Ayer domingo 22 de septiembre, la agrupación de rock pesado Metallica planteó un insólito interludio durante su segunda presentación en tierras mexicanas. Ya de todos es sabido: se dieron a la tarea de ejecutar “La Chona”, pieza que… pues no estaba contemplada en el setlist oficial.
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Este singular momento creó inmediatas ondas de choque entre fans y no fans de la agrupación de la banda thrasher más famosa de Los Ángeles. Resalta el contraste entre la impresión que la ‘puntada’ generó entre asistentes jóvenes al evento y los otros asistentes (todos menos jóvenes) que conocieron la propuesta de Metallica varios años antes del lanzamiento del “Black Album” (que fue, por cierto, el quinto de su discografía, pero el último que compraron muchos de quienes habían sido sus más fieles acólitos).
Y sí, alguna vez Metallica fue un grupo ‘de nicho’: el nicho de los fanáticos del metal extremo que consideraban un insulto que alguien del gremio, una vez inducido a los estridentes misterios de Metallica y más allá, de pronto se atreviera a llegar a la preparatoria con un casete de Bon Jovi en el Walkman. Porque los metalheads eran bastante, bastante fundamentalistas en cuanto a la música que consumían, al grado que muchas veces su círculo de amistades lo trazaban únicamente a partir de la gente que escuchaba “de Metallica pa’ arriba”. Hay que decirlo: los subgéneros del nicho musical más estridente e incomprendido de todos los tiempos son como un vasto sistema de cavernas para el que Metallica es apenas “la entradita”.
Para los metalheads, pues, la interpretación de “La Chona” en medio de un concierto de Metallica fue un incidente medio sobrenatural y medio traumático. Miren nada más cómo aún no habían recorrido la mitad del camino de vuelta del auditorio GNP a sus hogares, cuando sus muros de Facebook súbitamente se habían vuelto muros de lamentaciones. ¡Por cuatro minutos de un concierto que duró más de dos horas!
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Porque vamos, aunque muchos de estos metaleros de la Generación X ya tienen hijos en la universidad, en lo tocante a obsesiones musicales, muchos de ellos siguen escuchando lo mismo que en los años ochenta del siglo pasado. Siguen teniendo 16, 17 años en la parte de su mente que procesa estímulos musicales. Excepto, por supuesto, cuando hablan de Peso Pluma o de cualquier intérprete de reggaetón, en cuyo caso pasan del cumpleaños 17 al 90, dándose golpes de pecho por “la música degenerada que escucha la juventud de ahora”. ¿Dónde quedó el “Seek and destroy”, el “Am I evil?”, pues? ¿Qué canción llevaba en el estéreo del coche el psicópata ese de Chris Watts antes de mandar al otro mundo a su familia entera? ¿No era acaso «Battery«? Toda forma musical, toda forma de arte, despliega sus bellezas y también sus horrores.
Mientras tanto, la juventud mexicana en el concierto de Metallica se lo pasa bien, agradece el buen gusto de que un grupo estadounidense de rock rinda tributo a México interpretando una de sus melodías más populares -incluso a nivel internacional-, y contemplan con cierta extrañeza los rostros de aquellos señores que bajaron la vista durante la interpretación de aquel clásico de los Tucanes de Tijuana, como buscando un arenal para enterrarla.
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Y si tan sólo aquellos Metalheads se hubieran dado la oportunidad de analizar al personaje de la Chona, tal como aparece referido en la canción de Los Tucanes de Tijuana, entenderían que Metallica ya se parece más a la Chona que a esa vieja versión de Metallica con que a mediados de los ochenta los muchachos y muchachas más malosos de la Generación X hicieron un tótem de exclusividad extravagante. Metallica ha pasado a ser un espectáculo Clasificación A.
Porque versa la canción: “Y la chona se mueve, al ritmo que le toquen. Ella baila de todo, nunca pierde su trote”.
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