Autor de Maradona, rebelde con causa (8 ediciones en distintos países), El negocio del fútbol y El deporte de informar. Colaborador de FIFA Magazine, Kicker, Don Balon, etc. En 1996, primer premio nacional de Periodismo y Salud del Laboratorio Merck, Sharpe&Dohme, Sergio Levinsky es uno de los periodistas más críticos del fútbol.
Conocí a Sergio en París. Era una velada en la Casa de Argentina. Lugar donde hace algunos años morara, otro amante del fútbol, Julio Cortázar. Asistí por invitación de un amigo a la conferencia de Sergio, que versaría sobre el “pelusa”, Diego Armando Maradona. En un principio imaginé que sería otra charla sobre la cuasi divinidad del diez u otras anécdotas de cantina (que si Diego tiene sobrepeso, que si ya declaró contra Bush, que si invitó a Pelé a su programa, etc.). Sin embargo, no pasaron los primeros minutos cuando noté que la lectura que hacía Sergio sobre el affaire Maradona no sólo era la de un amante crítico al fútbol sino la de un utopista que busca rescatar el núcleo subversivo del deporte.
Posteriormente, coincidimos en actividades académicas, organizadas por los sociólogos Fernando Segura Trejo y Flávio Munhoz Sofiati, en la EHESS y en la Casa de Brasil, respectivamente. La erudición de Sergio en materia futbolística me incitó a mantener una especie de “diálogo inquisidor” sobre un fenómeno que ha sido mercantilizado por el sistema capitalista.
La siguiente entrevista es fruto de un intercambio que tuvimos sobre algunas aristas del fenómeno social que es el fútbol:
El poder de convocatoria, así como por la euforia que produce, ha hecho que intelectuales y académicos equiparen el fútbol al fenómeno del fundamentalismo religioso. No sólo por la cantidad de dinero que está en juego (comparemos la entrada a un estadio con el precio de un boleto para ver la Capilla Sixtina o las playeras oficiales de los representativos nacionales con los CD’s, estampas religiosas y productos de consumo que encuentras en las Iglesias), sino por la violencia que desencadena. Opio para el pueblo, distractor político, causa de segregación social. ¿Qué relación encuentras entre la dinámica del fútbol y su mercantilización?
Efectivamente, el fútbol, en esta última etapa que atraviesa, de super-profesionalismo, se ha convertido en una industria sensacional, y al mismo tiempo, en una maquinaria infernal que va subsumiendo todo porque va adquiriendo un status cuasi-religioso. No hay dudas de que la crisis de valores y de creencias genera que el fútbol, a partir de la representatividad que da una camiseta, un club de pertenencia, genera una adhesión muy particular. Los estadios pueden compararse con templos modernos. Hasta la forma de levantar una copa cuando se gana se asemeja mucho a la liturgia religiosa.
Y el hecho de que en el fútbol cada semana (y diría que ahora cada dos o tres días, por la necesidad creciente de partidos) se vuelva a jugar, y que los jugadores sean jóvenes y reales, genera una estrechez con el protagonista muy particular.
Creo que el fútbol ha pasado de ser un distractor a imponer directamente un modo de vida, tanto, que en muchos países, especialmente los latinoamericanos, tienen en el fútbol una agenda diaria.
Mi país, Argentina, utiliza el fútbol como eje de la acción desde lo cultural. Entonces, “patear la pelota afuera” es tratar de no conversar sobre determinado tema, “dejar la pelota picando en la línea” es facilitar una respuesta al interlocutor, o “dejarlo en offside” es poner en evidencia a alguien. O en muchos países, especialmente en América Latina o en África o Asia, durante los Mundiales se suspenden los exámenes en la universidad, o baja profundamente la asistencia a todos los espectáculos y casi no funciona el transporte público y hasta hay asueto laboral.
Luego, el fútbol tiene otro componente que es el “aspiracional”: con todo lo que fue representando socialmente, para muchos países se convierte en el mayor mecanismo de ascenso social. Pocas manifestaciones como el fútbol permiten a tanta gente “salvarse” en un sistema injusto, y pasar, tal vez, a convertirse en millonaria por el sólo hecho de tener buenas dotes de jugar bien a la pelota y hasta convertirse, el día de mañana, en alguien representativo para el propio pueblo y tal vez en alguien con reconocimiento público en el mundo entero gracias a la difusión desde los medios de comunicación masivos. Sin dudas el momento de mayor crecimiento del fenómeno comienza con el matrimonio entre el fútbol y la TV.
