relación con la UDI va de mal en peor, fruto de la derrota y, fundamentalmente debido a orientaciones divergentes dentro de las clases dominantes entre capitalistas modernizadores y nostálgicos de los tiempos autoritarios. Varios sectores apuestan a la creación de una “nueva derecha”, más liberal y centrista, abierta a las reformas, objetivo inicialmente seguido por Piñera y su brazo derecho Rodrigo Hinzpeter (Gaudichaud, 2012). Las luchas fratricidas por el control de RN toman dimensiones insospechadas y dirigentes como el ex alcalde Manuel J. Ossandón y el actual senador Andrés Allamand hacen público su descontento. Paralelamente, otros cuadros renunciaron al partido con el fin de crear su propia colectividad, como el movimiento “Evolución Política” (Evópoli), conformado por ex ministros del Gobierno Piñera o el grupo “Amplitud” que estaría preparando la plataforma electoral para Piñera, en 2017 [34] . Frente a tal descalabro, las operaciones transformistas de la exConcertación, su comprensión más fina del periodo son evaluadas con envidia por los sectores más pragmáticos de la derecha. Como lo recalca Sebastián Farfán, dirigente de la Unión Nacional Estudiantil y joven candidato a diputado en Valparaíso: “La Alianza fue incapaz de leer adecuadamente el escenario, con lo que quedó con un “relato inconexo”, o sea, una lectura y propuestas que aparecían como anacrónicas en relación a los nuevos elementos que el sentido común hacía suyo” [35] .
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Miremos ahora el proceso electoral desde otro ángulo: la participación. Excluyendo las municipales, éstas elecciones presidenciales y parlamentarias fueron las primeras elecciones organizadas con voto voluntario (con inscripción automática), después de décadas de voto obligatorio (con inscripción voluntaria) [36] . Numerosas son las publicaciones que se enfocaron a discutir los efectos particulares del régimen de inscripción electoral y los (des)incentivos que este tipo de procedimiento llega a generar en la participación ciudadana (Navia, 2004). También desde hace años se discute para saber si la adopción del voto voluntario iba a reforzar la fuerte abstención que se instaló (a pocos años de terminar el régimen militar) (Valenzuela, 2004). Es un hecho que después de la importante participación en el plebiscito de 1988, y de la victoria del “No” a Pinochet [37] , comenzó a cundir la desilusión y la desafección política, especialmente en la generación post-plebiscito. Chile se encuentra en el último lugar de las Américas en términos de participación electoral de los adultos de menos de 37 años, superando incluso a aquellos países que tienen un sistema de voto voluntario, como Venezuela o Colombia ( Sergio Y. Toro , 2008). Queda por estudiar detalladamente los efectos de la adopción del voto voluntario en estas últimas elecciones, en particular en los barrios pobres donde los niveles de abstención fueron elevadísimos [38] . Pero, esta elección confirma una tendencia profunda del régimen político: la abstención electoral y la desafección juvenil y popular hacia la política formal representativa. L a mayoría electoral real del país es abstencionista: casi un 60% en las municipales de 2012, alrededor de 51% en las presidenciales y parlamentarias del 17 de noviembre 2013 y 58% en la segunda vuelta realizada en el mes siguiente. Sólo cuatro de diez chilenos optó por votar en segunda vuelta, la cifra menor desde 1990. En rigor, se podría afirmar que la presidenta Bachelet fue elegida con un reducido 25% de los electores y no sólo no obtuvo la vaticinada mayoría absoluta en primera vuelta [39] , sino que incluso perdió 120.000 votos en comparación con 2005. En las parlamentarias, el fenómeno es aun más marcado: los representantes de la Nueva Mayoría representan sólo 21% del electorado, y los de la Alianza un escaso 16% [40] .
