Déjame que te cuente, incrédulo amigo, el milagro y prodigio nacido en la buena tierra del Perú. Que allí hace algunos años tuvo lugar el surgimiento de una galantería como ninguna. Y ese acontecer maravillado se llama Chabuca Granda. Simplemente la Flor de La Canela. Trovadora, cantante, dama y señora que puso en su mano grácil el sol de los incas, el sonido moreno, el baile de la elegancia y el donaire de su verso perfumado en todas las veredas por donde anduvo. Siempre cantando a su amada tierra limeña. Teñía con sus mixturas el mundo con su andar andar de risas y ensueños desparramados al viento fragante del puente y la alameda.
En su melodía morena ensalzaba la alegría de la vida con una bandera de palomas y cuculinas risueñas, hacía germinar las flores del arrebol de la aurora, de la fraternidad de la América mestiza, piel de oliva y azabache, florecía en su alma el dulce canto de la poesía pura; se empinaban a su paso las arboledas de todas las primaveras, y surgían sobre sus hombros los himnos de las guirnaldas alumbrando las alamedas de todas las tierras y pueblos.
Chabuca, capturaba en su voz una epopeya, la epopeya cruda de nuestra raza; jamás una triquiñuela, nunca una ira, siempre la luz del entendimiento vidente le apreciaba y le seguía como el rastro de un largo jardín invisible. Madre peruana y madre latina, señora del garbo y la dulzura; Chabuca; lírica, sencilla elegancia tantas veces arrebatándole el donaire a la polvareda de estrellas, así te hiciste maestra del universo azul de una simple quimera.
Chabuca Granda será siempre inmensa. El hada de todas las danzas bebía en sus ojos su más alta sinceridad. Trovadora incansable, supo encontrar el duende de las cosas preciosas en todos; en el caballo de paso, en un vals, en la poesía precoz del niño poeta Javier Heraud, quien muere asesinado en el clarear de sus apenas 21 años, en las castañuelas de cucharas de Cairo Soto, su sempiterno nene grande y hechizo diestro del cajón peruano, en la jarana memorable con Pitití, Felix o el maestro Raúl García, vio la luz del hombre en el guitarrero moreno y sin par, y en el rico criador de caballos, y supo antes que otros que el fusil del poeta es una rosa, un jazmín o una chirimoya en flor. Cantó sus trovas blancas tanto al combativo Puño de Oro, al Bello Durmiente que habita en Lima, a don Zeñó Manué como al Caballero de Fina Estampa, sin complejos.
Se instauró en la Argentina en 1982, entre la guerra y la tiranía, para refrescar con la liturgia de sus acordes y un bálsamo de su folclor a la esperanza y el porvenir, para cantarle a la paz y denostar la agresión de los titanes mientras suspiraba sonrisas y le atragantaba una pena salobre de mar antártico. Y luego enjugaba la ceniza tristeza con las cadencias y rimas de Landó Landó o las coplas del mulato santo peruano, don Fray Martín de Porres, patrono de los barrenderos y caricia de los oprimidos, oleo ancestral de los innombrados y no atendidos.
Chabuca, con su eterna sonrisa de rocío y mirar de miel clara, al andar andar sus ojos hacen guiños desde todas las albercas, su danza de bailaora aparece en todos los espejos, en todos los estanques de nenúfares, siempre al lado de los monumentos al espíritu humano, sus pupilas brillan como enjambres multitudinarios de mariposas iridisadas por dondequiera vaya y siga yendo.
A su paso las avenidas siempre se abren en arboledas y acuarelas de flores, de magnolias ribeteadas de amancay, de pájaros instantáneos posados en los cobaltos de las jacarandás. Y cuando olía su fragancia azul las canciones nacían como suspiros de flora y rocío de amanecer. Con ella la música se hizo magnifico firmamento, con ella las palabras se hilvanaban en canto, trova, versos; la pureza y la elegancia se asentaban en ella como una aureola arrebatada de alguna rebelde divinidad para danzar un vals, una marinera o una zamacueca inolvidable.
Chabuca, madrina del viento y de las lunas, ahora que ya eres patria de todos los pueblos, nuestro abrazo. Santa república, estandarte de los versos. Copa del canto señorial que abrillantan tu paso distinguido, tu eterno andar andando y tu andar andante de hadas y arlequines, amanecer de los mejores timbres morenos y de las proverbiales guitarras limeñas, hechicera benigna de todas las fábulas donde juegan silbando los caudales de pájaros en las copas de los árboles.
No importa cuando se haya ido, Chabuca, Chabuca Granda, con su alma de primaveras y cantares luminosos, si ella aún baila y nos canta en la esquina señorial de un firmamento malva y canela, como antaño lo hacía yendo alta y siempre soñadora, siempre sonriente desde aquel viejo puente y la alameda