Por Pablo Varas Pérez
La derecha logró instalar en el imaginario que octubre fue una gran fiesta de la delincuencia.
Es verdad que en las calles, entre los agredidos por el modelo neoliberal que exigían respuestas y soluciones concretas luego de treinta años de espera, existió y trabajó la delincuencia.
El lumpen en las calles se contradice con las apuradas reivindicaciones de los más necesitados, son un estorbo. La clase no los necesita, no se puede alabar el lastre en momentos difíciles donde se pone en juego el rumbo de un país. Tampoco ese radicalismo enfermizo que vaga sin propuestas que no alcanza a redactar un manifiesto, y que no es capaz de ganar tampoco su pan diario.
Es la clase la determinante, sus alianzas históricas, su memoria con sus pocas victorias, la insoslayable tarea de acumular la fuerza para alterar las injusticias. Para hacerle una estatua a Lonconao.
La derecha inventa historias y entre el oficialismo hay creyentes. Publican encuestas para instalar la idea de que cualquier alteración a la vida ciudadana le hace mal a Chile. Que los inversionistas se irán a otros países. Eso es leyenda, viene desde el tiempo Frei y de la Alianza para el Progreso, allá por los años sesenta.
Hasta ese día, salvo algunos acontecimientos significativos, como la ocupación de las calles por estudiantes secundarios, intentos de huelgas de unos sindicatos, todo era normal. El sistema democrático diseñado en 1990 era capaz de soportar a los enojados de siempre. Esos resentidos sociales como los clasifica la derecha desde sus torres empresariales.
La llamada clase política chilena gozaba y goza de buena salud. El diseño de avanzar con acuerdos daba sus frutos. En el mismo plato golpistas, conversos y negacionistas. Chile es más que cuatro manzanas en el centro de Santiago.
Octubre, entre tantos asuntos, dejó al descubierto que en el país no hubo transición política. Que se pasaron por alto y aceptaron toda la institucionalidad heredada por la dictadura, donde el lucro era una expresión de lo correcto. A la Concertación le gustaba el sistema binominal, cercenaba a la prensa independiente. Un país administrado por lacayos de las grandes empresas como las AFP/Isapres, a los que se les debe adjuntar los grandes grupos económicos, esas cajas pagadoras por los favores redactados en el parlamento se mantienen incólume.
No olviden el financiamiento ilegal de la política y, desde allí, Chile es un país bananero.
Octubre es lo más justo que le ha sucedido al país.
La respuesta piñeriana fue una represión brutal y asesina.
El apaleo y maltrato era política de Estado mientras el difunto comía pizza y cantaba el cumpleaños feliz. Esos de la clase política en sus casas, asustados mientras la mujer del presidente, abandonada por la cordura, veía desaparecer sus privilegios al llamado de: junten agua que vienen los pobres a quitarnos todo.
En esos días el segmento más rico, el más acomodado, el que más ha utilizado el modelo para su beneficio, buscaba alguna tabla de salvación. Pasaron de ser explotadores a ‘lo que sea su cariño’. Y encontraron a diputados y senadores dispuestos a cualquier asunto, mientras en sus distritos se hablaba de educación, salud y pensiones dignas.
Qué pasó entonces, si todo era avanzar algunas cuadras más para llegar a Teatinos y entrar por el número 80 dignamente. Cientos y cientos esperando el llamado para el asalto más justo y con permiso de la historia.
Las calles y los hospitales dejaban constancia de la represión, la calma era la urgencia, se necesita el orden y para ese conjuro llegaron casi todos. El modelo había llamado a sus peones y entonces los derechos se hacen amigos hasta entonces desconocidos. ‘Hay que dar hasta que duela’ gritaban desde los subterráneos de los bancos. ‘Esos tienen razón’ clamaba la Sofofa y la CPC.
Y nuevamente la traición, esta vez más cercana.
Allí, sacado de una caja sin misterios, estaban los acuerdos de esos cuantos donde la letra chica decía que el país necesitaba cambios, y miraron que una Nueva Constitución calmaría a los descontentos de todo lo conocido. Nadie pensó en esas horas crear alguna instancia que investigara el asfalto manchado con sangre, los que vieron por última vez las estrellas, los que viven como vegetales por las consecuencias de los tantos y tantos golpes recibidos por carabineros ordenados por el general Yáñez.
Nos hubiera alegrado coloca el nombre de Sverdlovka a una calle, o que se llame con el nombre de alguno de los nuestros.
Y después la pandemia, donde hubo que salvarse a como diera lugar. Esos largos tiempos de encierro mientras el piñerismo convertía en mercado y ganancia sin control seguir viviendo, donde ahora se conocen los oscuros negocios entre la universidad SS y algunos ministerios. La derecha siempre la misma y por siempre.
Nada se ha ganado.
Los pensionados siguen aferrados a que posiblemente sus pensiones en algún momento sean asuntos de Estado, para que la educación no sea un pozo de la fortuna para los empresarios. La derecha colocando sus condiciones, mientras un ejecutivo tímido no tiene el valor por romper lanzas en defensa de los más desposeídos, que son una realidad. Negarse a vivir sin derechos no es una cuestión menor. Eso no da honor. No deja herencia.
Será difícil volver a esos días tan cercanos a lo más justo cuando estaba todo casi en la punta de los dedos y llegó el día siguiente. Queda un pueblo abandonado y en la mitad de una tormenta por los que se autoproclaman sus defensores, cuando en realidad no son más que lacayos con ínfulas aprendidas en la academia, y que nunca se han subido a una micro para llegar a la población.
O se mira todo desde el punto de vista de la clase o te instalas en los altares de la derecha, que, de tarde en tarde, te lanza sus aplausos para que duermas tranquilo, mientras la corrupción, ese mundo habitado por pelafustanes, se da sus gustos sin ir al confesionario.
Octubre le pertenece a los apurados, a los que el modelo imperante los condena a vivir a media tripa. A los profesores impagos de su deuda histórica.
Octubre sin duda fue una buena clase de propuestas que están inconclusas. Ese mes deja vigente que es desde la calle y la plaza pública donde nacerán los proyectos más serios, los que hacen temblar a la clase dominante.
Y aunque la inquisitiva derecha y conversos te rodeen, se debe sostener que octubre aún se mueve.
Por Pablo Varas Pérez
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