Más allá de la discusión sobre regímenes electorales, la masividad de esta dinámica confirma la existencia de una politicidad y ciudadanía neoliberal, analizada por varios estudios anteriores. Emerge una profunda crisis de la política -entendida en su sentido liberal-representativo- y s e solidifica la figura del «ciudadano-Credit Card» abstencionista, reacio a la acción colectiva como al voto, correlato obligado de la sociedad neoliberal triunfante. L a “privatización del ciudadano», replegado en sus espacios comunitarios y familiares, en el área del hiperconsumismo y del mercantilismo individualizado, alejado de la polis y de sus debates, es un dato estructural de la realidad chilena. No obstante, la actual coyuntura de fuertes movilizaciones y en particular en los estratos jóvenes, tradicionalmente abstencionistas, permite anticipar que dentro de los cambios actuales se va ampliando lo que Juan Carlos Gómez denomina el “partido de los no electores”: “Este grupo de ciudadanos son activos políticamente, pero no participan en los actos electorales por distintas y variadas razones, desde el rechazo a los políticos, a los partidos políticos, a la democracia representativa, etc. Su participación en las elecciones se manifiesta en la abstención, en el voto nulo o en blanco. Su decisión electoral es no elegir” (Gómez, 2010: 183).
Si bien todavía son minoritarias esas fuerzas políticas disruptivas, incluso dentro de los actores de los movimientos sociales, han logrado que se multipliquen los llamados a la «huelga electoral constituyente», a la «abstención activa» o » bulliciosa», a «anular el voto», para priorizar la organización desde abajo, horizontal, asamblearia y autónoma. En este campo heterogéneo de la “izquierda desconfiada” (Agacino, 2006), se codean intelectuales críticos, colectivos libertarios, trotskistas o marxistas con organizaciones vecinales, ecologistas o sindicales, tales como la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES). Algunas declaraciones de Eloísa González, ex vocera de la ACES, grafican bien este sentir: “la abstención es un fenómeno que refleja la situación en la que estamos actualmente. No va a generar cambios, pero como acto político o como fenómeno que expresa este malestar y esta realidad, también expresa desafíos que tenemos que tomar en cuenta. El conjunto de la población no siente que sus demandas y problemas vayan a ser resueltos por la vía institucional” [41] . Este cuestionamiento gana terreno en varios estratos sociales, como lo pudimos constatar a través de conversaciones directas con la gente de a pie y de entrevistas cualitativas, realizando un reportaje para Le Monde Diplomatique, el día de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (Gaudichaud, 2013a).
La reconstitución de nuevas subjetividades antagónicas y algunos escenarios posibles
El “malestar” neoliberal está en vía de politización, gracias a la irrupción de nuevas subjetividades subalternas que comienzan a rebasar la democracia tutelada y su baja conflictividad de clase. “ La latencia del malestar tuvo su final, o al menos una suspensión significativa, durante 2011, a partir de un proceso de movilización social de gran envergadura que ancló la energía del malestar en los problemas de la educación chilena. La ilegitimidad anterior de la protesta pública invirtió su signo y el acto de protesta pasó a ser parte fundamental del modo en que las demandas ciudadanas lograron, legítimamente, escalar hacia las autoridades, mientras éstas reducían su ya menguada aprobación” (Azócar y Mayol, 2011).
