Hace algunos días paseaba por el Parque Bustamante buscando alguna excusa para romper la hegemonía habitual de la semana. Cuando la rutina se disfraza de amo, es difícil no sentirse encadenado a los pensamientos que rondan sobre cada una de las posibles acciones a seguir para cumplir con los compromisos y responsabilidades que imperan bajo este sistema actual de vida. Llegar a la hora, estudiar, visitar a alguien, tomar la micro, caminar, ir a clases, trabajar, reportear, revisar la internet, ver la televisión, comprar lo que sea y, si queda algo de tiempo (que afortunadamente siempre lo hay), leer, fumar y reír.
En nuestras cabezas se crea un esquema de funcionamiento para cada una de estas situaciones, como un piloto automático que se ha ido entrenando inconscientemente desde que se nace, precisamente porque se utiliza todos los días. Ya por haber sido concebidos en este país, cargamos, en cierta medida, con una estampa ideológica, y si a eso le sumamos la crianza de nuestros padres, las ideas de los amigos, el encierro de la ciudad, el juicio de la sociedad, la sucia publicidad, el régimen de los medios, la dictadura escolar y el circo universitario (omitiendo muchas más) se compone, sin quererlo, la savia de nuestras decisiones y a la vez de nuestra ignorancia. ¿Vivimos libres por el camino o vivimos esclavizados al camino? Probablemente pocos se han preguntado, ¿qué de todo lo que piensan, dicen y hacen proviene realmente de ellos?. Quien no se lo ha cuestionado pasa a formar parte de lista de personas “unineuronales” que con los ojos cerrados cree y sigue al monito mayor.
En este punto, existe una diferencia con nuestros ancestros. Antes, la esclavitud era forzada y explicita físicamente. Las personas pasaban a ser propiedad de otra. Desde la Edad Antigua en Egipto donde la principal fuerza de trabajo fue la mano de obra esclava, debiendo mencionar al faraón Ramsés II, obsesionado con la construcción de templos y palacios, que mandó a cientos de esclavos a construir lo que sería su tumba, en Tebas, demorándose más de 10 años, hasta Grecia donde el mismo Aristóteles justificó la esclavitud como algo natural e imprescindible para lograr lo necesario. En el libro “Política I: De la Esclavitud”, el filosofo se refiere a que la familia en su forma perfecta se debe componer de esclavos y hombres libres. Asegura también, que hay personas que nacieron para mandar y otras para ser mandadas. Aún no ha errado en su pensamiento –el sistema de vida actual lo demuestra- aunque si él hubiese formado parte de los 10 millones de esclavos blancos que circularon por Zanzibar, principal puerto de comercio de esclavos en África Oriental, entre los siglos XV y XIX, o de los posibles 12 millones de africanos que fueron traídos a América, yo creo que hubiese escrito un segundo libro dando vuelta todo.
En Sudamérica, la primera manifestación anti-esclavitud fue en 1811, cuando el congresista chileno Manuel de Salas impulsó la Libertad de Vientre, principio elemental que otorgó la libertad a los hijos nacidos de esclavas. Luego le siguió Argentina en 1813, Colombia y Perú en 1921, Uruguay en 1825. De Cuba, Puerto Rico y Brasil nadie se acordó. Eran los países con mayor cantidad de esclavos así que recién pudieron gozar de dicho privilegio cuando se abolió la esclavitud en los tres países en 1886 y 1888 respectivamente. No fue hasta la constitución de 1823, que en Chile, se terminó con esa brutal e inmoral práctica.
“En Chile no hay esclavos: el que pise su territorio por un día natural será libre”. De todas formas este principio miente porque en Chile nadie está libre. Cada vez nacen más esclavos de la televisión, de las calles, de los diarios, de los bancos, de las casas comerciales, de las universidades, de los colegios, de las empresas, de facebook, de twitter, de McDonald, de Jumbo, del cigarro, del alcohol, de las religiones y de farsantes que controlan las desinformadas mentes de cada uno de nosotros (nuevamente omití muchas) haciéndonos creer que si no hacemos lo que ellos dicen, de la forma que ellos quieren, no seremos absolutamente nadie y probablemente vaguemos en los campos de la ebriedad y el desorden.
Tienes que estudiar y sacarte buenas notas, tienes que trabajar la mayor cantidad de años donde sea porque ahora todo está copado, tienes que casarte, tener una familia, conseguir una casa, un auto, tener vacaciones, asados dominicales, ir a misa, envejecer y jubilar con el vuelto de tu sacrificio para enfermarte producto de toda la contaminación en la que has vivido, para terminar muriendo y desde el cielo ver como se repite la misma historia generación tras generación. Condenado a ser esclavo de una rutina que un día se impuso para ti.
Me preguntó si todos realmente se cuestionaran esto. Me imagino que muchos no tienen tiempo o simplemente no lo han pensado. ¿Qué hacer entonces? ¿Somos capaces de abandonar el tren del desarrollo seguro para quedarnos en la estación que deseemos sin preocuparnos por continuar como pieza del ludo creado por quienes hoy rigen el orden económico y político del mundo? Ahí es donde la esclavitud se mantiene y pasa a limitar la posibilidad de las personas que viven pensando en su libertad, aferrados a ella, creyendo por momentos que lo son porque las rejas de su prisión son invisibles, pero son más vulnerables porque creen que más cerca están. De la forma en que la ilusión nos distrae, los poderes nos manipulan. Por eso es que no existe la culpa. Nadie lo sabe hasta que se lo pregunta.
Dejemos el prejuicio, dejemos de hablar por hablar, de creer por creer, de confiar por confiar, de seguir y no ver, de pensar sin parar, de no disfrutar trabajando, de opinar para influenciar, de aparentar por hacer creer, de ser inconsecuentes, de hacer lo que queremos y no lo que debemos, de seguir la rutina, de no cuestionar nada y de a veces cuestionarlo todo. Porque somos nosotros quienes elegimos y decidimos. La libertad llegara cuando aprendas a vivir sin ella.
Bob Marley no lo pudo haber expresado mejor en la última canción que grabó junto a The Wailers antes de su muerte el 11 de mayo de 1981. Bob la escribió cuando ya se encontraba con depresión a causa del cáncer que terminó con la historia de uno de los mensajeros de paz y amor más importantes de la humanidad. La letra de la canción “Redemption Song” (Canción de la redención, libertad, o trascendencia) fue sobre la base de un discurso del sindicalista y periodista jamaiquino Marcus Garvey, primer héroe nacional que luchó por la igualdad y los derechos de su país y de la población afroamericana. “Emancipate yourselves from mental slavery. None but ourselves can free our minds” Emancípense de la esclavitud mental. Nadie, excepto nosotros, puede liberar nuestras mentes. Garvey además le agregó: “El pensar es nuestra única regla. El hombre que no es capaz de utilizar su pensamiento se ve obligado a ser esclavo de otro hombre que usa su pensamiento”. Allá debe ir la revolución del futuro, donde solo esta permitida la esclavitud hacia tus sentimientos.