Soy de aquellos a quienes López Obrador no decepcionó, pero quizás porque nunca esperé demasiado. Jamás imaginé que fuera capaz de liberarnos de las inercias de corrupción y simulación que se acumularon, solidificaron y sedimentaron durante varias décadas. Mucho menos abrigué el sueño de que su izquierda pudiera ser tan consecuente, radical y atrevida como las de Cárdenas, Fidel, Allende o incluso Chávez. El proyecto de López Obrador era diferente, las circunstancias eran otras, el margen de maniobra era muy limitado y había un cálculo de riesgos del que tal vez nos hayamos beneficiado todos en México, incluso los más vulnerables, quizás especialmente ellos.
El gobierno de López Obrador no fue lo que no podía ser, lo que no pretendía ser, lo que no intentaba ser. No fue socialista, sino capitalista, liberal e incluso en parte neoliberal, pero tuvo el mérito de no ser tan sólo eso que parecía estar condenado a ser. Fue algo más y mejor que eso. Fue algo desafiante y contradictorio consigo mismo.
Tal vez no sea exagerado afirmar que el gobierno de Lopez Obrador siempre nos hizo ganar algo a cambio de sus concesiones. Aunque manteniéndonos vergonzosamente subordinados a la política migratoria y comercial estadounidense, nos permitió recobrar cierta soberanía y dignidad en relación con Estados Unidos y otras naciones como Bolivia, España, Ucrania, Israel, Ecuador y Argentina. Detuvo sin revertir el despojo de nuestra industria energética. Nacionalizó nuestro litio para consolarnos del saqueo de nuestros otros minerales. Obligó a pagar impuestos al menos a una parte de la oligarquía. Elevó el salario mínimo y el poder adquisitivo de aquellos que no dejaron por ello de ser explotados. Atenuó la pobreza de los que siguieron siendo los más pobres. Pidió perdón y exigió que se pidiera perdón a los pueblos originarios a los que no se dejó de violentar, marginar y empobrecer. Admitió sin aclarar lo que ocurrió con los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Reconoció y evitó matanzas como las antes perpetradas por el mismo Ejército al que recompensó con poder e impunidad.
Las contradicciones del gobierno de López Obrador fueron las de una voluntad entrampada en la estructura y debatiéndose contra ella. Quizás esta voluntad fuera directamente impotente ante lo real de la estructura, pero supo incidir en ella indirectamente, de modo simbólico, a través de gestos puntuales. Uno fue el de exponer públicamente la degradación de los poderes económicos, políticos y mediáticos. Otro fue el de reducir los salarios de los altos funcionarios y acabar con el despilfarro de la cúpula gubernamental, deshaciéndose de la residencia oficial de Los Pinos, del avión presidencial y de las pensiones para expresidentes. Quizás todo esto no cambiara la existencia, pero sí la conciencia de muchos mexicanos.
El gobierno de López Obrador contribuyó a que la sociedad se repolitizara y reconociera su carácter polarizado. Le reveló su verdad estructural en la división de clases. La revelación podría tener efectos imprevisibles en el futuro.
No es por error que un amplio sector de la élite aborrece a López Obrador. Lo aborrece porque afectó sus intereses. Es por lo mismo que lo acusa de comunista. Desde luego que no hay aquí ningún comunismo, pero sí tal vez algo por lo cual el gobierno de López Obrador tendría que revalorizarse ante aquellos que nos consideramos comunistas.
¿O acaso nos elevaremos hasta el punto de menospreciar la política real desde la altura de nuestras convicciones ideales? ¿Gozaremos de un lujo como el de mostrarnos indiferentes ante los millones que salieron de la pobreza en los últimos años? ¿Nos arrogaremos el privilegio de minimizar y desdeñar el torrente de ayudas económicas para estudiantes, madres y ancianos?
¿Repudiaremos a los de abajo al repudiar a quien ha logrado tal comunión con ellos? Despreciando a quien tanto aprecian, ¿los despreciaremos aún más a ellos por suponer que lo aprecian porque se dejan engañar, manipular y sobornar por él? ¿Llegaremos hasta el extremo de pensar que el pueblo es tan ingenuo y estúpido?
No es por ingenuidad o estupidez que las masas populares han respaldado a López Obrador. Si respetamos a estas masas, deberíamos intentar al menos comprenderlas. Si no lo conseguimos, no será su problema, sino el nuestro.
Por David Pavón-Cuéllar
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