Si en la primera parte de este articulo, mencionamos la crisis de legitimad del sistema institucional imperante, podemos constatar que esta crisis tiende a orientarse hacia un cuestionamiento -desde abajo- del neoliberalismo maduro, ahora reconfigurado bajo un reacomodo transformista “progresista”. La sola existencia de ese progresismo y las promesas de la candidata Bachelet demuestran, al mismo tiempo, las fisuras del bloque en el poder y de qué manera el despertar de la sociedad instaló en la polis temáticas impensables hace algunos años atrás, como por ejemplo el “no al lucro” o la necesaria renacionalización del cobre. En el flujo de conflictos que se inicia en 2011-12, fue el movimiento estudiantil que se hizo vocero de las múltiples demandas acumuladas: “desde las entrañas del mismo sistema educacional, no sólo alzó la voz con respecto a un problema que le afectaba como grupo particular de la sociedad, sino que logró hacer de esa demanda un sentir universal de toda una población que veía resquebrajadas aquellas promesas de una ‘alegría venidera’” (Azócar, 2013: 115). Por otra parte, n o sólo estas demandas de los jóvenes -apoyadas masivamente por la opinión pública- trizaron el “sentido común” neoliberal, sino también reinventaron formas de organización y repertorios de acción más horizontales, autogestionarios y democráticos. Tomas de liceos, colegios y universidades, actos culturales “alternativos”, “flash-mob” y “besatones”, vocerías controladas en asambleas, cacerolazos y marchas multitudinarias festivas, etc. provocaron “un desplazamiento de la política desde los espacios institucionales clásicos a la sociedad misma. Aunque de manera muy rudimentaria aún, entre los sectores más activos e independientes, comienzan a circular ideas cómo el “control comunitario”, una suerte de poder popular resignificado, como contrafuerte del estatalismo y/o del predominio de los mercados, y otra como la recuperación de la “soberanía popular sobre las necesidades”, hilo orientador de las demandas con horizonte emancipador” (Agacino, 2013b). A pesar de su gran creatividad, y en ausencia de alternativas políticas globales y de aliados estables dentro del espacio de los movimientos sociales [42] , esas movilizaciones explosivas tendieron a decrecer a medida que se acercaban las elecciones, pero sin haber sido derrotadas. La enorme bisagra existente entre esa creciente politización desde lo social y la ausencia de herramientas políticas genuinas para acumular fuerzas, hace parte de las debilidades intrínsecas de la naciente reconstitución de la conflictividad antagónica en Chile.
Para numerosos colectivos y jóvenes que se movilizan desde principios de los años 2000, la vía electoral dentro del sistema heredado de los tiempos de Pinochet, no encarna ningún atajo posible hacia la construcción de alternativas políticas. El rechazo a la figura del partido y su potencial verticalismo es muy fuerte (como en otras latitudes). En paralelo, una tendencia de fondo es la gran fragmentación de las izquierdas extra-parlamentarias, todavía marcadas por el impacto represivo-destructivo de la dictadura, como por la marginación política de la transición pactada (y no pocos conflictos y dogmatismos internos). El fracaso de la apuesta electoral de las dos candidaturas que afirmaron ideas de ruptura con el neoliberalismo durante la última presidencial, corroboran las inmensas dificultades existentes para la proyección política del malestar popular. No está dentro de la ambición de este artículo analizar estas dos campañas, que intentaron disputar la hegemonía cultural neoliberal, utilizando el momento mediático-electoral como tribuna, teniendo así un eco nacional, difícilmente alcanzable antes. Sólo mencionaremos que el universitario Marcel Claude, apoyado por el Partido Humanista, algunos conglomerados del movimiento estudiantil y el movimiento “Todos a la Moneda” [43] sólo obtuvo 185.072 votos ( 2.81%), a pesar de un inicio de campaña notable en el plano mediático. Por otra parte, Roxana Miranda buscó representar “la voz de los nadie” dentro de la ronda electoral, con un perfil de mujer combativa y un lenguaje popular sin tapujos. No por eso pudo cosechar muchos votos ( 1.24%), ni aglutinar mas allá del pequeño Partido Igualdad y parte del movimiento de los deudores habitacionales o de algunos sindicatos de trabajadores flexibilizados [44] .
