Por Florencia Lagos Neumann
A Israel no le basta con aniquilar al pueblo palestino, sino que también ataca el Líbano en su ambición por controlar Medio Oriente y sus recursos naturales.
Es más que evidente: la Organización de Naciones Unidas no cuenta con las herramientas suficientes para detener la barbarie.
Y es que, como expresó el canciller de Rusia, Serguéi Lavrov: “Alguien desea fervientemente una gran guerra en Oriente Próximo”.
Ese “alguien” es EE.UU. y su maquinaria de guerra, su industria armamentística, que necesita sostener conflictos en diversos continentes para alimentar su economía.
Es un hecho, detrás del enclave sionista de Israel está el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados europeos de la OTAN.
Considerando lo anterior, Lavrov señaló: «Me gustaría hacer una petición especial a los EE.UU. La elección es suya: seguir bloqueando el trabajo del Consejo de Seguridad de la ONU o ponerse del lado de la paz, del lado de la comunidad internacional, y exigir el fin de la guerra«.
Lo anterior es un hecho difícil de concretar mientras sigamos rigiéndonos por un orden internacional dominado por potencias que no respetan las leyes y se guían por sus intereses económicos, aunque estos signifiquen aniquilar otros Estados.
¿Cuál es la alternativa entonces?
Parece que el camino hacia la paz cada vez está más lejos de los organismos internacionales tradicionales y sí más cerca de nuevos conglomerados como los BRICS, CELAC, ALBA-TCP y diversas fuerzas alternativas que buscan soluciones pacíficas ante problemas globales que podrían acabar con la especie humana.
Un ejemplo de lo anterior es la propuesta que realizó Brasil y China ante el conflicto de Ucrania. Una salida pacífica, negociada en igualdad de condiciones con Rusia. Lamentablemente esto no es del agrado de quienes quieren sostener la guerra a toda costa con tal de alimentar a las grandes corporaciones armamentísticas.
Las verdaderas dueñas del mundo son las transnacionales. Este es el gran problema de fondo.
Como advirtió tempranamente en la ONU el presidente de Chile, Salvador Allende: “Estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones transnacionales y los Estados. Estos aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales políticas, económicas y militares por organizaciones globales que no dependen de ningún Estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún Parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo”.
En síntesis, es toda la estructura política del mundo la que está siendo aniquilada: “Los mercaderes no tienen patria. El lugar donde actúan no constituye un vínculo. Sólo les interesa la ganancia”, sentenció Thomas Jefferson, presidente de Estados Unidos.
Ante el inminente peligro que esto significa -el fin de nuestra especie humana- los países desarrollados no están más seguros que los subdesarrollados. Enfrentamos un enemigo común: El imperialismo, fase superior del capitalismo salvaje.
Ante este escenario, deberíamos tratar de fortalecer el surgimiento de un nuevo orden mundial multipolar, más justo y respetuoso de la Carta de Naciones Unidas, una arquitectura financiera distinta que no dependa del dólar y promueva el intercambio entre monedas locales.
Que las grandes potencias ayuden a los países en desarrollo y dejen de verlos como meras fuentes de materias primas. Construir entre todos los actores internacionales la preciosa paz.
Ese debería ser el punto de referencia para avanzar y evitar más derramamiento de sangre, pobreza, hambre y destrucción de nuestro planeta.
El líder de Palestina, Mahmud Ridha Abás, fue categórico en expresar que la única forma real de detener el genocidio en Medio Oriente es terminar con la entrega de armas a Israel.
Como denunció Salvador Allende en la ONU: “La acción internacional tiene que estar dirigida a servir al hombre que no goza de privilegios, sino que sufre y labora…”
Por Florencia Lagos Neumann
Máster en Historia Contemporánea y Relaciones Internacionales de la Universidad de La Habana.
X: @FlorenciaLagosN
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