Paradójicamente, tenemos pensadores como Eduardo Galeano, Manuel Vázquez Montalbán, Albert Camus, Pier Paolo Pasolini o Roberto Fontanarrosa, entre otros, que reivindican no solamente la parte estética del fútbol sino su faz subversiva. Estoy pensando en los primeros sindicatos formados en Argentina. ¿Cuál fue la relación de algunos clubs en la época de la dictadura en tu país?
Lamentablemente, y como en todos los otros órdenes, la dictadura militar en la Argentina (me refiero especialmente a la última porque hemos tenido una por década desde 1930 hasta 1983) también se valió del fútbol para desviar la atención de la masacre que estaba perpetuando. Sucedió por un lado, que Argentina ya tenía otorgado desde antes del golpe de estado de 1976 la organización del Mundial de 1978 y entonces era fundamental tomar el control de la organización de este torneo para tratar de mostrar al mundo una cara falsa de felicidad del pueblo ante un éxito deportivo, que sumado a poseer el monopolio de los medios de comunicación, y la censura a la prensa extranjera, no fue difícil de implementar.
Y para poder tener control sobre esto, fue necesario también tener el absoluto control del fútbol como símbolo y como negocio por lo que la dictadura tomó inmediatamente a la Federación Argentina (AFA), imponiendo el modelo a los dirigentes, que como por lo general ya conocían de antes los mecanismos de corrupción, se sumaron sin problemas a la situación. Por ejemplo, son conocidos los vínculos del hombre fuerte del fútbol de ese tiempo, el contraalmirante Carlos Lacoste, con River Plate, o del general Guillermo Suárez Mason (procesado por delitos de lesa humanidad) con Argentinos Juniors.
Max Weber señalaba que los líderes (religiosos, sociales, etc.) cumplían una función profética, es decir, a través del carisma producían movimientos o rupturas en el sistema. En este sentido, cómo observas la relación entre caudillismo deportivo y clientelismo político en América Latina (Pelé promocionando Master Card o Maradona en la marcha anti-Bush). ¿Crees que la mediatización de las figuras deportivas contribuya a la despolitización de lo económico?
Desde ya que en cierta parte sí. Es decir, al menos creo que como decía en otra pregunta, el fútbol ya es mucho más que un mero distractor, como podría ser el cine, el teatro, la música, por poseer elementos litúrgicos adaptados al nuevo tiempo de los medios de comunicación porque, su representación, en la medida que los protagonistas son “visibles” semanalmente (y a veces con mayor frecuencia), se hace más estrecha, y porque el hecho de tratarse de una competencia hace que tantos millones de personas frustradas en su propia situación personal (económica y política) encuentran en el fútbol y en sus clubes o selecciones nacionales un modo de triunfar simbólicamente y, por lo tanto, de redimirse parcialmente de sus desgracias.
Aquí en la pregunta se señalan dos caminos posibles de los actos simbólicos de los representantes futbolísticos. El de Pelé, subsumido por la misma maquinaria infernal de la industria, o el de Maradona, rebelado ante un sistema perverso y utilizando todo su poder mediático con un fin de denuncia, así como George Weah pudo ser presidente de Liberia y tantos ex futbolistas se convierten en políticos o crean fundaciones de ayuda a poblaciones vulnerables o necesitadas.
El fenómeno de las barras bravas, de las hinchadas y de las torçidas ha creado nuevas divisiones entre sujetos sociales, es decir, la falsa ilusión de que el enemigo del hincha de Boca es el de River o el de Fluminense es el rubro-negro. La industria comercial deportiva, es decir, los dueños de los equipos y de las grande cadenas (Tv Globo, Televisa, etc.) consolidan su posición de clase dominante mientras los obreros, los jóvenes, los desempleados se pelean entre sí por una identidad manipulada. No caen en la cuenta que si se unieran para exigir no el mejoramiento del fútbol espectáculo sino su destrucción sería un aliciente para fraguar la lucha definitoria.
Es bastante difícil que en un sistema perverso, y en el que se alimenta la rivalidad para supervivir como industria, esas hinchadas o colectivos de hinchas puedan unirse para exigir el mejoramiento del espectáculo. Eso podría llegar a ocurrir, o de hecho ha ocurrido, con grupos minoritarios en países desarrollados, en los que hay un cierto nivel cultural en el que los hinchas tienden a exigir cambios.
Pero hay que tomar en cuenta también que para las grandes cadenas internacionales que poseen los derechos del fútbol como Televisa, TV Globo o Torneo y Competencias, el hecho de que haya violencia en los estadios favorece que el espectador medio, por miedo, no concurra a los estadios y entonces recurra a la TV, por lo que indirectamente, la violencia ayuda a la TV en su expansión. Asimismo, se observa ahora en la Argentina, y lentamente se va exportando gracias a la TV, una nueva modalidad de violencia que es la “intra-barras” que va supliendo a la “inter-barras”, es decir, violencia entre facciones de una misma hinchada.