Si nos parece una exageración hablar de “nueva era” (en el sentido de cambios estructurales) o de “derrumbe del modelo de la economía de mercado” en las condiciones actuales (Mayol, 2011), es cierto que dicho patrón de acumulación y de sociedad se encuentra en jaque. “ En los últimos 20 años, la economía chilena ha crecido a un promedio anual del 5,1% y el 2010 alcanzó un PIB per cápita de 14.341 dólares, no obstante, permanece entre los 15 países más desiguales del planeta. Y aunque la prosperidad económica del país más avanzado de América Latina es perceptible, resulta incuestionable que no se plasma en una mejora de la calidad de vida de las familias chilenas” (Mira, 2012). Los “súper ricos” estudiados por el Departamento de Economía de la Universidad de Chile, son todavía capaces de capturar “la parte del león” del ingreso nacional: el ingreso per cápita del 1% más rico es 40 veces mayor que el ingreso per cápita del 81% de la población y peor aún: si se suman a los ingresos tributables las utilidades retenidas, se verifica que el ingreso del 0,1% de los más ricos es 241 veces el del 99,9 de la población restante (López y al., 2013). Pero , el bloque en el poder está confuso, sintiendo que aborda definitivamente un cambio de época, y tal vez de era. A corto plazo, las operaciones transformistas del bacheletismo intentaran responder a este desconcierto. La propuesta de la Nueva Mayoría es reformar en la continuidad, pero para eso necesitará también lograr canalizar y domesticar -en la medida de lo posible- los movimientos sociales más críticos y enfrentar un periodo que será probamente de fuerte presión desde abajo y grandes movilizaciones [45] . El nuevo gobierno tendrá que jugar tanto en el plano de la consulta-cooptación (con la ayuda de sus nuevos integrantes de izquierda y de los nexos que conserva con el espacio de los movimientos sociales), como desde la coacción-represión estatal. En una nota editorial para El Mercurio, Eugenio Tironi, destacado artífice intelectual del transformismo social-liberal de la izquierda chilena, lo expresó con todas sus letras y no poca ingenuidad lirica: con Bachelet, “la razón de ser de las instituciones políticas no es defenderse de las mayorías, sino canalizar sus anhelos, que en el caso del Chile actual es el cambio. Reforma o revolución: un viejo dilema que vuelve a tomar actualidad” [46] .
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El panorama chileno parece todavía muy lejos de la “revolución”, invocada como un temible espectro del pasado por Tironi. Pero, el cambio de época es innegable: un cambio lleno de nubes, claroscuros y contradicciones. Mirando a países vecinos, como Bolivia, Argentina, Ecuador, en los cuales la crisis de legitimidad del modelo neoliberal se transformó en crisis de hegemonía con grandes movilizaciones y rupturas institucionales, la elite chilena busca evitar un escenario similar. Las tensiones en las derechas, como la recomposición de la ex Concertación, dan a ver que las clases dominantes piensan a tientas encontrar nuevos aires y posibles correcciones sustentables para el régimen político. Las grietas del modelo pueden provocar sobresaltos, como reacciones violentas por parte de los de “arriba”. “Al terminarse la etapa hegemónica del neoliberalismo, la dominación neoliberal se resiste a morir. Las resistencias al cambio de época se bifurcan entre reacción y revolución pasiva [47] : la reacción violenta que se asoma en el retorno de prácticas represivas focalizadas y la revolución pasiva que asume el rostro de gobiernos que defienden la continuidad mediante correctivos conservadores” (Modonesi, 2008: 139).
Si bien por el momento hablar en Chile de término de la etapa hegemónica del neoliberalismo puede sonar a política ficción , podemos constatar que están surgiendo nuevos actores sociales antagónicos y no pocas subjetividades disconformes (aunque minoritarias). En paralelo a las demandas estudiantiles, permanecen las luchas del pueblo Mapuche a pesar de la militarización de sus territorios; acciones colectivas socio-ambientales en contra de mega-proyectos, movilizaciones feministas y de pobladores. Para coronar este cuadro, el movimiento obrero, actor histórico esencial del país, está reencontrando las vías del clasismo sindical. Desde 1979, la actividad huelguística aumentó paulatinamente hasta llegar, en 2009, prácticamente