Hace 20 años un hombre negro era asesinado, su sangre regada por las calles de Oakland no resultaba novedad para los miembros de la comunidad. Se había hecho tan usual los ajustes de cuentas, la venganza por drogas, la violencia entre hermanos. ¿Pero qué había detrás de esa bala que acabó con su vida? ¿Cuál era su trágico significado? No era simplemente un muerto más, era la simbolización de la derrota de los sueños. Esos mismos que se atragantaron en las porfías de la historia controlada por los poderosos. Ellos se sobaban las manos, al fin lo habían conseguido, no sólo acabar con la revolución, sino que también con su mito, y la encarnación de este. Aquel hombre se llamaba Huey Newton.
El mismo que fue declarado un “peligro para la seguridad nacional de EEUU”, el mismo que fundó uno de los más importantes grupos revolucionarios de la oleada que azotó al mundo en los años 60, el Partido Pantera Negra. Heredero del pensamiento de Malcolm X, el partido se transformó en una organización que fue capaz de hacer una política creativa, no ya desde los principios no violentos defendidos por Martin Luther King Jr., sino que desde la perspectiva de la autodefensa como derecho legítimo de una comunidad para resguardar su seguridad y garantizar su pleno desarrollo como hombres y mujeres libres. Las panteras entendían que la no violencia había muerto con el Dr. King. No había nada que esperar de la sociedad racista norteamericana. La realidad era muy cruda como para no verla, los abusos, la represión, la violencia policial por el sólo hecho de ser negros, la respuesta ya no podía ser más la sumisión.
Sorprendente las panteras se constituyeron como un grupo armado ¡dentro de la legalidad! Utilizando ese “sagrado” derecho constitucional a portar armas (propio de la enferma sociedad norteamericana), enfrentaron a los policías que una y otra vez asechaban las comunidades. Con las panteras, el deleite de golpear negros sólo por el hecho de serlo no sería el mismo, desde entonces un policía lo pensaría dos veces, sino su vida estaría en riesgo. Así la primera intervención pública del grupo fue para proteger a un hermano de una brutal paliza. De repente, los policías agresores observaron atónitos cómo se acercaban unos muchachos, vestidos en cuero, una boina, y un ¡fusil en los brazos!; preguntaron atemorizados “¿Esas armas están cargadas?”, ante lo cual Huey respondió “¡Eso no te importa cerdo racista!”. La dignidad desde entonces jamás volvería a ser pisoteada tan fácil, eran las panteras que entraban en la escena de la historia.
Pero no sólo fueron un grupo de autodefensa, buscaron mucho más allá. Plantearon la opresión de los negros en relación con el sistema capitalista, como resultado de éste; el racismo no podía ser un fenómeno aislado, tenía que ser comprendido desde el comienzo por la transformación del hombre en mercancía, en paria, en su negación de tal. Por ello miraron hacia el marxismo, hacia las revoluciones que estaban en curso, muy en particular la cubana, que había logrado lo tan anhelado por los negros, rebelarse. Las panteras pudieron ver finalmente a los negros como lo que son, un caso particular de colonialismo; fueron pues un grupo político revolucionario del tercer mundo, incrustado en la realidad del primero. Nutriéndose de Fanon y Mao, sin ser calco y copia, sino expresión concreta y real de la situación que les tocó vivir. ¿Cómo explicar sino el concepto de black power? Las panteras fueron las madres intelectuales de aquél, entendiéndolo como la autogestión y el autogobierno de la comunidad. Y no sólo eso, fueron capaces de llevarlo a la práctica. El ejemplo más patente de ello, los desayunos infantiles, que mucho esfuerzo y sacrificio significaron a sus militantes, los cuales muchas veces tenían que dejar de desayunar por favorecer a un niño pobre. La calidad moral de una pantera se transformaba en algo admirable, el hombre nuevo podía, aunque fuese un poquito, verse caminar por la calles de los ghettos norteamericanos.
No obstante el enemigo era gigante, nada menos que ¡el imperio más grande de la historia!, que vio en las panteras una amenaza que tenía que ser abortada cuanto antes. Para ello el FBI desarrolló un especial plan de inteligencia, Cointelpro (que también fue usado contra independentistas puertorriqueños), que tuvo por objeto acabar con las panteras, y no sólo eso, sino que también enfermar de crisis terminal las comunidades negras -el caldo de cultivo de nuevos rebeldes no se podía permitir. Para lo primero se usaron técnicas de represión, montajes judiciales, presos políticos que se hacían pasar por “comunes”, y, sobretodo, la división del partido en base a la infiltración, y al agitamiento interno usando informaciones falsas, que terminarían por quebrar a las panteras en mil pedazos. Lo segundo consistió en el internamiento del negocio del narcotráfico a escala gigantesca en las comunidades negras; era necesario disciplinarlas al costo que fuera, y si implicaba la muerte en vida de ellas no importaba pues eso no iba en contra de la “seguridad nacional”, sino que, al contrario, la protegía.
La vida de Huey fue pues la historia de las panteras y de sus hermanos negros de las comunidades. De rebelde y organizador, de haber pasado por las cárceles del imperio, y deleitar el sabor de la libertad, pasó (luego de su exilio en Cuba) a ser uno más del ghetto, pero aquel ya no era el mismo, ya no habían desayunos infantiles, ya no había autodefensa. El black power se veía lejano o lo que es peor, se había olvidado. Los gángsters, los dealers, y la droga se apoderaron de las comunidades, las mismas que en Oakland habían visto nacer la esperanza de las panteras, vieron caer al hombre que otrora se había convertido en su encarnación más genuina. Todo por un poco de crack que había robado. Una vez muerto no tuvo más consuelo que una rosa con el mensaje “A Huey, por los primeros años”.
por Juan Pablo Carrillo Ramos