Esto se debe a que hoy el fútbol es también un enorme negocio en las tribunas y se lucha por el control de las entradas de favor que entregan los dirigentes, la distribución de la droga, los viajes para acompañar al equipo, y el hecho de controlar la totalidad de la barra también otorga poder mediático e influencias políticas. Me queda repiqueteando una frase durísima del ex jefe de la barra brava de Boca Juniors, Rafa Di Zeo, en 2007: “Tener poder es tener el teléfono de los que tienen poder”. El conflicto “intra-barras” implica un enorme cambio contextual porque ya no es necesario siquiera el ritual del partido como justificante de la violencia, porque ya no se necesita del equipo contrario.
Precisamente, pensando en esos elementos litúrgicos que has mencionado, cómo observas la relación épica entre un pueblo (o aficionados) y su representativo nacional (o club). Pienso en el Barça enfrentando al Real Madrid en la época del Generalísimo, a la victoria de Argentina sobre Inglaterra en el mundial del 86, posterior de la guerra de Malvinas, a Senegal venciendo a su antiguo invasor la “humaniste” Francia en el mundial de Corea-Japón en 2002.
Creo que eso a veces opera de manera particular en los pueblos, diría que como un importante plus a la hora de un partido decisivo. Muchas veces, en los protagonistas, opera como factor motivante y por otro lado, se asume más que nunca la representatividad en esos casos. Se ha dicho mucho, y creo que cada vez es más así, que el fútbol representa como ningún otro deporte (acaso el rugby, aunque tiene menos llegada masiva) la guerra sublimada.
El hecho de que sean todos representativos nacionales, con sus camisetas y sus himnos y que el fútbol se dirima en un campo de juego delimitado y televisado a todo el mundo y que haya una lucha que pasa por lo fisico y con ganadores y perdedores, hace que se parezca mucho a la idea de “guerra” y un pensador como el español Vicente Verdú, por ejemplo, sostiene que el gol no es otra cosa que haber triunfado en campo “enemigo” y volver a la tierra propia a contar a los propios el triunfo lejano. Y es una gran verdad como mitología. No por nada, su libro se llama “Fútbol, mitos, ritos y símbolos”.
Los pueblos depositan en los futbolistas todo su imaginario, lo que persiguen, aunque esto sea simbólico. En el caso del Mundial de México 1986, a cuatro años de la Guerra de Malvinas, un triunfo de Argentina sobre Inglaterra fue festejado de manera especial porque la gente sentía que de alguna manera se había vengado y había hecho doler, aunque sea por algunos días, al pueblo “enemigo”, pero además, el gol hecho por Diego Maradona con la mano, es decir, de manera no válida, significaba algo así como “robar al ladrón”, lo que fue doblemente festejado por la sensación de cierta reparación de la injusticia. Como el fútbol es tan popular como fenómeno, su representatividad aumenta y genera un enorme depósito de ilusión a sus protagonistas.
Finalmente, en esta mercantilización de la imagen y de la producción de símbolos fetichizados ¿cómo podemos realizar una ruptura entre fútbol y capitalismo?. Pues me parece que el Barça de la Nike no es en mayor o menor medida “un club comprometido” que el Real Madrid de Adidas. El poder de las firmas trasnacionales, es decir, la presencia del capital ha penetrado y corrompido una de las actividades más poéticas de la tierra: el balompié.
Por supuesto. Soy de la idea de que al fútbol superprofesional actual no podemos verlo desde la salud sino sólo como una enorme industria montada alrededor de un deporte que se fue convirtiendo en un mero espectáculo, que primero fue el partido mismo y ahora lo es también lo que se habla de él (a esto se refiere mucho Umberto Eco, acerca de las tertulias sobre fútbol, casi tan vistas como el fútbol mismo).
Mientras haya capitalismo, el fútbol no puede ser considerado un deporte normal, que contribuya al crecimiento y al mejoramiento del ser humano. El simple hecho de que los jugadores cobren por jugar, ya le quita el aspecto más lúdico para transformarlo en un trabajo, de cuyos resultados se depende para sobrevivir en la industria, y esa misma tensión ya anula la idea básica de “juego”. Aunque parezca duro, creo que el fútbol más sano y puro, puede verse sólo en plazas o parques, nunca en un estadio. Allí se juegan demasiadas cosas.
por Luis Martinez Andrade