a los niveles del comienzo de los setenta, aunque de forma mucha más atomizada y en condiciones legales extremadamente restrictivas (Armstrong y Águila, 2011) [48] . El movimiento sindical sigue siendo fragmentado y débil, pero importantes resistencias han contribuido a darle nuevamente centralidad al conflicto de clase, cuando la característica del neoliberalismo maduro era precisamente la represión y posterior des-constitución de estos conflictos. La larga lucha de los portuarios es un ejemplo de esta re-constitución molecular, además en un sector clave de la acumulación primoexportadora. En 2011, el gremio portuario fue uno de lo más activos en solidarizad con el movimiento estudiantil. El año siguiente, las uniones portuarias unificaron progresivamente los asalariados contratados y precarios de varios puertos, aun cuando la negociación por rama productiva está proscrita por ley. Los niveles de cohesión alcanzados y la práctica de “huelgas de solidaridad” lograron en 2013, y de nuevo en enero 2014, a pesar de los niveles de represión, obligar al empresariado naviero -con el aval del Gobierno- a negociar, alcanzando conquistas históricas frente a un sector patronal muy combativo (Walder, 2013b). Cuando la Central Unitaria de los trabajadores (CUT) está sumergida en la parálisis , y controlada por la Nueva Mayoría (su presidenta es Bárbara Figueroa, dirigente del PC), el surgimiento de este sindicalismo de nuevo tipo podría reanudar progresivamente el hilo roto del poder popular y de las luchas obreras de los años 70 (Gaudichaud, 2004). Nada está escrito todavía. Sin referentes políticos capaces de vertebrar una masa crítica anticapitalista y cuando las subjetividades neoliberales todavía dominan la sociedad, queda mucho camino por recorrer. Pero ese cambio de época podría dejar atrás décadas de democracia tutelada y de aislamiento regional para, bajo nuevos horizontes utópicos, entrar en consonancia con las gramáticas de emancipaciones en construcción que cabalgan en el resto del continente (Gaudichaud, 2013a).
Por Franck Gaudichaud
Revista OSAL – CLACSO
Nota: Este texto ha sido escrito entre fines de enero y principios de febrero del 2014, en el momento en que se instalaba en Chile el gobierno de la Nueva Mayoría. Se publicó en el último número de la Revista OSAL (Observatorio critico de América Latina) – CLACSO (Buenos Aires) / N* 35 – mayo 2014 (en línea en: www.clacso.org.ar/institucional/1h3_libro_detalle.php?idioma=&id_libro=875&pageNum_rs_libros=)
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[1] Franck Gaudichaud es doctor en Ciencia política (Universidad Paris 8) y profesor titular en Estudios latinoamericanos en la Universidad de Grenoble – Francia. Es también miembro del colectivo editorial del sitio Rebelion.org, de las revistas ContreTemps y Dissidences, como colaborador de Le Monde Diplomatique (Francia). Últimos libros publicados: 2013 Chili 1970-1973. Mille jours qui ébranlèrent le monde (Rennes: PUR/Institut des Amériques) y (coord.) 2013 Emancipaciones en América latina (Quito: Instituto de Altos Estudios nacionales). Correo: [email protected] .
[2] Agradezco por sus lecturas críticas y comentarios a Rafael Agacino y Rocío Gajardo (FG).
[3] Declaraciones sacadas de: RFI 2013 “Michelle Bachelet, nuevamente electa presidenta” en acceso 19 de enero de 2014.
[4] Consultar la página y comunicaciones en línea del Coloquio internacional que coordinamos con un equipo de jóvenes politólogos de la Universidad de Grenoble – Francia, en septiembre 2013, sobre: “Chile actual. Gobernar y resistir en una sociedad neoliberal”, acceso el 19 de enero 2014.
[5] La Concertación de Partidos por la Democracia se fundó en 1988 como una coalición de diecisiete partidos políticos de derecha, centro y centro-izquierda que se oponían a la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), reagrupa sectores que van del Partido socialista renovado la Democracia-cristina, pasando por pequeñas organizaciones social-demócratas instrumentales como el Partido por la democracia, PPD. Los sucesivos presidentes de la Concertación fueron Patricio Aylwin (1990-1994), Eduardo Frei Ruiz Tagle (1994-2000), Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2006-2010). En 2011 asume el gobierno de derecha de Sebastián Piñera, empresario multimillonario que pretendía formar una “nueva derecha”, más liberal y moderna.
[6] En diversos trabajos el sociólogo Manuel Antonio Garretón ha insistido sobre la existencia de “enclaves autoritarios”, aludiendo a la presencia de elementos “institucionales, ético-simbólicos, actorales y culturales que son propios de un régimen autoritario pero que quedan incrustados en el régimen democrático, dándole el carácter de democracia incompleta” (Garretón M.A. y Garretón R., 2010).
[7] Chile posee la principal reserva de cobre del mundo, hoy en gran parte en manos de concesiones a multinacionales. Entre 2004 y 2010, CODELCO entregó a las FF.AA. cerca de 9.500 millones de dólares para la adquisición o renovación de material bélico, en nombre de “la ley reservada del cobre”, vestigio de un conjunto de leyes de la dictadura.
[8] Utilizamos aquí como definición mínima del concepto de movimiento social, considerado como “poder en movimiento”, la propuesta de Sidney Tarrow: “ Desafíos colectivos planteados por personas que comparten objetivos comunes y solidaridad en una interacción mantenida con las élites, los oponentes y las autoridades” (S. Tarrow, 1994).
[9] Durante las luchas estudiantiles, el declive de la popularidad del Presidente Piñera, traducida en la más baja aprobación para un gobernante desde 1990 (26% en junio de 2011), también afectó a la oposición, contando sólo con un respaldo del 17% y una desaprobación del 46% (Mira, 2011).
[10] El sociólogo Nicolás Fleet (2011) recuerda que “en los términos de Max Weber, quien acuñó el concepto, una crisis de legitimidad plantea una fractura en el esquema de dominación en su conjunto, producida por un grupo social emergente que modifica la identidad de la sociedad a la vez que presiona por mayor participación en la distribución del poder (y a través del poder, del producto económico) y reconocimiento social, conduciendo a la apertura de este esquema, o sea su democratización, o bien a su cierre, es decir exclusión”.
[11] Un “flujo de conflictos” representa una serie de momentos de reivindicaciones colectivas y episodios de interacción conflictuales y protestarías, ligados entre ellos y que el investigador aísla para estudiarlos (Tilly, Tarrow, 2008).
[12] El sociólogo francés escribía: “ Producir una historia de vida, tratar la vida como una historia, es decir como el relato coherente de una secuencia significante y orientada de acontecimientos, es quizás sacrificarla a una ilusión retórica, a una representación común de la existencia que toda una tradición literaria no ha dejado ni cesa de reforzar” (Bourdieu, 1986: 70).
[13] La “carta a los chilenos” de la candidata se inicia así: “Los chilenos podemos decir con orgullo que hemos dado grandes pasos en las últimas décadas. La pobreza ha caído fuertemente, la calidad de vida en el país ha mejorado y los problemas que nos ocupan hoy son los de una clase media cada vez más grande y que exige sus derechos”. Programa de la Alianza por Chile 2013 < programa.evelyn2014.cl/ProgramaPresidencial-Evelyn Matthei .pdf > acceso el 24 de enero de 2014.
[14] M. Bachelet llegó a tener más de 80% de aprobación en las encuestas del año 2009.
[15] Este texto subraya por ejemplo que “una transnacional donó 300 millones de pesos al comando Bachelet y 25 millones al de Matthei”.
[16] La Segunda 2013 (Santiago) 23 de agosto.
[17] Ver: < http://michellebachelet.cl > acceso el 24 de enero de 2014.
[18] E l programa reza: “ Chile debe consolidar su condición de “país puerto” y “país puente” entre las naciones latinoamericanas del Atlántico Sur y el Asia Pacífico, lo que requiere mejorar la interconectividad, aumentar la capacidad de nuestros puertos y perfeccionar nuestros servicios. Chile está en condiciones de desempeñar un rol de vínculo entre las economías de ambas orillas del Pacífico, aprovechando las fuertes relaciones comerciales que tenemos en la región, así como nuestra extensa red de tratados de libre comercio” (página 154) , < http://michellebachelet.cl > acceso el 24 de enero de 2014.
[19] En esta reconfiguración se integraron a la colación también otros colectivos menores: la Izquierda Ciudadana (IC), surgida de la Izquierda Cristiana y que obtiene el ministerio de Bienes nacionales (Víctor Osorio) y el Movimiento Amplio Social (MAS) del exsenador socialista Alejandro Navarro.
[20] Revista Caras 2014 (Santiago) 6 de enero.
[21] Algo más del 10% de los electores de la segunda vuelta marcaron su papeleta de voto con la inscripción «AC» para señalar su adhesión a la perspectiva de una asamblea constituyente: < http://marcatuvoto.cl/ > acceso el 30 de enero de 2013. La Concertación como la Alianza se opusieron siempre a un plebiscito que abriría camino a una constituyente, alegando que es un mecanismo no contemplado en la Constitución… de la dictadura. No obstante, el artículo 5 de la Carta Fundamental de 1980 establece que “la soberanía reside esencialmente en la Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones periódicas”.
[22] La reforma educativa tiene un costo de unos 8.000 millones de dólares según el programa de la Nueva Mayoría, financiado integralmente por la reforma tributaria. El gasto en educación equivalía a 4,3 % del PIB en 2013, muy por debajo del promedio de los países de la OCDE (integrado por Chile), que llega al 5,8 %.
[23] Según la encuestadora CERC (citado por Reuters), cerca del 80 por ciento de los consultados dijo que está de acuerdo con la reforma educacional, un 63 por ciento con el ajuste tributario y un 71 por ciento con una nueva Constitución: < http://lta.reuters.com/article/idLTASIEA0M04O20140123> acceso el 27 de enero de 2014.
[24] Las AFP gestionan el conjunto de la jubilación de los chilenos desde la reformas de la dictadura (Walder, 2013a).
[25] Diario Financiero 2014 (Santiago) 7 de enero.
[26] El subsecretario de Minería que acompañara el ministro era hasta el momento gerente de una empresa minera denunciado por sur prácticas antisindicales… (CIPER, 2013 en < http://ciperchile.cl/2014/01/30/nuevo-subsecretario-de-mineria-es-gerente-de-empresa-que-cumplio-50-dias-en-huelga/ > acceso el 1 de febrero de 2014).
[27] A los inexistentes expedientes de Eyzaguirre en materia educacional, se agregó la nominación como subsecretaria de esa misma cartera a Claudia Peirano, conocida defensora de la enseñanza privada. Bajo la presión y frente a las declaraciones críticas del sindicalismo estudiantil, Peirano finalmente tuvo que renunciar al cargo.
[28] La Tercera 2013 (Santiago) 25 de enero.
[29] Los nueve candidatos que compitieron por llegar a La Moneda fueron: Franco Parisi (Independiente), Marcel Claude (Partido Humanista), Ricardo Israel (Partido Regionalista de los Indepedientes), Marco Enríquez-Ominami (Partido Progresista), Roxana Miranda (Partido Igualdad), Michelle Bachelet (Nueva Mayoría), Evelyn Matthei (Alianza por Chile), Alfredo Sfeir (Partido Ecologista y Verde) y Tomás Jocelyn-Holt (Independiente).
[30] Fuente: Dossier especial Elecciones 2013 del periódico El Mercurio (Santiago), 18 de noviembre y 24 de noviembre de 2013.
[31] El complejo sistema binominal establece que el Tribunal Calificadora de Elecciones proclama como elegidos senadores o diputados a los dos candidatos de una misma lista, cuando uno de ellos alcanza el mayor número de sufragios y la sumatoria de la votación de ambos representa el doble de lo obtenido por la lista que lo sigue en número de votos. Este sistema de “doblajes” permite excluir sistémicamente las “pequeñas” listas y sobre representar las grandes coaliciones. Como lo anota Moulian, de esta manera “el sistema de partidos dejó de ser un sistema con polaridad y se convierte en un sistema de oposiciones consensuales, en cuyos márgenes orbitan con poco éxito partidos más izquierdistas” (Moulian, 2010): es precisamente lo que buscaron las reformas institucionales de la dictadura, mantenidas hasta ahora.
[32] La Nueva Mayoría logra un record de doblajes parlamentarios en 11 distritos y dos circunscripciones senatoriales, es decir elegir a sus dos representantes en cada circunscripción. Este desempeño no se repetía desde 1993 a nivel del parlamento (Ver el análisis de Pablo Cádiz y los mapas en < http://www.latercera.com/noticia/politica/2013/11/674-552430-9-mapa-de-los-doblajes-de-la-nueva-mayoria-en-el-congreso-un-escenario-que-vuelve.shtml > acceso el 29 de enero de 2013) .
[33] El sociólogo Felipe Portales ha demostrado que, con las reformas de 1989 negociadas con Pinochet, la Concertación renunció a ser mayoría y que durante los 20 años de gobierno se negó en hacer uso de ella en el Parlamento, en momentos claves en que hubiese podido comenzar a reformar la institucionalidad espuria heredada de la dictadura (Portales, 2005).
[34] Sobre la crisis de las derechas, se puede consultar las crónicas de Manuel Acuña Aconsejo en el sitio Rebelion.org: acceso el 30 de enero de 2014.
[35] El Mostrador 2014 (Santiago) en < http://www.elmostrador.cl/opinion/2014/01/01/la-victoria-de-la-nueva-mayoria-como-triunfo-de-la-elite/ > acceso el 30 de enero de 2014.
[36] Con la inscripción automática se amplió de ocho a más de trece millones de personas el padrón electoral.
[37] Luego de más de 15 años de dictadura militar, el 96,6% de las personas en edad de votar se inscribió en los registros electorales y, de ellas, el 89,1% acudió a las urnas para pronunciarse: el “no” a Pinochet terminando por imponerse con el el 55,99% del total de los votos válidamente emitidos (el Sí obtuvo 44,01%) .
[38] En Santiago, por ejemplo, si la abstención para las presidenciales en el barrio pudiente de Vitacura fue de 39%, en las comunas más pobres se elevó a un promedio de 60% ( Punto Final 2013 (Santiago) Nº 796, 20 de diciembre).
[39] La mayoría de los centros de sondeos anunciaron durante meses la victoria en primera vuelta de Bachelet, el Centro de estudios públicos (CEP) otorgando a penas 14% de intención de votos a Matthei…
[40] Para revisar parte de los resultados oficiales, consultar el sitio web del Servicio Electoral (SERVEL): < www.eleccionservel.cl > acceso el 30 de enero de 2014.
[41] Radio Universidad de Chile 2013 (Santiago) en < http://radio.uchile.cl/2013/11/17/eloisa-gonzalez-para-los-movimientos-sociales-las-elecciones-no-son-efectivas > acceso el 31 de enero de 2014.
[42] El espacio de los movimientos sociales es « un ámbito de prácticas y de sentidos relativamente autónomo en el mundo social », dotado de lógicas, referencias, practicas propias y en las cuales las diferentes organizaciones protestarías, agentes y causas “son unidas por relaciones, de intensidad y naturaleza variables” (Mathieu, 2012).
[43] Este movimiento logró reagrupar también algunas pequeñas orgánicas dispersas de la izquierda radical (“Rodriguistas”, corrientes trotskytas o libertarias, disidentes del PC), como alguna fuerza sindical, por ejemplo la confederación bancaria dirigida por el sindicalista Luis Mesina.
[44] Otra opción electoral fue la de Alfredo Sfeir Younis con temáticas ecologistas liberales y espirituales “new age” y que obtuvo el 2.35% de los votos.
[45] Organizaciones estudiantiles, como varios sindicatos y federaciones de trabajadores, han anunciado marchas y acciones a partir de marzo 2014, cuando asuma la presidenta Bachelet.
[46] El Mercurio 2013 (Santiago) 19 de noviembre.
[47] Sobre la noción gramsciana de “revolución pasiva” aplicada a la América Latina actual, ver: Modenesi, 2012 .
[48] En 2008 y 2009, 22% de la fuerza de trabajo estuvo involucrada en algún paro, en contraste con un 1%, 4,9% y 7,1% en 2005, 2006 y 2007, respectivamente.